El presente artículo publicado en Economist analiza el estado de ánimo al interior de Rusia y señala que "es muy diferente a 2014, cuando la toma de Crimea provocó júbilo".
Sábado 26 de febrero de 2022 12:22
El presente artículo es parte de la sección "Partes de guerra de la prensa internacional", donde se publican artículos de distintos medios, incluidos los de la prensa burguesa internacional, que pueden ser de interes para nuestros lectores para el seguimiento del conflicto. Estas no reflejan la opinión editorial de La Izquierda Diario.
Cuando el sol se ponía sobre el Kremlin el primer día de la guerra de Rusia contra Ucrania, en Moscú se sentía la tensión. Autos negros con vidrios polarizados, luces intermitentes y escoltas policiales circulaban por el centro de la ciudad. Las furgonetas de la policía empujaron a los coches normales a un lado de la carretera. Era como si el propio Moscú estuviera siendo atacado.
Y el “ataque” se produjo, un par de horas más tarde, cuando varios miles de personas, en su mayoría jóvenes, salieron a las calles con carteles que condenaban la guerra que su presidente había desatado contra sus hermanos y hermanas en Ucrania. Ellos corearon, “Net voine” (“No a la guerra”). Las mismas palabras fueron salpicadas con pintura en las puertas de vidrio de la Duma estatal rusa, el parlamento que había apoyado casi unánimemente la invasión.
Los rostros de los manifestantes estaban cabizbajos, dominados por la consternación y el dolor. Y fueron recibidos con brutalidad. Policías antidisturbios con cascos los empujaron al suelo y los metieron en camionetas. Gregory Yudin, sociólogo y filósofo de izquierda, fue golpeado y llevado a una celda de la policía antes de ser finalmente trasladado al hospital. El 24 de febrero fueron detenidas unas 1.700 personas, la mitad de ellas en Moscú. Pero las protestas contra la guerra también recorrieron el país desde Siberia hasta San Petersburgo, donde más personas fueron detenidas al día siguiente.
Las protestas carecieron de liderazgo político y organización, y no fueron lo suficientemente grandes como para incitar a las autoridades a reconsiderar la guerra. Pero expresaron el sentimiento dominante entre la clase media profesional de Rusia. “Dolor, furia y vergüenza: estas son tres palabras que definen nuestra actitud ante lo que está sucediendo”, se lee en un comunicado del menguante grupo de medios de comunicación independientes. Mientras que en la superficie la vida en Moscú continuaba con normalidad, en el fondo para muchos había una sensación de que algo había cambiado. En las calles, la gente se detuvo para revisar sus redes sociales y ver transmisiones de video. En los cafés, los jóvenes se sentaban en un silencio atónito, sorprendidos de que su país hubiera desatado la guerra contra un vecino.
Periodistas, artistas, celebridades, estrellas de rock y blogueros se han pronunciado. “Miedo y dolor”, escribió Ivan Urgant, un popular presentador de la televisión estatal, en su Instagram. Monetochka ("Pequeña moneda"), una estrella del pop, publicó una foto de su propio rostro, llorando, con un cartel: "¡Qué vergüenza!". Hasta el momento no ha habido renuncias de altos funcionarios, pero tampoco ha habido entusiasmo por la guerra. Sergei Utkin, un experto en seguridad que previamente había difundido la línea del Kremlin sobre política exterior, escribió en Twitter: “Mi país está cometiendo un crimen horrible en Ucrania que no puede tener justificación… Todos tenemos una parte de responsabilidad. No hay una buena manera de salir de eso”.
Una petición contra la guerra ha reunido 500.000 firmas en un solo día, y sigue creciendo. Novaya Gazeta , el principal periódico pro-oposición de Rusia, salió en dos idiomas, ruso y ucraniano.
Al igual que la invasión soviética de Praga en 1968, que dio forma al movimiento disidente en la Unión Soviética, la invasión de Ucrania es un punto de partida para la sociedad rusa. El estado de ánimo sombrío y avergonzado en Moscú difícilmente podría ser más diferente de la euforia que se apoderó de él en 2014 cuando Putin tomó y anexó Crimea. Entonces la sociedad rusa se llenó de orgullo. Incluso aquellos que reconocieron que la anexión era ilegal admitieron que la operación incruenta había sido bien ejecutada.
Esta vez, las encuestas de opinión de Levada, una encuestadora independiente, muestran que el país está dividido, con menos de la mitad de la población apoyando el reconocimiento de Putin de las dos repúblicas [de Donbass] en Ucrania, un precursor de la guerra. No hay demostraciones públicas de apoyo a la invasión de Putin.
La propaganda gubernamental, que domina la televisión estatal y también se difunde a través de los canales de YouTube y la radio, es marcadamente diferente a la de 2014. Su tono es defensivo, no triunfal. Busca disminuir la escala de la guerra (u “operación militar” en la jerga del Kremlin). Las autoridades están tratando de alejar a los rusos de otras fuentes de información. El 25 de febrero, el Kremlin limitó el acceso a Facebook e instruyó a los medios a confiar exclusivamente en fuentes oficiales. Las imágenes de Kiev, donde la gente se refugia en las estaciones de metro, son raras. Los rusos no querían y no estaban preparado para esta guerra. De hecho, el Kremlin había insistido repetidamente en que no iría a la guerra en Ucrania.
Los partidarios de Putin apelan no a la celebración sino al estoicismo. Valentina Matvienko, la presidenta de la cámara alta del parlamento de Rusia, que ha respaldado efusivamente cada movimiento de Putin, ahora le pide a la gente que asuma las consecuencias. “Sí, no será fácil vivir durante algún tiempo [las sanciones occidentales], pero intentaremos reducir su efecto”, dijo el 25 de febrero. Mientras tanto, los rusos se apresuraron a sus bancos para sacar dólares. Muchos minoristas de productos electrónicos han aumentado sus precios en un 30% como resultado de la caída del valor del rublo, y la gente se apresura a comprar hasta agotar existencias.