Milei quiere un Estado fuerte, y esta aspiración no es exclusiva del presidente argentino. Es una característica que comparte con todos los proyectos de las distintas variantes del libertarianismo a nivel internacional.
En el último episodio del ciclo de conversaciones “Argentina, ya lo vas a entender” (que estamos haciendo en La Izquierda Diario) conversaba con Verónica Gago sobre esta cuestión: por un lado, la relación íntima entre neoliberalismo y autoritarismo (y, en última instancia, neoliberalismo y violencia); por otro lado, el vínculo entre neoliberalismo y Estado. Contra el autorelato libertariano que asegura que quieren cada vez menos Estado, un Estado que se retire cada vez más de las distintas esferas y se vaya “extinguiendo” para dejar que la regulación armónica del mercado ordene la vida económica y social (esa es la forma en la que presentan su utopía), lo que en realidad sucede es que necesitan de un Estado fuerte que garantice ese orden.
El orden del mercado (más preciso sería decir el “desorden del mercado”) genera tantas contradicciones, desata tantas crisis, es tan “antinatural” —que se entienda lo que quiero decir, en lo social o lo político no hay nada “natural”, pero es tan arbitrario— que sólo un “Estado fuerte” puede sostenerlo ante las amenazas que recibe permanentemente, sobre todo, de la movilización social, de la acción colectiva o de las masas sobre la vida pública. El neoliberalismo, rebautizado como libertarianismo, digo, el de los padres fundadores admirados por Milei (Hayek, Von Misses, Milton Friedman) no es un proyecto económico que busque cada vez menos Estado y menos política; es un proyecto político que pretende un Estado fuerte para blindar el orden del mercado que, de otro modo, haría estallar a la sociedad por los aires. Ojo, los proyectos “estatalistas” o que bregan por alguna forma de “dirigismo estatal” buscan algo similar, pero por otros medios. Si el mercado quiere orden, debe ceder algo porque sino, puede perder todo. La crisis de esos proyectos que abrieron el camino a las derechas en muchos países del mundo y a Milei en la Argentina, tiene su base o responde a una crisis del capitalismo en general, de una competencia salvaje a nivel internacional en la que el Capital ya ni si quiera admite esas “concesiones” y vacía a los Estados, los desmantela, los priva hasta de esos mínimos instrumentos de contención. Por eso pretender volver a esos proyectos es no entender que, no solo son demasiado condescendientes con un Capital cada vez más salvaje y concentrado, sino que, además, son imposibles. El vínculo estrecho entre libertarianismo y “Estado fuerte” ofrece una perspectiva que permite entender algunas medidas que el Gobierno tomó en los últimos días en dos áreas: impositiva y de comunicación. Por un lado, con el anuncio del desmembramiento (y desmantelamiento) de la AFIP (la Administración Federal de Ingresos Públicos) encargada de la recaudación de impuestos (ahora se llamará “ARCA”, Agencia Nacional de Recaudación y Control Aduanero). A la vez estará dividido en dos: una Dirección General de Aduanas y una Dirección General Impositiva. Al margen de los cambios formales, lo importante es el personal que estaría a cargo, y que responde a Santiago Caputo, además de estar vinculado a todo un mundo de los servicios de inteligencia. Por otro lado, en el área de comunicaciones, el anuncio más rimbombante fue que se buscará eliminar la exención del IVA para diarios, revistas y medios digitales, además de que se licitarán el espectro móvil reservado a ARSAT o en manos de ENaCom para impulsar el despliegue del 5G. También se reactivarán la provisión de conectividad a 16.000 escuelas a través de un nuevo proceso licitatorio y derogarán las normas que rigen para el ordenamiento de señales en la grilla de contenidos de la TV paga (esto podría ir en detrimento de señales de noticias). En esta área, Milei estaría iniciando una batalla para instalar una nueva relación de fuerzas más estructural en la que disminuya el peso (ya degradado) de los medios tradicionales con respecto a las redes sociales dirigidas y copadas por los empresarios que respaldan a la ultraderecha, empezando por Elon Musk. Hay que seguir ese entramando y esta disputa en el que puede haber enfrentamientos fuertes, por ejemplo, Martín Becerra (especialista en comunicación y en industrias culturales) considera que es casi una declaración de guerra contra Clarín (y La Nación). Si se mira todo el cuadro de estos anuncios que se conocieron en simultáneo, por un lado, las medidas que pretenden unificar el aparato de inteligencia y el aparato que maneja información sensible de las cuentas de las empresas o personas físicas y jurídicas (una especie de “cripto-Estado” multifunción); y por el otro; pretende limitar la voz pública de medios de comunicación que pueden ser críticos, se entienden los objetivos del Gobierno: una coacción y coerción, vía la extorsión y el chantaje sobre los opositores. Recordemos Caputo ya controla a los escrachistas y propaladores de fake news de las “patotas digitales” que operan en las redes sociales. ¿Por qué en este momento? Bueno, porque por el descenso en la imagen del Gobierno, por el fin de la luna de miel, el comienzo de una agitación social (hoy centrada en la universidad), todo este clima había comenzado a tener réplicas en algunos medios que venían siendo muy condescendientes y comenzaron a escucharse voces críticas. Este cambio de clima también puede empujar a algunos sectores empresariales a apuntalar a otros proyectos políticos, porque se sienten perdedores en este. Por lo tanto, el reforzamiento de un aparato de control con información de inteligencia y el intento de limitar la capacidad de algunas empresas de comunicación, es un producto no de la fortaleza, sino de la debilidad en la que está entrando el Gobierno. Ante todo esto, la calle (con el acompañamiento incondicional de la izquierda) se está erigiendo a la verdadera oposición, hoy con eje en la “caja de resonancia” que es la universidad. Porque el conjunto del sistema político de oposición (sobre todo en el peronismo, pero también en el radicalismo) está regido por una temporalidad que no es la que reclama la urgencia de la hora. Sino la del armado de propuestas electorales que hoy desatan tempranas e incomprensibles peleas intestinas hacia el 2025 o, incluso, hacia el lejanísimo 2027. Entre otras cosas porque no confían en la calle, solo toman como dato a la calle cuando ésta se les impone. Consideran que la calle sobreviene cuando fracasa la política y no que la calle abre el camino a otra imaginación política. Por eso, mirando hacia atrás, consideran al 2001 un drama terrible y a los años 70, una tragedia. No como acontecimientos que abrían múltiples posibilidades. Ahora, bien mirados, atrasan. Porque venían componiendo las “nuevas canciones” con una melodía que intentaba amalgamar sus recetas fracasadas junto a algunos acordes del capitalismo hardcore que toca Milei. La nueva receta parecía una síntesis entre un poquito de ajuste “necesario” de Milei, pero el control de daños que Milei no tiene. Sin embargo, las verdaderas nuevas canciones están empezando a componerse en otro lado y dan nacimiento a otra política, contra el Estado policial que pretende fundar un debilitado Milei, ahí suena la música del futuro.