El martes la capital bonaerense cumplió 137 años. Como parte de las celebraciones, en la Catedral hubo una misa. El arzobispo destiló doble discurso ante un puñado selecto de feligreses, que obviamente no le creyeron.
Viernes 22 de noviembre de 2019 00:00
Fotos Enfoque Rojo
En los 7.000 metros cuadrados que abarca el imponente edificio neogótico, todo hecho de ladrillos, levantado en 1885 en pleno punto central de la ciudad, entran unas 7.000 personas.
Todo lo que funciona allí está solventado por el Estado, hasta los sueldos de varios de sus ocupantes. Pero en verdad le pertenece a una empresa religiosa, que hoy está en franca caída pero nunca deja de parasitar las arcas públicas. Y cuando se dice públicas quiere decir de todas y todos, aún de quienes profesan otras religiones o incluso de quienes practicamos fervientemente el ateísmo.
En esa superficie de la Catedral de La Plata, toda hecha de ladrillos, en pleno punto central de la ciudad, donde pueden entrar 7.000 personas, este martes se hizo una ceremonia de la que participaron apenas 150 (¡y eso que era con entrada libre y gratuita!).
Ni siquiera el hecho de tratarse de un Tedeum por el cumpleaños 137 de la capital bonaerense atrajo la curiosidad de quienes paseaban por la Plaza Moreno. Solo hubo allí un puñado de creyentes, quienes de todos modos fueron porque recibieron una invitación expresa del arzobispo. Si no...
Y ahí estuvieron, para rendirle pleitesía a Víctor Manuel “Tucho” Fernández y sus sotanas poderosas. En primera fila el intendente Julio Garro. En tercera fila su rival derrotada en octubre, Florencia Saintout (quien afirma estar a favor del aborto legal). Junto al jefe comunal, el procurador general de la provincia y miembro del Opus Dei Julio Conte Grand. Y entre todes elles, varios jerarcas de la Policía Bonaerense, de la Armada Argentina y de la Prefectura Naval.
María Eugenia Vidal (habitué de esos eventos asotanados) esta vez no fue. Pero mandó como fieles representantes de su gestión al ministro de Producción Javier Tizado y a legisladoras como Carolina Píparo.
Obviamente, un grupo de rancios empresarios locales también dieron el presente. Y para que la cosa no perdiera tono juvenil, dos cursos completos de colegios católicos que fueron arriados hasta el templo, todes uniformadites (en verdad, parecían más interesados en fumarse un porro en la plaza que en escuchar sermones).
Qué crema más intragable, por Dios. Y mirá que algunes se hacen les progres. Madre santa. Perdónales Señor, no saben lo que hacen… Perdón, fue un desliz. Volvamos al asunto.
Lo cierto es que, con fondos pagados por todas y todos, un puñado de exponentes de un puñado de instituciones decadentes se levantaron temprano y se encontraron en la Catedral, casi a solas, para consumar un acto más de hipocresía canónica.
Pero lo peor no fueron las presencias ni las ausencias. Lo peor, lo realmente peor, fue el discurso del arzobispo. Ante un auditorio de clase media recontracomodada, de pequeñoburguesía autopercibida (sacando, obviamente, a les trabajadores de prensa y a la treintena de patovicas que exponen sus puños a cambio de un salario de convenio), Tucho Fernández se dedicó a hablar de la pobreza y sus víctimas.
Lo hizo citando un par de veces a su amigo personal y empleador, el Papa, combinando algunas definiciones generales de Francisco con aspectos de la geografía platense.
Dijo que la ciudad debe estar formada por partes que “estén bien integradas, en un verdadero conjunto, de modo que nadie tenga que encerrarse en un barrio privándose de vivir la ciudad verdadera como un espacio compartido. Así los otros dejan de ser extraños y se los puede sentir como parte de un nosotros”.
Obviamente él se ubica siempre del lado del “nosotros”, nunca del de “ellos”. Y hasta tuvo la osadía de reconocer que a la pobreza solo la “contacta” los fines de semana, en las afueras del “cuadrilátero” que es el casco urbano donde él y su auditorio cohabitan diariamente. Dijo “cua-dri-lá-te-ro”, como se denomina a la pista de competencia del boxeo. Sintomático.
Tucho agregó que La Plata es “escenario de tantos dramas” como el narcotráfico, las adicciones y las distintas formas de violencia. “Hoy es como si se fuera cultivando un modo de violencia distinto, más verbal, se le dice cualquier cosa al otro y eso me parece a veces un tanto destructivo, desintegrador”.
De las violencias sexuales ejercidas por curas como el excapellán del Servicio Penitenciario Eduardo Lorenzo o el excapellán del Ejército Rubén Marchini, ni una palabra del monseñor (pese a que en ese mismo momento un grupo de sobrevivientes de abuso eclesiástico se manifestaba en las puertas de la Catedral). Mucho menos de las violencias genocidas avaladas por la Conferencia Episcopal.
“Particularmente nos tiene que inquietar que unos sean menos que otros”, le dijo el arzobispo al auditorio invitado por él mismo, que está especializado en hacer que miles y miles de personas sean menos que elles. “Somos ciudadanos, pero a veces parece que algunos son menos ciudadanos que otros, que algunos tuvieran más derechos que otros”, insistió. Más de uno de las primeras filas se habrá reído a carcajadas por dentro.
Y fue más allá. Dijo que “hasta cuando se habla de inmigrantes da la impresión de que se dice ellos y nosotros, cuando le están aportando tanto a nuestra ciudad”. Y que La Plata “tiene que seguir creciendo mucho para que en los barrios más periféricos se note que no son ciudadanos de segunda, que hay servicios iguales para todos, que hay una seguridad igual para todos”.
Puede que haya pensado en las comunidades boliviana y chilena que tienen gran presencia en la ciudad. Aunque, por desgracia, ni mencionó lo que está pasando en Bolivia y Chile, donde la Iglesia viene teniendo gran participación aliada a los sectores de la derecha golpista y represora.
El arzobispo no es ingenuo ni mucho menos de bajo coeficiente intelectual. Por eso sus dicho no pueden interpretarse como otra cosa que una flagrante muestra de doble discurso. Él sabe perfectamente que ni Garro, ni Conte Grand, ni el funcionariado de Vidal ni mucho menos la jerarquía de las fuerzas armadas y de seguridad van a mover un dedo para cumplir con esos postulados lanzados desde el púlpito. No solo lo sabe, él mismo es ejemplo de no estar dispuesto a perder ni uno solo de sus privilegios en pos de “otros”.
Tras el palabrerío que ordena la liturgia se dio por concluido el Tedeum. Pero quedaría otro acto. Luego del “demos gracias a Dios, podemos ir en paz” de Fernández, el arzobispo junto a unas veinte personas bajaron al subsuelo de la Catedral y se pararon frente a la cripta del fundador de la ciudad. Entre risas y abrazos de funcionarios y curas, el jefe de la Iglesia local invitó al intendente a colocar dos carísimas coronas sobre las tumbas de Dardo Rocha y Paula Arana, su esposa (la del fundador de La Plata).
Terminado el acto de rigor y con una rapidez propia de un roedor urbano, el arzobispo se escabulló entre los túneles neogóticos mientras Garro y algunos de sus colaboradores decidieron salir por la puerta del costado y no por el frente de la Catedral.
Con el imponente templo casi vacío, les cronistas de medios locales concluían su faena no sin antes recorrer con las miradas los maravillosos vitraux, obras de arte singular que cautivan con sus formas y colores. Lujosísimos Vitraux que, obviamente, también fueron solventados y son mantenidos con fondos públicos, tal como lo dicta el artículo 2 de la Constitución Nacional. Porque Iglesia y Estado, recordemos, todavía no son asuntos separados.