Continuamos con los debates que abrieron los distintos documentos presentados a la Conferencia Nacional del PTS que se realizó entre el 11 y el 13 de diciembre, que inició un período previo a nuestro XVIII Congreso (que se realizará en abril de 2021).
Jueves 7 de enero de 2021 11:10
Continuamos con los debates que abrieron los distintos documentos presentados a la Conferencia Nacional del PTS que se realizó entre el 11 y el 13 de diciembre, que inició un período previo a nuestro XVIII Congreso (que se realizará en abril de 2021). Hemos publicado en estas páginas las críticas formuladas por otros dirigentes de la izquierda (Jorge Altamira, Pablo Giachello del PO) y nuestras respuestas (ver aquí y aquí). Queremos promover los debates, algo que lamentablemente parecen no querer nuestros críticos ya que ninguno publicó nuestras respuestas en sus respectivas páginas. Llegan al extremo de ni siquiera linkear los textos con los que debaten, para que los lectores puedan conocerlos de primera mano sin necesidad de googlearlos. Los convocamos a hacerlo. Como se demostrará en el caso que tomaremos en este artículo, creemos que siempre se aprende de las polémicas y debates.
La última opinión ha sido la de Roberto Sáenz, modestamente titulado como “teórico de la corriente internacional Socialismo o Barbarie” (o sea, el Nuevo MAS). Polemiza con la intervención de Emilio Albamonte de apertura de la parte internacional de nuestra Conferencia (como Altamira y Giachello, toma citas aisladas sin siquiera poner el link al texto con el que está polemizando). Lo acusa de ser “apologético del estalinismo” y de considerar como determinante en el análisis la “relación entre los estados”, cuando uno de los aportes centrales de esa exposición (al menos desde mi punto de vista) fue precisamente profundizar la crítica al método objetivista y claudicante del estalinismo de diversas corrientes del trotskismo, como el morenismo al que pertenecía el viejo MAS, que se adaptaron al criterio de considerar lo “geopolítico” como determinante en la interpretación del “mapa rojo” del mundo de Yalta. ¿No entendió los conceptos -que volveremos a exponer- o busca inventar una posición con la cual “polemizar”? Nos inclinamos por lo segundo, como un intento de justificar las elaboraciones teóricas que, varios años después de su “vuelta” al MAS, adoptó Sáenz de Aldo Casas (en aquel momento dirigente del MAS, bajo el seudónimo de Andrés Romero, integrante luego del Frente Popular Darío Santillán y la revista Herramienta). Esta concepción niega el carácter de clase que tuvieron la URSS y demás estados obreros deformados y degenerados antes de la restauración capitalista, asumiendo la vaga categoría de “estado burocrático” y rompiendo con la estrategia de “revolución política” para esos estados en aras de una fantasmagórica “revolución total”, lo que conduce a un callejón sin salida teórico y político o a romper con la estrategia de la hegemonía de la clase trabajadora para la revolución obrera y socialista (como terminó haciendo el propio Casas). Como expondremos más abajo, esta discusión no es meramente histórica, sino que tiene consecuencias para el método con el cual analizar la realidad para elaborar una política revolucionaria.
Es curioso que semejante acusación (“apologético del estalinismo”) venga de un compañero que fue parte de la ruptura del “viejo” MAS, en 1988, junto a quienes fundamos el PTS, y que organizó al año siguiente una fracción que, sin abrir el más mínimo debate, decidió volver al “viejo” MAS. Este partido se encontraba en ese momento en un curso abiertamente oportunista, constituyendo Izquierda Unida con el Partido Comunista (sí, había una vez donde hubo un PC en Argentina), llevando al centroizquierdista Néstor Vicente como candidato a presidente. ¡Eligió ese rumbo justo en 1989, el año de la caída del Muro de Berlín! [1] Intentaremos ver qué coherencia hay en esta trayectoria política.
Además, Sáenz acusa a Albamonte de “subestimar los factores subjetivos”, en particular la inexistencia de un “movimiento obrero socialista”, entre otras cuestiones, que también abordaremos.
El método de Trotsky y la crítica del “mapa rojo” claudicante al estalinismo
La intervención de Albamonte, como su título lo indica, estuvo centrada en “el método marxista y la actualidad de la época de crisis, guerras y revoluciones”. Uno de los conceptos desarrollados (vamos a tocar aquí sólo los que están referidos a esta polémica) fue alrededor de exponer por qué la lucha de clases es lo determinante para el análisis, respecto a la economía y a la relación entre los estados (los tres aspectos que desarrolla Trotsky para comprender la situación internacional y el “equilibrio capitalista”).
Aplicando este método al análisis del siglo XX, señala que “el partido del que nosotros surgimos, el antiguo Movimiento al Socialismo, veía el mapa de la situación mundial entre los años 1920 y 1940 como un mapa negro: derrota china, derrota española, el fascismo en Alemania, etc. Y a partir de 1945, lo veía como un mapa rojo: expropiación de la burguesía en China, Yugoslavia, Hungría, etc.”.
Al contrario de lo que interpreta Sáenz, señala que “Si vemos la situación mundial desde el punto de vista de la geopolítica, de la competencia interestatal entre dos sistemas, entonces el ‘mapa rojo’ existía. Sin embargo, en esos países no se podía desarrollar el socialismo ‘en un solo país’ a partir de variantes estalinistas nacionales porque, en última instancia, eso es lo contrario de la perspectiva de unir las fuerzas productivas a nivel internacional que permitan disminuir radicalmente el tiempo de trabajo y avanzar hacia una sociedad de productores libres asociados, como decía Marx. Todas esas ideologías de conciliación de clases que inficionan no solo el reformismo sino el sentido común de partidos que se dicen comunistas iban totalmente en contra de pintar el ‘mapa rojo’, porque estaba lleno de Estados que se decían socialistas –inclusive Estados africanos que se decían socialistas nacionales– pero que desde el punto de vista de la lucha clases estaban preparando la catástrofe que fue el neoliberalismo, cuando todas esas burocracias que dirigían esos Estados se apropiaron de los bienes públicos y se hicieron oligarcas aplastando al pueblo trabajador”. Junto con esto, “el estalinismo, gracias al prestigio de que el Ejército Rojo había derrotado a los nazis, se hizo de masas en occidente, con enormes Partidos Comunistas que fueron claves para el desvío o la derrota de enormes procesos revolucionarios que se dieron a la salida de la guerra en Francia, Italia y Grecia”.
Hay una polémica explícita con la idea de “mapa rojo” estático e irreversible que era común en la izquierda, basada en el hecho de que un tercio del globo vivía bajo regímenes donde se había expropiado al capital. Al estar bajo la dirección de distintas variantes burocráticas que no se proponían una estrategia que tuviera como fin la revolución socialista a nivel internacional sino una “competencia” económica (al menos hasta Jrushchov) y la “coexistencia pacífica” (en el marco de la política imperialista de “contención” y Guerra Fría, que implicaba disputas políticas y militares, llegando a guerras limitadas “en los bordes” [2]) bajo el discurso de desarrollar el “socialismo” en uno o varios países [3], los estados donde se había expropiado a los capitalistas estaban puestos al servicio de preservar el “orden de Yalta” y abonaban el terreno de las políticas crecientemente restauracionistas. Desde el punto de vista de las relaciones sociales cristalizadas en los estados obreros deformados y degenerados, con todas las distorsiones que eso implica, había un “mapa rojo” como análisis geopolítico, pero esta definición implicaba un embellecimiento de las burocracias que dirigían esos estados devaluando las tendencias restauracionistas y las crisis que se estaban incubando.
La ilusión estratégica del morenismo, sobre todo luego del fallecimiento de Nahuel Moreno en enero de 1987, era que un proceso de “revoluciones democráticas” en esos estados, impulsadas en frente único (en sus primeras etapas) con las fuerzas “democráticas” (aunque levantaran programas restauracionistas del capitalismo), permitirían el avance de la revolución socialista internacional. El morenismo [4] abandonaba así de hecho la estrategia de “revolución política” defendida por Trotsky, basada en la caracterización “clásica” que reivindicamos quienes formamos el PTS: que esos estados eran estados obreros degenerados (la URSS, porque había nacido como estado obrero revolucionario) o deformados (los que habían nacido burocratizados, dirigidos por las distintas variantes de burocracias estalinistas, maoístas, etc. o como subproducto de la invasión del Ejército Rojo en el este europeo). Contra toda separación artificial entre las bases económico-sociales del estado (expropiación de los capitalistas, monopolio del comercio exterior, inexistencia de mercado de trabajo, etc.) y las deformaciones impuestas por su dirección burocrática estalinista (en sus distintas variantes), los análisis de Trotsky integraban la dinámica política (y de la lucha de clases) en la propia definición del estado, de la cual se desprendía la estrategia política revolucionaria. No se trataba de “estados obreros” a secas, sino “degenerados” (o deformados) lo que implicaba, nada más ni nada menos, que la necesidad de una nueva revolución, una revolución política para expulsar a la burocracia del poder, para lo que había que construir allí nuevos partidos revolucionarios (enfrentados con los PCs estalinizados). De aquí que la crítica que plantea Albamonte a la idea del “mapa rojo” explica por qué es determinante la lucha de clases y su dinámica (para lo cual es fundamental la fuerza política que ejerce la dirección), y no la relación estática entre los estados. De esto se deduce que la única estrategia que permitiría preservar la conquista de la expropiación del capitalismo y echar a la burocracia para restaurar el poder de los consejos obreros (soviets), era la de la “revolución política”, en combate tanto con las burocracias estalinistas como con las diversas corrientes “democráticas” restauracionistas (burguesas o pequeñoburguesas). Recordemos: Sáenz y su fracción volvieron al viejo MAS cuando este era fanático defensor de la “revolución democrática”. En 1989, el MAS y su corriente internacional (LIT), plantearon para Alemania la “¡reunificación ya!” cuando comenzaron las movilizaciones en la República Democrática Alemana gobernada por los estalinistas, que terminarían con la caída del Muro de Berlín y la reunificación bajo el mando del imperialismo alemán, restaurando el capitalismo en la ex RDA. Nuestra corriente planteó la “reunificación obrera (o socialista)”, para combatir desde un principio a favor de las demandas democráticas pero en contra de las políticas restauracionistas “democráticas”. Otras corrientes, como el mandelismo, se colocaron en el bando defensor del estado obrero deformado, contra las masas. El MAS y la LIT transformaron así sus teorizaciones en una política oportunista de adaptación a las corrientes restauracionistas apoyadas por las distintas potencias imperialistas y el Vaticano.
El salto teórico posterior dado por Sáenz que explica por qué no tuvo problema en volver al partido que defendía la “revolución democrática”, fue el de adherir a las elaboraciones teóricas de Aldo Casas de quitar el carácter de clase “obrero” a la ex URSS, China y los estados del Este, para considerarlos como “estados burocráticos” donde se habría instaurado un nuevo tipo de explotación. El triunfo de la burocracia estalinista en la URSS y el carácter no obrero revolucionario de las demás burocracias que encabezaron procesos revolucionarios (China, Yugoslavia, Vietnam, Cuba, etc.) implicaba para Casas (y Sáenz) la liquidación de las bases sociales obreras de esos estados, por más deformados que fueran. Bajo esta idea, Casas (y Sáenz) se suman tardíamente a quienes consideraban en el movimiento trotskista (muchos terminaron rompiendo) [5] que la expropiación de la burguesía, la destrucción de las relaciones capitalistas y la nacionalización de los principales medios de producción son elementos secundarios y no premisas indispensables para una eventual “transición hacia el socialismo” [6]. De allí a la ruptura con la estrategia de “revolución política” hay un solo paso. Saénz prefirió romper con Trotsky a encarar una ruptura crítica con el legado de Nahuel Moreno. Pero no se trata de personas sino de métodos y política revolucionaria. Al considerar equivocada la batalla central de Trotsky por la revolución política en la URSS durante los ’30, se pone en cuestión un aspecto esencial del Programa de Transición, de la fundación de la Cuarta Internacional y de la tradición revolucionaria del trotskismo. Sáenz busca disimular tras un reconocimiento general de Trotsky, esta ruptura clave con su legado.
Las revoluciones de posguerra y la teoría de la Revolución Permanente
Sáenz señala que ninguno de los procesos de la posguerra, incluida la revolución China, “abrieron realmente la transición socialista más allá de la conquista progresiva de la expropiación burguesa”. Si por “transición socialista” se entiende una integración creciente de las fuerzas productivas a nivel internacional de manera tal que permita la elevación del nivel de vida de la clase trabajadora, la reducción de la jornada de trabajo a la par de la producción en abundancia de los bienes y servicios que requiere la humanidad en una relación armónica con la naturaleza, y la consiguiente tendencia a la desaparición del estado, estamos de acuerdo. Esa era la crítica de Trotsky al “socialismo en un solo país” estalinista. Por lo tanto, no es necesario romper con las categorías de Trotsky para sostener esa posición. Pero Trotsky consideraba a la URSS de mediados de los ’30 como “régimen transitorio entre el capitalismo y el socialismo, o preparatorio al socialismo, y no socialista” [7], donde el carácter “transitorio” estaba dado por las características “obreras” de la estructura económico-social heredada de la revolución que señalamos arriba. Sáenz liquida esta definición en función de pensar en una “transición” que siempre “avanza”, que si tiene deformaciones o degeneraciones deja ser “transición”, a diferencia del método materialista dialéctico de Trotsky expresado en “La Revolución Traicionada”, en “En defensa del marxismo” y numerosos escritos.
Un callejón sin salida peor viene con la segunda parte, “la conquista progresiva de la expropiación de la burguesía”. Sería una conquista “progresiva” pero no “obrera”, pues el estado no merece ese nombre ya que no han quedado o no hay vestigios de “poder obrero”. Se trataría de una “expropiación de la burguesía” que sería una “conquista progresiva” hecha por la burocracia estalinista (en los estados del Este) o por una revolución de base campesina dirigida por el PC de Mao Tse Tung en China, y así sucesivamente en los demás países. Entonces, la Teoría de Revolución Permanente que sostiene que no hay ninguna estrategia progresiva entre la burguesía y el proletariado capaz de “expropiar” a la primera (Trotsky se refiere específicamente a la falsedad de la “dictadura democrática del proletariado y el campesinado” como alternativa diferente a la “dictadura del proletariado”) estaría equivocada. La “dictadura democrática del proletariado y el campesinado” que anhelaba el estalinismo parecería haberse concretado, en la teorización de Casas/Sáenz, en el “estado burocrático” que, sin embargo, configura un nuevo régimen de explotación, no transitorio. Hay otra vía distinta a la revolución socialista que puede conducir a la expropiación de la burguesía, ya sea por la invasión del Ejército Rojo o ya sea por una revolución de base campesina y métodos de guerrilla (China, Cuba, Vietnam). ¿No termina esto siendo una “apología del estalinismo” y demás direcciones pequeñoburguesas en sus distintas variantes?
La explicación que hemos sostenido desde nuestro balance crítico/ruptura con la teoría de la “revolución democrática” y la interpretación objetivista de la Teoría de la Revolución Permanente de Nahuel Moreno , hasta el más ampliamente elaborada por Albamonte y Maiello en el libro “Estrategia Socialista y Arte Militar”, es que se trató de condiciones excepcionales que obligaron a la burocracia estalinista y a esos “partidos-ejércitos” a ir más allá de lo que querían en su ruptura con la burguesía. Así como Stalin quería crear “democracias populares” sin expropiar a la burguesía en los países invadidos por el Ejército Rojo del este de Europa, Mao en China, Ho Chi Ming en Indochina/Vietnam y Fidel Castro en Cuba, al frente de verdaderas revoluciones de base campesina popular (con fuerte protagonismo urbano en el caso de Cuba), tenían estrategias para gobernar junto con la burguesía “nacional” (el “bloque de las cuatro clases” y la “nueva democracia” de Mao, el Pacto de Caracas de Castro, etc.). Expropiar a la burguesía significaba, para estas direcciones, avanzar en el programa del gobierno obrero, de la dictadura del proletariado (ya en ese momento degenerada en la URSS). Trotsky había formulado como hipótesis “poco probable” en el Programa de Transición que “no es posible negar categóricamente a priori la posibilidad teórica de que bajo la influencia de una combinación de circunstancias muy excepcional (guerra, derrota, crack financiero, ofensiva revolucionaria de las masas, etc.) partidos pequeñoburgueses, incluyendo a los estalinistas, puedan llegar más lejos de lo que ellos quisieran en el camino de una ruptura con la burguesía”. Este “más lejos” significaba que constituyeran “gobiernos obreros y campesinos”, los que no incluían la expropiación de la burguesía. La realidad superó la previsión, pero lo que no ocurrió es que surgiera un nuevo programa “burocrático”, pequeñoburgués, ni obrero ni burgués, ya que las medidas adoptadas en esos estados, aunque de forma brutalmente burocrática, involucran aspectos del programa obrero y socialista. En “Estrategia Socialista y Arte Militar” está desarrollado cada proceso, las teorías y estrategias en juego y la crítica que formulamos desde el marxismo revolucionario (en especial, en los capítulos 5, 6 y 7). Allí señalan que “Trotsky se abre a casos contradictorios que salen de la norma para integrarlos a su teoría de conjunto (que incluye sus indispensables desarrollos sobre la burocracia obrera)” [8]. Sáenz toma esos “casos contradictorios” para liquidar la “norma” teórico-programática. Un curso similar ha adoptado Jorge Altamira y su nueva organización a propósito de la caracterización de Cuba, volviendo a su pasado lambertista [9].
La definición de Trotsky permite dar cuenta al hecho de que en la mayoría de los procesos revolucionarios de la posguerra y del ascenso ’68-’82 donde intervinieron “partidos pequeñoburgueses, incluyendo a los estalinistas”, su estrategia no sometida a la “influencia de una combinación de circunstancias muy excepcional (guerra, derrota, crack financiero, ofensiva revolucionaria de las masas, etc...)” llevó a duras derrotas (Indonesia en los ’60, las dictaduras latinoamericanas en los ’60 y ‘70s, etc.), o desvíos sin llegar a expropiar a la burguesía (Argelia en el ’62 o Portugal en el ’74 quizá como los más avanzados, el Mayo Francés, etc.). Incluso en las “circunstancias muy excepcionales” del ascenso de la inmediata posguerra, los PC fueron parte de la preservación del poder capitalista traicionando las tendencias revolucionarias que se dieron en Italia, Grecia, Francia, etc. Dicho sea de paso, la estalinofobia de Sáenz lo lleva a subestimar el rol de los Partidos Comunistas en la resistencia al final de la Segunda Guerra en países como Francia, Italia, etc., con lo cual termina embelleciéndolos. ¿Acaso no ocupó no tuvo el PCF dos ministerios en el gobierno provisional encabezado por De Gaulle a la salida de la guerra? ¿Acaso no fue uno de los momentos más agudos de lucha de clases en la Italia de posguerra la huelga general en repudio al atentado a Palmiro Togliatti de julio de 1948?
Hemos polemizado largamente con concepciones como las que plantea Sáenz. Por esto, resulta llamativa la afirmación de que nuestra corriente “ha carecido siempre de una elaboración propia y real sobre el balance del estalinismo” como sostiene Sáenz, cuando hemos publicado decenas de polémicas y estudios al respecto. Invitamos a que al menos lea el libro de Albamonte y Maiello que hemos citado. Incluso suena un tanto extraño al espíritu feminista de nuestra época, negar el extenso trabajo de Claudia Cinatti , publicado ya hace 15 años, donde analiza y critica las principales elaboraciones del movimiento marxista sobre el balance del estalinismo.
El análisis de Sáenz de la posguerra muestra cuán próximas son sus posiciones de la “revolución democrática” sostenida por el morenismo, que termina siendo una adaptación a la política “democrática” del imperialismo. Sáenz sostiene que “El estallido de la Segunda Guerra Mundial fue una colosal derrota de los explotados y oprimidos de todo el mundo así como, distorsionadamente, la derrota del nazismo y el fascismo fue un colosal triunfo democrático”. Con la primera afirmación no hay discusión, pero sostener que “la derrota del nazismo y el fascismo fue un colosal triunfo democrático”, por más que se le agregue el atenuante “distorsionadamente”, lleva a sostener que el resultado de la Segunda Guerra no fue reaccionario porque triunfó el bando imperialista “democrático” encabezado por Estados Unidos si tomamos en cuenta la indignación de Sáenz por destacar que el resultado contradictorio de la guerra fue que un tercio del globo terminó con países donde se expropió al capitalismo. Nos contestarán que fueron “las masas” las que derrotaron al nazismo y al fascismo, cuestión que tiene una base de realidad en el hecho de que la resistencia del pueblo trabajador ruso a la invasión nazi, y luego la tendencia a los levantamientos en Francia, Italia, etc., fueron fundamentales a partir de la batalla de Stalingrado. Pero ¿cómo aislar este hecho del fortalecimiento del imperialismo norteamericano y sus aliados “democráticos”? ¿cómo no tomar en cuenta el efecto contrarrevolucionario de los bombardeos masivos “aliados” en Dresde, Hamburgo y otras ciudades que dejaron Alemania reducida a cenizas y que, como sostiene la obra de Ernest Mandel sobre la Segunda Guerra Mundial, tuvieron el frío objetivo de impedir la convergencia del ascenso de masas entre la clase obrera alemana y el resto de Europa? ¿Cómo aislar la derrota “colosal” del nazismo y el fascismo de la preservación de las dictaduras fascistas de Franco en el Estado Español y Salazar en Portugal, o del brutal y masacrador dominio francés en Argelia?
Más confusión surge de la siguiente afirmación: “La guerra fue interimperialista, efectivamente, así como una guerra contrarrevolucionaria contra la URSS, que incluso si no era ya un Estado obrero -cuestión en abierto hasta cuando lo fue; nosotros nos inclinamos a que dejó de serlo en los años 1930-, seguía siendo un país donde el capitalismo había sido expropiado”.¿Qué coherencia tiene sostener que la guerra fue “interimperialista” y a su vez que la derrota del nazismo y el fascismo fue un “triunfo democrático colosal” producto de esa misma guerra? Sólo si se sostiene que uno de los bandos imperialistas era más progresivo que otro, con lo cual se llega a la idea de “guerra de regímenes” que hemos criticado a Nahuel Moreno. ¿Cómo la URSS “ya no era un estado obrero” pero “seguía siendo un país donde el capitalismo había sido expropiado” y, se desprende, progresivo, ya que contra ella había una guerra “contrarrevolucionaria”? Si la URSS no ya contenía la conquista (degenerada) del estado obrero sino que representaba otro régimen de explotación, ¿por qué la guerra contra ella era “contrarrevolucionaria”? Solamente se puede entender esto si se consideraba “progresivo” el bando “democrático” comandado por el imperialismo norteamericano.
En este marco, llama la atención que Sáenz no se refiera al concepto de “época de crisis, guerras y revoluciones” que desarrolla Albamonte. Ni un renglón le merece. ¿En qué época estarán pensando? Esperemos que de considerar tan “colosal” la derrota del fascismo y el nazismo no terminen pensando que fue superada la perspectiva de guerras reaccionarias en aras del triunfo de la globalización y la “democracia”.
De todo esto se deduce que la falsa acusación de “apología del estalinismo” no es más que una bombita de humo para ocultar las inconsistencias y claudicaciones propias.
Como conclusión más general, sostenemos que no se puede hacer política revolucionaria sin considerar los fenómenos en su realidad contradictoria, analizando con el método materialista dialéctico sus tendencias, determinando qué hay que conservar, qué son conquistas de la clase obrera, y qué hay que destruir. Tomar creativamente los hechos pero sin tirar por la borda la “norma” teórico-programática de la revolución permanente y el programa transicional, sin la cual no se puede actuar en forma revolucionaria sobre los propios hechos. El ejemplo más sencillo es el de los sindicatos, que en manos de la burocracia sindical son armas poderosas en contra de la lucha de clases y de complicidad con la explotación capitalista (participando muchos de ellos en la gestión directa de la producción, en la administración de fondos de pensión, sistemas de salud, aseguradoras de riesgo de trabajo y en múltiples empresas capitalistas), pero que, pese a eso, siguen siendo conquistas de la clase obrera que peleamos por recuperar para la “norma” de organizaciones de la clase obrera para la lucha de clases consecuente, sin quitarles el carácter “de clase” salvo que se conviertan en organizaciones patronales que rompan toda vinculación con la clase obrera.
En otro plano, la persistencia de la ruptura de Sáenz con el trotskismo se expresa en que no considera como un activo clave de los marxistas revolucionarios para enfrentar la nefasta herencia del estalinismo y sus variantes (maoísmo, etc.) la propia lucha de Trotsky y los trotskistas. Ha criticado la publicación por parte de nuestra editorial, Ediciones IPS, de la trilogía de Isaac Deutscher sobre Trotsky, bajo la insólita “acusación” de que su sola publicación equivaldría a asumir todos los postulados del autor. No se tomó el trabajo de leer la presentación-introducción (muy crítica de Deutscher) de Matías Maiello y de analizar la enorme repercusión que tuvo dicha publicación, al menos en Argentina. Peor aún, Ediciones IPS ha sido por lejos la mayor editora en habla hispana de la obra de León Trotsky, junto a Marx, Lenin y otros autores marxistas, así como elaboraciones propias. La corriente de Sáenz ha abandonado por completo la publicación de la vasta obra de Trotsky, lo cual tiene lógica dada su ruptura teórico-política con el legado del revolucionario ruso, pero también de Marx, Engels, Lenin y demás autores marxistas revolucionarios clásicos.
La “subjetividad” del movimiento obrero, sus organizaciones, la burocracia, el estado y la reconstrucción de la Cuarta Internacional
Si el estalinismo debe ser considerado como la máxima expresión que puede adquirir una burocracia obrera, resulta llamativo que quien acusa a Albamonte de hacer “apología del estalinismo” luego se haga eco del típico ataque de los reformistas a los trotskistas de ver “el juego de direcciones abstraídas completamente de sus raíces en el seno de las masas; el resto de las determinaciones de la subjetividad de los trabajadores no cuentan para nada. Y, sobre todo, no cuenta la crisis de alternativa socialista que subsiste hasta el día de hoy como subproducto de las frustraciones del siglo veinte y que tiene su importancia sobre todo en materia de sacar los balances del caso para relanzar la batalla por el socialismo”. Luego insiste: “Albamonte desestima completamente la dificultad de que no exista hoy un movimiento obrero socialista como un siglo atrás, lo cual es una dificultad no absoluta, claro está, pero sí un problema que está pendiente de resolución”.
Nuevamente parece que Sáenz no leyó lo que critica. La exposición de Albamonte comienza describiendo el triunfo ideológico del neoliberalismo en relación a la conciencia de las masas, luego describe cómo surgió el populismo de derecha (Trump, etc.) a partir de la crisis de la hegemonía neoliberal, etc. Pero lo único que Sáenz quiere reivindicar respecto a la “conciencia” es decir que hay una gran carga negativa, a partir de la experiencia del estalinismo, para conquistar un movimiento obrero socialista. Esto es una obviedad, pero no seríamos marxistas si abstrajéramos sólo esas derrotas (la contrarrevolución estalinista, su supervivencia y fortalecimiento en la posguerra y la restauración capitalista sin surgimiento de tendencias revolucionarias en esos países) de la relación de fuerzas más general, de las etapas de la lucha de clases, de configuración de las organizaciones obreras y del desarrollo de burocracias sindicales y “sociales” alentadas por el estado. En este punto, el PTS ha desarrollado diversas teorizaciones, en particular no sólo la estrategia de autoorganización de las masas en perspectiva soviética (que fue punto central de nuestra ruptura con el morenismo y su negación de soviets como cuestión estratégica, en el momento en que Sáenz volvía al MAS), sino también la cuestión del “estado integral” o “ampliado”, tomando un concepto de Antonio Gramsci, que estudia la relación entre coerción y consenso, entre “sociedad política” y “sociedad civil”. A lo largo del siglo XX y en lo que va del siglo XXI, el estado burgués ha sofisticado los mecanismos de cooptación y “transformismo” (otro concepto presente en la intervención de Albamonte que Sáenz no entiende) buscando integrar en los mecanismos de dominación a los sindicatos, “organizaciones sociales”, ONGs y demás instituciones de la “sociedad civil” comandadas por burocracias de distinto tipo que se integran a los mecanismos del estado burgués, con discursos e incluso programas muchas veces “de izquierda”. Esto es algo que tan crudamente vemos hoy en nuestro país y en cualquier país capitalista avanzado o de desarrollo intermedio.
La consciencia no se expresa de manera “lineal” sino mediada por instituciones complejas, por representaciones sindicales, “sociales”, políticas. Es en lucha contra ellas donde la conciencia avanza o retrocede, procesando la experiencia histórica y organizando a los sectores más avanzados en partido revolucionario.
El “movimiento obrero socialista” que según Sáenz existió en el momento de la Revolución Rusa, era parte de una internacional que entró en bancarrota frente a la Primera Guerra Mundial, dejando a los revolucionarios reducidos a una pequeña minoría “que cabían en un sillón”. Por supuesto que luego del triunfo de la Revolución Rusa surgió la Tercera Internacional con peso de masas, pero ya desde los ’30 los PCs fueron convirtiéndose del “centrismo burocrático” a agentes de la burocracia contrarrevolucionaria estalinista. Esto no impidió que triunfaran importantes revoluciones en la posguerra, expropiando a los capitalistas como ya dijimos (China, Yugoslavia, Vietnam, Cuba, etc.). Ahora pesa sin dudas la nefasta experiencia de los estados obreros burocratizados, pero a su vez hay una ventaja que es la debilidad relativa de los aparatos burocráticos que oprimen al movimiento obrero, pero no tienen el prestigio y la fuerza que tenían los PCs y la socialdemocracia en la posguerra. Quizá Sáenz esto no lo pueda percibir ya que subestima burdamente el peso de los Partidos Comunistas estalinizados en la propia Segunda Guerra.
Invitamos a quien quiera profundizar en nuestro análisis del devenir de la “subjetividad” (en primer lugar a Sáenz) a leer nuestras elaboraciones al respecto. Respecto a esta polémica en particular, vale aclarar que la exposición de Albamonte es una actualización, al calor de los nuevos acontecimientos de la situación mundial, de un escrito de principios de 2011 titulado En los límites de la Restauración burguesa que también puede leerse en internet. A su vez, como ya señalamos, un recorrido y balance sobre algunos de los principales debates de estrategia y programa dentro del marxismo revolucionario en el siglo XX está contenido en el libro Estrategia socialista y arte militar (2017).
Para terminar, no es ninguna sorpresa que el Nuevo MAS haya abandonado la lucha por reconstruir/refundar la Cuarta Internacional. La herencia de Trotsky ya no es un bagaje determinante para esa organización. Entonces, su política de construcción internacional termina combinando oportunismo y sectarismo.
Oportunismo, porque mientras dieron la espalda a la Conferencia Latinoamericana y de Estados Unidos que convocamos desde el FITU y más de 40 organizaciones, reivindicando una perspectiva claramente revolucionaria (por gobiernos de trabajadores y la unidad socialista de América Latina), Sáenz plantea “una Conferencia Anticapitalista que desde donde mejor podría convocarse hoy es, sin duda, desde el PSOL”. Léase bien: no plantea que debería convocarla la oposición de izquierda dentro del PSOL de Brasil, lo que tendría alguna coherencia con el nombre, sino ¡la dirección oficial del PSOL! Esa afirmación está en una nota de debate con Valerio Arcary, que es parte de las corrientes más oportunistas del PSOL, Resistencia, que llamó a votar al golpista Paes (del partido de extrema derecha DEM) en la segunda vuelta en Río, y que apoyó con entusiasmo el “frente democrático” que conformó el PSOL con partidos burgueses y golpistas para apoyar a Guillerme Boulos en Sao Paulo. ¡El Nuevo MAS saludó el resultado de Boulos y no hizo críticas a la política crecientemente conciliadora no sólo con la burguesía en general sino con el ala “democrática” de los partidos que apoyaron el golpe institucional que destituyó a Dilma Rousseff! Es insólito pedir “anticapitalismo” al PSOL que está abiertamente inclinado a un frente “democrático” sin límites mínimos de clase. Pero además de este llamado oportunista extremo, el Nuevo MAS reivindica como política central internacional una “Conferencia Anticapitalista”, como si el “anticapitalismo” no fuera una fórmula ambigua que abarca a todo tipo de semi-reformistas, populistas, autonomistas, etc., que buscan desesperadamente alejarse de todo lo que huela a revolución obrera y socialista. Ahora se comprende a dónde puede terminar el sectarismo del Nuevo MAS hacia el FITU.
En el terreno de construcción internacional, la nota de Sáenz termina, como no podía ser de otra manera, llamando a construir “nuestros partidos revolucionarios y nuestras corrientes internacionales con la mayor amplitud de miras que sea posible”. Nada de reconstruir/refundar la Cuarta Internacional, o una internacional socialista revolucionaria. Por el contrario, la exposición de Albamonte termina reafirmando la batalla que venimos dando las organizaciones que conformamos la FT-CI, de luchar consecuentemente por la Internacional de la Revolución Socialista, buscando confluir con las corrientes y grupos con que compartamos las lecciones estratégicas de la lucha de clases. Esto nos ha permitido confluir con los compañeros y compañeras de la FIR de Italia, de la Organización Socialista de Costa Rica y la Corriente Socialista de las y los Trabajadores de Perú, a la vez que impulsamos bloques y acuerdos en cada país que tengan como base la independencia política de los trabajadores y programas transicionales para que la crisis la paguen los capitalistas, en la perspectiva de gobiernos de las y los trabajadores y el socialismo.
La etapa internacional crítica que estamos viviendo, dentro de cuyas coordenadas se desarrolla en Argentina la experiencia con el gobierno peronista, abriendo una etapa donde hemos visto elementos pre-revolucionarios (más allá de las coyunturas que pasemos) exigen afilar las herramientas teóricas y políticas para responder a la altura de estos desafíos, a nivel nacional e internacional. En función de eso estamos desarrollando estas polémicas hacia nuestro XVIII Congreso.
[1] Recién en 1991 el MAS rompería su alianza política con el estalinista PC, para luego romperse en varias otras corrientes (de donde surgieron el MST, IS y otros grupos). Cabe recordar que, en la ruptura/expulsión de quienes fundamos el PTS en 1988, la dirección del MAS agitaba el slogan “Váyanse a Armenia” frente a nuestra insistencia en prestar atención al conflicto de Nagorno Karabaj como anticipo del proceso de revolución político en la URSS y Europa del Este (algo que se demostró correcto al año siguiente). Ese período del MAS fue además el del impulso a la “Plaza del No” contra Menem sin delimitación con la burocracia sindical y la oposición de centroizquierda y otras políticas de conciliación de clases. A través de Luis Zamora, su referente de aquel momento, envió condolencias a los familiares de los militares muertos en el copamiento de regimiento de La Tablada , en enero de 1989, brutalmente reprimido.
[2] Albamonte E., Maiello M., Estrategia Socialista y Arte Militar, capítulo 8, Ediciones IPS.
[3] En la inmediata posguerra, la burocracia estalinista de la URSS organiza los estados bajo su influencia en función de las necesidades de la propia URSS. La relación con China será más contradictoria. Sáenz afirma que “Albamonte habla de una suerte de ‘unidad de acción entre la URSS y China’, que sólo está en su cabeza. Porque bien pronto comenzaron las desavenencias entre ambas burocracias”. Este “bien pronto” oculta que la URSS y China tienen un primer período de cooperación donde intervienen en común nada menos que en la Guerra de Corea, contra Estados Unidos, y luego la URSS proveerá una enorme ayuda económica y financiera. La ruptura vendrá a fines de los ’50, bajo Nikita Jrushchov.
[4] Nahuel Moreno teorizó la revisión de la Teoría de la Revolución Permanente de Trotsky en función de la nueva valoración de la “revolución democrática” para los países capitalistas con regímenes abiertamente contrarrevolucionarios (dictaduras, etc.). Para los estados obreros deformados o degenerados no llegó a plantear una revisión explícita de la estrategia de revolución política, pero sí planteó que la “primera etapa” de los procesos revolucionarios en esos países serían una “revolución de febrero” donde lucharían en común las fuerzas políticas opositoras a la burocracia gobernante, y recién luego, conquistado un régimen de “democracia en general” (cuestión imposible en un estado obrero), se abriría la lucha despiadada entre revolucionarios y restauracionistas donde los primeros se propondrían un “verdadero Octubre”. Ver en “Polémica con la LIT y el legado teórico de Nahuel Moreno” de Manolo Romano.
[5] Para finales de los años ’40, la Cuarta Internacional ya había tenido múltiples rupturas que de un modo u otro expresaban esta tendencia. Se dieron las rupturas de Shachtman, C.L.R. James, Dunayevskaya, Castoriadis, Tony Cliff, entre otros. Luego del asesinato de Trotsky y la Guerra, Ernest Mandel y Michel Pablo, desde el Secretariado Internacional, desarrollan una posición “campista” y de creciente adaptación al estalinismo y sus variantes. En 1951, Pablo publica el documento “¿A dónde vamos?”, donde contrariamente a una de las definiciones centrales de Trotsky (a saber, el carácter inestable de las formaciones sociales transitorias surgidas de la revolución proletaria acrecentado por el dominio de la burocracia bonapartista) sostiene que “la transición ocupará probablemente un periodo histórico de varios siglos”. Ligado a esto, la visión del mundo dividido en dos campos (capitalista y estalinista) y la inminencia de una nueva guerra mundial, son el fundamento para plantear hacer un “entrismo sui géneris” generalizado en los partidos de masas. El “sui generis”, como señala Albamonte, daba cuenta de que no era la táctica del “entrismo” para ganar a los elementos de vanguardia para construir un partido revolucionario independiente, sino que el objetivo era quedarse adentro de aquellos partidos comunistas.
Por otro lado, el Comité Internacional (CI), conformado por el Socialist Workers Party (SWP) norteamericano, la Socialist Labour League (SLL), la Organization Communiste Internationaliste (OCI) en Francia y la corriente de Nahuel Moreno, se resistiría correctamente a los aspectos abiertamente liquidacionistas de la política del Secretariado Internacional. Pero estos mismos sectores también estarán atravesados por la visión geopolítica del “mapa rojo” o su contrario. La SLL de Gerry Healy terminó planteando que Cuba era un Estado capitalista con un gobierno bonapartista, mientras que Pierre Lambert en 1961 definió que en Cuba había un “gobierno obrero y campesino” en el marco del sistema capitalista al que o bien la burguesía lograría llevar de regreso a la “normalidad burguesa” o bien las masas derrotarían avanzando hacía la revolución socialista, pero insólitamente, no consideró necesario volver sobre esta discusión hasta muchos años después. El caso opuesto fue el del SWP norteamericano, que comenzaría a orbitar en torno al castrismo, hasta romper con el trotskismo bajo la dirección de Jackes Barnes a principios de los ‘80. En el caso de Nahuel Moreno, en línea con la idea el “mapa rojo” vería el mundo repleto de “revoluciones de febrero” y procesos cuyo contenido era “objetivamente socialista”.
[6] Para una crítica ver, Cinatti, Claudia, “La actualidad del análisis de Trotsky frente a las nuevas (y viejas) controversias sobre la transición al socialismo” , Estrategia Internacional N.° 22, noviembre 2005.
[7] La Revolución Traicionada. Capítulo III: El socialismo y el estado
[8] ESAM, pag. 358
[9] El antecesor del PO, Política Obrera, dirigido por Jorge Altamira perteneció al CORCI (Comité de Organización por la Reconstrucción de la Cuarta Internacional) entre 1973 y 1979, encabezado por la OCI (Organización Comunista Revolucionaria) dirigida por el francés Pierre Lambert, integrado además por el Partido Obrero Revolucionario (POR) boliviano de Guillermo Lora. Como señalamos en la nota 5, Pierre Lambert tardó 20 años en reconocer que Cuba era un estado obrero deformado.