Celeste Murillo reflexionó sobre el impacto de la denuncia de Actrices Argentinas y los debates en el feminismo y el movimiento de mujeres. Escuchá y/o leé los principales conceptos del editorial de “El Círculo Rojo”, programa de La Izquierda Diario que se emite todos los domingos de 22 a 24 por Radio Con Vos.
Celeste Murillo @rompe_teclas
Lunes 17 de diciembre de 2018 08:52
El martes pasado, un colectivo de actrices convocó a una conferencia de prensa.
La actriz Thelma Fardin había radicado una denuncia por violación contra el actor Juan Darthes.
El escenario elegido no es casual, la acción es colectiva, con Thelma están sus compañeras de trabajo. La denunciante no está sola porque ella y sus compañeras saben que el problema no se termina en ese agresor individual.
Una de las frases que se dijeron en la conferencia fue “No es una denuncia individual: es un movimiento”. El comunicado de Actrices Argentinas puso el acento en su pertenencia al movimiento de mujeres que emergió en nuestro país con el reclamo de #NiUnaMenos contra la violencia machista y que más tarde vimos transformarse en el movimiento por el derecho al aborto legal.
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En ese comunicado denunciaron la desigualdad en la industria del espectáculo, los abusos de poder, la ausencia de protocolos para enfrentar las situaciones de violencia, y hablaron de la responsabilidad de la Justicia y del Estado. (Un Estado que solo hace muecas cínicas como los anuncios del presidente Macri de bajar un spot o trabajar por la igualdad, después de recortar el presupuesto de programas elementales, con el voto cómplice de los bloques mayoritarios).
Se refirieron también a la forma en la que actúan los medios, que muchas veces explotan el morbo pero no hablan de todo lo que rodea estas situaciones, como la precarización laboral.
Una de las claves del impacto de la denuncia es justamente la forma colectiva en la que decidieron hacerla: sin limitarlo a un caso aislado y denunciando el caldo de cultivo de las agresiones.
Este aspecto es muy valioso, y es lo que disparó que muchas mujeres pudieran verse en ese espejo de las desigualdades en el trabajo y de los abusos de poder de jefes y supervisores, que son la norma en la sociedad capitalista. El mensaje multiplicó los testimonios de otras mujeres.
Son muchas “denuncias individuales” las que muestran que no es solo Juan Darthés, que lo que existe es discriminación y desigualdad sistemáticas que afectan a las mujeres.
Es innegable que hay algo poderoso en ese primer reconocimiento, en saber que el sufrimiento individual, en realidad no lo es.
Y la denuncia de Thelma Fardin muestra también que detrás de las voces que pueden y se animan a hablar, hay en realidad otras miles que son silenciadas.
De hecho unos días antes nos habíamos enterado del femicidio de Andrea López, asesinada por su marido, a quien ella había denunciado por lesiones y abuso sexual. Y la semana anterior más de 10 mil mujeres marchamos en repudio al fallo de impunidad con el que la Justicia cerró el femicidio de Lucía Pérez. Este fallo solo confirmó que el Estado y sus instituciones legitiman, justifican y reproducen la violencia machista.
El impacto de la denuncia de Actrices Argentinas también reabrió debates en el feminismo y el movimiento de mujeres. Y esto es clave porque cuando un movimiento político deja de hacerse preguntas y de cuestionarse deja de existir.
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El debate abierto alrededor de las denuncias contra un poderoso productor Hollywood, simbolizadas en el hashtag Me Too, ya había mostrado que ese primer paso no podía ser el único.
¿Cómo lograr que el movimiento no quede en una suma de denuncias individuales? ¿Cómo evitar que nuestro movimiento se despolitice vía la judicialización y el punitivismo? ¿cuáles son las estrategias para los cambios reales?
Así empezaba a estar en cuestión el horizonte punitivista: ¿por qué quienes luchamos contra la opresión aceptaríamos esa perspectiva tan impotente? Andrea D’Atri, fundadora de la agrupación Pan y Rosas, reflexionó sobre esa perspectiva:
“En este sentido, la lucha contra la violencia hacia las mujeres se vuelve impotente por tratarse de una (infinita) sumatoria de puniciones que, aunque se pretendan ejemplificadoras, está comprobado que no logran eliminar, ni siquiera reducir el número de víctimas ni los sufrimientos de la opresión”.
En Argentina, el debate también se dio alrededor de los escraches, un debate que durante esta semana volvió a abrirse. Una de las voces que tuvo mayor repercusión fue la de la antropóloga Rita Segato, que en una entrevista con Reynaldo Sietecase en esta radio, recorrió varias discusiones y planteó sobre todo el alerta ante la deriva punitivista que puede tener el movimiento de mujeres en lucha contra la violencia, señalando que no quería un feminismo que duerma con un abogado debajo de la almohada.
Y al referirse a los escraches y linchamientos en redes sociales, dijo:
“Las mujeres siempre fuimos linchadas, siempre fuimos las brujas. Entonces parece una venganza: ‘ahora nosotras vamos a linchar”. “Yo no quiero los vicios de mi antagonista, no quiero los vicios del poder”.
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La propia Thelma Fardin declaró que no está de acuerdo con el método del escrache y que veía que cuando no le creen a ella, el mayor problema es que no se le cree a un montón de mujeres, la mayoría, que no tienen los medios para denunciar porque la violencia machista está naturalizada.
La socióloga María Pía López hizo una reflexión interesante en el diario Página/12, en la que confrontaba la acción colectiva con la lógica punitiva de los escraches, y apuntó a las condiciones que hacen tolerables la violencia y los abusos, como la desigualdad y la precariedad.
Señaló también un alerta sobre qué hacer frente a las agresiones y decía: “Como nunca, tenemos que ser capaces de singularizar. Preguntarnos por las diferencias de poder, por la punición y la gradación de las penas, por las imágenes de sociedad deseable que se juegan”.
Por supuesto, en esa idea de sociedad deseable hay diversas perspectivas y estrategias en juego, que también se cuelan en otros debates del movimientos de mujeres como el del derecho al aborto legal o más ambiciosos todavía, el de cómo terminar con la opresión. Esos debates muchas veces incluyen cuestionamientos tan incómodos como necesarios.
La persistencia de la violencia, que se reproduce en un sistema donde una minoría que tiene todo vive del trabajo de la mayoría que no tiene nada, muestra que esa sociedad no tiene mucho para ofrecer a la mayoría de las mujeres, que engrosan las filas de la pobreza y la precariedad, y además sufren la opresión.
Si la sociedad hoy tolera menos las agresiones machistas, es por la movilización y la lucha de las mujeres y nuestros aliados, y no por la evolución de un sistema que nos muestra todos los días que está destinado a perecer.
Cada vez que la voz de las oprimidas se hace oír en las calles, escuchamos que el patriarcado se va a caer. Y es tentador pensarlo mientras vemos cómo se multiplican esas voces, pero cada día de sobrevida de esa alianza entre el capitalismo y el patriarcado nos confirma que nada se cae solo, que tenemos que tirarlo.
Celeste Murillo
Columnista de cultura y géneros en el programa de radio El Círculo Rojo.