La llegada de Milei al poder y sus primeros meses de gobierno, provocaron todo tipo de explicaciones e interpretaciones en la política, la prensa y la academia. Fueron variando desde el exotismo hasta distintos intentos de comprensión. Uno de los trabajos recientes en este sentido, ha sido Desquiciados. Los vertiginosos cambios que impulsa la extrema derecha, coordinado por Alejandro Grimson. Aquí proponemos una serie de reflexiones y debates a partir de algunos de los puntos más salientes de dicho libro.
El antropólogo Alejandro Grimson, junto a un equipo de 14 investigadores de distintas ramas de las ciencias sociales, han emprendido la labor de aportar al debate acerca de los motivos del ascenso de la extrema derecha en Argentina y sus implicancias. A diferencia de otros trabajos como el coordinado por Pablo Semán, que se centró en las condiciones materiales y procesos de subjetivación que dieron origen al fenómeno Milei, o Javier Balsa desde lo cuantitativo, Desquiciados [1] ensaya elementos de un balance del “progresismo”. Intenta dar un panorama de largo plazo sobre aspectos de una suerte de cambio de régimen, y desarrolla fuertemente la pregunta sobre “los peligros para la democracia”. Aspectos que nos proponemos retomar y debatir, dado que aportan al estudio de las nuevas derechas, pero que no se pueden escindir de la propia e importante cuota de responsabilidad del último gobierno peronista en el ascenso de Milei.
En primer lugar, en el libro aparece un buen repaso de Grimson sobre algunos de los cambios contextuales más importantes en que se da el fenómeno Milei. Así, se identifica el año 2016 y los triunfos sucesivos de Trump y Bolsonaro como uno de los momentos decisivos. También, describe cómo se rompió el consenso de los años noventa de ajuste neoliberal bajo las democracias liberales. Clave interpretativa que va a recorrer las páginas del libro, más allá de los diversos autores que intervienen en la obra. Por una parte, se reconoce en el neoliberalismo una fuente de ataques esencialmente económicos sobre las condiciones de vida de la mayoría de la población mediante el ajuste. Por otra parte, aparece una suerte de “melancolía de la democracia liberal” en la que priman los pactos políticos, los acuerdos, la negociación y la convivencia.
La crisis económica de Lehman Brothers en 2008, es señalada como punto de partida para la aparición de las nuevas derechas a nivel internacional. Luego, la pandemia del Covid-19 y la inflación subsiguiente, no harían más que dar impulso al fenómeno, más allá de que los últimos dos aspectos señalados hayan también influido en las derrotas electorales de Trump y Bolsonaro. Sin embargo, se intenta mostrar cómo la desesperanza y el hartazgo en importantes franjas de la sociedad ante sus condiciones materiales de vida, así como con los partidos y figuras políticas tradicionales, fueron un motor para las extremas derechas.
En Argentina, este fenómeno político se habría desacompasado para Grimson y su equipo, por la relevancia histórica del pacto del “Nunca Más” y el rechazo a la violencia política. A la vez que la crisis estructural producto de la deuda tomada por Macri, la sequía de 2023 y los errores de política económica, que habrían agravado la situación en el país.
A nuestro modo de ver, es un balance que no va a fondo en el análisis del contexto de surgimiento del movimiento libertariano, por lo que no logra dejar de ser excusatorio y en definitiva una adaptación de los hechos a una suerte de relato. Específicamente, con respecto a los gobiernos autodenominados “progresistas” del peronismo - kirchnerismo, que le armaron parte de las listas a Milei como reconoció Grabois en algunas entrevistas [2], y que tras su triunfo, le aportó personal político relevante, como los ex funcionarios Daniel Scioli y Guillermo Francos, o el beneplácito de varios gobernadores peronistas de Unión por la Patria, a la hora de firmar el “Pacto de Mayo”.
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Para intentar captar el significado del ascenso de las nuevas derechas como un fenómeno global con especificidades locales, el libro propone identificar cuatro cambios significativos. En primer lugar, un cambio estructural en las relaciones de trabajo hacia un crecimiento del precariado y las economías de plataformas. Como segundo aspecto, una revolución de la comunicación por la aparición de nuevos dispositivos y redes sociales que impactan en las relaciones sociales. En tercero, la aparición de un individualismo autoritario o neo individualismo, siguiendo a Ezequiel Adamovsky [3], en relación a las nuevas subjetividades moldeadas por el microemprendedurismo y las nuevas formas económicas. Finalmente, consideran que no existe un sólo país en el mundo que sea “modelo a seguir” para el “progresismo”, entendido como capitalismo con buenos modales y una cierta redistribución (siempre muy limitada). Debido a que se encuentra en crisis y en la actualidad no logran presentarse como una alternativa.
Más allá de algunos muy interesantes análisis acerca de los fenómenos que dieron origen a una nueva derecha en la Argentina, sus elementos de familia con la última dictadura, los motivos que llevaron a algunos sectores sociales a converger con Milei, el papel de la reacción contra el movimiento de mujeres y la identidad de género, o el análisis de las condiciones económicas y materiales que empujaron al hartazgo con la “casta”; el libro, de conjunto aparece flanqueado por una encerrona. Una falta de horizonte más allá de una suerte de “melancolía progresista” de una democracia neoliberal embellecida, en la que todo es negociable menos la convivencia pacífica y educada. Los autores de los distintos capítulos son reconocidos investigadores y académicos que en muchos de los casos se ciernen al análisis y lo realizan con destreza. Sin embargo, también muchos de ellos, y en especial la introducción, el epílogo o conclusiones firmados por Alejandro Grimson, ex asesor y funcionario de Alberto Fernández, terminan sentando posición o realizando un pronunciamiento político. Cuestión que aporta a intentar elevar el debate público. En las líneas que siguen, se propone un contrapunto alrededor de algunos de los ejes de Desquiciados.
Alcances y límites del “Nunca Más”
La existencia de un “pacto del Nunca Más”, es un fundamento central para los argumentos de Grimson. De esta manera, retoma a Marina Franco y su capítulo titulado “El final del ‘pacto del Nunca Más’, nuestro mito contemporáneo”, quien desarrolla el impacto que tuvo el desmoronamiento de la última dictadura militar y el consenso implícito que se conformó en la mayor parte de la sociedad, alrededor del rechazo a los crímenes cometidos durante dicho período. Pacto que habría entrado en crisis a partir de la llegada de Milei al poder. Para esta autora, 1983 y el fin de la dictadura, sería una suerte de mito refundacional a partir del cual se habría terminado con el ciclo de inestabilidad institucional (alternancia de gobiernos civiles y militares así como proscripciones políticas) y con el cuestionamiento de parte de los sectores liberal-conservadores al sistema democrático. Otro aspecto que destaca, es el fin del uso de la violencia estatal como forma de gobierno e instrumento de gestión del conflicto político o social. Finalmente afirma que la democracia se afianzó como regla de juego y aspiración de forma de vida.
Si bien se aclara que en sucesivas oportunidades esta suerte de “pacto democrático” estuvo en jaque por los levantamientos carapintadas o por el Estado de sitio decretado en 2001 por De la Rúa, se habría mantenido hasta el ascenso de Milei. Desde nuestra perspectiva, lo que se mantuvo fue una democracia burguesa degradada, en la que la sociedad civil fue convocada a votar cada dos o cuatro años, mientras los grandes empresarios, el “mercado” y las multinacionales decidían todos los días los destinos del país. Así se imponían la bicicleta financiera de Alfonsín, la ofensiva neoliberal de Menem con las privatizaciones y la flexibilización laboral, el corralito de De la Rúa, la mega devaluación de Duhalde, el crecimiento a tasas chinas de los “empresarios amigos” con el kirchnerismo, la nueva deuda con el FMI y la fuga masiva de capitales con Macri. Mientras que con Alberto Fernández se profundizó la distribución regresiva de las riquezas y se mantuvo el sometimiento al fondo monetario.
Por otra parte, la caída de la última dictadura fue el producto de un cuestionamiento y deslegitimación profunda de las Fuerzas Armadas. Si en términos económicos, esta logró un triunfo al reestructurar parte del aparato productivo hacia el sistema financiero y atar el país a los organismos multilaterales de crédito como el FMI a través de la deuda; en términos políticos se evaporó lo que quedaba del prestigio social de la institución militar. Desde nuestro punto de vista, los organismos de derechos humanos, con las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo durante la propia dictadura, y la lucha posterior exigiendo justicia y castigo a todos los responsables de la represión genocida, jugaron un rol central en ese sentido. Por otra parte, las luchas obreras que se venían dando desde 1979 y en especial desde 1982, sumado al odio que despertó la forma en que se condujo la Guerra de Malvinas, fueron elementos que terminaron por desencadenar la salida apresurada de los militares del poder y la convocatoria pactada a las elecciones.
Finalmente, se conforma lo que Alejandro Horowicz llama una “democracia de la derrota” [4]. Son los partidos políticos tradicionales, la UCR y el PJ, los que terminan acordando una salida mediante elecciones con los militares, sosteniendo y manteniendo hasta nuestros días el legado económico de Martínez de Hoz, el FMI y la dictadura. Por otra parte, en un principio se intentó instalar un discurso de que durante los años 70´ se había dado una pelea entre “dos demonios”, militares y organizaciones armadas, que había que repudiar por igual. Por lo que la idea de “Pacto del Nunca Más” sería al menos debatible. Mientras se mantenía el modelo económico neoliberal de la dictadura, se juzgaba a algunos militares emblemáticos y se terminaban dictando las leyes de Obediencia debida y Punto final para intentar darle un cierre al cuestionamiento de las Fuerzas Armadas, promoviendo la reconciliación. Proyecto que voló por los aires luego de la gran crisis y el estallido social del 2001.
Entre 1983 y 2023, si bien el recurso de los golpes de Estado dejó de ser una opción viable para ciertos sectores de la burguesía y la derecha, la vigencia de los derechos humanos fue un aspecto que contó con sucesivos avances y retrocesos asentados sobre la relación de fuerzas impuesta por los organismos de derechos humanos y los sectores populares. Una y otra vez, los gobiernos recurrieron a las fuerzas de seguridad para contener la protesta social, con saldos lamentables en más de una ocasión. Desde Teresa Rodríguez, Dario Kosteki, Maximiliano Santillán, Carlos Fuentealba, Santiago Maldonado y Rafael Nahuel, asesinados por la represión, hasta la desaparición de Julio López en el marco del juicio a Etchecolatz, la violencia estatal no dejó de existir, aunque atenuada. Lo que en todo caso varió, fueron las cuotas de consenso y coerción para imponer los distintos programas políticos. Aunque siempre limitados por una correlación de fuerzas que se expresaba ante cada intento de mayor avance represivo. Durante los gobiernos kirchneristas se mantuvo la impunidad de buena parte de los responsables de la última dictadura, y quedaron sin desclasificar los archivos que permitían condenar a todos los partícipes del genocidio, así como conocer el paradero de los niños apropiados. Mientras que distintos organismos de DDHH incorporados al Estado se convertían en legitimadores de un intento de reconciliación con las Fuerzas Armadas y de la dirección del Ejército en manos del ex represor César Milani.
¿Qué se mantiene y qué no desde 1983 con la llegada de Milei al poder? Básicamente, se mantiene el pacto de sujeción al capital extranjero y a los organismos multilaterales de crédito. En esencia, la pobreza estructural, la desocupación más o menos masiva y la precarización del trabajo, han continuado durante los últimos 40 años como parte del legado de la última dictadura. Por otra parte, si bien se ha dado un intento de avasallamiento del derecho a la protesta, con ciertos avances en una mayor represión y en ciertas ocasiones un relativo control de la calle, con el gobierno de Milei; sobre todo si se trata de movilizaciones masivas como la que se desarrolló en defensa de las universidades, no han conseguido el consenso para el uso de las fuerzas de seguridad y la represión. Por ahora, lo más distintivo del nuevo gobierno, ha sido lo que el asesor de Trump, Steve Bannon, ha denominado la política de “inundar la zona de mierda”. Como reconocen los autores del libro. Es decir, crear un cúmulo de noticias aborrecibles tales, que evite la respuesta o reacción de la oposición política. Además del salto en el ajuste y el impulso de una legislación más reaccionaria con la Ley Bases.
Si bien Milei promueve un discurso agresivo y confrontativo, que por momentos exagera para fortalecer su propia base, desde nuestro punto de vista, los cambios estructurales realizados aún son limitados. Específicamente, hay un intento, por ahora fallido, de rehabilitar a los militares genocidas, y en parte también de su discurso acerca de que en los ‘70 hubo una guerra y en todo caso se cometieron excesos. En este sentido estuvieron las visitas de diputados a militares condenados en Ezeiza, que generaron una fuerte crisis en el gobierno, con acusaciones cruzadas, el destape de internas, y legisladores que intentaron desentenderse del hecho. Por otra parte, hay una profundización del lazo de sometimiento al imperialismo y las grandes multinacionales.
De esta manera, vemos oportuno establecer un contrapunto con los argumentos de Desquiciados. No resulta del todo convincente el argumento del fin del “Pacto del Nunca Más” como rechazo al genocidio, dado que en efecto parecería haber una cierta radicalización del pacto neoliberal en lo económico, que había sido profundizado por Menem, y una derechización en lo político. Aspectos que más allá de determinados contextos globales, fueron parte de un encadenamiento de sucesivos gobiernos desde 1983, en los que se alternaron radicales, peronistas e incluso el PRO, que ensayaron algunas políticas hoy profundizadas por Milei. El propio gobierno de Alberto Fernández del que Grimson fue asesor y funcionario tuvo una importante cuota de responsabilidad que no se limitó a la inflación, sequía y guerras externas, sino que fueron decisiones políticas conscientes, como por ejemplo no enfrentar a las grandes patronales, como ocurrió con Vicentín, o pretender que cientos de miles de personas sobrevivan a la pandemia del Covid-19 con un IFE de 10 mil pesos. Aspectos que en el balance del libro de por qué hizo pié la derecha están ausentes.
Así, fue el propio peronismo - kirchnerismo durante el gobierno de Alberto Fernández el que le abrió las puertas, o al menos facilitó, el ascenso de la ultraderecha neoliberal - libertariana. Por un lado, estuvo la destrucción sistemática de las condiciones de vida de amplios sectores del pueblo trabajador. La reducción del salario real, la inflación insoportable y “desquiciante”, un IFE miserable durante la pandemia, o las jubilaciones por debajo de la línea de pobreza, mientras se mantenía atado al país a la deuda ilegal e ilegítima con el FMI, por tomar algunos ejemplos que generaron más rechazo al gobierno. Por otra parte, fue percibido en amplios sectores como un acto autoritario y cínico, el encierro o aislamiento como única medida durante los primeros meses de la pandemia [5], mientras luego se conocía la realización de fiestas en la quinta de Olivos y el vacunatorio VIP. Recientemente además, se conocieron denuncias por violencia de género contra el entonces presidente por su esposa Fabiola Yáñez. Atravesado por interminables internas a cielo abierto entre distintas facciones del gobierno, luego la coalición volvió a unificarse detrás de la figura de Sergio Massa, uno de los políticos argentinos más cercanos a la embajada norteamericana.
Finalmente, el peronismo - kirchnerismo propuso enfrentar al fantasma del “fascismo”, con una de las figuras más de derecha con que contaban, en otra jugada maestra de la “jefa” CFK, en acuerdo con Alberto. Es decir, terminan tomando parte del programa y agenda de la derecha como el “necesario ajuste fiscal” o la necesidad de arrasar a la cordillera “como una torta” de recursos, recurriendo a la figura de que ellos eran menos malos que Milei, para conseguir el voto. Pese a que aspectos de estas políticas ya se venían planteando desde un principio, especialmente la explotación indiscriminada de los bienes comunes naturales (por ejemplo se vetó la ley de glaciares en 2008 y se bloqueó la de humedales). Sin hablar del armado de listas del propio Milei pensando que debilitaban a Cambiemos. Todas iniciativas que no hicieron más que allanar el camino al libertarianismo.
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El Frente Popular en el radar
Como parte del debate acerca de qué tipo de cambios se han dado con la llegada de Milei al gobierno, además de la crisis del “Pacto del Nunca Más” y de “democracia cruel”, Alejandro Grimson introduce el concepto de “liminaridad democrática”. Nos interesa detenernos en esta definición, dado que influye de manera considerable, no sólo en la manera en que se entiende al mileísmo, sino también en cómo se le puede hacer frente.
Para Grimson una situación de liminaridad [6] democrática, refiere a aquellas donde existen tendencias en favor de, y en contra de, la vigencia del Estado de derecho, “situaciones borde”. Se trataría de crisis de representación paliadas parcial o coyunturalmente por liderazgos carismáticos, en las cuales corre peligro la convivencia pacífica y plural. Algo que sería un posible paso previo al “colapso democrático”, de no mediar acciones para mantener un “régimen democrático clásico”. Definición en la cual cabrían casos como el del guerrerista Joe Biden en Estados Unidos (que apoya el genocidio en Palestina o la continuidad de la guerra en Ucrania), o gobiernos como el de Alberto Fernández que dejó al 49% de la población debajo de la pobreza (para hablar de algo más cercano). Esta idea de “situaciones borde” como expresión de una crisis de representación, es algo asimilable a los conceptos de Antonio Gramsci, pero en un sentido opuesto. El italiano se refería a las “crisis orgánicas” para dar cuenta de las crisis de representación y de las formas de pensar que ocurrían luego del fracaso de un proyecto burgués. Estas situaciones abrían el juego a las soluciones por la fuerza, de nuevas figuras providenciales o carismáticas, pero que también podían dar lugar a la actividad de ciertos sectores de masas, que mediante sus caóticas reivindicaciones pongan en cuestión aspectos del funcionamiento del sistema. Este último aspecto está fuera del radar de Grimson, por eso hace un uso vedado y transfigurado de las ideas del comunista italiano [7].
El interés de Grimson radica en explicar que la democracia corre peligro, y por ende es necesario aunar fuerzas para defenderla. En la presentación de Desquiciados en el Instituto IDAES [8], la mención al Nuevo Frente Popular que derrotó en las elecciones a la ultraderecha francesa no estuvo ausente. Ya en las páginas del libro, se dice que la forma de haber evitado la llegada de Milei al poder era crear un “cinturón sanitario” de parte de las “fuerzas democráticas”. Allí, se lamenta la estrategia de Macri al respaldar la conformación del nuevo gobierno aportando personal político, pero nada se dice respecto a Daniel Scioli, siendo que fue candidato presidencial de Alberto Fernández para ir a internas contra Wado de Pedro, aunque finalmente “se bajó”, en aras de la unidad del peronismo para “enfrentar a la derecha”. Finalmente, acompañó la candidatura de Sergio Massa, pero hoy integra un lugar en el gobierno de Milei. En síntesis, se mantiene la idea de llegar al poder a cualquier costo y sin un programa claro. Nada se dice tampoco, acerca de cómo se podía enfrentar a las grandes empresas que hoy sustentan el proyecto de Milei, ni sobre cómo romper el lazo de sometimiento con el FMI, que fue ratificado durante el gobierno de Alberto por Martín Guzmán y el congreso, e impulsa planes de ajuste feroz en todos los países en los que interviene.
Como mencionara Pablo Semán en Está entre nosotros [9], los gobiernos previos a Milei practicaron una suerte de “mímica de estado” y luego en las elecciones el peronismo llamó a defender derechos laborales que para la mayoría de la población no existían o directamente nunca habían conocido. Luego, en el tratamiento de la “Ley Bases” y el paquete fiscal impulsado por los libertarianos, una vez más el peronismo fue el encargado de aportar los votos necesarios en el congreso para aplicar las reformas, con los legisladores de Salta, Tucumán y Catamarca, mientras garantizaba la paz social sin convocar desde las centrales sindicales que conduce a un plan de lucha en base a la huelga general para derrotar el ajuste y las reformas reaccionarias. En este sentido, más allá del debate acerca de si Milei es un peligro para la democracia o si es una reversión del fascismo, como se llegó a plantear desde algunos sectores del “progresismo” durante la campaña electoral, con el que debatimos; de lo que se trataba era de generalizar los derechos conquistados por las peleas del movimiento obrero y los sectores populares e ir por más. Hoy en día, muchos de esos derechos se encuentran cuestionados como es el caso de las 8 horas de trabajo, que Sturzenegger ha propuesto ampliar a 12. Aunque con la precarización laboral y las horas extras compulsivas, hace muchos años que se trabajan más de 8 horas en un sinnúmero de sectores. Para defenderlos, hace falta la lucha en las calles y no una alianza electoral con la centro derecha de Macri, como ocurrió con el Nuevo Frente Popular, Macron y Hollande en Francia. Son los adormecidos sindicatos los que tienen la fuerza en alianza con otros sectores sociales, para poner un freno a la ultraderecha libertariana.
La salida no puede ser incorporar a nuevos sectores de “derecha democrática” en un frente electoral. Los trabajadores y el pueblo pobre no tienen intereses comunes con la casta de empresarios y sus políticos amigos que vienen gobernando el país. El “frente popular”, implica una política de conciliación de clases para supuestamente “defender la democracia”, pero lo que Grimson no dice, es que así se ha mantenido el status quo de la desigualdad social y la concentración de riquezas que se aceleró con el último golpe de Estado. En este sentido, surge como necesario poner en pie una alternativa política anticapitalista y socialista que sobrepase las distintas experiencias de “mal menor” del peronismo - kirchnerismo, para darle fin a la “democracia de la derrota” que se instaló a la salida de la dictadura.
De nuestra parte, entendemos que para enfrentar nuevos fenómenos políticos autoritarios o que pretendan una vez más “liquidar derechos adquiridos”, como el intento “refundacional” de Milei, que propone volver a la “argentina potencia” de hace 100 años; no se puede meramente pretender volver a la situación previa que le sentó las bases, una supuesta “democracia liberal más clásica”. En este sentido, vemos necesario romper con la utopía de “lo posible” o el “mal menor”, que finalmente ha conducido una y otra vez al fracaso.
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Animarse a pensar en otra salida
La llegada de Milei al poder es parte de una crisis de representación, entre otros factores. En este punto Desquiciados parece acertado. Aunque no se da una acabada dimensión de la crisis de los partidos o alianzas que habían gobernado hasta el momento. Grimson termina construyendo un relato que pese a decir que evitará excusar al último gobierno, en definitiva no profundiza en los elementos de éste que colaboran a explicar el ascenso de Milei. El reciente escándalo por las acusaciones de violencia de género contra Alberto Fernández (posteriores a la aparición del libro), es un nuevo episodio en el descrédito y rechazo que supo generar el peronismo - kirchnerismo en el poder, y que hoy se profundiza. Sin embargo, como ha sucedido en otros casos históricos, no sólo pueden aparecer líderes carismáticos o providenciales a partir de la crisis, sino que también aparece como factible una cierta actividad independiente de las masas que pueda poner en cuestión el orden establecido. ¿Junto a la aparición de nuevas fuerzas de ultraderecha con cierto arraigo en la sociedad no podrían aparecer o fortalecerse las fuerzas de la izquierda trabajadora y socialista? ¿Cuál sería la alternativa a un eventual fracaso de Milei en la Argentina?
Como se mencionó antes, las fuerzas para enfrentar al gobierno están, pero se encuentran encorsetadas por las direcciones burocráticas del peronismo en los sindicatos, centros de estudiantes y algunos de los principales movimientos sociales. Cuando esas fuerzas se pusieron en marcha, como en la movilización masiva en defensa de las universidades, o en los paros nacionales, se demostró que hay predisposición a la lucha y que se le puede poner un freno al gobierno.
El propio Grimson reconoce que Milei, como cualquier gobierno, se encuentra limitado por las relaciones de fuerzas. Lo que le impone no hacer todo el primer día, ni comprarse todos los conflictos, pese a que no crea en el gradualismo. Es decir, que los gobiernos no actúan en el vacío. Pero a su vez, desde nuestro punto de vista, las relaciones de fuerza no son estáticas. Están atadas a variables políticas, económicas y de la lucha de clases, tanto locales como internacionales. En este sentido, más allá de la avanzada de nuevas derechas durante los últimos años en algunos países, el agotamiento del modelo neoliberal hegemonizado por Estados Unidos, las guerras y los procesos de lucha como el movimiento solidario con Palestina, pueden ser vistos como signos de tiempos difíciles para un nuevo ultra neoliberalismo.
Desde el discurso, Milei ha intentado confrontar contra el comunismo como alternativa política al ultra liberalismo que propugna. Además de plantear un “igualitarismo radical” como propone Dal Maso, y un programa anticapitalista, se abre la oportunidad de reinstalar abiertamente las ideas socialistas como ideología de la cooperación social. Desde este punto de vista, no parece atractivo volver al modelo del “diálogo y consenso” que gobernó los últimos 40 años y dejó al país arrasado y listo para la aparición de nuevas figuras aberrantes como Javier Milei. La sujeción al FMI, el dominio de los bancos y multinacionales, junto a sus socios nacionales, hacen utópico cualquier proyecto político que no implique la confrontación directa con el pueblo trabajador. Hace falta animarse a pensar en otra salida.
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