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La vida de la clase obrera en la “Argentina potencia” que reivindica Milei

Brenda Hamilton

Guillermo Giglio

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La vida de la clase obrera en la “Argentina potencia” que reivindica Milei

Brenda Hamilton

Guillermo Giglio

Ideas de Izquierda

Un repaso sobre cómo era la vida de la clase trabajadora entre fines del siglo XIX e inicios del XX, etapa reivindicada por Javier Milei como el momento en que Argentina fue potencia mundial.

En el último número del suplemento Armas De La Crítica, Gabriel Piro y Nahuel Dominguez se encargaron de desmentir el mito “mileísta” de volver a la “Argentina potencia” y debatieron sobre sus usos del pasado. En esta entrega trataremos de hacer un repaso sobre cómo era la vida de la clase trabajadora en esa etapa (entre fines del siglo XIX e inicios del XX), cuáles fueron los primeros reclamos políticos y sindicales, y cómo surgieron sus primeras organizaciones.

A mediados del siglo XIX nos encontramos con la formación del Estado Nacional en la Argentina, marcado por el triunfo del modelo de la oligarquía porteña y el liberalismo mitrista, que se apoyó en los poderes dominantes del interior del país, sobre todo los estancieros del Litoral y La Pampa húmeda. Dicha unificación interna propició la consolidación del territorio y el gobierno nacional, necesarios para que Argentina se ubique ante el mercado mundial como un país exportador de materias primas.

De esta forma, se configuró un modelo económico y un mercado local a medida de los intereses de ambos sectores que se consolidaron como clase dominante en esta etapa. Como parte de ese proceso, se llevó adelante la expansión de la frontera agrícola ganadera, con la institucionalización de “nuevas” tierras que otorgó títulos oficiales de propiedad y aseguró el poderío de los latifundios en manos de unas pocas familias, sobre la base del exterminio a los pueblos originarios con las infames “Campañas al Desierto”. Así fue como las oligarquías terratenientes y ganaderas se ubicaron como pilares fundamentales en la construcción del Estado Nacional y del modelo productivo del país, que fue conocido como el modelo agroexportador y tiene su primera etapa entre las décadas de 1850-1880. Un elemento central a destacar en estos años fue la injerencia de los capitales comerciales extranjeros que profundizaron la dependencia nacional de la mano de los grandes terratenientes y la burguesía local.

En estas condiciones estructurales empezó a surgir la clase obrera local, que estuvo profundamente signada por las características propias del modelo económico que contiene elementos tanto de atraso como de dependencia. En este sentido, durante las primeras décadas del modelo agroexportador todavía no nos encontramos con un proletariado predominantemente fabril o industrial, sino con uno de características más artesanales o vinculado con la agroindustria y el sector de servicios.

Desigual y combinado: las contradicciones del Modelo Agro Exportador

En esta etapa aumentó la demanda de materias primas desde el exterior, y por ende en Argentina tuvo lugar un fomento de la agricultura y la ganadería (particularmente en Santa Fe, Buenos Aires, La Pampa y sur de Córdoba), pero a la vez se profundizó una problemática ya existente desde la década de 1850: la falta de mano de obra para trabajar en los campos. Una de las soluciones más importante que tomó la oligarquía terrateniente fue promover la llegada masiva de inmigrantes europeos, propiciando la instalación de los mismos a partir de una política crediticia favorable, que fue acompañada de un impulso en la creación de “colonias” y comunidades étnicas que facilitaron su establecimiento en el país.

Como consecuencia de esta política, se provocó un salto cuantitativo y cualitativo de la mano de obra disponible en el país, pero esto no resolvió el problema de fondo que intentaba afrontar el gobierno, ya que la mayoría de los inmigrantes llegados a Argentina eran campesinos y agricultores que traían la aspiración de progresar comprando o arrendando tierras para trabajarlas. Debido a que las tierras estaban ya apartadas en manos de la oligarquía terrateniente, los inmigrantes se volvieron a instalar en las ciudades, y de esta forma comenzó a incrementarse su participación en los establecimientos fabriles o en el sector de servicios. Por eso, la mayoría de la inmigración terminó concentrándose en la capital de Buenos Aires, las ciudades-puerto y el litoral.

Para 1895, más del 80% de los obreros manuales en la ciudad de Buenos Aires eran extranjeros. En el interior, quienes componen el grueso de esa nueva clase obrera fueron descendientes de pueblos originarios, negros y mestizos que trabajaron, por ejemplo, en los cañaverales tucumanos o los campos yerbateros de Misiones.

¿Cómo estaba compuesta y cómo se distribuía esta naciente clase obrera?

Para ilustrar la composición inmigrante de la clase obrera local, estos son algunos indicadores de las estadísticas arrojadas por el Primer Censo Nacional de 1869, el Censo Municipal de Buenos Aires de 1887, y Segundo Censo Nacional de 1895. Esta selección y análisis estadístico proviene del libro “Los orígenes del movimiento obrero argentino” del historiador Ricardo Falcón: [1]

Estos índices dan cuenta del gran peso de la inmigración europea para la formación de la clase obrera local, en gran medida italiana y española, que en su mayoría trabajó como agricultores durante esta etapa.

Dichos cambios en la estructura poblacional argentina llevaron a un aumento en la disponibilidad de mano de obra local, que fue aprovechada por los patrones para aumentar los niveles de explotación, imponiendo salarios más bajos y peores condiciones laborales. Durante estas décadas, el promedio de las jornadas laborales rondaba las 10 horas diarias (y en los peores casos, se extendía hasta 11 o 14 horas). En el interior del país, la situación era mucho peor: en algunas fábricas como las de jabón o ladrillo, se llegaban a dar casos de jornadas de sol a sol.

Las condiciones de trabajo y vida de la clase obrera argentina eran francamente paupérrimas. Los accidentes laborales eran moneda corriente en las fábricas: los obreros se hacían cargo de las consecuencias de estos y muchas veces quedaban desempleados al no tener ningún tipo de protección legal. La higiene era también pésima: solía haber unas pocas letrinas insalubres para ir al baño, faltaba aireación y ventilación, el agua no era potable y en algunos casos, como en las refinerías y las fábricas de fósforos, era común el contacto con sustancias tóxicas.

La vivienda era otro problema crítico para las familias obreras: el alquiler consumía alrededor de un 30% o un 40% del salario, dinero que iba destinado a asegurarse la permanencia en un conventillo donde se vivía hacinado dada la cantidad de familias viviendo dentro de un pequeño espacio: para 1890, había 94.273 personas viviendo en apenas 24.023 habitaciones esparcidas en 1.770 conventillos.

Aumenta la explotación y también la organización: los primeros pasos

A mediados del siglo XIX, inicialmente los trabajadores en la Argentina se nuclearon en asociaciones mutuales que tenían una gran impronta étnica e incluso muchas veces fragmentada por regiones dentro de un mismo país, como era el caso de las distintas mutuales italianas como las genovesas o las napolitanas. Estas primeras formas de organización todavía no tenían un carácter netamente obrero sino que funcionaban como espacios de sociabilidad y solidaridad entre los sectores populares que se agrupaban según su origen.

Durante estas décadas en las que tiene lugar la formación del movimiento obrero local, empiezan a jugar un rol destacado las ideas anarquistas y socialistas que traían en gran medida los inmigrantes europeos al país. En el libro “Marx en la Argentina. Sus primeros lectores obreros, intelectuales y científicos”, Horacio Tarcus rastrea las primeras lecturas marxistas en la Argentina a partir de 1870 [2], de la mano de los emigrados franceses que escaparon de la represión posterior a la gran Comuna de París [3]. En ese sentido, los exiliados de la comuna serán los primeros en introducir el Manifiesto Comunista en el país, e impulsarán una nueva forma de analizar y emprender la lucha de clases a nivel local. Al mismo tiempo, estos obreros franceses en Argentina fueron pioneros en impulsar agrupamientos internacionalistas en el país, con la formación de la primera sección francesa de la Asociación Internacional de Trabajadores en Buenos Aires durante 1872.

Otro núcleo importante que ayudó a la difusión de las ideas socialistas fueron los inmigrantes y obreros alemanes que en 1882 fundaron la organización Verein Vowarts (unidos adelante). De aquí surgieron dos importantes periódicos socialistas, El Obrero y Vowarts. Este grupo creó la primera cooperativa de consumo y tuvo un rol clave en la difusión tanto de folletos como de literatura socialista, siendo el centro de la cultura socialista durante estos años. Posteriormente varios de sus militantes jugaron un papel crucial en la fundación del Partido Socialista en 1896.

Por su parte, la experiencia anarquista durante estos años logró construir un movimiento social y cultural amplio, que para Juan Suriano se explica por su “heterodoxia clasista” en el discurso del anarquismo, que le permitió interpelar a un sector mayor, más allá de la clase obrera [4]. Al respecto, el historiador israelí Iaacov Oved [5], plantea que la historia del anarquismo argentino en su momento de apogeo no puede separarse del rol que esta corriente también jugó en el movimiento obrero local.

En la década de 1880 surgieron las primeras sociedades de resistencia por oficio, en donde tuvieron una fuerte presencia el anarquismo y la organización horizontal e inorgánica. Estas primeras sociedades y organizaciones obreras tuvieron un impulso al calor del auge huelguístico y de conflictividad obrera. Usualmente un grupo de trabajadores, tras algunas reuniones, realizaba una acción de propaganda apuntando a que sus compañeros participen de las reuniones y así llevar adelante futuras acciones de fuerza. Para esto, publicaron manifiestos en los que desarrollaron sus reclamos al resto de los trabajadores del gremio y a la opinión pública, además hacían denuncias más generales sobre las condiciones de explotación. Estos aportes fueron útiles para que se fuera forjando una conciencia común entre los trabajadores, así como el establecimiento de un antagonismo para con sus patrones.

A la vez, estos pequeños grupos generaron un “efecto contagio” en el resto de los trabajadores, sea o no del mismo gremio: la agitación que encontraba eco en la opinión pública se difundió a otros sectores y los llevó a crear sus propios grupos de difusión que a la vez llegaban a otros sectores, y así sucesivamente. Más aún cuando se llevaron adelante medidas de fuerza exitosas que pudieron imponer sus reclamos (o al menos una parte de estos) ante las respectivas patronales, lo que evidenció la importancia de la organización colectiva en los lugares de trabajo. Así fue como estos pequeños grupos fueron creciendo hasta ir consolidándose como asociaciones gremiales, que solían nuclear a todos los trabajadores de un rubro específico, como fue el caso de la sociedad de los panaderos, una de las primeras en crearse en la década de 1880.

Miedo patronal: irrumpe la “cuestión social”

Estas organizaciones eran vistas como un peligro por los patrones y la represión era moneda corriente: la policía solía prohibir las reuniones y obligaba a los trabajadores a dispersarse. En la prensa eran normales los artículos que los demonizan a ellos y sus ideas, llamando a su inmediata supresión, como por ejemplo se puede leer en el Figaro, un diario alineado con el presidente Juárez Celman: “Mañana, si por confianza de nuestras autoridades, o porque quieran dejar que la libertad exista hasta el abuso, llegamos a ser víctimas de un levantamiento encabezado por la asociación que parece dirigir a la clase obrera, será preciso emplear medidas tremendas que pueden evitarse desde ahora, yendo derecho a la causa y destruyéndola, cuando empieza a manifestarse” o La Prensa, que directamente invitaban a los inmigrantes a retirarse: “Si no están contentos en este país, que no es su patria; si no les agrada la organización política que nos hemos dado; si les choca nuestra complexión civil, váyanse a sus respectivos países (…) ¿No les gusta nuestra organización? ¡Váyanse! ¿No se quieren ir y resuelven fundar partidos perturbadores de nuestra organización social? No lo consentiremos (...)”

No es de sorprender que se crearan un gran número de periódicos editados por estas asociaciones. Algunos de estos fueron El Obrero, surgido después de las manifestaciones del 1° de mayo de 1890; El Descamisado, periódico anarquista que se imprimía con tinta roja, el celebre La Protesta, también publicado por los anarquistas; La Broma, editado por la comunidad afroargentina y que llamaba a los obreros negros a no participar de las elecciones; Vorwarts (adelante) periódico socialista editado por obreros e inmigrantes alemanes que se publicaba de manera bilingüe en alemán y en español. Y para terminar, La Vanguardia, periódico oficial del Partido Socialista establecido por su fundador, Juan B. Justo.

A continuación, compartimos un fragmento del pliego de reivindicaciones presentado por las organizaciones anarquistas y socialistas ante el Congreso de la Nación en el marco de la conmemoración por el 1º de mayo de 1890, a propósito del primer acto que se realiza en el país por el Día Internacional de los Trabajadores:

A fines del siglo XIX, se destacó un tercer momento en la formación de la clase obrera local, con el surgimiento de los primeros sindicatos y gremios que buscaron asociar a trabajadores de manera más amplia que los oficios, y dieron lugar a las primeras organizaciones del movimiento obrero a nivel nacional. Como parte de la cuestión social y los actores del período, también surgen círculos de obreros católicos por política de la Iglesia en estos sectores. Durante estos años empiezan a tener más peso las ideas del socialismo, pero no logran tener una política del todo orgánica para hegemonizar al movimiento obrero de conjunto. Este sigue siendo dirigido por los anarquistas en esta etapa, ya que el Partido Socialista profundizó tanto en la teoría como en la práctica una escisión cada vez mayor entre la lucha en el terreno sindical y la lucha en el terreno político-electoral. Para profundizar en este tema, recomendamos las investigaciones del historiador Lucas Poy al respecto. [6]

La alta conflictividad obrera de estos años llevó a que en 1904, por orden de la presidencia de Roca, se confeccione un informe que describió la situación de la clase trabajadora a lo largo y ancho del país, a cargo del abogado de origen catalan Juan Bialet Masse, quien viajó por 14 provincias y la Ciudad de Buenos Aires para recolectar testimonios: la gran mayoría de los hechos narrados en los párrafos anteriores fueron observados durante sus viajes. Aquí dejamos una descripción de cuando visitó una de las refinerías más importantes de Rosario y se topó con un grupo de trabajadoras menores de edad: “…Cuando fuimos á visitar la fábrica (...) lo primero que percibieron fue el estado de las niñas pequeñas; algunas estaban anémicas, pálidas, flacas, con todos los síntomas de la sobrefatiga y de la respiración incompleta; aquello debe evitarse”.

El objetivo de este informe era que sus conclusiones sirvieran para el establecimiento de una nueva legislación laboral y así calmar la oleada de huelgas y conflictos que se estaban dando en esos años, o al menos desactivarlas. Ese nuevo código de trabajo fue finalmente rechazado en el congreso, pero aun así esta nueva “cuestión social” ya no pudo ser ignorada por el gobierno oligárquico y finalmente se sancionaron algunas leyes que regularon el empleo de mujeres y niños, las condiciones de las fábricas, el establecimiento del descanso dominical y también el seguro contra accidentes laborales.

En los hogares y en las fábricas: el rol de las mujeres

La formación de la clase obrera argentina también estuvo atravesada por la cuestión de género en su composición y en su distribución, tanto en la producción como en la reproducción. Al mismo tiempo, este componente se reflejó en los reclamos femeninos de la naciente organización tanto política como sindical.

A principios del siglo XX en Argentina una gran parte de las mujeres aún no habían sido incorporadas masivamente al trabajo fabril, lo cual no significó que no trabajaran de manera remunerada, debido a que la industria no era el único espacio laboral y que muchas de estas mujeres trabajaban en sus domicilios realizando distintos tipos de tareas que no fueron registrados por los censos y los relevamientos. Invisibilizando así el rol de las tareas del hogar y de cuidados, que históricamente fueron feminizadas y ocultadas por el capitalismo que se aprovecha de este trabajo no pago a las mujeres.

En este sentido, nos interesa resaltar una idea que plantean Bellucci y Camusso en su investigación sobre la Huelga de Inquilinos de 1907 que también pasó a la historia como la Huelga de las Escobas, por el rol protagónico de las mujeres en esta lucha. Las autoras plantean que uno de los principales factores que llevaron a las mujeres a ubicarse en la primera línea de la huelga fue justamente su relación con el hogar, porque “la pieza del conventillo cumple la doble función de vivienda y lugar de trabajo” (Belucci y Camuso, 1987, p. 69). [7]

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Continuando los relevamientos realizados a inicios del siglo XX en Argentina por Gabriela de Laperrière de Coni (militante del Partido Socialista y feminista) sobre la vida de las mujeres en el país, en 1912 emprende esta tarea Carolina Muzzilli (obrera textil, socialista, feminista y periodista) al recibir el pedido del Museo Social Argentino de realizar un estudio sobre las condiciones de la mujer trabajadora, que luego se publicó en el boletín de la institución.

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Para llevar adelante esta investigación, Muzzili realizó un exhaustivo trabajo de investigación que incluyó no solamente relevar la cantidad de mujeres y niños que trabajaban en distintos establecimientos, sino que se encargó también de ver que tipo de tareas se les asignaban, como eran sus condiciones laborales en comparación con las de los hombres, como eran los salarios percibidos, entre otros indicadores. Para contrastar toda esta información obtenida en los lugares de trabajo, Muzzili no se entrevistó solamente con los responsables gerenciales de los establecimientos, sino que su investigación se basó sobre todo en las entrevistas que realizó a las propias obreras fabriles, y a las mujeres que trabajaban a domicilio.

Retomamos un extracto de su publicación que nos parece ilustrativo de la situación de las mujeres y los niños:

“El adelanto de la técnica y el fácil manejo de las máquinas, que requieren un menor empleo de fuerza muscular, hacen que las mujeres y los niños vayan desalojando a los hombres de las fábricas y los talleres. Este menor despliegue de fuerza muscular, que solo se traduce hoy en beneficios para el capital, hace que se establezca una competencia ruinosa en los salarios, puesto que, a las mujeres y a los niños, con un rendimiento de producción mayor en su jornada de labor, se les paga un salario en mucho inferior al de los hombres. […] El menor se halla obligado a trabajar porque las necesidades de la familia han menester de la ayuda de todos sus componentes. La máquina ha hecho que él se incorporara al ejército de asalariados colocándolo en las mismas condiciones de labor y de horarios de los hombres, con el agravante de que para su capacidad física, tan distinta a las del hombre adulto, esto acarrea graves perjuicios a su salud.”

Las principales denuncias que arrojó la publicación de Muzzilli eran las peligrosas condiciones laborales a las que estaban sometidos los niños, por pagos inferiores. Al igual que los salarios femeninos, evidenciaban una fuerte brecha con los salarios percibidos por los hombres adultos por trabajos de las mismas características. A su vez, evidenció la falta de un registro censal sobre la mortalidad infantil producto de esta situación.

Ya en los reclamos presentados por las organizaciones obreras en el primer acto por el día del trabajador, desde 1890 estos sectores venían reclamando por la prohibición del trabajo de los menores de 14 años y para la mujer cuya naturaleza afecte su salud, y la abolición del trabajo nocturno para mujeres y menores de 18 años. Para que estas situaciones se revirtieran, hizo falta la lucha y organización de la clase trabajadora en su conjunto, donde las mujeres siempre jugaron un rol muy destacado, peleando también por la igualdad salarial y por el acceso a derechos sociales o políticos, como el voto que fue conquistado para las mujeres recién en 1951 después de décadas de lucha en nuestro país.

A modo de conclusión

Como planteamos al comienzo de esta nota, la apropiación que quiere hacer Milei de esa etapa de la historia argentina no es para nada casual, ya que entre sus objetivos de gobierno está en primer lugar llevar adelante un plan de guerra contra la clase trabajadora y el pueblo en su conjunto, aumentando la transferencia de ingresos hacia el sector más concentrado de la economía tanto local como extranjera. El gobierno de La Libertad Avanza, junto con sus aliados en la casta empresarial y el FMI, pretenden volver a una Argentina sin derechos laborales y sin derecho a huelga, cercenando nuestras libertades democráticas.

La “cuestión social” vuelve a estar a la orden del día, tal como lo fue en los inicios de la organización obrera en nuestro país. Desde ese momento las clases dominantes no pudieron volver a invisibilizar a estos sectores, y si bien la historia de la clase trabajadora en argentina está marcada tanto por momentos de avance, como de repliegue, o de triunfos y derrotas, lo que es seguro es que seguirá luchando y siendo un actor político central que ponga en jaque los planes de los de arriba.


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NOTAS AL PIE

[1Falcón, Ricardo, Los orígenes del movimiento obrero (1857-1899), Buenos Aires, CEAL, 1984.

[2Horacio Tarcus, Marx en la Argentina. Sus primeros lectores obreros, intelectuales y científicos. Buenos Aires, Siglo veintiuno editores, 2007.

[3La Comuna de Paris fue la primera experiencia de un gobierno obrero en la historia que marcó a la clase trabajadora a nivel internacional.

[4Juan Suriano, Anarquistas. Cultura y política libertaria en Buenos Aires, 1890-1910, Buenos Aires, Manantial, 2001.

[5Iaacov Oved, El anarquismo y el movimiento obrero en Argentina, Buenos Aires, Imago Mundi, 2013.

[6Lucas Poy, El Partido Socialista Argentino, 1896-1912. Una historia social y política, Santiago de Chile, Ariadna Ediciones, 2020.

[7Bellucci, Mabel y Camusso, Cristina, (1987) “La huelga de inquilinos de 1907. El papel de las mujeres anarquistas en la lucha”, Buenos Aires, Cuadernos de CICSO Nº 58.
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Brenda Hamilton

Profesora de Historia (UBA). Integrante del Comité Editorial del suplemento Armas de la Crítica.
Profesora de historia (UBA). Miembro del comité editorial del suplemento Armas de la Crítica.

Guillermo Giglio

Estudiante historia (UBA)
Estudiante historia (UBA)