Es imperativo hacer un esfuerzo para historizar a Milei y no dejarse encandilar por sus luces reaccionarias.
Lunes 22 de julio 18:45
Una pregunta en boca de muchos se refiere a como puede ser que Milei avance de la manera que lo hace sin despertar el descontento social, donde está la calle, alguien más avanzado en edad no deja de decir que en sus tiempos estos no pasaba. Un sabor amargo recorre un basto sector de la sociedad, aunque el presidente mantenga apoyos varios. El carácter provocador y sobreactuado de Milei puede generar una imagen de fortaleza que causa desazón en gran parte de la población que se siente en las antípodas. Es verdad que la política argentina no viene acostumbrada a este nivel de violencia en el discurso, por lo menos no desde el consenso de la democracia neoliberal instalada hace cuarenta años. Es por eso que es imperativo hacer un esfuerzo para historizar a Milei y no dejarse encandilar por sus luces reaccionarias.
La historia de este país contencioso tiene muchos hitos, la memoria nos hace viajar a los levantamientos provinciales de los noventa contra el menemismo que se mezclaba con gobernadores que iban cayendo, las movilizaciones universitarias, al diciembre del 2001 que, aunque fue parte de la misma maduración de resistencia al neoliberalismo, tuvo sus características particulares rompiendo, mediante irrupción violenta de las masas, momentáneamente el orden legal. Ningún proceso de lucha es igual al otro, todas las combinaciones pueden darse y la incertidumbre también existe a la hora del levantamiento si no está organizado de modo insurreccional. Aun en estos casos, también existe un grado de azar.
Pero para este apunte queríamos referirnos a otra etapa política, social y económica de nuestro país. Atinadamente se ha señalado que los tintes refundacionales con que Javier Milei inflama su discurso pueden emparentarse con la llegada al poder de la autodenominada “Revolución Argentina” encabezada por Juan Carlos Onganía en el año ’66 perseguidora de una misma impronta. Lo expresó claramente Christian Castillo el diputado nacional por el PTS en el FIT-U en el Congreso de la Nación desde un temprano enero.
Si bien se pueden encontrar varias semejanzas y diferencias, el discurso católico conservador de aquel militar no es lo mismo que la extraña verborragia anarco capitalista de este presidente. Pero no vamos a centrarnos en una exhaustiva comparación, queremos apuntar al ciclo encabezado por ambas gestiones. En el primer caso, Onganía llegaba al poder luego de experiencias frustradas de aquellas democracias que algunos llamaron tuteladas, que proscribían al peronismo y obedecían a los militares. Hay autores que hablan de todo el ciclo como el régimen de la Libertadora englobando los distintos experimentos del período en los marcos establecidos desde el régimen impuesto luego del golpe a Perón del ‘55. Esas democracias no podían afianzarse y avanzar de manera decisiva hacia donde se lo proponían, en atacar aun más las condiciones de vida de la clase trabajadora. El onganiato se postuló como la opción salvadora ante las democracias ineficaces. No es un misterio que el capital político fundamental de Milei es la muy mala gestión de los gobiernos anteriores. La imagen de mesías que ama exponer no es una casualidad. Pero puede que allí donde el gobierno encuentra su fortaleza nazca el origen de un límite hoy tan difuso.
La imagen que propalan los canales y las cuentas de las huestes del gobierno quieren convencernos del carácter imparable de esta distopía neoliberal radicalizante. La amplitud del enemigo que han elegido es grande, pareciera que eligieran a quién agraviar día a día convencidos de que no habrá consecuencias. Se da la paradoja donde el supuesto estado mínimo está en todos lados, agrediendo. A propósito, volvamos a mencionar el gobierno de Onganía pero esta vez con la ayuda del historiador Juan Carlos Torre quién alude al tiempo que logró de retroceso social el gobierno de Onganía y a una llamativa continuidad:
Mientras duró el repliegue político que siguió al golpe militar, la recuperada soberanía política del Estado dotó al ministro Krieger Vasena del margen de maniobra adecuado para imponer su plan. No obstante, cuando estalló el descontento en 1969 quedó en evidencia la otra cara de dicha soberanía estatal, la omnipresencia de un poder autoritario colocado al servicio de un proyecto escasamente popular.
Torre nos habla de la generación de una multifacética movilización de protesta, que hizo su eclosión en el Cordobazo en mayo de 1969.
Así la visualización del gobierno en las más diversas y remotas decisiones llevó a que las quejas de los sectores afectados se politizaran de inmediato y acarrearan un cuestionamiento liso y llano de la autoridad estatal.
El gobierno actual parece concentrado en que el golpe que proporciona a un gran todo al que llama comunismo, marxismo cultural, colectivismo y un largo etc., sea lo más fuerte que puede. Todos los días procura dar un golpe para que se sienta su poder, su autoridad, su soberanía, parece un atleta lanzando un disco lo más lejos posible. Sin embargo, la dinámica social no es un campo liso, toda la prepotencia del ejecutivo podría ser más comparable a un búmeran que a un disco y no parece muy consciente de que mientras más fuerte lo lanza más fuerte puede volver, preferimos esta metáfora a la hora de pensar nuestro tiempo y agregamos que el búmeran también se puede parecer mucho a la revancha.
No estamos con esto pronosticando un seguro Cordobazo ni la repetición de anteriores procesos para Milei ya que sabemos de la creatividad histórica de la protesta popular que tiene sus propios tiempos y su propia forma, a lo que apuntamos con esta analogía es a aportar elementos para pensar en futuros posibles. No es nuevo el escepticismo de muchos ante la situación actual, en la época de Onganía se dio la gran fuga de cerebros posterior a la noche de los bastones largos por ejemplo. A lo que apuntamos es a expresar que la lucha de clases produce interrupciones, presenta oportunidades, más tarde o más temprano. Tampoco es un anhelo, es un intento de aproximarnos a la evidencia histórica. Es una característica de la misma clase dominante la de presentar el futuro como un tiempo homogéneo, siempre igual a sí mismo, agobiante, donde avanzan sus intereses y retroceden los de las masas populares, pero no, la historia demuestra lo contrario, ese tiempo sufre disrupciones, rupturas. El problema del escepticismo es que desarma para esos momentos y por el contrario es necesario construir desde ahora una organización para que cuando los tiempos cambien tenga la capacidad de torcer el rumbo y no ir a nuevas derrotas. La capacidad de quebrar el poder de los de arriba para conquistar un gobierno de los de abajo depende de sacudirnos las mentiras que construyen la pasividad del escepticismo. La organización para triunfar es la que esté abierta a sacar las conclusiones de luchas anteriores para aprovechar los momentos claves contra el mismo enemigo que aunque metamorfoseado sigue siendo el viejo capitalismo que vive día a día de quitarnos nuestro tiempo de trabajo y con eso una enorme porción de nuestras vidas.