En 2016, una insurgencia de clase media de derecha radical desplazó a los capitalistas hegemónicos del Partido Republicano, al menos temporalmente.
Miércoles 1ro de marzo de 2017
La candidatura y la elección de Donald Trump es el capítulo más reciente de una lucha en curso por el liderazgo que se inició con los efectos de la recesión global y la victoria electoral Demócrata en 2008. El capital logró sobrellevar exitosamente la primera ola del radicalismo de clase media en el Partido Republicano (el Tea Party) durante las elecciones parlamentarias de 2014, pero estos rebeldes no fueron vencidos. Estaban radicalizados.
Desde la década de 1960, la base electoral del Partido Republicano ha estado constituida principalmente por personas mayores, sectores acomodados, blancos, clase media, pequeños empresarios, profesionales y gerentes, y una minoría de trabajadores blancos adultos mayores. Hasta hace poco, los deseos específicos de la base partidaria (especialmente su hostilidad contra las ganancias de los demócratas de color, mujeres, y personas LGTB) podían ser contenidos. Las concesiones menores a los conservadores sobre el aborto, la discriminación positiva, las restricciones a los votantes y el casamiento igualitario/igualdad jurídica preservaron su lealtad, mientras los capitalistas fijaban la principal agenda neoliberal para los Republicanos (así como para los Demócratas). Al igual que en el Partido Demócrata, los elementos no capitalistas de la coalición republicana eran claramente socios menores para el capital.
El rescate a los bancos, a la industria automotriz y a algunos propietarios por parte de las administraciones Obama y Bush cambió esta dinámica, activando una radicalización del electorado republicano. El Tea Party comenzó como una alianza por un lado entre una rebelión de las bases compuesta por mayores, blancos, sectores acomodados, pequeños empresarios, profesionales y gerentes, y por otro por elementos de la clase capitalista. Mientras que las capas medias del Tea Party se oponían al “bienestar corporativo” y a “los rescates de propietarios de pocos recursos”, en particular de personas de color con créditos hipotecarios, los capitalistas como los hermanos Koch vieron la oportunidad para promover su agenda libertaria para acabar con el Obamacare y privatizar Medicare y las pensiones de la seguridad social.[1] Los sectores más amplios de la clase capitalista alentaron las movilizaciones del Tea Party mientras se concentraba en los sindicatos y los servicios sociales, y apoyaba la desregulación continúa del capital.
Esta alianza continuó durante las elecciones parlamentarias del 2010, cuando los republicanos ganaron la mayoría en la cámara de diputados y despojaron a los demócratas de su ¨súper mayoría¨ a prueba del obstruccionismo en el Senado. [2]
A diferencia del establishment político la derecha del Tea Party apoyó las deportaciones masivas y no se sintieron incomodos con la posibilidad de un default del crédito fiscal. Los capitalistas tenían una agenda diferente. El capital quiere una fuerza de trabajo inmigrante precaria sin status legal y disciplinada por las deportaciones selectivas, para trabajar por salarios inferiores al nivel medio.
Mientras el capital apoya el recorte del gasto social y una reducción del déficit presupuestario federal, no pueden apoyar ningún movimiento que ponga en peligro “el prestigio y la solvencia” de los Estados Unidos.
El capital quiere una fuerza de trabajo inmigrante precaria sin status legal y disciplinada por las deportaciones selectivas, para trabajar por salarios inferiores al nivel medio.
La frágil alianza entre el Tea Party y la clase capitalista finalizó en el otoño de 2013. La campaña para “resolver la deuda” (fix the debt), lanzada en 2012, agrupó a docenas de ex senadores y diputados y mas de 150 CEOs de empresas transnacionales en apoyo a un “gran acuerdo” para cerrar las lagunas fiscales y disminuir la tasa total de impuestos a cambio de una “reestructuración” de las pensiones federales, Medicare, Medicaid y la seguridad social. La campaña obtuvo el apoyo de Obama, de la conducción demócrata, de la tendencia dominante en los republicanos, pero el Tea Party rechazó aceptar el compromiso, provocando el cierre de la administracion de fines de 2013. En 2014 el capital hizo principalmente campañas contra el Tea Party. La campaña “vote por trabajo” de la Cámara de Comercio de los Estados Unidos resulto ser efectiva para dar forma a las primarias del congreso republicano y a la elección general de noviembre de 2014. Sólo un republicano fue elegido para el senado sin el apoyo de la Cámara de Comercio.
A pesar de la habilidad del capital para debilitar al Tea Party, la revuelta de la base republicana no terminó en 2014. La campaña presidencial “outsider” de Donald Trump marcó una profundización de la radicalización de derecha de sectores de las clases medias. Cuando Trump anunció su candidatura para el Partido Republicano en junio de 2015, pocos comentaristas políticos tomaron en serio su campaña. Sin embargo, luego de un mes de haber anunciado su candidatura a la presidencia, Trump había conquistado a una gran cantidad de republicanos y aseguró su nominación del partido en julio de 2016.
Lo que hacía inaceptable a Trump para el establishment republicano y sus patrocinadores corporativos no era sólo su descarado racismo y misoginia, o sus casuales referencias al tamaño de su pene. Trump abogaba por un nacionalismo económico que cuestiona los postulados centrales de la agenda bipartidista neoliberal que ha empobrecido a segmentos de la clase media y de la trabajadora. El capital estaba incómodo con la posición de Trump sobre la migración y sus propuestas para persuadir a los acreedores a aceptar menos que el pago completo de sus préstamos al gobierno de los Estados Unidos. [2] La elite corporativa se sentía aún más distante por sus ideas sobre la política exterior. La posición de Trump con su campaña “América primero” (rechazada por la elite corporativa norteamericana desde la década de 1940) ponía en peligro el sistema de alianzas que ha mantenido el dominio de Estados Unidos desde la Segunda Guerra Mundial. [3]
Trump abogaba por un nacionalismo económico que cuestiona los postulados centrales de la agenda bipartidista neoliberal que ha empobrecido a segmentos de la clase media y de la trabajadora
La eliminación de obstáculos políticos a la libre circulación de capital y bienes -pero no del trabajo- ha sido un elemento fundamental de la ortodoxia neoliberal durante más de treinta años. Toda la clase capitalista de los Estados Unidos y sus representantes políticos, tanto demócratas como republicanos, han promovido la liberalización del comercio y la inversión. Trump culpa al TLCAN y a otros acuerdos comerciales por la pérdida de empleos en la industria en Estados Unidos. Pide tarifas de hasta 40% sobre las importaciones para proteger los empleos estadounidenses contra la competencia "injusta", a pesar de las advertencias de que esto podría provocar una guerra comercial mundial, la cual podría dañar el desempeño de las corporaciones estadounidenses en la economía mundial. [5]
La candidatura de Trump hizo que la mayoría de la clase capitalista, incluyendo a los republicanos tradicionales, decidieran apoyar a la neoliberal, imperialista y confiable Hillary Clinton. Según Opensecrets.org, Clinton recibió más del 92% de las contribuciones corporativas para la campaña electoral del 2016, incluyendo más del 80% de las contribuciones de las finanzas, seguros y bienes raíces, comunicaciones / electrónica, salud, defensa y "negocios varios".
Entonces ¿cómo ganó Trump? A pesar de perder por el voto popular por más de 2 millones de votos, Trump arrasó en el Colegio Electoral. La participación electoral en los segmentos tradicionalmente demócratas del electorado se redujo. [6] El voto de los afroamericanos cayó del 13% de todos los votantes en 2008 y 2012 al 12% en 2016. Los hogares con ingresos menores a U$S50.000 por año, que representaban el 51% de la población en 2014, cayeron del 41% de los votantes en 2012 a 36% en 2016. El porcentaje de hogares que ganan más de U$S100.000, apenas el 17% de la población, aumentó de 28% a 33% de los votantes entre 2012 y 2016.
Dentro de estas categorías centrales, también hubo cambios pequeños pero significativos en la preferencia de los votantes. Mientras que el 60% de los votantes en hogares que ganan menos de U$S 50,000 al año votaron por Obama en 2008 y 2012, el porcentaje de votos de Clinton se redujo al 52%. Clinton sólo alcanzó el 88% del voto negro, menos que el 95% y el 93% que logró Obama en 2008 y 2012.
Especialmente alarmante para los demócratas fue la disminución en el porcentaje del voto latino. El mismo disminuyó del 71% en 2012 a 65% en 2016. Por último, el porcentaje de votantes provenientes del sindicalismo que votaron por el Partido Demócrata cayó de 58% en 2008 y 59% en 2012 a sólo 51% en 2016.
La habilidad de Trump para retener a los sectores principales de la base electoral republicana desde 1980 - principalmente la tradicional (autónomos y pequeños comerciantes con menos de diez empleados) y las nuevas clases medias (profesionales, gerentes, supervisores) incluyendo a los cristianos evangélicos y una minoría de los trabajadores blancos adulto mayores.- estaba clara en todas las bocas de urna. Su margen de victoria provino de una pequeña minoría de votantes que había apoyado a Obama en 2008 y 2012. [7] De los 700 condados que habían votado por Obama dos veces, casi un tercio (209) se inclinó por Trump; y de 207 condados que Obama había ganó una vez, casi el 94% (194) votaron por Trump. El giro a favor de Trump se concentró en los estados tradicionalmente demócratas de los Grandes Lagos y el Medio Oeste, el llamado "Cinturón Oxidado". Mientras que Trump se impuso en estos estados por aproximadamente 335.000 votos más que Romney en los hogares que ganan menos de U$S 50.000 por año. De todos modos, Clinton recibió 1,7 millones de votos menos que Obama en este mismo grupo. [8]
Fueron estos cambios minúsculos en la preferencia de los votantes los que le dieron a Trump este pequeño margen para ganar en esta región clave. De acuerdo a un análisis, si aproximadamente unos 100.000 votos que fueron a Trump en estas regiones, hubieran ido a Clinton, ella habría arrasado en el Colegio Electoral.
El populismo nacionalista de Trump atrae a sectores de la clase media blanca, adultos mayores, que temen descender socialmente a clase obrera. Estas personas creen que son "muy trabajadores", que "cumplen las reglas" y nunca piden "ayuda" (subsidios gubernamentales, etc.) pero están siempre descendiendo social y económicamente. Se sienten amenazadas, tanto por las poderosas élites económicas y sociales como por los "colados" (africanos-americanos, latinos y mujeres que se benefician de la equiparación de derechos, inmigrantes indocumentados y refugiados) [9]
Claramente, una minoría de trabajadores blancos mayores también apoyó a Trump. El “trumpismo” es fruto de décadas del "mal menor", donde la izquierda va detrás de funcionarios de trabajo, que se rinden continuamente al capital, mientras van detrás del partido demócrata, el cual gira a la derecha en nombre de su "lucha contra la derecha". Sin una clara alternativa política independiente de la clase obrera, arraigada en las luchas de masas, en los lugares de trabajo y en las comunidades, cada vez más trabajadores no verán otra alternativa a la ofensiva capitalista neoliberal que el nacionalismo populista blanco.
¿Qué podemos esperar del gobierno de Trump? [11] Podemos esperar una continuación e intensificación de los ataques a los trabajadores que todas las administraciones -incluidas las de Obama- han llevado a cabo desde finales de los años setenta. Deberíamos esperar aún más deportaciones de inmigrantes indocumentados ¨criminales¨ (Obama estableció el récord para la deportación), más recortes en los servicios sociales (Obama hizo los recortes más profundos en cupones de alimentos), y la eliminación de las regulaciones restantes sobre el capital, especialmente en finanzas y en la producción de energía.
A pesar de la presencia de Steve Bannon y otros populistas nacionalistas en la administración, es muy improbable que se materialicen las promesas de Trump de revertir los acuerdos neoliberales de "libre comercio" o de renunciar a los compromisos de EEUU con las alianzas diplomáticas y militares imperialistas. Trump mismo ya ha retrocedido en sus amenazas para deportar a todos los trabajadores indocumentados, reinstaurar los simulacros de ahogamiento, retirarse de los acuerdos de Paris sobre el clima, acusar a Bill y Hillary Clinton, o prohibir la entrada de musulmanes a los EE.UU. Sus propuestas para renegociar el TLCAN e imponer aranceles a China, retirarse de las negociaciones sobre la Asociación Transpacífica, construir un muro en la frontera mexicana o cambiar las alianzas militares y diplomáticas de la OTAN a la Rusia de Putin se enfrentarán a la concertada oposición, tanto del establishment del Congreso dominado por los republicanos como al oficialismo permanente del gobierno federal.
Dicho de otro modo, Trump probablemente enfrentará el tipo de obstáculos estructurales e institucionales a los que se enfrentan los socialdemócratas al intentar implementar reformas anticapitalistas a través del estado capitalista. Esto, por supuesto, desmoralizará a muchos de sus seguidores de la clase media y de la clase obrera y facilitará que la tendencia dominante en los republicanos recupere el control del partido, posiblemente mediante la creación de un sistema de “superdelegados” no elegidos como los que los demócratas crearon en los años setenta.
La lucha contra el Trumpismo tendrá que tomar varias formas-defensa colectiva anti-fascista organizada contra los ataques; manifestaciones masivas y, en definitiva, luchas en los lugares de trabajo.
Aunque el régimen de Trump no es fascista, su elección ha alentado a los pequeños grupos de fascistas organizados y derechistas individuales. Ellos creen que tienen el "viento a favor", que les permite asaltar a personas de color, inmigrantes, musulmanes, homosexuales e izquierdistas. Hasta el 16 de noviembre -una semana completa después de la elección de Trump- el Centro Legal para la Pobreza del Sur contó aproximadamente setecientos crímenes de odio violentos en los Estados Unidos. [12]
La lucha contra el Trumpismo tendrá que tomar varias formas-defensa colectiva anti-fascista organizada contra los ataques; manifestaciones masivas y, en definitiva, luchas en los lugares de trabajo. Estratégicamente, los nuevos organizadores necesitan entender que no podemos confiar ni en los demócratas ni en las fuerzas del reformismo oficial. Mientras que los funcionarios de trabajo y sus aliados pueden estar más dispuestos a movilizarse contra Trump de lo que pudieron haberlo estado contra Obama, podemos esperar que redoblen su apoyo a los demócratas en las elecciones al Congreso de 2018.
Las protestas espontáneas en muchas ciudades y la creciente campaña para usar pines de seguridad como signo de solidaridad contra la violencia racista y homofóbica son inicios prometedores. Sin embargo, el peligro es que estas luchas, como el Levantamiento de Wisconsin, Occupy, y Black Lives Matter, serán de corta duración y dejarán poca organización independiente a su paso.
El camino a seguir para la izquierda es reconstruir la minoría militante -el sector de activistas con una estrategia y tácticas que van más allá del reformismo- en los lugares de trabajo y los movimientos sociales. Sin este sector arraigado en sectores más amplios de los trabajadores, los funcionarios de trabajo, los políticos del Partido Demócrata y los líderes de clase media de los movimientos sociales podrán descarrilar y desmovilizar continuamente luchas prometedoras, como lo han hecho durante la mayor parte de los últimos cuarenta años.
El camino a seguir para la izquierda es reconstruir la minoría militante -el sector de activistas con una estrategia y tácticas que van más allá del reformismo- en los lugares de trabajo y los movimientos sociales.
Charlie Post enseña sociología en la Universidad de la ciudad de Nueva York y es un activista socialista de mucho tiempo.
[1] Theda Skocpol y Vanessa Williamson, The Tea Party and the Remaking of Republican Conservatism (New York: Oxford University Press, 2013)
[2] Los sguientes parrafos estan basados en: Charlie Post, “Why the Tea Party?” New Politics 53 (Summer 2012), “Whither the Republican Party?: The 2014 Elections and the Future of Capital’s ‘A Team’” Brooklyn Rail (December 18, 2014) y “The Future of the Republican Party” Jacobin (December 23, 2014)
[3] Binyamin Appelbaum, “Donald Trump’s Idea to Cut National Debt: Get Creditors to Accept Less” New York Times (6 de mayo, 2016)
[4] David E. Sanger and Maggie Haberman, “In Donald Trump’s Worldview, America Comes First, and Everybody Else Pays,” New York Times (26 de Marzo, 2016); David E. Sanger, “Paul Ryan on Foreign Policy Is Closer to Hillary Clinton Than Donald Trump” New York Times (14 de abril, 2016); Mark Lander, “How Hillary Clinton Became a Hawk,” New York Times Magazine (21 de abril, 2016)
[5] Binyamin Applebaum, “Experts Warn of Backlash in Donald Trump’s China Trade Policies” New York Times (2 de mayo, 2016). Ver también “Reforming The U.S.-China Trade Relationship To Make America Great Again”
[6] La participación de los votantes por grupos demográficos para 2008 y 2012 fue tomada de Roper Center for Public Opinion Research at Cornell University y la información de 2016 fue tomada de CNN Exit Polls.
[7] Kevin Uhrmacher, Kevin Schaul y Dan Keating, “These Obama Strongholds Sealed the Election for Trump” Washington Post (9 de noviembre, 2016) y Loren Collingwood, “The County-By-County Data on Trump Voters Shows Why He Won” Washington Post (19 Noviembre, 2016)
[8] Konstantin Kilibarda y Daria Roithmayr, “The Myth of the Rust Belt Revolt” Slate (1 de Deciembre, 2016)
[9] Arlie Hoschild, Anger and Mourning on the American Right—A Journey to the Heart of the American Right (New York: New Press, 2016)
[10] Para un excelente análisis del apoyo a Trump de la clase trabajadora blanxa ver Juan Cruz Ferre, “Trump, Racism and the Working Class” Left Voice (16 de diciembre, 2016)
[11] Este análisis se presenta en mayo detalle en C. Post, “We Got Trumped” International Socialist Review (Forthcoming 2017)
[12] Hatewatch Staff, “Update: Incidents of Hateful Harassment Since Election Day Now Number 701” Southern Poverty Law Center Hatewatch (18 de Noviembre 18, 2016).
Charlie Post
Activista socialista, docente de la City University de New York, Estados Unidos.