El maltrato como método político. El peronismo en la oposición: el arte milenario de desarmar la resistencia. El liderazgo en tiempos de angustia. Las calles inundadas de verde y violeta.
Viernes 8 de marzo 22:58
Un adolescente desmayado, un presidente que se burla. Acontece en el colegio Cardenal Copello un miércoles. La escena comprime las contradicciones de un país que transita la angustia de la crisis. Los sinsabores de un ajuste que no eligió, pero -en parte y solo por el momento- parece tolerar, esperando un “milagro económico” que no llega ni llegará.
Si Alberto Fernández era el presidente meme por su absoluta capacidad de convocar a la burla, Javier Milei es el presidente bullying. Si el primero condensaba simbólicamente la inoperancia estatal ante un país en declinación, el segundo concentra la rabia ante la persistencia de la crisis. Rabia catalizada en odio y desprecio hacia los demás; furia impotente vomitada en gritos e insultos.
Más allá de su exasperante personalidad, Milei está obligado al acoso y al hostigamiento público: está en la naturaleza política de su personaje. Ejecutando un sistemático bullying intenta la empatía con aquella porción de la población que habita el desencanto. Que espera, angustiada, una salida a los males heredados de tiempos macristas y peronistas.
Paradójicamente, esa angustia crece a cada hora de gestión mileísta. Se acrecienta en la fila del supermercado, en el cálculo ansioso sobre si alcanzará o no la plata para pagar lo que lleva el changuito. En la amarga espera de un telegrama o notificación de despido. En la triste imagen de negocios vacíos, abiertos a hipotéticos compradores que posiblemente repetirán “solo estoy mirando”.
Pero la llamada tolerancia social al ajuste tiene un carácter endeble, quebradizo. Tarde o temprano se convertirá en decepción con el actual elenco gubernamental. Al hacerlo, operará como punto de partida de una nueva resistencia de masas. El problema estratégico es preparar los caminos y contornos de esa resistencia. Construir los escenarios y herramientas para que la movilización obrera y popular no sea conducida al impotente y cada más dramático camino de un “Hay 2027”, sino que abra la posibilidad de triunfos categóricos de la movilización revolucionaria de masas.
El arte de desarmar la resistencia
El aparato político-sindical del peronismo ejerce el arte milenario de desarmar cualquier resistencia.
Las organizaciones gremiales renuncian al combate unitario contra el plan de ajuste. Ante la ofensiva global del Ejército de línea que encabezan Milei, el FMI y el gran capital, la CGT y las CTA ensayan algo que remite levemente a una “guerra de guerrillas”. Pablo Moyano y Héctor Daer amenazan con un nuevo paro nacional que no cesan de postergar. Así desestiman la fuerza social de la clase trabajadora, esa potencia humana capaz de paralizar la actividad económica del país. Las organizaciones sociales peronistas y kirchneristas no ofrecen un rumbo distinto: limitan su pelea a enfrentar el salvaje ajuste que cae sobre comedores populares y asistencia social.
El peronismo político emite crujidos constantes. La arena mediática escenifica acusaciones cruzadas. Cada fracción jerarquiza sus intereses sectoriales. Cristina Kirchner -tras ofrecer una plataforma destinada a consensuar el ajuste- retorna al arte de amalgamar política y nostalgia, recordando sus gestiones presidenciales. En este escenario, Kicillof y Grabois se presentan como aparentes cabezas de una resistencia que no conoce otro método que las palabras. Al mismo tiempo, el gobernador ejecuta el ajuste en la provincia que administra.
En esa labor desorganizadora, el peronismo político elige ignorar las asambleas barriales. La presencia de militancia peronista y kirchnerista habla más del deseo y las voluntades individuales que de una orientación general.
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Liderazgos en tiempos de crisis
En las primeras páginas de su último libro, Henry Kissinger escribió que “un líder está obligado a navegar dentro de un margen estrecho, suspendido entre las certezas relativas del pasado y las ambigüedades del futuro” [1].
Milei se presenta a la sociedad como un líder dispuesto a pagar el “costo político” por las transformaciones que propone. En esa perspectiva, ofrece al país un nuevo destino: una presunta Argentina potencia, que deje atrás la decadencia que habría engendrado el “modelo de la casta”. Con ese objetivo, convoca a la población a soportar los sufrimientos que acompañarían la transformación.
Pero su retórica virulenta halla límites casi infranqueables en la realidad social. Pasado, presente y futuro se presentan ante él poblados de incertidumbre. Frente al ajuste oficial se erigen los poderes provinciales, con mandatarios poco proclives a asumir el costo de recortes que igualmente aplican. Se erigen, también, sectores del propio empresariado afectados por el carácter violento de las medidas económicas. Se erige, finalmente, una relación de fuerzas social con amplias capas de la clase trabajadora y el pueblo pobre que, aún de manera inicial, empiezan a expresar su resistencia.
De ese complejo entramado nacen los ensayos dialoguistas, como el escenificado este viernes con los gobernadores. Allí, según las primeras declaraciones, inició un toma y daca que se prolongará en el tiempo. Negociarán cuotas del ajuste a espaldas del pueblo trabajador. Nadie puede augurarle éxitos a esa rosca.
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El liderazgo de Milei ofrece más apariencia que esencia. Emerge en las tensiones irresueltas entre actores políticos, sociales e institucionales. Condensa un extendido malestar social que se canaliza, parcialmente, como apoyo a su figura. Está destinado a extinguirse; a consumirse a medida que se evidencie la imposibilidad del “derrame económico” que propone el relato oficial.
Su alternativa es derrotar la resistencia social; imponer un orden político más duro, conservador y reaccionario. Impedir ese resultado es una tarea esencial del período por venir.
La fuerza de las calles, las fuerzas de la tierra
Una multitud de mujeres copó las calles aledañas al Congreso Nacional. Marchó, con fuerza, por las marplatenses. También se hizo sentir en Córdoba, Mendoza, Neuquén y Salta. El verde y el violenta inundaron ciudades. La masividad desafió las amenazas represivas; respondió en los hechos la misoginia oficial; anunció que resistirá los ataques a sus derechos.
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La multitud de mujeres contrastó, en los hechos, con la presencia de los gobernadores en Casa Rosada. El palacio ofició de sede para la rosca del ajuste. Las calles como escenario de confrontación a gran parte de la agenda oficial.
El Gobierno mileísta suma apenas tres meses. El corto período lleva las marcas de varias movilizaciones masivas; un paro nacional de la CGT y las CTA; casi una semana de lucha contra la Ley Ómnibus y resistencia a la represión de Bullrich; paros de gremios como aeronáuticos, ferroviarios, docentes y salud; múltiples marchas y cortes contra cierres y despidos; movilizaciones contra recortes en los comedores populares. Las y los protagonistas son diversos, variados. Convergen en la oposición a las derivaciones del salvaje ajuste. Es urgente transformar esa simultaneidad en combate unificado.
Las fuerzas de la tierra pueden potenciarse a partir de la batalla conjunta contra el plan de guerra oficial. Fortalecerse a partir de una organización democrática desde abajo, que permita a cada quien convertirse en protagonista activo de la lucha. El enorme valor de las asambleas barriales radica ahí: creando un nuevo tipo de participación política, ofrecen un ejemplo a seguir en lugares de trabajo y estudio; en gremios y centros de estudiantes; en cada barrio y ciudad. El PTS-Frente de Izquierda las impulsa en esa perspectiva: una apuesta a motorizar ampliamente la autoorganización. Solo esa dinámica puede romper la inercia conservadora de los aparatos burocráticos que apuestan a las movilizaciones controladas y a los pactos con el poder.
La lucha colectiva de masas puede abrir un horizonte de esperanzas. Romper el escepticismo y la resignación. Ofrecer el mejor contrapeso al bullying que nace del abatimiento y la angustia cotidiana.
[1] Liderazgo, Seis estudios sobre estrategia mundial; p.13.
Eduardo Castilla
Nació en Alta Gracia, Córdoba, en 1976. Veinte años después se sumó a las filas del Partido de Trabajadores Socialistas, donde sigue acumulando millas desde ese entonces. Es periodista y desde 2015 reside en la Ciudad de Buenos Aires, donde hace las veces de editor general de La Izquierda Diario.