El grupo fundador del punk latinoamericano se despidió hasta nuevo aviso el jueves pasado en Temperley con un show breve e intenso, apoyado en interpretaciones venales y el extraño clima de los finales inciertos.
Juan Ignacio Provéndola @juaniprovendola
Miércoles 21 de noviembre de 2018 10:19
Despedida de Los Violadores en Auditorio Sur. (Foto: Al Dana)
Los Violadores gozan de un beneficio que no tienen ni Sumo, ni Soda Stéreo, ni Virus, ni V8: aún están en condiciones de reunirse con todos sus miembros fundamentales. Es acaso la última gran banda del rock argentino de los ’80 que puede darse tal gusto, y así lo hizo a partir del 2016 con el glorioso regreso en el Luna Park, donde por primera vez en su historia el Templo del Box fue colmado por un artista punk local. El DVD Luna Punk da cuenta de esa noche memorable.
El retorno tuvo muchos puntos altos (inolvidable el show en el teatro Vorterix de febrero del año pasado) y repuso de buenos momentos a un grupo que se había descascarado en su mejor hora, con el disco cumbre Mercado indio y en plena expansión continental. Conscientes de que lo mejor ya lo habían dado en otra época, no prometieron continuidad ni se propusieron crear nuevas canciones; simplemente se lanzaron a la oportunidad de reunirse en condiciones óptimas y verificar si tanto ellos como su obra resistieron al paso del tiempo.
La experiencia duró dos años y medio desde el Luna Park del 24 de abril de 2016 hasta el show del jueves pasado en Temperley, anunciado por el grupo bajo el lema “Como la última vez”. Fue el único concierto que la banda no pudo suspender tras la histórica y polémica presentación del mes pasado en el Gran Rex. Una puesta ambiciosa de Violadores (aprovechó el entorno del teatro para incluir una soprano, cuerdas y otros instrumentos) pero con poco tiempo de ensayo y diferencias personales que dejaron como saldo una actuación despareja.
“Nos queda una sola bala en la recámara. Por favor, que el tiro no salga por la culata”, expresó el cantante Pil Chalar en su cuenta de Facebook semanas antes de la actuación de Auditorio Sur. Un mensaje autocrítico y conciliador para calmar las aguas mientras los fans discutían si la presentación del Rex fue deslucida o en verdad se trató de una auténtica performance punk. Tal vez pasarán los años y no habrá consenso para analizarlo, pero lo cierto es que la historia de Los Viola (y también el presente, a través de la intensa actividad de sus miembros) merecía mejor final que Stuka tocando solo en el escenario ante la negativa de sus compañeros y la sorpresa del público.
En un extraño clima de expectativa y melancolía Los Violadores salieron el jueves pasado a saldar algunas deudas con el presente y a honrar su propia historia en la noche de Temperley, cita de la función final. A las 21.30 se apagaron las luces de Auditorio Sur y comenzó a sonar la pista de teclas y cuerdas de “Bombas a Londres”. Y minutos después asomaron Pil, Stuka, el Polaco Zelazek y Sergio Gramática para hacer tanto esa canción como “Aburrido divertido”, las dos que abren Mercado indio. En el segundo tema, tal como ocurre en el álbum, el cantante presentó al guitarrista antes del solo. Un gesto para la paz en la última oportunidad que tenían de revivir aquellas canciones que inauguraron el punk argentino, le dieron popularidad y marcaron una era en la cultura rock doméstica.
Casi al instante sobrevino una seguidilla de himnos que incendió a la sala de Temperley: “Más allá del bien y del mal”, “Al borde del abismo” y “Nada ni nadie” (picoteando Y ahora qué pasa, eh?, Fuera de sector y Mercado indio, los tres grandes discos de la banda) dejaron sin respiro a un público que se entregó a la ceremonia celebratoria de manera abnegada, jugando su propio partido y contribuyendo a levantar una noche precedida por ánimos encontrados. Tres temas aguerridos, oscuros y pregnantes que muestran lo mejor de su impronta postpunk.
Una furiosa versión de “Violadores de la ley” sirvió para demostrar que el grupo no necesita explicarse demasiado a sí mismo porque eso ya lo hacen muy bien sus canciones: el estribillo aclara que lo que intenta violarse es el orden establecido, y opera como respuesta a quienes malinterpretaron su nombre en 1987, cuando fue compuesto el tema, y también ahora.
La “excusa” para la vuelta de Los Violadores en 2018 fueron los treinta años de Mercado indio, disco que aquella formación tocó poco, ya que Gramática renunció a los meses. Uno de los puntos más altos de este repaso fue la emotiva “Juega a ganar” (de lo mejor que había dejado el Rex) con Pil recordando la versión original que habían grabado en un demo antes de que el productor Michel Peyronel le modificara algunas estrofas. O “Infierno privado”, donde el cantante recuerda en una de sus tantas frases-manifiesto que “Siempre soy yo, no lo quiero evitar, ningún argumento lo podrá cambiar”, mientras Stuka se luce en la versión que mejor le sienta: el blend justo entre la furia punk, el interés por los arreglos y la búsqueda de un estilo personal. ¿Cuántos abrieron su cabeza a un universo nuevo con la pluma de Chalar y la guitarra de Fossá? La cultura rock nunca hubiese sido lo mismo sin ellos.
Solo en momentos puntuales Pil y Stuka se animaron a hablar ante el micrófono, lo justo y necesario para no declamar palabras de más que revivieran los fantasmas del Gran Rex ni demorar la continuidad del repertorio. El cantante hizo hincapié en su cuestionamiento al gobierno actual, mientras que el guitarrista intervino para agradecer al público por llenar el lugar. Nada distinto a lo que el grupo hizo a lo largo de su existencia.
Una hora después del inicio, Pil empezó a anticipar un final tal vez precipitado. La primera tanda de bises fue con el medley “Viejos patéticos”/“Aushwitz” y “Represión”. Una dosis de punk crudo y veloz que puso en orden a clásicos que, por un motivo u otro, habían sido malogrados en el Rex. Y, por último, “Mercado indio”, “Fuera de sektor” y “1,2, Ultraviolento”, nuevamente repasando sus tres discos emblemáticos a través de un representativo catálogo: la depuración del sonido distorsionado en el primero, la experimentación new wave del segundo y, por último, el himno angular del punk argentino que no había sonado un mes antes en el teatro.
La banda no pudo ensayar antes de Temperley y eso se notó en algunos desajustes menores que igual enmendaron sobre el momento y siempre con gran resultado. La lista fue imbatible, pero tal vez breve: apenas 19 temas,quizás para minimizar márgenes de error y apostar al alto impacto. Una desprolijidad cautivante, una intensidad a veces controlada y a veces desbordada y la sensación de que algunas canciones son inmunes al paso del tiempo es lo que dejaron Los Violadores en este juego de espejos con el presente al cual se entregaron durante dos años y medio. Sobre el final, Stuka dijo: “Piltrafa, Gramática, el Polaco y yo nos despedimos de todos ustedes. Pero bueno, que se yo… nunca se sabe”. Y no hizo falta agregar nada más.