Famoso por sus declaraciones retrógradas, el Arzobispo de La Plata pone sobre la mesa aquello que la Iglesia Católica nunca dejó de ser. Cuando lo esencial es visible a los ojos.
Sábado 27 de agosto de 2016
Durante la última semana, el Monseñor Héctor Rubén Aguer volvió a ser noticia en los medios al proferir un amplio espectro de frases misóginas y retrógradas. Desde su alarma por una supuesta “desnaturalización de la función sexual”, pasando por la denuncia a lo “provocativo” de los trajes olímpicos, hasta la idea de que “la masturbación es parte de un desenfreno animaloide”.
Estas declaraciones, que parecen el guión para un sketch de Cha Cha Cha, abandonan su costado paródico cuando se indaga un poco en el historial de Aguer. El clérigo se erige como un verdadero militante por los valores oscurantistas.
“Se articula un proceso para hacer de los niños y adolescentes bonaerenses pequeños teóricos críticos para cambiar la sociedad (…), se los adoctrinará con versiones criollas de las ideas de Foucault y del neomarxismo”, alertaba en 2008 frente a cambios curriculares en la educación media. Y criticó en más de una ocasión la lucha por los Derechos Humanos. “Se habla en estos días de una ‘política de memoria, verdad y justicia’. ¿No se llama así, pomposamente, al rencor y a la venganza?”, preguntaba en el mes de mayo de este año.
De todas formas, como demostraron los dichos que trascendieron recientemente, su energía se concentra principalmente en atacar los derechos de las mujeres y LGTBI.
“Dios perdona cualquier cosa, pero el Sida no perdona”, fue un de las excusas que eligió para justificar su cruzada contra los preservativos. Para Aguer, los “ritmos de fertilidad creados por la naturaleza” brindarían una solución alternativa y “alejada de la promiscuidad y el pecado”. Por eso también arremetió contra la “desnaturalización de los sexos”, la “igualdad de género”, la masturbación, el matrimonio igualitario, la adopción por parte de parejas del mismo sexo, la ESI (Ley de Educación Sexual Integral), el sexo extramatrimonial, la inseminación artificial y todo lo que considera una “cultura fornicaria”.
“No soy un bicho raro en la Iglesia”, respondió el religioso frente a los cuestionamientos de los periodistas. Aguer, de 73 años, es Licenciado en Teología por la Pontificia Universidad Católica Argentina y asumió en junio del 2000 como cabeza de una de las Arquidiócesis más importantes del país. Ocupa un lugar de poder y está a cargo de más de 64 parroquias, 105 iglesias y capillas, 194 sacerdotes y 95 centros educativos.
Aunque forma parte de su ala más conservadora, el Monseñor representa la ortodoxia clásica que rige la Curia. No casualmente ninguna figura con peso dentro de la Iglesia salió a rebatir sus dichos. Aunque ha tenido divergencias con Francisco desde que éste era cardenal –las cuales han implicado enfrentamientos abiertos-, con distintas facetas ambos conservan lo esencial de una moral oscurantista.
Los dichos explícitos de Aguer, con el estilo que lo caracteriza, le hacen un flaco favor a una institución que busca represtigiarse frente a la constante pérdida de fieles y puede que incomoden a más de un miembro del Episcopado. Sin embargo, estos pensamientos no son exclusivos de este representante de la jerarquía eclesiástica. Recientemente, en Mendoza, el lobby del Opus Dei frenó unas jornadas por la diversidad sexual y a principio de año se lanzó contra el proyecto que convierte en ley el “Día contra la homofobia”.
Sin embargo, son la muestra de que los pretendidos cambios “revolucionarios” pregonados durante el último tiempo, resultaron no ser tales. El “gatopardismo” de Bergoglio –cambiar para que nada cambie- choca de frente con las confesiones de parte del Arzobispo.
A pesar de cambios en el discurso –con los inevitables “deslices” homofóbicos del Papa o contra el aborto -, siguen en pie los elementos constitutivos de una institución que -con el financiamiento actual del Estado- lleva más de dos milenios, legitimando, reproduciendo y sosteniendo la dominación, la explotación y la opresión de millones de personas.