Cuanto más avanza la historia, más fértil es en aniversarios.
En esta elección, se trata de saber si la herencia de Mayo del 68 debe perpetuarse o si debe ser liquidada de una vez por todas. Quiero dar vuelta a la página de Mayo del 68.
Nicolás Sarkozy, 2007, antes de la elección presidencial en la que resultó vencedor
… Francia, después de todo, pasó por cuatro revoluciones en el transcurso de 100 años. Es evidente que esto establece una tradición tan revolucionaria que puede volver a encenderse, revivir y renovarse cuando se dé la ocasión.
Herbert Marcuse, “Reflections on the French Revolution”, september-october 1968 [1]
Cuanto más avanza la historia, más fértil es en aniversarios. 2017 fue el centenario de la Revolución rusa. Y si en 2018 es el cincuentenario del “Mayo Francés”, [2] también es el bicentenario del nacimiento de Marx, así como los 170 años del Manifiesto del Partido Comunista –manifiesto histórico del combate por una sociedad sin clases y sin Estado. De una sociedad en la que, sobre la base de una planificación racional de la producción en función de las necesidades sociales, el tiempo de trabajo puede ser repartido y reducido al mínimo para permitir la realización y el “libre desarrollo de cada persona”, así como el “libre desarrollo de todos”. Pero Marx y Engels no se conforman con proyectar una esperanza, con formular una utopía generosa; formulan un programa: ¿por qué luchamos? Por el comunismo.
Pero contra los “socialismos utópicos”, definen al mismo tiempo el comunismo como el “movimiento real que anula y supera el estado de cosas actual” y que requiere una estrategia consciente que responda a la pregunta ¿cómo dirigir este combate para que sea victorioso? Es decir, que permita a la humanidad salir de la prehistoria en la que estamos, cuestión que podemos medir por el grado de irracionalidad del sistema económico y social en el que vivimos. El “reino de la necesidad”, de la opresión y de la subsistencia, de la explotación y de la alienación sigue causando estragos, mientras que el desarrollo de la ciencia, de la tecnología, de la cultura y de las “fuerzas productivas” en sentido amplio es cada vez más avanzado y propicio a satisfacer las necesidades reales de la inmensa mayoría del planeta. [3]
Un período revolucionario a escala internacional
Este combate es completamente diferente a aquel, vano y realmente utópico, que apunta a “humanizar” y “moralizar” el capitalismo. El proletariado ruso y los bolcheviques tuvieron una ambición totalmente distinta en 1917, y el “Mayo Francés” es quizás, en la historia de la segunda mitad del siglo XX, el momento en que en Europa occidental esta ambición volvió a encontrar, aún cuando continuaba la Guerra Fría, el mismo nivel de intensidad, de avidez y de sentido histórico.
El Mayo Francés, que unificó a obreros y estudiantes, llegó al umbral de hacer tambalear el Estado francés en sus propios fundamentos, y ha planteado la cuestión del poder –de allí, el subtítulo del libro: Cuando obreros y estudiantes desafiaron al poder. La ideología y la prensa burguesa desde el principio intentaron neutralizar estos “acontecimientos” reduciéndolos a una disconformidad moral o cultural de la juventud francesa, mediante toda una “concepción policíaca” de la historia que ha estructurado sus “vidas ulteriores”, retomando las palabras de Kristin Ross. [4] No se podría subestimar hasta qué punto hoy Mayo del 68 está “lleno de ecos publicitarios, de reconstituciones y de interpretaciones” [5] que obstaculizan la reapropiación política de lo que se produjo esencialmente en ese momento. Y en primer lugar, el hecho de que, en principio, ha sido el epicentro de un período revolucionario mundial.
Como decía Daniel Bensaïd: “Mayo del 68 no es un asunto nacional, estrictamente franco-francés. Es un evento global, un momento de convergencia de las resistencias y de las revueltas. Se hablaría de manera muy diferente sobre él si no se hubiera hecho eco, no solamente de las fábricas ocupadas llenas de banderas rojas, sino también de la ofensiva del Têt de febrero de 1968 en Vietnam, de la Primavera de Praga, de la agitación de los estudiantes polacos, de la revuelta de la juventud pakistaní, del movimiento antiguerra en Estados Unidos, de las últimas brasas de la revolución cultural en China. 1968 es entonces la fecha simbólica de un instante propicio en el que el edificio despótico del estalinismo revelaba sus grietas, en donde las luchas antiburocráticas en el Este, las revoluciones coloniales en Argelia, en Indochina, en Palestina, en las colonias portuguesas parecían poder ligarse con las movilizaciones obreras en Francia y en Italia”. [6]
El incansable “odio a 1968” de la burguesía
En segundo lugar, es evidente que Mayo del 68 ha provocado una profunda mutación, un giro mayor en la historia de Francia, entremezclando nuevas corrientes de ideas, una intensa efervescencia artística y cultural, una liberación en el plano de la moral y de la sexualidad, combates feministas contra una sociedad puritana, ultra patriarcal, conservadora, elitista, en la que la juventud obrera era, además, la pariente pobre. Las consignas más conocidas son expresivas: “¡Seamos realistas, pidamos lo imposible!”, “¡La imaginación al poder!”, “¡Prohibido prohibir!”, “¡Disfrutar sin obstáculos!”. Pero también: “¡Obreros y estudiantes, unidos venceremos!” y “¡Debajo del asfalto está la playa!”, retomando la formulación de J. Kergoat que constituye el título de su contribución al libro.
Por eso Mayo del 68 aún hoy plantea problemas a la burguesía, a sus ideólogos y a su personal político. El expresidente Sarkozy ha encarnado él mismo la continuidad del profundo “odio a 1968”, enunciando en forma clara en 2007 que deseaba “acabar con Mayo del 68”. [7] Efectivamente porque el “desmadre”, como dijo De Gaulle, destruyó la moral, la familia y el orden de una sociedad obsoleta: este es el discurso oficial de la derecha o de la extrema derecha, y de muchos intelectuales que se han pasado al bando del neoconservadurismo. Pero además, nosotros creemos que en un país imperialista central, Mayo del 68 ha concretizado el peligro vital que representa una clase obrera a la ofensiva, unida a la juventud, contra el poder burgués. Por encima de las múltiples dimensiones y de la inmensa creatividad del “bello mes de mayo”, en Mayo del 68 tuvo lugar la mayor huelga general del movimiento obrero francés surgida de una alianza con la juventud universitaria y secundaria. No es casual que este elemento central sea el que no se menciona deliberadamente.
Pero a la vez, se trata de una revolución fallida, de un fracaso sobre el que hay que preguntarse las razones –ahora que sabemos que no ha sido un “ensayo general” [8] como, sin embargo, era legítimo interpretar en esa época.
En un artículo reciente, el reconocido filósofo de la izquierda radical Žižek, de manera bastante extraña, escribió que finalmente Mayo del 68 ha sido el punto de partida de una contrarrevolución que anunciaba la era del individualismo y de la dictadura del mercado, [9] visión que daba crédito a la reducción del Mayo Francés a una “gran reforma cultural, una cita con la modernidad, el nacimiento de un nuevo individualismo”. Por supuesto, Žižek distingue entre “nuestro Mayo del 68”, el de la unidad de los estudiantes y los trabajadores, el de la huelga general, el de la autoorganización, del Mayo del 68 de la burguesía. No obstante llega a decir, de forma ambigua, que este giro de la historia al final “ha ayudado a que el capitalismo domine”… Hagámonos la pregunta: cuando se dice que hay que “disfrutar sin obstáculos”, ¿la exaltación del deseo (individual) no termina por alimentar sobre todo el individualismo? Algunos elementos de este espíritu de Mayo se convirtieron en un recurso inagotable para los publicistas y el marketing, y muchos líderes de la época como Daniel Cohn-Bendit se volvieron “liberales-libertarios” muy a gusto con las reformas neoliberales y la sociedad de consumo.
¿Entonces? La burguesía siempre se apropia de lo que puede. Esto no le impide al Mayo Francés estar en el centro de la continuidad de la historia de la emancipación y del movimiento revolucionario. Pero sus límites son, sobre todo, una ocasión excepcional para volver sobre los interrogantes sobre el proyecto de sociedad y de estrategia revolucionaria hoy: es decir, la cuestión de los fines por los que luchamos, y de los medios que nos damos para esos fines.
Sobre las “dos etapas” del levantamiento revolucionario
La contribución de J. B. Thomas, además de los documentos anexos, vuelven en detalle sobre la cronología del Mayo del 68 (y sus principales objetivos ideológicos y políticos). No nos referiremos a eso. Recordemos simplemente que la primera “fase” está marcada por la entrada en escena del movimiento estudiantil, hasta la “noche de las barricadas” del 10 al 11 de mayo, que va a producir enfrentamientos en regla con la policía de una intensidad poco común. El 13 de mayo, desbordando a las direcciones sindicales del movimiento obrero que hasta ese momento habían hecho de todo para evitar su conjunción, tiene lugar una gigantesca manifestación común que reúne a estudiantes secundarios, universitarios y obreros que llegan desde todo el país. A partir de ese día comienzan tres semanas de huelga general, que moviliza a 10 millones de trabajadores en todo el país, y fue la más importante de toda la historia de Europa occidental.
Detonador, “vanguardia táctica”, chispa, en todo caso, está claro que la juventud fue el punto de partida. Pero sin dudas Mayo del 68 significó una nueva irrupción de la clase obrera, a una escala colosal, en la arena política y en el escenario de la historia –como dijo Trotsky en su introducción a La historia de la Revolución rusa, refiriéndose a los obreros y obreras en febrero de 1917–. La huelga general plantea, concretamente, la cuestión del poder. Una situación de “doble poder” basada en las ocupaciones de fábricas y universidades hubiera podido desarrollarse a través de los comités de huelga. La insubordinación obrera, central en la contribución de Xavier Vigna, [10] que desbordó a las burocracias sindicales y políticas, demostró que la fábrica y las instancias de autoorganización en el lugar de trabajo (comités de acción, de huelga, de lucha) no son solo el centro de gravedad de la producción: son un lugar privilegiado de la política y allí se debe llevar adelante no solo una lucha “sindical” sino también política. Pero si bien esta huelga general ha planteado la cuestión del poder, no la ha resuelto. El paso a un estadio superior por los métodos de la lucha de clases y la emergencia de una alternativa obrera y popular propiamente revolucionaria ante la crisis social y política abierta no se produjeron, sobre todo, porque los elementos de autoorganización reales han sido globalmente débiles, a escala nacional, en las fábricas.
Por supuesto, los factores de este fracaso son numerosos, múltiples, tanto objetivos como subjetivos. Pero no todo se sitúa en el mismo plano. Francia tiene una larga experiencia de movimientos de masas capaces de sacudir el orden capitalista. Pero también, una experiencia muy larga sobre las capacidades contrarrevolucionarias de este último, debido a la ausencia de herramientas, de perspectivas y de confianza que permitan cambiar radicalmente la revuelta de masas en revolución. Cuando nos remontamos un poco en la historia de la lucha de clases en la Francia del siglo XX, por no nombrar 1848 o la Comuna de París en 1871, pensamos primero en 1936 y en el Frente Popular, cuando una oleada de ocupaciones de fábrica y de manifestaciones, el verdadero frente obrero y popular en las calles y las fábricas, acompaña la victoria del “Frente Popular” [11] que era una coalición electoral entre radicales, socialistas y stalinistas. Esta coalición reformista, victoriosa en las elecciones, va a detener el movimiento al orquestar la firma de los acuerdos de Matignon entre los sindicatos obreros y la patronal, en los que se negocia aumento de salarios, vacaciones pagas, derechos sindicales, las 40 horas semanales de trabajo, a cambio de acabar con las ocupaciones de fábricas.
En el artículo “Ante la segunda etapa” del 9 de julio de 1936, que se inscribe en las elaboraciones realizadas en ¿Adónde va Francia?, Trotsky analizaba 1936 a partir del esquema general de 1917, aquel de las “dos etapas”, cualitativamente distintas e indisociables a la vez, que son (1) la revuelta (más o menos) espontánea de las masas, ejemplificada en ese caso por la huelga general de mayo-junio de 1936; y (2) el pasaje de la revuelta al enfrentamiento revolucionario, a la insurrección, para la toma del poder político y económico. El pasaje a la segunda etapa, tanto en 1968 como en 1936, no se produjo. Como los acuerdos de Matignon en 1936, los de Grenelle, firmados a fines de mayo de 1968 por la burocracia estalinista, matan la posibilidad revolucionaria, y negocian con el poder de De Gaulle defendiendo, una vez más, una solución de tipo “frente popular” (Ver para esto, entre otros, la contribución de Daniel Bénard).
Esta repetición a la francesa de la capacidad de las direcciones contrarrevolucionarias para aniquilar la dinámica que permite el pasaje de la primera a la segunda etapa, y para otorgar a la burguesía los medios para volver a tomar en sus manos la situación, se traducirá, a partir de fines de junio de 1968 en una victoria de la reacción en las elecciones legislativas. Esto con el fondo de la sangrienta represión, tal como el asesinato de los obreros Henri Beylot y Pierre Blanchet por las CRS (Compañías Republicanas de Seguridad, fuerzas de seguridad de la policía francesa, NdeT), en el momento del desalojo de la fábrica Peugeot en Sochaux, el 11 de junio. [12]
La permanente posibilidad de lo impensable
En una entrevista de 1969 para la revista marxista italiana Il Manifiesto, respondiendo a la pregunta sobre las razones del fracaso de Mayo del 68 y la victoria de la reacción, Sartre, aunque en esa época más próximo a los jóvenes maoístas y al espíritu antiautoritario y antiburocrático, [13] contesta claramente:
“Le faltó una dirección política capaz de dar esta dimensión política y teórica sin la cual el movimiento no puede más que terminar extinguiéndose, como de hecho fue lo que ocurrió. Le faltó un partido capaz de asumir enteramente al movimiento y a sus potencialidades”. [14]
Lo mismo y correlativamente, se puede decir sobre Mayo del 68 lo que Daniel Guérin había dicho sobre el frente popular de 1936: fue una “revolución fallida” –que es algo totalmente distinto que la “revolución no encontrada” de la que habló el importante teórico conservador Raymond Aron a partir de 1968.
Una lección mayor para hoy y mañana es que la construcción de un partido revolucionario, dispuesto a desempeñar su papel en una situación revolucionaria, no es una cosa más sino una tarea estratégica vital, al servicio de esta dialéctica propia del movimiento de masas y de su autoorganización (que, igualmente, no cae del cielo y debe forjarse sobre la marcha) sin los cuales, por supuesto, nada es posible. Finalmente, sin suscribir una vez más a todo lo que pudo escribir en ese período, en otro artículo de 1968: “Los comunistas tienen miedo de la revolución”, Sartre escribía, contra todo pesimismo, que: “Lo importante es que la acción haya tenido lugar, mientras que todo el mundo la creía impensable. Si tuvo lugar esta vez, puede volver a producirse…”. [15] Aun cuando estamos en una secuencia histórica muy diferente, el estado del mundo en 2018 es evidentemente propicio para convulsiones y movimientos de masas. El rechazo a un pesimismo que no tiene razón de ser, es una condición para prepararse para ello.
* * *
Los 50 años del Mayo del 68 no deben reducirse, en efecto, a una simple conmemoración nostálgica. Deben ser objeto de una verdadera reapropiación, en particular, para las jóvenes generaciones, estudiantiles y obreras que son literalmente desposeídas tanto de su propia historia como de su futuro y de la confianza en su capacidad de cambiar concretamente el mundo. El proletariado de hoy no es, por supuesto, el mismo que en 1968. Tampoco la universidad de hoy, justamente bajo el efecto, entre otras cosas, de los combates de este período, se ha extendido considerablemente, se ha masificado y en algunos aspectos, complejizado. Pero las tareas de reconstrucción de la alianza obrero-estudiantil, los combates reivindicativos, democráticos, ideológicos y estratégicos específicos para llevar adelante en el seno de este “aparato hegemónico”, retomando una formulación gramsciana, que es la universidad, y que son indisociables de la lucha de clases, son más importantes aún hoy que ayer. [16]
En un tiempo en que el neoliberalismo senil no promete más que crisis, guerras, precariedad, miseria material o moral, ataques brutales y regresiones en todos los planos, el peligroso presente de ese pasado de combate, tanto en sus avances como en sus límites, debe alimentar nuestro futuro. No solo otra sociedad es posible, sino que es tan deseable como necesaria. Que este libro pueda contribuir a que cada uno y cada una encuentren este sentido de los fines por los que luchamos, y de los medios requeridos para alcanzarlos. Y sobre todo la indestructible posibilidad histórica de demostrar a los poderosos de este mundo que su poder, a escala de la humanidad, es efímero, y que sus días, por definición, están contados, aun cuando su derrota definitiva deberá ser nuestra obra consciente. Como Trotsky ha dicho, la revolución es “imposible” hasta el día en que se vuelve inevitable.
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