En el año de los aniversarios de la Reforma universitaria y el Mayo francés, hemos visto el retorno del movimiento estudiantil a nuestro país. En otros artículos hemos descripto las formas que adoptó y las raíces de este despertar [1]. Aquí analizaremos qué dejó el movimiento, sus límites y algunas lecciones para los tiempos que vienen.
En la revista Ideas de Izquierda Nº 42, partiendo de las definiciones de Daniel Bensaïd sobre el movimiento estudiantil, afirmábamos:
… en momentos de agudas crisis económicas, sociales y políticas, el estudiantado muestra su heterogeneidad entre dos tendencias principales: puede desarrollar movimientos progresivos aliándose a las demandas de la clase obrera y que éstas se conviertan en un cuestionamiento más profundo al Estado y los gobiernos; o protagonizar movimientos conservadores del status quo [2].
Pensar en la posibilidad de que el movimiento estudiantil se constituya como sujeto en la etapa de crisis que estamos atravesando, supone reflexionar sobre cómo se construyen fracciones que apuesten a un desarrollo no corporativo de este. Es decir, no limitado a sus demandas en tanto universitarias y estudiantiles, sino que logre articular su programa con un programa de la clase trabajadora para salir de la crisis, y construya así una alianza con el movimiento obrero.
La vuelta del movimiento estudiantil
A principios de año hablamos de un “pacto conformista” en la universidad argentina, en referencia al status quo social y político que garantiza el régimen universitario co-gobernado por peronistas y radicales, administrando una universidad precaria heredera de la Ley de Educación Superior (LES) menemista, junto con las burocracias políticas estudiantiles y docentes. Todos apoyados en concesiones para la permanencia en la universidad como formas de contención de franjas medias de la sociedad. Podemos decir que el conflicto universitario de este año comenzó de forma defensiva frente al ataque al salario docente pasando posteriormente a mostrar el intento de una vanguardia por romper ese “pacto conformista”, como reacción al gobierno ajustador. Esto significó un primer ensayo de movilización y organización del movimiento estudiantil junto a los docentes a nivel nacional luego de varios años de inacción del mismo.
Como no se veía hace casi dos décadas, miles de estudiantes universitarios protagonizaron movilizaciones masivas, tomas de facultades y asambleas multitudinarias en las principales ciudades del país. El movimiento estudiantil se puso de pie contra el presupuesto de miseria a las universidades y en apoyo a la lucha de los docentes, que realizaron en el mes de agosto una medida de lucha con el “no inicio de clases” frente a los bajos salarios. Fue una experiencia contra un gobierno que ofrece precarización laboral y un freno a las aspiraciones de ascenso social para un sector de la juventud.
La marea verde, que precedió al movimiento, fue parte de la fuerza moral que impulsó a miles de jóvenes en todo el país a poner en cuestión no solo el ataque a sus docentes y el recorte a la educación pública (como lo había mostrado en otras ocasiones), sino a cuestionar aspectos reaccionarios del régimen universitario, como la anti democrática composición del gobierno universitario, los elementos retrógrados de sus planes de estudio, y los símbolos patriarcales y eclesiásticos que aún perduran en las facultades.
Este cuestionamiento alcanzó también a la organización del movimiento estudiantil, poniendo en pie comisiones de base, cuerpos de delegados, y estableciendo el método asambleario para la lucha. En su mayoría contra las burocracias estudiantiles tradicionales, tanto las ligadas al gobierno (Franja Morada) como las de la oposición patronal (PJ y kirchnerismo).
En síntesis, el proceso dio origen a una vanguardia juvenil que hizo una experiencia acelerada con parte de sus conducciones, con el gobierno y los sindicatos, que se organizó, tomó sus facultades y salió a las calles masivamente.
Sin embargo, pese a que se trató de un movimiento progresivo que se opuso al gobierno y al ajuste pactado con el FMI, el hecho de que no se tratase de un ataque directo al movimiento estudiantil, sumado a la poca radicalidad del estudiantado, aún atravesado por una lógica reformista que fomentaron tanto el kirchnerismo como el macrismo, combinada con valores individualistas alentados por el régimen y el rol que jugaron las burocracias estudiantiles y docentes, crearon las condiciones para el reflujo y pusieron límites al movimiento.
Un balance necesario
Si tuviéramos que definir la causa del reflujo del movimiento, lo podríamos definir como un proceso de regimentación, contención y desvío por parte de las burocracias universitarias, sindicales y estudiantiles que actuaron como agentes del régimen para evitar que el proceso se desarrolle y los desborde.
En primer lugar, hay que mencionar a la burocracia docente de FEDUN y CONADU (referenciadas con el peronismo kirchnerista), que marcó un punto de inflexión del movimiento, al aceptar un cierre de la paritaria de al menos 22 puntos por debajo de la inflación pautada para este año, y del propio reclamo de los docentes que ya venían de una pérdida salarial el año anterior. CONADU Histórica fue la única confederación que se opuso a este acuerdo. Miles de docentes descontentos, que venían siendo parte de las clases públicas, de los paros y las movilizaciones, vieron cómo sus conducciones los abandonaron planteando la “continuidad del plan de lucha”, pero concretamente retomando la normalidad en la mayoría de las facultades, con excepción de aquellas en donde surgió una vanguardia estudiantil dispuesta a continuar con las tomas.
Luego de una multitudinaria marcha, que pese a la lluvia torrencial y el frío, reunió a más de 300 mil miembros de la comunidad educativa de todo el país, y en el marco de una semana de grandes convulsiones para el gobierno (con un salto en la corrida del dólar que ponía en jaque los planes del Macri), las burocracias docentes le dieron el “aire” que necesitaba. Mostrando un acuerdo con la universidad, en el mismo momento que Macri, en cadena nacional, había dicho que era uno de los grandes temas a resolver. Es decir, una dosis bien cargada de gobernabilidad, en el marco de una gran demostración de fuerzas opositora.
Pero, ¿por qué actuaron así los sindicatos? El objetivo no solo era evitar que la lucha docente desbordase a sus conducciones –cuestión que se vio reflejada en las votaciones de CONADU sobre la propuesta del gobierno, que fue rechazada en seccionales de las más importantes como Córdoba y Rosario– [3], sino fomentar una estrategia que diese gobernabilidad a Macri con el fin de postularse como una oposición electoral para 2019.
Lejos de articular un espacio opositor al macrismo, desmembró la unidad efectiva conseguida en las instancias de lucha entre docentes y estudiantes, estableciendo una política consciente de aislar a la vanguardia estudiantil que se propuso continuar con las tomas. La presión concreta de la pérdida del cuatrimestre, con las principales centrales docentes contra la continuidad de las medidas de lucha, fue la combinación perfecta para evitar que esa vanguardia se desarrolle.
Por otra parte, el hecho de que la lucha contra la votación del presupuesto –que hubiese ligado a los estudiantes con otros sectores– no se haya transformado en la continuidad del conflicto, demuestra que primó la política de las burocracias kirchneristas de desmovilizar para lavarle la cara a los gobernadores que votaron ese presupuesto de miseria, y con los cuales el kirchnerismo apuesta a una alianza opositora. Es decir, el corporativismo de la burocracia-K se mostró totalmente funcional al avance del ajuste.
En segundo lugar, vale mencionar a las burocracias estudiantiles. La FUA (Federación Universitaria Argentina), conducida por la Franja Morada-UCR fue la cara del gobierno dentro del movimiento estudiantil. Si en los inicios del conflicto se abstuvo de participar y acompañó el reclamo superestructuralmente (de forma similar que los Rectores de las principales universidades), cuando comenzó a verse cuestionada, fue la voz cantante para buscar dinamizar a los sectores reaccionarios, avalando el ingreso de la policía a la Facultad de Derecho en Córdoba y organizando estudiantes en las universidades para levantar las tomas. La coronación de todo esto se dio con la imagen de la diputada Josefina Mendoza, ex Presidenta de la FUA, votando en septiembre el presupuesto 2019 que sentencia, entre otras cuestiones, una caída real del 10 % del presupuesto universitario.
Por su parte, la FUBA, principal federación universitaria de la Argentina, dirigida por Patria Grande y el Partido Obrero, no actuó como una fuerza dinamizadora de la organización democrática. Frente a la avanzada intervencionista del gobierno y el Rectorado que crearon una “FUBA paralela” para mayor regimentación del movimiento estudiantil, tuvo una actitud pasivizadora, en dirección a una salida electoral y de freno al movimiento de lucha. Una vez coronado el acuerdo de las direcciones sindicales, Patria Grande-La Mella planteó la necesidad de levantar los procesos de lucha que se mantenían en pie. El Partido Obrero por su parte, ante la presión de querer cerrar acuerdos electorales con sectores del kirchnerismo y así recuperar la conducción de la Federación, evitó hacer cuestionamientos a las conducciones kirchneristas que habían levantado el conflicto.
A contramano de esto, la asamblea interestudiantil de Plaza de Mayo, que fue parte de otras asambleas de este tipo en el resto del país, como en Córdoba, Rosario, Neuquén y Jujuy, fue una muestra de la emergencia de un movimiento estudiantil combativo. En ella, se pudo ver como los sectores de izquierda del movimiento tuvieron que enfrentarse con la conducción de la Federación que no estaba dispuesta a responsabilizar del ajuste económico al gobierno nacional y los gobernadores peronistas de las provincias, ante la propuesta impulsada por En Clave Roja-Juventud del PTS y sectores independientes de votar esa moción.
Pese al surgimiento de esta vanguardia en varios lugares del país, el movimiento de conjunto entró en reflujo. Uno de los motivos que podemos señalar es la convocatoria, impulsada por la mayoría de las corrientes universitarias, a elecciones en las facultades como canalizador de la bronca. Por otro lado, jugó un rol el incremento del clima electoral que impulsa el kirchnerismo, tendiente a que se exprese el movimiento en las urnas, como oposición pasiva ante el macrismo.
Esas elecciones mostraron algunos datos. En primer lugar una caída muy fuerte del PRO como corriente orgánica del gobierno, y en menor medida de Franja Morada como aliado y principal fuerza política oficialista en las universidades nacionales. En aquellos lugares donde el movimiento fue más débil o esporádico, la caída de las agrupaciones “anti lucha” fue menor, mientras que en aquellas donde el conflicto fue más fuerte y las conducciones ofrecieron resistencia a que se desarrolle, primó el cambio. Algunos de estos procesos permitieron a la izquierda trotskista avanzar en la conquista de nuevos centros de estudiantes, como el centro Humanidades en el COMAHUE, el del terciario Normal 1 y el centro de Psicología en la Universidad de La Plata; y en conservar otros, como el de Filosofía y Letras de la UBA, el de la Universidad de Quilmes y General Sarmiento. En todos estos escenarios, la Juventud del PTS y sus agrupaciones jugaron un rol clave, planteando la necesidad de la formación de listas con independencia política, en donde participaron activistas independientes, realizando una delimitación clara no solo del gobierno nacional y las autoridades de todos los colores políticos, sino también del kirchnerismo y sus corrientes universitarias que buscaron contener y luego traicionar el conflicto educativo.
Sin embargo, el otro dato que arrojaron estas elecciones, es que en varias facultades donde hubo mayores elementos de cambio, predominó la lógica de “nuevas conducciones” o de voto opositor, en general, a Franja Morada y sus aliados, como en Ciencias Sociales, Medicina y Agronomía. La novedad que trajeron estos frentes que canalizaron parte del descontento con las conducciones burocráticas existentes fue que la propuesta política del “frente antimacrista” (que se estrenó en facultades como Medicina y Agronomía de la UBA), incluyó no solo al kirchnerismo y sus aliados, sino también a agrupaciones de izquierda como el Partido Obrero. La coronación de esta política fue el reciente congreso de la FUBA en donde se conformó una lista unitaria entre PO-Mella- La Cámpora y Nuevo Encuentro, pese al hecho de que Franja Morada no se presentó como rival en la votación [4].
El problema estratégico de estas alianzas no es solo haber forjado una unidad prescindiendo de un programa de independencia política (algo clave para ligarse con el movimiento obrero combativo), sino presentar una unidad “opositora” con quienes desmantelaron la unidad que se había logrado en las calles, y particularmente entre la vanguardia de lucha, los docentes y los sectores más amplios del movimiento estudiantil.
Esta separación absoluta entre el terreno corporativo-sindical de la universidad, en donde “nuevas conducciones” en cada una de las facultades alrededor de un programa de “defensa de la educación pública” en general, y, por otro lado, el terreno de la lucha política por desarrollar sectores de vanguardia del movimiento estudiantil que hagan una experiencia hasta el final con las agrupaciones kirchneristas, sacando las lecciones sobresu accionar en los momentos decisivos, es el obstáculo a superar para el desarrollo de esas nuevas vanguardias que surgieron.
“El universitario puro es una cosa monstruosa”
La división corporativa de las luchas es siempre favorable a las burocracias políticas, sindicales y estudiantiles que buscan constantemente no ser sobrepasadas, separando cada una de las luchas, y así debilitar la posibilidad de una alianza potencialmente revolucionaria.
Pese al discurso de defensa de los intereses propiamente estudiantiles, que para la gran mayoría de las corrientes universitarias se traduce en reclamos gremiales cada vez más elementales para el nivel de crisis que está atravesando el país, la historia del movimiento estudiantil demuestra que este fue más fuerte, y pudo incidir más en la realidad política, en aquellos momentos en que buscó aliados en el movimiento obrero y tomó en sus manos las demandas de los sectores oprimidos.
La juventud que encabezó la Reforma universitaria en Argentina, hecho decisivo para el movimiento estudiantil en toda América Latina, más allá de su diversidad ideológica, repudió la matanza imperialista de la Primera Guerra Mundial, y parte de ella se reconoció hija de la Revolución rusa.
En los años ‘60, el movimiento estudiantil actuó en muchos casos como la fuerza social que anticipó las acciones de la clase obrera, como en el Mayo francés y la Primavera de Praga. También fueron claves los estudiantes norteamericanos para el debilitamiento de la ofensiva norteamericana sobre Vietnam. En los países semicoloniales, éste fue más de una vez la vanguardia de la lucha antiimperialista. También en Japón, los estudiantes estuvieron a la cabeza de denunciar los pactos imperialistas entre el gobierno japonés y el norteamericano, organizados democráticamente desde los “comités de lucha” alrededor de la Zengakuren.
En nuestro país, en 1969, otra vez en la Córdoba reformista, pero también en Rosario, en Tucumán, La Plata, Mendoza, y Capital Federal, los estudiantes argentinos fueron protagonistas de la oleada revolucionaria de los ‘70.
La última dictadura argentina buscó barrer con esta tradición. Luego del ‘83, con la Franja Morada a la cabeza, el movimiento estudiantil adquirió rasgos fuertemente corporativos.
En los ‘90, fue opositor al menemismo y dio muestras de vitalidad cuando fue atacado, como en 1995 ante la aprobación de la LES, que por la relación de fuerzas mostrada en ese período, no pudo ser aplicada en su conjunto. Estos movimientos de resistencia a las políticas del Banco Mundial, se replicaron también en el resto de América Latina, y tuvieron su punto más alto con la importantísima huelga universitaria de la UNAM en el año 1999. El saldo fue un fuerte desprestigio de las políticas neoliberales en la región y una adecuación de los planes neoliberales para evitar ataques directos sobre la universidad de masas. Pese a estas acciones, el movimiento estudiantil, si bien mostró combatividad, fue menos audaz para ligar sus demandas a la lucha de otros sectores, y no fue capaz de llegar con un mayor peso político ante coyunturas críticas como el 2001 en Argentina. Si bien logró organizarse, destacando vanguardias de lucha, interviniendo en las asambleas populares, y conectándose con el movimiento de desocupados, e incluso desplazó a conducciones burocráticas que durante años habían dirigido el movimiento estudiantil (como a la Franja Morada de la FUBA), no logró revolucionar estas organizaciones.
Retomar una tradición
La catástrofe económica y social a la que va nuestro país de la mano del FMI, implica, tarde o temprano nuevos enfrentamientos sociales de envergadura. Y por lo tanto nos obliga a plantear la necesidad de la emergencia de un movimiento estudiantil no corporativo, que intervenga en ellos con una salida que se plantee la ruptura del pacto colonial de sometimiento al que nos están arrastrando, junto a los trabajadores y el pueblo pobre. La autoorganización es clave para poder asentar esta perspectiva frente al interés fragmentario de las burocracias que conducen las principales organizaciones de masas a nivel universitario.
Para romper con ese corporativismo, es clave forjar desde ahora un movimiento estudiantil sensible a los padecimientos del resto de los sectores explotados y oprimidos. La articulación en cada conflicto obrero que se presente, rompiendo las barreras corporativas, es un punto distintivo de los centros de estudiantes donde la Juventud del PTS interviene.
La presencia de los centros de Psicología, Filosofía y Letras y Sociales en la lucha de la autopartista Lear en el 2014, o del CEFYL y el CEUNGS en el conflicto de PepsiCo en 2017, son pasos en este sentido, que debemos multiplicar.
Para impulsar esos lazos es necesario chocar de lleno contra el “pacto conformista” en las universidades, apoyado en el individualismo y la meritocracia como valores reaccionarios, que llevan a una parte mayoritaria de los estudiantes a volverse insensibles a los padecimientos ajenos. Tanto macristas como kirchneristas fomentan estos valores para contener la acción colectiva de los estudiantes fuera de los márgenes del régimen que los sostiene.
Buscar asentar esta perspectiva es condición necesaria pero no suficiente en el horizonte de una potencial alianza obrero-estudiantil. La defensa de la educación pública universitaria es un aspecto importante pero también limitado en tanto los sectores sociales que pueden ingresar, permanecer y egresarse son todavía una minoría frente a las mayorías trabajadoras [5]. Además, es utópico pensar que se puede “solo salvar la universidad” del ajuste. Defender esa idea corporativa es la política central de los Rectores, que defienden sus intereses como casta, y hay que combatirla.
Es necesario levantar un programa que plantee que la universidad y el conocimiento que allí se produce sean puestos al servicio de la clase obrera y la lucha contra los capitalistas, en la perspectiva de construir otra sociedad sin explotación ni opresión. Y por lo tanto, combatir las ideologías reaccionarias y los sentidos comunes que abundan en la universidad, y que apuntan a defender el orden social existente.
Los centros de estudiantes necesitan ser un motor de iniciativas que busquen integrar lo que la burguesía y las distintas burocracias buscan fragmentar. Utilizar las universidades cómo lugares donde puedan confluir trabajadores, estudiantes y sectores del movimiento de mujeres, para reunirse y discutir conjuntamente como golpear con un solo puño ante los ataques, plantea la posibilidad de acumular mayores volúmenes de fuerza en una lucha contra el infierno al que nos quiere someter el FMI. La experiencia de unidad entre los trabajadores del Astillero Río Santiago y los estudiantes platenses, que fortaleció la lucha y dio un golpe a los ataques de Vidal, es un camino en este sentido, que si se multiplica, puede ser clave para superar la crisis que estamos atravesando.
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