La persecución institucional que sufren los inmigrantes tiene sus raíces en la opresión imperialista que se ceba especialmente contra el pueblo africano, que a lo largo de su historia ha sido esclavizado, colonizado, expoliado, forzado a emigrar. Aun así, las leyes les consideran “ilegales”.
Viernes 13 de abril de 2018
Foto: ID
Existe un momento en la historia que va a ser clave para la configuración del mapa político africano actual y que determina la situación por la que hoy en día pasa la población de este continente; la Conferencia de Berlín de 1884 y 1885 donde se establecen las bases para el “reparto de África”. Este fue un encuentro internacional, impulsado por el canciller alemán Otto Von Bismarck, en el que las grandes potencias europeas adoptaron una serie de acuerdos que debían regir la ocupación del territorio africano, y que más adelante iba a configurar las fronteras interiores del continente a base de “escuadra y cartabón”, sin tener en cuenta la heterogeneidad cultural y étnica entre los pueblos que estaban dividiendo a su antojo.
En esta conferencia se decreta la libertad de comercio y navegación por los ríos Congo y Níger, los dos ríos más largos de África tras el Nilo. También se prohíbe la esclavitud, y no porque la burguesía impulsora de esta ocupación estuviera en contra de esta práctica, como se puede leer en “El libro negro del colonialismo. Siglos XVI al XXI: del exterminio al arrepentimiento” dirigido por Marc Ferro en el que un equipo de historiadores describen los excesos y los discursos que legitimaron la empresa colonial: “Heredero directo de esa esclavitud cuya abolición era una de las principales justificaciones de la presencia de los colonizadores, el trabajo forzado fue legalizado en 1892 para contribuir a la construcción y mantenimiento de pistas y los primeros equipamientos colectivos, a la tala de bosques, al transporte por porteadores […] Así pues, fue necesario erigir todo un impresionante aparato coercitivo, no solo para obtener el cumplimiento de las tareas obligatorias, sino también para reprimir y prevenir revueltas”. Por último, se establece el principio de ocupación efectiva, lo que se traduce en que para considerar como propio un territorio era necesario ocuparlo, por lo que las potencias europeas se lanzaron a conquistar aquellas tierras que aún no pertenecían a ningún otro país occidental.
En esta verbena imperial todas las potencias europeas del momento sacaron su tajada, pero los casos más llamativos fueron los de Bélgica (a la que se le reconocía el “Estado Libre del Congo” como una colonia a título personal del rey Leopoldo II), Reino Unido y Francia, estas dos últimas repartiéndose las mayores extensiones de territorio (África Occidental para Francia y Oriental para Reino Unido). Aún hoy en día se pueden ver esas fronteras basadas en los intereses de cada estado colonizador, como en el caso de Gambia, ocupada por Reino Unido hasta 1965 y cuyos límites se levantan en torno al río homónimo para evitar que Francia (que ocupaba los territorios limítrofes) lo pudiera utilizar como recurso natural navegable con salida al Atlántico.
Elaborado desde Geamap/Waze GPS
Además de los intereses políticos de dominación en África y de competitividad con los demás estados imperialistas, la burguesía vio una oportunidad de expansión de su capital abriéndose a nuevos mercados basados en la explotación de materias primas y fuentes de energía que escaseaban en Europa, ya que allí se estaban aplicando una serie de políticas proteccionistas surgidas de un creciente nacionalismo económico, que coincide con la aparición de nuevas potencias como Japón y Estados Unidos, lo que hace que proteccionismo y expansión colonial sean dos fenómenos paralelos.
Y como no, la Iglesia tampoco podía faltar a este festín, por lo que el imperialismo también se justificó en llevar el cristianismo a pueblos que tenían tradiciones religiosas ancestrales. Tanto católicos como protestantes protagonizaron misiones evangelizadoras y promovieron el “rechazo a la esclavitud”, convirtiéndose en un medio legitimador de la imposición de la cultura occidental en África.
A raíz de la Segunda Guerra Mundial, el panorama cambió debido a que las potencias europeas salieron muy debilitadas del conflicto, por lo que se vieron incapaces de mantener los costes de posesión de estos grandes imperios. Además, el pueblo cada vez estaba más en contra de la ocupación, tanto en Europa como en los territorios colonizados, y comenzó a surgir un fuerte movimiento independentista en los territorios ocupados por Reino Unido en Asia, que se extendieron también hacia África. Viendo la poca rentabilidad que suponía mantener la ocupación colonial y ante el peligro de mayor radicalización, se empieza a reconocer internacionalmente la posibilidad de independencia de los territorios ocupados, pero aun así los estados imperialistas no iban a ceder hasta obtener algún beneficio, y en muchos casos la independencia solo se conseguirá mediante luchas radicales o revolucionarias. Un ejemplo fue el caso de Argelia, que fue utilizada como una colonia de poblamiento (en la que la población de origen metropolitano, en este caso de origen francés, es muy elevada), en donde se desarrolló una guerra de liberación nacional para conseguir la independencia ya que Francia se negaba a concederla para mantener los intereses de la burguesía francesa, que estableció allí sus empresas, con el apoyo de la población francesa residente que también gozaba de ventajas administrativas.
En otros casos, la burguesía pactó para seguir teniendo el control económico a pesar de la independencia política, bien de manera indirecta (dejando al cargo a las élites locales a su servicio), o bien de forma directa como es el caso de la República Democrática del Congo, a quien Bélgica concede la independencia en 1960 mientras que el control económico del nuevo país lo van a mantener las compañías mineras europeas y estadounidenses, estas últimas ya tardaban en aparecer.
La creación de todas estas fronteras artificiales en las que no se tuvo en cuenta la heterogeneidad cultural y étnica de los pueblos de África ha generado grandes conflictos e incluso guerras civiles, que han sido intensificados por los intereses de estas burguesías que pugnan por mantener su influencia en la zona y controlar la producción, como en el genocidio llevado a cabo por el gobierno de Ruanda en 1994 hacia la minoría étnica tutsi, que se había convertido en anglófona, firmando un acuerdo de suministro armamentístico con Francia en defensa de la francofonía.
A todos estos conflictos sociales se le suma una deuda pública (entre el 30% y el 50% del PIB) de la mayor parte de los países de África, generada por los gobiernos locales, subordinados al imperialismo: “Los recursos necesarios para financiar los procesos de industrialización, la reconstrucción de instituciones, las infraestructuras… y también los caprichos públicos o los nuevos ejércitos provienen principalmente de recursos externos, préstamos de los bancos y gobiernos de las antiguas metrópolis, así como de instituciones como el Banco Mundial. […] Si nos preguntamos el porqué de la pobreza en África, la respuesta no se puede quedar en los síntomas de empobrecimiento, en el paro, la sequía o el hambre, sino que deberían ir a la raíz, a los mecanismos que, como la deuda externa, lo generan y lo perpetúan.” (Iolanda Fresnillo, Deuda externa en África. Reescribiendo la historia a través de la ilegitimidad. Universitat Politécnica de Catalunya.)
A consecuencia de todo este proceso, hoy el pueblo africano vive en la pobreza extrema soportando hambrunas, sequías, guerras, epidemias… Muchas de estas personas se ven forzadas a jugarse la vida en un viaje de miles de kilómetros en busca de una oportunidad. Surgen mafias locales que también se aprovechan y muchos mueren antes de llegar al nuevo destino.
Quienes consiguen llegar se encuentran con una valla de pinchos en la frontera, con la policía y sus pelotas de goma, con las celdas de los CIEs. Quienes aun así superan todo lo anterior tienen tremendas dificultades para encontrar un trabajo digno, porque las leyes tachan a estas personas de “ilegales”, así que para muchos la única salida es vender en la calle, pero también son perseguidos brutalmente por las instituciones y la policía como a delincuentes.
Manifestamos nuestro apoyo a todos los pueblos oprimidos tanto de África como del resto del mundo, víctimas de un sistema de dominación tan inhumano como es el capitalismo y el imperialismo, porque creemos firmemente que ninguna persona es ilegal, y mucho menos por haber nacido en una tierra asfixiada por la burguesía occidental y verse forzados a emigrar en busca de un futuro que este sistema se niega a ofrecer.