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Red Internacional
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Derechos trans. Nueva "guerra cultural": republicanos atacan derechos de infancias trans en EE.UU.

La reciente oleada de terribles proyectos de ley que atacan los derechos de las personas trans forma parte de una estrategia más amplia de los republicanos, que están relanzando "guerras culturales" en un intento de recuperar el poder.

Lunes 12 de abril de 2021 19:22

Imagen: Getty Images

Imagen: Getty Images

Hay una extraña y desagradable sensación de déjà vu al leer las noticias estos días. En todo el sur de Estados Unidos se están debatiendo legislaturas que restringen drásticamente los derechos de las personas trans, concretamente de las infancias trans. Algunas ya han sido aprobadas. Al leer sobre estos ataques, uno casi podría sentirse como si estuviéramos de vuelta en los primeros años de la década de 2010. ¿No hemos luchado ya en estas guerras culturales y hemos ganado?

A partir de la década de 1990, el Partido Republicano llevó las cuestiones sociales a un nuevo nivel en la política estadounidense en lo que se ha denominado las guerras culturales: un intento de pintar los fenómenos sociales progresistas, como el aumento de la visibilidad de las personas queer y un mayor número de mujeres en la fuerza de trabajo, como la "cultura" de su base. Trataron de pintar al Partido Demócrata como promotor de estas amenazas como una forma de movilizar a su propia base. La idea esencial es utilizar el miedo al "otro" para asustar y así motivar políticamente a la base socialmente conservadora de los republicanos. En los últimos años, esto pasó de ser la principal estrategia electoral del Partido Republicano a una táctica más ad hoc, con la campaña de Trump contra los inmigrantes y la legislación anti-trans de principios de la década de 2010 como ejemplos más recientes.

Las guerras culturales dan cobertura a las innumerables políticas —presentadas por ambos partidos— que empeoran significativamente las condiciones materiales de sus votantes.

Ahora parece que esta táctica ha vuelto con fuerza, y este año ya se han batido récords en cuanto a legislación anti-trans. Virginia del Oeste, Dakota del Sur, Misisipi, Arkansas y Tennessee han prohibido a las mujeres y niñas trans practicar deportes. Arkansas ha prohibido el tratamiento médico de afirmación de género para jóvenes trans, y Alabama está intentando prohibir la atención de afirmación de género para jóvenes trans y obligar a los profesores a sacar a sus alumnos trans.

Un nuevo proyecto de ley de Carolina del Norte no sólo pretende obligar a los profesores a informar a los padres de cualquier joven que actúe de forma "no confirmada en cuanto al género", y prohibiría la atención médica confirmada en cuanto al género para los jóvenes trans, sino que también prohibiría la atención médica confirmada en cuanto al género para las personas trans hasta los 21 años. En otras palabras, el estado de Carolina del Norte quiere prohibir que los adultos reciban el tratamiento médico necesario. Además, estos Estados están imponiendo algunas de las restricciones más intensas que se recuerdan en la actualidad referentes hacia la capacidad de los médicos para realizar su trabajo.

Lo que estamos viendo actualmente no es una casualidad. No es simplemente el producto de tener intolerantes en el gobierno, aunque ciertamente están allí. Se trata más bien de una estrategia política intencionada y bien probada que los republicanos esperan que les lleve de nuevo al poder. Quieren asociar las preocupaciones "morales" de la derecha religiosa con la política identitaria reaccionaria de la base trumpista. Por su parte, los demócratas están perfectamente contentos de que estas guerras se reanuden porque consideran que les ayudan a mantener su coalición de votos.

La situación actual de los republicanos

Estos terribles ataques no salen de la nada. El Partido Republicano sufrió una aplastante derrota en 2020. Los demócratas ganaron la Casa Blanca y el Senado y los republicanos se enfrentan a un camino cada vez más difícil gracias a los cambios demográficos en estados como Georgia, Tejas y Carolina del Norte, mismos que solían ser bastiones electorales confiables para los republicanos. Además de estos desafíos, Donald Trump ha atacado abiertamente al partido, poniendo a su establishment en una posición muy difícil. Por un lado, los republicanos necesitan desesperadamente ampliar su base electoral y recuperar a los votantes de los suburbios que ayudaron a poner a Biden en el poder. Por otro lado, necesitan mantener en el redil a la vocal y poderosa ala trumpista. Perder a esos votantes en favor de un tercer partido, o que simplemente decidan quedarse en casa, sería desastroso para las posibilidades electorales republicanas.

Todo esto se desarrolla dentro de un Partido Republicano que está dividido internamente en tres alas. Llamémoslas las alas de Trump, Romney y Pence.

El ala de Trump es el ala populista de la derecha. Sus votantes tienen demandas "de pan y mantequilla" sobre los salarios, el comercio y los puestos de trabajo, y adoptan en gran medida enfoques xenófobos y racistas para garantizar que se cumplan esas demandas. Son los votantes de "America First" que culpan —o, más exactamente, han sido convencidos por sus líderes sin escrúpulos de culpar— a los inmigrantes y a la gente de color por los fracasos del neoliberalismo. Se oponen al establishment (gente como el líder de la minoría en el Senado, Mitch McConnell) y a lo que ven como ataques a su modo de vida que están resultando en gran parte debido a que la población estadounidense es cada vez menos blanca. Perciben el movimiento Black Lives Matter y la "cultura de la cancelación" como parte de estos ataques.

Estos votantes responden a un empeoramiento real de sus condiciones materiales a través de políticas como el TLCAN (que también devastó a la clase trabajadora mexicana). Muchos de ellos son de clase trabajadora, pero también hay grandes sectores de pequeños empresarios y agricultores que también ven empeorar sus condiciones. Aunque el ala de Trump del partido dice defender sus problemas, están tratando de vincular las demandas reales de estos votantes con los intereses de las Grandes Empresas. ¿De qué otra manera se podrían caracterizar las masivas devoluciones de impuestos del régimen de Trump y los enormes regalos financieros, esencialmente sin supervisión, entregados a la clase dirigente como estímulo durante su tiempo de mala gestión de la pandemia? A pesar de toda su retórica y sus posturas, esta ala de los republicanos no es en absoluto amiga de los trabajadores.

El ala dirigida por el senador republicano de Utah, Mitt Romney, por el contrario, intenta construir un Partido Republicano más amable y gentil. Estos líderes del partido más establecidos quieren volver a presentar a los republicanos como más diversos y socialmente "conscientes". Esta ala adopta una postura más suave en cuestiones sociales y, en cambio, centra su conservadurismo en la economía. En esencia, esta ala es el ala neoliberal del Partido Republicano, que intenta recuperar el proyecto neoliberal para los republicanos al tiempo que intenta —como han hecho los demócratas con más éxito— pintar el neoliberalismo con una cara más diversa. El ala de Romney pretende recuperar una base más de clase media, así como hacer que los sectores del capital que han abrazado otras alas vuelvan al redil más dominante.

La otra gran ala del Partido Republicano es la que dirige el exvicepresidente de Trump, Mike Pence, que incluye a la derecha cristiana. A diferencia del ala de Romney, que intenta alejarse de las cuestiones sociales, esta ala las considera la principal preocupación. El ala de Pence llega a los supuestos "votantes de un solo tema" —el aborto en particular— de los que tanto se habla en cada ciclo electoral. Pero en realidad no hay ningún tema único; esta ala se ha dedicado a oponerse a casi todas las políticas socialmente progresistas de los últimos cien años, prefiriendo volver a sumergir al país en los "tiempos más sencillos" del siglo XIX, cuando había esclavos, las mujeres no podían votar, etc. Dado que esta ala se preocupa más por las cuestiones "morales" que por las económicas, su base social es mucho más ecléctica que las otras: incluye a todos, desde los capitalistas súper ricos hasta la clase trabajadora pobre.

Independientemente de su política, las tres alas del Partido Republicano están financiadas e impulsadas por los intereses del gran capital.

Las contradicciones de mantener estas alas unidas son claras. A nivel nacional, la oposición a la agenda del presidente Biden permite a los republicanos en el Congreso al menos la ilusión de unidad porque no tienen que proponer ninguna política alternativa real. Pero también significa oponerse a políticas que cuentan con un apoyo abrumador, incluso entre los votantes republicanos, como el proyecto de ley de alivio del coronavirus. A nivel estatal, donde los republicanos sí tienen el poder, pueden hacer cosas (o al menos, las que creen que funcionarán) en un esfuerzo por mantener el partido unido y detener la hemorragia que los cambios demográficos en estos estados clave están causando. Aquí es donde entra el "vamos a atacar a los niños trans".

Oprimir minorías es tan estadounidense como un McDonald’s

El Partido Republicano se ha enfrentado a problemas similares en el pasado. Desde la época posterior al movimiento por los derechos civiles, pasando por la época de Bush y hasta los años de Obama, los republicanos se han encontrado a menudo "en el lado equivocado de la historia" con respecto a las cuestiones sociales (lo que no implica, por supuesto, que los demócratas estén necesariamente en el lado correcto) y, en lugar de abrazar el "progreso", han regresado para dirigirse a los sectores marginados y atacarlos con saña. El discurso de Nixon sobre la "mayoría silenciosa" era la insinuación de que la mayoría de los estadounidenses se oponían a los cambios culturales que se estaban produciendo en los años sesenta y principios de los setenta. Reagan demonizó a las "welfare queens" (se traduce como "reina del bienestar" y es un término derogatorio que se refiere a las mujeres que utilizan la manutención del gobierno con sus programas sociales por medio de supuestos fraudes y abusos en la figura de la maternidad), y a la comunidad LGBT. Bush padre se presentó contra la caricatura racista de Willy Horton, mientras que Bush hijo gobernó contra los musulmanes, las personas LGBT, los inmigrantes y las mujeres. La campaña y la presidencia de Trump fueron explícitamente racistas y xenófobas.

No es de extrañar, entonces, que los republicanos de hoy en día a nivel estatal estén resucitando los temas que tuvieron éxito para ellos en el pasado. De hecho, apuntando a los niños trans y al derecho al aborto, algunos sectores del partido republicano esperan unir las alas de Trump y Pence bajo una misma bandera. Quieren casar las cuestiones "morales" del ala de Pence con el miedo a perder "nuestro modo de vida" del ala de Trump. El mensaje es, esencialmente: "Vota por nosotros y nos aseguraremos de que los maricas y los negros no te sustituyan, y de que no haya transexuales en tus baños. Somos el partido de los Estados Unidos de verdad, y nos aseguraremos de que nadie te quite esos verdaderos Estados Unidos".

Esta estrategia es directamente opuesta a los esfuerzos del ala de Romney por diversificar el Partido Republicano. "Somos el partido de los verdaderos Estados Unidos", dice esta ala, "y Estados Unidos tiene un aspecto diferente al de hace cien años". En otras palabras, quieren copiar el libro de jugadas de los demócratas y ponerle una cara diversa al neoliberalismo, lo que en gran medida ha funcionado bien para los demócratas hasta ahora. Por eso el gobernador de Arkansas, Asa Hutchinson, vetó inicialmente la ley antitrans. No fue por ninguna objeción moral a la opresión de los jóvenes trans, sino por una preocupación táctica sobre la mejor línea para el partido en el momento actual. El hecho de que la legislatura estatal haya anulado su veto demuestra lo profunda que es la crisis del Partido Republicano.

Está claro que Hutchinson suscribe una estrategia diferente para construir el Partido Republicano que la de los miembros de su legislatura. El hecho de que las alas no puedan encontrar un consenso será seguramente más problemático a medida que se acerquen las elecciones de mitad de mandato y luego las presidenciales.

¿Cómo se encuentran los Demócratas ahora?

Los demócratas, como suelen hacer, se presentan como los mejores amigos de los oprimidos y se pronuncian contra la legislación anti-trans. Aunque el propio Joe Biden ha guardado un notorio silencio sobre los proyectos de ley, es el primer presidente que celebra oficialmente el Día de la Visibilidad Trans, y ha nombrado a una persona trans para un puesto de alto nivel en su administración.

"Estamos de su lado", nos dicen los demócratas. "Somos sus aliados".

A primera vista, esto puede parecer así. Después de todo, no son los demócratas los que promulgan proyectos de ley peligrosos y probablemente mortales que impiden que los niños reciban cuidados de afirmación de género, aunque algunos demócratas están abiertamente en el lado equivocado de la historia, incluidos dos senadores demócratas del estado de Alabama
que votaron a favor de uno de los peores proyectos de ley antitrans del país. Pero el Partido Demócrata no está tocando los tambores para mantener a las personas trans fuera de los deportes o de los baños.

Sin embargo, aunque los demócratas no apoyen explícitamente la opresión trans, siguen protegiendo la opresión estructural de las personas trans. Por decirlo de otro modo, el acceso a la atención médica de afirmación de género significa poco si es completamente inasequible debido a nuestro sistema de salud privatizado. El derecho a participar en deportes significa poco si te mueres de frío en la calle porque los servicios sociales han sido completamente desfinanciados. Y poder usar el baño que elijas significa poco si te encierran en la cárcel o te asesina la policía. Así que, aunque los republicanos y los demócratas pueden diferir en los detalles de cómo oprimir a las personas trans, están de acuerdo en la opresión estructural de las personas trans.

Hay algo extraño en ver a un partido y a sus miembros que hace unos años se oponían absolutamente a los derechos de los homosexuales y que ahora se envuelven (metafórica y, a veces, literalmente) en la bandera del arcoiris, como si siempre hubieran sido nuestros aliados. La vicepresidente Kamala Harris, que se definió a sí misma como la "mejor policía de California", en su día se opuso personalmente a que las personas trans encarceladas tuvieran acceso a la atención sanitaria y lideró la lucha para precarizar aún más el trabajo sexual. ¿Creemos realmente que su partido está ahora a favor de la liberación trans?

La trayectoria del Partido Demócrata con la liberación queer imita lo que ha hecho con la liberación negra y el feminismo: oponerse con uñas y dientes a los movimientos hasta que son demasiado populares para ignorarlos, y luego ofrecer palabras de apoyo y pequeñas reformas con la esperanza de presentar a los demócratas como aliados. Pero el Partido Demócrata no es más amigo de la comunidad LGBT que de los negros y las mujeres. No se puede votar en contra de un aumento del salario mínimo, apoyar a las prisiones, luchar contra la concesión de protecciones a las trabajadoras del sexo y mantener la sanidad privada y luego fingir que te preocupas por las personas trans. Este neoliberalismo "progresista" no ha traído más que desesperación para la gran mayoría de las comunidades oprimidas, incluso si ciertos miembros de esas comunidades son elevados como fichas.

En el contexto de cómo los demócratas han abordado los movimientos sociales y la opresión a lo largo de las décadas, la actual oleada de legislación anti-trans es uno de los mejores regalos que los republicanos podrían ofrecer. Los demócratas pueden seguir jugando su carta del "mal menor" durante otro ciclo electoral, a pesar de no ofrecer más que un "apoyo" simbólico a las personas trans carente de cualquier acción sustantiva. La tenue coalición de Biden acaba de conseguir un poco más para mantenerse unida: "tenemos que unirnos en torno a los demócratas para combatir a esos malvados intolerantes, los republicanos". No importa que los demócratas no tengan soluciones reales para la difícil situación de las personas trans.

La historia apunta a qué estrategia debemos tener para ganar

A los liberales les encanta afirmar que las cosas sólo avanzan y que el progreso es inevitable. Esta idea lineal de la historia supone que la lucha por la liberación se mueve en línea recta, desde la opresión hasta la liberación, una liberación que se otorga mediante leyes, grandes declaraciones y líderes individuales. Sin embargo, como la lucha actual , eso no podría estar más lejos de la verdad. Lo que está ocurriendo ahora mismo desmiente las concepciones liberales de la historia y, sobre todo, que la liberación queer es algo que se gana en el Congreso y en los tribunales. El resurgimiento de la legislación antitrans subraya que la lucha por la liberación nunca terminará hasta que todos seamos libres y que nunca podremos confiar en que nos libere un sistema que fue creado y persiste específicamente para oprimirnos.

El Estado capitalista y los partidos capitalistas abordan las demandas de liberación primero negándonos y borrándonos y luego, una vez que les obligamos a prestar atención, lanzándonos algunas migajas y buscando cooptarnos. Ese es el libro de jugadas del Partido Demócrata descrito anteriormente. "Miren", nos dicen, "el arco de la historia es largo pero se inclina hacia la justicia. Al final, lo haremos bien. Confíen en nosotros. Después de todo, les dimos el matrimonio gay". Pero esto ignora que la única razón por la que ganamos algo fue porque luchamos por ello y porque ellos tenían miedo de que lucháramos por más.

Desde Stonewall hasta ACT UP [1] y el momento actual, sólo la lucha en las calles —la amenaza misma de ello o la lucha real en nuestros lugares de trabajo— obliga al Estado a hacer concesiones. Nuestros derechos no se dan, se arrancan.

Una vez que han conseguido cooptar y desmovilizar un movimiento, los capitalistas están perfectamente dispuestos a revertir las concesiones que hemos ganado. Después de todo, nunca estuvieron realmente de nuestro lado. No se preocupan por nosotros. Si nos dan algo, sólo es suficiente para mantenernos callados y aceptar la explotación a la que nos obliga el capitalismo. Por eso debemos ser muy claros: ningún miembro de ningún partido capitalista o institución estatal es nuestro aliado, aunque sea miembro de nuestra comunidad. Su primera lealtad siempre será a las instituciones del capitalismo y al sistema que nos oprime y explota por diseño. La opresión no es un error de este sistema. Es una característica.

Esto es clave: el capitalismo es un sistema construido sobre la explotación y la opresión. Es imposible crear un capitalismo no racista, no queerfóbico y no excluyente. El capitalismo no funciona así. Es el propio sistema el que nos oprime; sus políticos y otros sólo hacen el trabajo diario.

El camino que tenemos por delante es difícil pero claro. No ganaremos nuestra liberación presentando más personas trans al Congreso o rogando a los gobiernos estatales que traten a las personas como seres humanos. No ganaremos nuestra liberación trabajando dentro de su sistema. Tenemos que derrocarlo. Los republicanos pueden parecer los villanos más obvios en el momento actual, pero los demócratas no están menos dedicados a nuestra opresión, sólo son más silenciosos al respecto. Los partidos y el Estado del capitalismo no ofrecen nada a la clase trabajadora y a los oprimidos.

Para combatir estos ataques actuales, el movimiento de liberación trans debe unirse al movimiento Black Lives Matter y a la clase trabajadora para luchar contra todas las peligrosas restricciones que se proponen y promulgan. Unir las luchas de los oprimidos y de la clase trabajadora bajo una misma bandera será clave para desarrollar la fuerza de lucha necesaria para detener estos ataques.

Específicamente, los sindicatos y organizaciones de maestros y trabajadores de la salud deben jugar un papel importante en la resistencia. Ambos grupos han sido algunos de los sectores más combativos de la clase trabajadora durante el pasado año en su resistencia a las prácticas inseguras durante la pandemia.

Los proyectos de ley de Alabama y Carolina del Norte obligarían a los profesores a denunciar a los alumnos a sus padres si muestran un "comportamiento no conforme con el género" (sea lo que sea que eso signifique). Esto es peligroso y no tiene nada que ver con el trabajo en el que deben centrarse los profesores: enseñar a los alumnos. Los profesores deben negarse a cumplirlas, y ellos y sus sindicatos deben emprender acciones militantes en el lugar de trabajo, tanto para protestar contra estas leyes como para proteger a cualquier profesor o alumno al que afecten estas leyes.

Lo mismo ocurre con los trabajadores de la salud. El hecho de que ahora sea ilegal que los médicos proporcionen tratamientos médicos que ellos y sus pacientes (¡y los padres de sus pacientes!) consideran necesarios es una cuestión laboral, y debe combatirse con la fuerza de fuego de los trabajadores.

Las bases de estos sectores deben exigir a sus sindicatos y asociaciones que estén a la altura de las declaraciones de inclusión y solidaridad que están emitiendo. Es hora de luchar contra estas leyes con el poder de la clase obrera.


[1ACT UP es una organización de base cuyo nombre se traduce como "actúa" pero que son las siglas de AIDS Coalition to Unleash Power (Coalición del SIDA para desatar el poder) y cuyo objetivo es, mediante la acción directa, terminar con la pandemia del SIDA.

Sybil Davis

Docente y artista teatral, vive en New York.