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Red Internacional
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MUJER Y DICTADURA. Lozadur: la lucha de las mujeres ceramistas de la zona norte bonaerense

La última dictadura militar quiso cortar de raíz la experiencia de miles de obreros y estudiantes que querían terminar con este sistema de explotación. Pasado un nuevo aniversario del golpe, compartimos el ejemplo de las ceramistas.

Domingo 3 de marzo de 2019 00:00

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Foto: La fábrica Lozadur y sus desaparecidos. Entre ellos, Dominga y Felicidad.

El Informe de la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas (CONADEP) dice que el 33% de los desaparecidos entre 1976 y 1983 eran mujeres y que el 10% de ellas estaban embarazadas. Además el 30,2% eran obreros y el 17, 9% empleados y uno de cada tres estudiantes, que representan el 21% de los desaparecidos, también trabajaba, muchos de ellos en fábricas.

La enorme mayoría de los 30 mil compañeros y compañeras detenidos/as-desaparecidos/as eran trabajadores y muchas de ellas, mujeres. La dictadura tuvo un claro objetivo: desarticular la organización obrera que cuestionaba el centro de las ganancias capitalistas, para poder pasar sus planes de ajuste y destruir las conquistas obreras para multiplicar las ganancias de empresarios e imperialistas.

Ya lo había denunciando Rodolfo Walsh en su Carta a las Juntas, el 24 de marzo de 1977, día en que fue asesinado por la dictadura: “En un año han reducido ustedes el salario real de los trabajadores al 40%, disminuido su participación en el ingreso nacional al 30%, elevado de 6 a 18 horas la jornada de labor que necesita un obrero para pagar la canasta familiar (…) Congelando salarios a culatazos mientras los precios suben en las puntas de las bayonetas, aboliendo toda forma de reclamación colectiva, prohibiendo asambleas y comisiones internas, alargando horarios, elevando la desocupación al récord del 9% prometiendo aumentarla con 300.000 nuevos despidos, han retrotraído las relaciones de producción a los comienzos de la era industrial, y cuando los trabajadores han querido protestar los han calificados de subversivos, secuestrando cuerpos enteros de delegados que en algunos casos aparecieron muertos, y en otros no aparecieron (…)”

La experiencia histórica de la clase obrera que la dictadura vino a cortar, tuvo como protagonistas a las mujeres. Las que trabajaban en fábricas, era empleadas o docentes, luchaban junto a sus compañeros de trabajo; las que eran amas de casa, impulsaban comisiones de mujeres donde se reunían para organizar la solidaridad con los conflictos, aportar al sustento económico durante la huelga o la ocupación y organizar acciones de lucha. Muchas eran militantes revolucionarias y habían avanzado en organizarse también políticamente. Todas enfrentaron la represión y muchas de ellas fueron asesinadas y desaparecidas.

Desafiaban el rol social que el régimen les asignaba, fue por eso que recibieron una feroz represión, con una saña particular. En los centros clandestinos sufrieron abusos, violaciones, acosos y 400 niños les fueron apropiados. Pero también en las campañas propagandísticas que desarrollaba la dictadura en diarios, revistas y TV: las Madres de Plaza de Mayo eran unas viejas locas, responsables por las desapariciones de sus hijos e hijas; las trabajadoras, estudiantes militantes desaparecían por no estar en su casa y las acusaban de abandonar a sus hijos.

Dominga y Felicidad

Eran hermanas. Las dos trabajaban en la fábrica Lozadur cuando comenzó la dictadura. Una de ellas había nacido en España, la otra en Buenos Aires, luego de que sus padres se vinieran por la miseria y la dictadura de Franco. Las dos vivían en Del Viso, Provincia de Buenos Aires.

Dominga había sido delegada antes del golpe y de la intervención militar a Lozadur: “Ella era una mina totalmente decente, sana, buena gente. Un modelo de mujer, sin idealizarla (…) Como pude investigué lo que había pasado a través de un militar que era un pariente lejano, el subinterventor del sindicato Luz y Fuerza. Pero comenzaron a apretarme, igual que al novio de Felicidad. Entonces me fui a Coronel Pringles y a Cipolletti unos seis meses. Dominga tenía 27 años y yo era dos años menor”, cuenta su novio de aquella época (Entrevista en Página 12, 2009).
Juntas habían participado de las luchas que se había desarrollado en la cerámica los años previos al golpe.

El 2 de noviembre de 1977 fueron secuestradas de su domicilio. Esa misma noche se llevaron también a otros cinco compañeros de Lozadur: “a las 23.45 llegaron a su casa, en 9 de Julio 830, Del Viso, dos individuos que saltaron la verja de entrada; uno de ellos, quien comandaba el operativo, vestía de civil y con fuertes golpes en la puerta obligó al padre de Dominga y Felicidad a levantarse. Le dijeron que eran policías y exhibieron credenciales, obviamente falsas. Uno de ellos sacó un arma corta y encañonó al padre (…) mantuvo al padre y la madre de Dominga y Felicidad con el cuerpo mirando hacia el piso mientras revisaban las habitaciones de sus hijas, a quienes ordenaron que se vistieran”, cuenta quien fuera novio de Dominga en una entrevista en Página 12.

Hubo entre 15 y 20 desapariciones de trabajadores de Lozadur en noviembre de 1977 y de 5 a 10 de otras plantas de cerámica en el área por la misma fecha. Más adelante se supo que esas desapariciones fueron realizadas gracias a operativos preparados directamente desde Campo de Mayo.

Ceramistas: intensa experiencia de lucha

La empresa Lozadur se había instalado en un gran predio entre las estaciones de Boulogne y Villa Adelina en 1939. Se convirtió en una empresa importante que fabricaba vajilla de loza. “Era una planta fabril que contaba con unos 1200 trabajadores, de los cuales el 60 por ciento eran mujeres”, nos cuenta Bernardo Veksler, ex delegado de la fábrica y autor del libro La batalla de los hornos.

Durante años, el gremio ceramista había sido postergado, sus trabajadores sufrían una terrible explotación y sus dirigentes eran traidores. El mismo Veksler explica que el gremio había sido “tan traicionado que cuando encontró el pequeño hueco para poder explotar lo hizo”.

Con el triunfo de Cámpora en el 73 el movimiento obrero salió a ocupar fábricas, establecimientos públicos, hospitales, etc. Lozadur era la fábrica más grande del gremio ceramista, sus trabajadores ocuparon la planta incluso dos días antes de asunción del presidente de la formula “Cámpora al gobierno, Perón al poder”, el 23 de mayo. “La propia secretaria de Cámpora comunicándose para que lo levanten y los tipos no querían, porque hubo tres despidos que provocó la patronal, la gente reaccionó y no paró más”, afirma Vesksler en un reportaje en La Izquierda Diario.

Cuando los trabajadores y trabajadoras tomaron la fábrica, expulsaron a la vieja comisión interna por traidora y eligieron por asamblea nuevos delegados. Entonces exigieron la renuncia de la Comisión Directiva, elecciones transparentes en el gremio. Pero no obtenían respuesta alguna. Por eso decidieron organizar una marcha con todos los trabajadores de la planta al sindicato: lo tomaron y lograron echar a toda la burocracia y reclamaron la normalización del gremio, eran los últimos meses de 1973.

Recuperaron el gremio y a partir de esta conquista se desataron conflictos salariales y luchas por mejorar las condiciones laborales. En septiembre de 1975 volvieron a ocupar la planta. Ya se desarrollaban las coordinadoras fabriles, Lozadur era parte de las que se organizaban en la zona norte. Junto a trabajadores de astilleros, textiles, alimenticias, químicas, autopartistas, entre otras, peleaban en común contra los planes del gobierno de María Estela Martínez de Perón. Una de las luchas más contundente, meses antes del golpe, fue el “Rodrigazo”: enfrentaron con éxito el plan del ministro Celestino Rodrigo para congelar salarios, mientras la inflación crecía a saltos.

Dominga y Felicidad con sus compañeros de fábrica

El 13 de febrero del ‘76 apareció asesinado Juan Pablo Lobos, delegado de Lozadur. Todas las plantas del ramo se paralizaron 24 horas en repudio por el crimen. Después del golpe, la Federación Obrera Ceramista fue intervenida y quedó a cargo del comandante de Gendarmería Máximo Milarck.

El terror llegó a todos lados, pero no impidió que se escucharan los reclamos obreros, que se desataron en varias fábricas como resistencia a los ataques que imponía la dictadura. “Los compañeros se sentían tan fuertes que aún en medio del gobierno militar empezaron a hacer petitorios para aumentos de salarios con quites de colaboración. Los delegados que existían todavía fueron convocados al Ministerio de Trabajo, uno de ellos, Pablo Villanueva que era un compañero del PST fue intimado a levantar el conflicto”, cuenta Veksler. Y continúa: “las compañeras fueron las que dieron la cara en las asambleas y las que se atrevieron a enfrentar a los militares cuando irrumpieron en la planta fabril para exigir el fin del conflicto. Su valentía no fue tolerada por los genocidas y les hicieron pagar con su vida tanta intrepidez y bravura”.

Pablo Villanueva desapareció el 2 de noviembre, la misma noche que Dominga y Felicidad y dos compañeras más de la fábrica.

“Recordar a Felicidad Abadía Crespo, Dominga Abadía Crespo, Elba María Puente y Sofía Tomasa Cardozo es homenajear a la mujer obrera que no se doblega ante la adversidad, que ilumina con su sonrisa los momentos más duros de la resistencia y que contagia entusiasmo a los que muestran algunas flaquezas en los momentos críticos de una lucha”, escribe, conmovido, Veksler.

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