Los hechos sucedidos a mediados del año 1970 tendieron a quedar opacados entre el Cordobazo que los precedió y el Viborazo que los sucedió, pero a pesar de no haber tenido la envergadura de estos, fueron importantes muestras no sólo del nivel de radicalización de las bases obreras de sectores estratégicos de la estructura económica cordobesa, sino también de cómo la alianza social que había protagonizado el Cordobazo seguía mostrando capacidad de recrearse y cuestionar la Córdoba de las multinacionales.
Lunes 24 de diciembre de 2018 18:20
Corría el año 1970, el estado de ánimo de la clase obrera que venía de protagonizar el Cordobazo abrió un proceso de incipiente ruptura entre las bases y las conducciones sindicales de sectores estratégicos, como mostró el avance de huelgas salvajes que escaparon al control de la conducción torrista (sector ligado al dirigente Elpidio Torres) del SMATA.
En el marco de una ofensiva patronal que reestructuró los procesos productivos y aumentó la explotación obrera con el quite de categorías y el traslado a la planta de Santa Isabel de cuatro activistas combativos, los obreros resolvieron la toma de la planta de Perdriel, que Renault utilizaba para la fabricación de matrices y cajas de herramienta. “Los operarios ocuparon el complejo fabril tapando el alambrado con telgopor y rodeando la fábrica con tanques de 200 litros que contenían nafta, tinner y otros combustibles inflamables. Además, desde los techos de los pabellones, exhibieron botellas con cócteles molotov y carteles que pedían la reincorporación de los obreros trasladados”, relata Carlos Mignon en "Córdoba obrera. El sindicato en la fábrica, 1968-1973". A esto se sumaba la retención de 30 rehenes pertenecientes al personal jerárquico, ejecutivos y el gerente general de la fábrica.
La toma de Perdriel duró 2 días y logró la reincorporación de los trasladados, impactando sobre el conjunto de los trabajadores metalmecánicos que presionaron al SMATA para adoptar medidas más combativas. Frente a las negociaciones paritarias, y ante la extendida presión de las bases, se generalizó la toma de plantas. Para el 3 de junio de 1970 estaban tomados 9 establecimientos fabriles (IKA Renault, Matricerías IKA, Thompson-Ramco, Ilasa, Transax, Grandes Motores Diesel, Materfer, Perkins) en demanda de aumento general de emergencia y libre discusión de convenios, vigencia del sábado inglés, revisión de todas las categorías, libertad para ejercer la actividad sindical.
En algunas plantas como IKA-Renault y Transax comenzaron a surgir órganos autónomos de lucha que respondían a las bases obreras, los llamados comités de ocupación o comités de lucha, que organizaban la defensa de las fábricas frente a los intentos de desalojo policial e imponían la disciplina de los sectores en lucha al interior de cada planta. Estos órganos autónomos que actuaban por fuera del control de la cúpula sindical garantizaron la alianza de las fábricas en lucha con los vecinos del barrio a través de comités barriales, como sucedió en el caso de Santa Isabel.
Estos permitieron no solo la entrada en acción de la familia obrera reuniendo a las esposas e hijos de los trabajadores, sino al conjunto de la comunidad, mostrando incipientes organismos de articulación de la alianza obrero-popular que actuaron como puentes entre la fábrica y el territorio, ampliando las demandas que inicialmente motorizaron la lucha.
Así, además de garantizar la defensa de las fábricas en lucha desde afuera, los comités barriales vehiculizaron la irrupción de denuncias contra la carestía de la vida, la existencia de servicios deficientes, los tarifazos y el avance de la especulación inmobiliaria que presionaba al aumento de los impuestos y los alquileres de la vivienda de los sectores populares. En los barrios del cinturón suburbano comenzaron a organizarse movilizaciones de vecinos contra el aumento del impuesto inmobiliario.
El movimiento estudiantil también se ubicó como un sujeto social y político central en la incipiente articulación de la alianza obrero-popular. Los universitarios, que venían dando una lucha contra la imposición del cupo en la Universidad por parte del rectorado, radicalizaron la pelea asimilando los métodos de lucha de los metalmecánicos con la toma de distintas facultades, el impulso de organismos autónomos para la lucha como la “comisión de organización del movimiento estudiantil de filosofía” y la toma del hospital de Clínicas en apoyo a los reclamos de los obreros. Estudiantes de arquitectura participaban activamente de los comités barriales poniendo sus conocimientos al servicio de proponer modos alternativos de planificación urbana al servicio de las necesidades populares, haciendo concreto el cuestionamiento a la función social del conocimiento.
Pero todas estas experiencias iniciales de autoorganización de organismos de frente único de masas no se desplegaron por negativa de la conducción de SMATA. Por eso el desarrollo de comités no fue una experiencia generalizada. La conducción sindical buscó permanentemente reencauzar el conflicto hacia los canales tradicionales de la actividad sindical, aislando a los trabajadores en lucha y evitando una perspectiva que pudiese perfilar la hegemonía obrera de la lucha social, es decir la capacidad de la clase obrera de levantar un programa y formas de lucha que diesen salida a las demandas del conjunto de los sectores populares.
La política de la burocracia de impedir la alianza obrero-popular, intentando limitar el poder de decisión de los comités de ocupación, no pudo ser contrarrestada debido a la ausencia de un partido revolucionario decidido que se propusiera impulsar las mejores tendencias a la coordinación y la autoorganización para que los comités se consolidaran como las instancias efectivas de dirección de la lucha.
El PCR (Partido Comunista Revolucionario) que contaba con activistas y delegados en varias plantas metalmecánicas, no centró su orientación en potenciar esa coordinación, que en los hechos se fue debilitando.
En función de la política conciliadora de la conducción de SMATA, que comenzó a convocar a asambleas para intentar desactivar y encauzar el conflicto obrero, presionando para levantar las ocupaciones, el 5 de junio de 1970 la policía ingresó al complejo IKA-Renault y encarceló a varios activistas. Ante la ofensiva represiva, la huelga de 35 días que se vio obligado a decretar el SMATA en las plantas automotrices no logró cambiar la relación de fuerzas y la lucha obrera fue derrotada. Pocos meses más tarde, el Viborazo volvió a mostrar el estado de insubordinación que recorría las bases obreras, que sólo pudo ser derrotado con el genocidio de la última dictadura militar que acometió un enorme saqueo al pueblo trabajador.
Hoy la subjetividad obrera dista mucho de aquellos niveles de radicalización e insubordinación, y en Córdoba vemos una clase obrera que producto de entregas de sus direcciones sindicales y derrotas está más a la defensiva, en el contexto más general de una enorme pasividad impuesta y alentada por las conducciones sindicales dedicadas a impedir que los trabajadores salgan a enfrentar este nuevo saqueo histórico al servicio del FMI.
Pero en el marco del ajuste en curso, que degradará brutalmente las condiciones de vida de los sectores obreros y populares con despidos, caída salarial, ataques a la educación, la salud, tarifazos, etc. estarán planteados nuevos combates y la perspectiva de que sectores que hoy están en la pasividad giren rápidamente hacia la acción, abriendo la posibilidad de que se planteen agudos episodios de la lucha de clases.
Buscar las formas de recrear esta alianza social se convierte en una cuestión capital para prepararnos para las batallas que están por venir. Cuando el avance del ajuste empuje a los sectores más degradados a la lucha abierta, ¿estaremos en condiciones de poner en pie comités que articulen la lucha en las escuelas, hospitales, fábricas, servicios estratégicos, con las grandes barriadas populares, levantando un programa anticapitalista de conjunto? De eso depende lo que hagamos hoy mismo.
Por eso a la par que impulsamos agrupaciones para recuperar las organizaciones sindicales de manos de las burocracias y participamos en los distintos movimientos de lucha para consolidar fracciones que se propongan superar las divisiones que imponen sus conducciones, queremos desplegar una orientación audaz que nos permita ir forjando esa alianza social.
Mientras el conjunto de los partidos del régimen intentan mantener a cada sector en la pasividad o librando peleas parciales que no logren alterar la relación de fuerzas en su conjunto y abrir una situación de ascenso de la lucha de clases, se trata de cómo evitamos caer en el rutinarismo que intentan imponer las conducciones de las organizaciones sindicales, estudiantiles, del movimiento de mujeres para preparar otro camino.
Porque no hay utopismo más grande que el “corporativismo” de tener como único fin la defensa de las demandas de cada “movimiento” en un marco de ajuste generalizado como el que estamos viviendo. ¿Acaso se pueden separar las demandas de las mujeres de la lucha de la clase trabajadora, cuando la mitad de la clase obrera está compuesta por mujeres que día a día sufren acoso laboral, reciben las categorías más bajas por las que cobran menos salario, son perseguidas cuando quedan embarazadas, y un largo etc. que muestra la unidad entre opresión patriarcal y explotación capitalista? ¿Porque no tratar de volcar todo el entusiasmo del movimiento de mujeres a revolucionar las grandes organizaciones cuyas cúpulas garantizan que nos sigan saqueando? Impulsar comisiones de mujeres en los lugares de trabajo puede ser una vía para romper la rutina sindical de la pasividad y que las mujeres se conviertan en un enorme motor de organización, militancia y lucha, que pueda desplegar políticas audaces de relación con la comunidad.
Para prepararnos, se vuelve vital llegar a una situación de ascenso de la lucha social con sectores que hayan adquirido no solo consciencia de la necesidad de la unidad sino fundamentalmente una práctica en ese sentido, con experiencias concretas de instancias de coordinación que permitan radicalizar las demandas y los métodos de lucha que puedan ir consolidando un “cinturón de apoyo social” alrededor de las principales luchas. Esas experiencias tienen que permitir consolidar volúmenes de fuerza para incidir en la lucha de clases, lo que implica hacerse fuerte en algún territorio y poder responder organizando la pelea desde sus escuelas, fábricas, establecimientos que reúnan a trabajadores de los servicios, facultades.
El proyecto político del PTS con el impulso a la militancia cruzada donde se reúnan en actividades y planes políticos comunes sectores de trabajadores, mujeres y jóvenes, que se influencien mutuamente, está enteramente puesto al servicio de esta perspectiva.
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Paula Schaller
Licenciada en Historia, conductora del programa Giro a la Izquierda de Córdoba y miembro del comité de redacción de Ideas de Izquierda.