El grupo formado por tres miembros de la H homenajea “Ácido Argentino”, su obra angular, para recordarnos que el rock debe seguir siendo un espacio de reflexión y resistencia.
Juan Ignacio Provéndola @juaniprovendola
Martes 3 de octubre de 2017
Pocas bandas se animaron a dialogar tan espesamente con el tiempo histórico que le tocó vivir como lo hizo Hermética durante la primera mitad de los ’90, época en la que sacó apenas tres discos con canciones propias y con eso le bastó para escribir una leyenda difícil de superar, mientras el menemismo tallaba su relato de mantas cortas con pocos cuerpos arropados y muchas piernas a la intemperie.
La H rompió la polaridad Redondos-Soda Stereo como forma de explicar los hábitos y consumos de la cultura rock doméstica porque introdujo nuevas inspiraciones y, en consecuencia, también nuevas audiencias. Lo que hasta ese entonces era un mercado casi de clase media (con el ‘hombre suburbano’ Pappo como anomalía en un panteón de ‘burgueses’ como Spinetta, Charly, Cerati o el propio Solari), a partir de Hermética se hizo ancho y profundizó su base social: nunca el rock se había sumergido tanto en el barro de las orillas, en las zonas marginadas y en los sectores explotados. El género, que hasta ese entonces cantaba contra los dispositivos dominantes valiéndose de sus instrumentos, ahora incorporaba al desclasado como productor cultural en una época donde el modelo neoliberal lo único que fabricaba genuinamente eran expulsados del sistema.
El rock argentino entonces pasó como nunca a ser un hecho político, una plataforma desde la cuál cuestionar cánones establecidos y naturalizados de manera directa y confrontativa: el “Descubrimiento de América”, la colimba, los medios de comunicación masivos, el sistema electoral, los fanatismos religiosos, el consumismo como aspiración de clase o la violencia institucional pasaron por la picota de la pluma de Ricardo Iorio, la garganta de Claudio O’Connor, las cuerdas del Tano Romano y los parches del Pato Strunz.
Hermética lo hizo con una agresividad sonora que era sincera (sus cuatro músicos cultivaban el metal) pero a la vez conveniente: su estridencia le daba al mismo tiempo mayor profundidad conceptual a las canciones. Las volvía más descarnadas, en cierto punto sufridas, dignas de ser entonadas con el puño en alto. El estilo de la H era dramático en todo sentido, desde la inspiración en un mundo desigual y desesperanzado hasta la puesta en escena de las canciones con un rictus que llamaba a la reflexión pero también a la acción. Y, como si esto fuera poco, le dio además visibilidad a un público que hasta ese entonces miraba al rock desde la vidriera, desde los posters de Parque Rivadavia o desde las revistas de moda (Pelo fue contracultura pero bajo las normas de la cultura establecida, no generando las propias). El heavy metal criollo dinamizó en breve tiempo lo que al punk argentino le costó al menos una década: extenderle la alfombra roja de las salas de conciertos a lo que Iorio llamaba los “pardos”.
(...) después de “Olvídalo y volverá por más” el público reclama de manera emotivamente unánime por Santiago Maldonado, tal vez motivado por esta estrofa que dice: “la muerte es ocultar la verdad, el vacío es dejarse mentir”.
Revisar la obra pasada es como mirarse en fotos viejas, pues supone siempre un ejercicio de reflexión. ¿Estamos preparados para ese inevitable juego de espejos y contrastes? Malón decidió estos dos últimos fines de semana revisitar Hermética, lo que equivale a que decir que se revisita a mí misma: tres de sus cuatro músicos estuvieron en aquella banda e incluso insinuaron cierto interés en ver qué se podía hacer con tamaño legado. Una coincidencia poderosa obturada únicamente por la negativa de Iorio, el Cuarto Elemento,cuya disidencia es fundamental, ya que es el dueño de todas las letras, varias de las músicas y gran parte de la proyección simbólica de Hermética como un delineador cultural de su época hacia adentro (dándole expansión popular al heavy local) y también hacia fuera (influyendo desde el heavy al entorno rock imperante).
Si bien Iorio fue el principal factótum de Hermética, para el bronce se necesitó algo más que el mérito de una persona: fueron necesarias cuatro que combustionen a la vez hacia una química superadora y trascendente. Y eso no hubiese sido posible sin la entonación a veces temeraria y otras veces angustiante de O’Connor, la ductilidad sin estridencias pero con identidad de Romano y la muralla sonora edificada por Strunz.
Por eso que es que, aboliendo toda expectativa de reunión, estos tres decidieron tomar un atajo sencillo pero legitimado: recordar a Hermética desde su banda actual, Malón (la cual se completa con el bajista Karlos Cuadrado). Justamente la que sucedió a aquella para contener al público huérfano (en un principio incluso más que Almafuerte) y que incluyó una importante cantidad de sus canciones en los repertorios en vivo.
Y lo hace desde su obra angular, “Ácido Argentino”, que rompió los límites de la entusiasta escena heavy local y se derramó sobre la cultura rock en general, marcando un nuevo camino. Malón lo toca de cabo a rabo y en su estricto orden para demostrarnos que ese discazo envejeció bien, lo cual es positivo desde el punto de vista artístico pero triste como relato de época: muchos de los rasgos de los ’90 (nuestra otra Década Infame) siguen vigentes, algunos incluso insuflados por los mismos rostros de antaño.
Esta relectura de Malón sobre “Ácido Argentino” también supone una reivindicación sobre aquellas canciones que hoy Iorio amaga reescribir, tal como aseguró de manera “exclusiva” un medio ultranacionalista en relación a “La revancha de América”, que el ex V8 compuso en contra de las celebraciones por los 500 años del primer viaje de Cristóbal Colón pero que ahora medita modificar para defender la línea de que los mapuches son financiados por grupos ingleses.
La causa indigenista no es la única de “Ácido” que se linkea con el presente: “La revancha” coexiste con otras aguafuertes de agobiante actualidad como “Gil trabajador” (“donando mi sangre al antojo de un patrón… por un mísero sueldo”), “Evitando el ablande” (oda al concierto de metal como ritual de encuentro e identificación entre excluidos), “En las calles de Liniers” (“el gran apego a lo ilusorio se refleja en las vidrieras de un trucho centro comercial”) y acaso el himno central del disco, “Memoria de siglos”, ese que vomita frases con destino de bandera como “todos barremos con saña a los ídolos caídos”, “aunque la verdad escalde sobran cadenas y esclavos”, “la culpa ajena es barata, regalarla no nos cuesta” y la insuperable “al asesinato en masa… los hombres lo llaman guerra”.
Como las once canciones de “Ácido Argentino” ocupan 45 minutos y un show amerita al menos el doble de esa extensión, Malón le añadió en sus tres conciertos en El Teatro de Flores (que ahora continuarán por el interior y cerrarán el 23 de diciembre en el Salón Rock Sur) otra oncena más que repasa “Hermética” y “Víctimas del vaciamiento”, sus otros álbumes.
Durante la primera mitad luce de fondo un telón que replica la portada de “Ácido” (una maravillosa ilustración de José Laluz que condensa el contenido del disco) mientras que en la segunda la escenografía es reemplazada por una H gigante. A este segmento se acoplan canciones que lo mismo hablan por sí solas, al punto que la banda en ningún momento necesita bajar líneas adicionales a las cantadas. Por eso es que después de “Olvídalo y volverá por más” el público reclama de manera emotivamente unánime por Santiago Maldonado, tal vez motivado por esta estrofa que dice: “la muerte es ocultar la verdad, el vacío es dejarse mentir”.
Con una sensibilidad enorme para detectar, analizar y vislumbrar una época compleja, “Ácido Argentino” vuelve desde las oscuridades del pasado para traernos a cuento cuestiones que son importante tener presentes. Y que siempre convienen nunca olvidar, más aún con estas canciones invencibles que se tallaron para siempre en la memoria emotiva de generaciones que se renuevan en un idéntico ejercicio de reflexión y resistencia.