Después de casi 30 años, Los Simpsons no pasan de moda y unen generaciones. Primera entrega de una serie de análisis sobre la familia amarilla más famosa.
Jueves 16 de junio de 2016
Los Simpsons es una serie estadounidense de comedia, en formato de animación, creada por Matt Groening para la Fox. La serie es una sátira de la sociedad estadounidense que narra la vida y el día a día de una familia de clase media de ese país.
Sin embargo, podemos asumir que en muchísimos ámbitos, cualquier argentino o argentina consigue identificarse en reiterados capítulos, desde febrero del 91 cuando la serie desembarcó en Telefe y se volvió un fenómeno masivo. ¿Qué les da la particularidad de haber cruzado tantas fronteras y que casi todos hayamos tomado como propios a estos personajes tan “norteamericanos”?
Es que sus recursos satíricos e irónicos permanentes humanizan y desterritorializan a estos personajes, permitiendo una apropiación de casi cualquier individuo en diferentes gestos y líneas. En un plano de utilización de estos recursos con decidida perfección (o perfeccionamiento permanente), cualquiera puede sentirse identificado desde la mayor idiotez humana como un Homero, o desde la rebeldía constante como una Lisa (o Bart); ahí es donde también se encuentra la transversalidad generacional de la serie, ¿o es que acaso como humanidad no arrastramos estas subjetividades con nosotros mas allá de la generación a la que pertenezcamos?
Por otro lado, un fenómeno masivo del que viene formando parte esta familia son los innumerables memes y páginas que los proveen: “Los Simpsons y la política”, “Los Simpsons y el futbol”, “Los Simpsons y la facultad”, etc. Y uno ya se pregunta: “Los Simpsons y…” ¿Qué mas vendrá?
Lo cierto es que no es algo extraño que pueda suceder esto y es debido a la realidad social que impregna la serie. Numerosos son los capítulos que cuestionan las normativas sociales, la familia, la sexualidad, el trabajo, el cuidado del medio ambiente y el sistema capitalista de conjunto. Así puede uno recordar fácilmente el capítulo en el que Homero calcula que los obreros de las fundiciones de metal no pueden ser homosexuales, hasta aquel en el que Lisa canta en medio de una huelga “ellos tienen la torre, nosotros el poder”. O bien cuando el Señor Burns pasa un día entero riéndose de un obrero minusválido, o cuando la escuela se vende a una multinacional fabricante de juguetes.
Miles de cosas hay para revisar segundo a segundo, por ejemplo, la sutilidad de que Lenny (“un supuesto Lenin”) esta platónicamente enamorado de Carl (“un supuesto Marx”), o el rol que cumple Marge como “madre norteamericana”.
Son dignas de un estudio sociológico (y muchos se han hecho) la masividad de un público que va desde estudiantes hasta obreros y la agudeza de discusiones y recuerdos imbricados en la memoria de miles de personas que la serie consigue. Así como la paradoja de que una serie con tanta crítica “por izquierda” puede favorecer tanto la ganancia capitalista de sus creadores y de la cadena televisiva que la distribuye.
Por lo pronto, a la pregunta básica que todos alguna vez nos hicimos: ¿Qué tienen los Simpsons que nos gustan a las mayorías?, un humilde fan y freak de la serie sólo puede responder con una cita del gran Homero: “Marge, no voy a mentirte…”