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Otra vez, estoicos y epicúreos en escena

Santiago Delmasse Lalli

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Otra vez, estoicos y epicúreos en escena

Santiago Delmasse Lalli

Ideas de Izquierda

En los últimos años, en redes sociales y portales de noticias, hubo un resurgimiento mediático llamativo de las escuelas helenísticas -particularmente del estoicismo y el epicureísmo- siempre proponiendo formas de sobrellevar problemas o, lisa y llanamente, recetas para la felicidad. En este artículo pretendemos ensayar una respuesta a por qué sucede esto, partiendo de reconstruir el contexto original de estas filosofías y analizando su utilización y consecuencias políticas.

“Estoicos” y “epicúreos” en la actualidad

Hoy en día nos encontramos con una proliferación de notas de divulgación, videos y reels sobre estas escuelas de la antigüedad. Su contenido no está vinculado al mundo académico, sino a un plano mucho más elemental de cómo vivir bien; aunque bien podemos observar que, por otro lado diametralmente opuesto al que nos interesa abordar en el presente trabajo, hay una recuperación del materialismo de algunas escuelas helenísticas como fue el estudio de Bellamy Foster sobre Epicuro hace algunas décadas, o el trabajo de otros autores con intenciones más claramente exegéticas e historiográficas. No obstante esta digresión, nos focalizaremos en pensar el uso superficial de las etiquetas de “estoico” y “epicureísta” que sobreabunda en redes sociales y portales de noticias que son poco rigurosos con su empleo.

Las publicaciones a las que nos referimos son poco serias y degradan la profundidad conceptual original de las teorías que veremos y dan tips para sobrellevar la vida cotidiana. No es que en la antigüedad estas escuelas no hayan tenido este fin, pero actualmente son -además de incorrectas- de gran estrechez y recetas de manual para paliar situaciones agobiantes. En sus orígenes pueden o no haber dado prescripciones para alcanzar una buena vida, pero también suponían el compromiso de los seguidores de estas escuelas, exhortaban a que estos operaran profundos cambios en su vida personal, de modo que las concepciones filosóficas moldearan la forma de ser en el mundo.

Para verificar y entretenerse con la gran cantidad de notas sobre el tema y su intención de hacernos sobrellevar mejor la vida cotidiana, sugerimos la búsqueda de “estoicismo” o “epicureismo” e ir a la sección de noticias. (Consumir con moderación). No obstante, aquí un breve muestrario:

“En el acelerado mundo actual, es fácil verse atrapado en el torbellino de emociones que conlleva la vida cotidiana. Ya sea el estrés del trabajo, la ansiedad por el futuro o la frustración en las relaciones personales, las emociones pueden resultar a veces abrumadoras e incontrolables. Pero, ¿y si hubiera una forma de dominar las emociones y vivir una vida más plena? El secreto podría estar en tener una actitud más estoica”.

“Un principio que une al estoicismo y epicureismo es el de «estar tranquilo». ¿Qué mayor anhelo de nuestro tiempo puede haber que erradicar la preocupación, la ansiedad o el estrés?”

“Aunque el mundo sea hoy muy distinto al que habitaron Séneca, Epicteto o Marco Aurelio, en realidad hemos cambiado poco, pues tenemos los mismos miedos y deseos que los clásicos. Sin embargo, a través del estudio, la reflexión, la práctica y la observación los maestros del estoicismo llegaron a conclusiones sobre el arte de vivir que siguen siendo válidas y que podemos aplicar a la vida del siglo XXI”.

Tras un repaso de lo que es la filosofía helenística y adentrarnos en el Estoicismo y el epicureismo, consideraremos una hipótesis de por qué sucede esta reaparición de ideas antiguas, tomadas a la ligera, que tiene que ver con el contexto histórico de crisis que originalmente les dio lugar.

¿Qué es la filosofía helenística?

La filosofía helenística es la que tiene lugar en el período helenístico de la filosofía griega, entre la muerte de Alejandro Magno (323 a. C., o Aristóteles en el 322 a. C.) hasta -como no hay consenso, diremos- algunas décadas antes de la era cristiana. (Al menos la filosofía helenística griega, ya que sus escuelas se prolongan y conviven, con su centro en Roma, durante los primeros siglos del cristianismo). La expansión de Alejandro Magno sobre Grecia y Persia, ya comenzada por su padre, posibilitó un gran intercambio cultural, sobre todo, de la reconfiguración de los mercados y del desdibujamiento práctico y teórico de los límites de las póleis griegas (ciudades-estado). Esto también se vio favorecido por la política del Emperador de no arrasar con los pueblos conquistados, sino de permitirles mantener sus creencias, lenguas, etc. y avalar la convivencia entre conquistadores y conquistados.

El decaimiento de las póleis -particularmente de Atenas, que era el centro filosófico y cultural de la época-, debido a las guerras de Alejandro Magno por la conquista de Persia y las siguientes guerras que hubo por el imperio entre sus sucesores luego de su deceso, transformó la forma de pensar la organización social, al conjunto, al individuo y sus relaciones. En definitiva, modificó la política y la ética.

Para observar cuáles son los cambios que se dan en las concepciones filosóficas de la época, es necesario considerar, al menos someramente, los sistemas teóricos anteriores. Los principales son los de Platón y Aristóteles, la filosofía clásica griega.

General y vulgarmente se sostiene que estas filosofías son grandes elucubraciones teóricas que poco tienen que ver con la vida real, que buscan la verdad en sí misma, que proponen una teoría del conocimiento y formas de gobiernos ideales difícilmente alcanzables. Algo de cierto hay en esto, pero sería un error separar a la filosofía clásica de la filosofía helenística como la única que detenta esas pretensiones, como si la segunda se ocupara de cosas radicalmente opuestas y no supusiera en ningún punto las aspiraciones teoréticas de las clásicas. Las filosofías de Platón y Aristóteles buscan responder a problemas reales acuciantes, y si bien lo hacen proponiendo teorías algo barrocas y rimbombantes, el espíritu que las alienta es, por ejemplo en el caso de Platón, definir qué es la justicia y crear una ciudad donde no se pueda matar “al amigo, el mejor hombre, [...] el más inteligente y el más justo” (Fedón 118 c), refiriéndose a Sócrates. Esa es una de las motivaciones principales de Platón para la creación de su vasta reflexión: la construcción de un sistema político justo.

Si bien, decíamos, algo de cierto hay en que son elaboraciones teóricas complejas y que parecen no tener fricción con la realidad, tienen una estrechisima relación con la coyuntura específica de los autores y sus necesidades. Por lo cual, por tener que ver efectivamente con su contexto, las apuestas de ambos pasan por otorgar a la política la capacidad de cifrar las leyes idóneas para que la comunidad se desarrolle según su naturaleza y sea feliz (cf. Hadot, P., 1995, La filosofía como forma de vida, p. 104). Este aspecto de la teoría es muy importante y es uno de los principales contrapuntos a considerar: que la felicidad de la sociedad es asunto público, de la política.

Por su parte, la filosofía helenística también supone ontologías, éticas, lógicas y epistemologías intrincadas y fuertemente ligadas entre sí. Son teorías orgánicas, sistémicas, fundamentalmente el estoicismo. Brunschwig afirma sobre esta escuela que dado “el espíritu de continuidad que caracteriza al estoicismo [...] todo se relaciona hasta tal punto que, en última instancia, poco importa del hilo que se tire: toda la madeja terminará por venir” (Brunschwig, 2000, “Los estoicos”, p. 518; en: Monique Canto-Sperber, La filosofía griega). Por esto podemos sostener que hay semejanzas en la profundidad de ambos períodos filosóficos, también porque comparten interés en dar respuesta a sus épocas, aunque se encuentran diferencias formales y menos cantidad de tratados helenísticos (al menos de los que tenemos constancia) que de los dos grandes clásicos.

No obstante, hay un sentido en el que sí son diferentes estos períodos, que responde al esplendor de la pólis y a su decadencia, como señalamos anteriormente; es decir, a su contexto histórico. La vorágine del cambio, las guerras, las conquistas y expansión del Imperio Macedonio, la afluencia de nuevas formas de concebir la vida, la organización política, la felicidad individual, etc. impactaron y transformaron fuertemente la cultura griega. De pensar proyectos políticos en los que el individuo se entendía necesariamente en relación con los demás, de considerar al hombre como “animal político” y a su lugar natural (la pólis) como el único en el que este podía desenvolverse íntegramente y ser feliz, tras el derrumbe y modificaciones materiales y simbólicas en las que estas concepciones se veían cimentadas, el foco principal de la reflexión pasó a estar en el vivir bien cada uno, como fuera posible. No la sociedad, sino uno mismo.

En este contexto, surgieron diferentes pensadores que, con más o menos seguidores, se preocuparon de dar respuesta a cómo tener una buena vida, una que merezca la pena ser vivida. La mayoría de las escuelas helenísticas (estoicismo, epicureismo, cinismo y escepticismo) tienen una fuerte raigambre en el pensamiento de Sócrates, filósofo del período clásico que no hemos mencionado junto con Platón y Aristóteles ya que de su pensamiento no tenemos registro más que a través de los diálogos platónicos, o de Jenofonte, Aristófanes y algunos otros escritores de la época que, sea para reivindicarlo o cuestionarlo, han testimoniado sobre su importancia histórica. No vale la pena en esta ocasión explayarse mucho más sobre este personaje conocido por el “solo sé que no sé nada”, puesto que explicar en qué lo sigue cada escuela helenística llevaría muchas páginas de digresiones. No obstante, lo planteamos puesto que es el origen común que tienen estas escuelas en la preocupación por la moral de los individuos y los modos de vivir bien.

A continuación, nos ocuparemos de algunos de los conceptos fundamentales del estoicismo y el epicureísmo para poder comprender su recuperación (¿demagógica?) contemporánea.

Algunos conceptos del estoicismo y el epicureismo

Como en la situación político social que ya describimos, el bienestar no era un proyecto colectivo, e, igual que hoy -perdonen la petición de principio-, resignarse a vivir una mala vida tampoco era una alternativa, las propuestas de estas escuelas helenísticas fueron formas de vida para sus discípulos, útiles para sobrellevar la crisis y administrar la escasez. Esto puede sonar a una burda reducción, y en parte lo es, pero veremos a qué nos referimos.

El estoicismo es una escuela filosófica fundada por Zenón de Citio en el s. III a. C., y se denomina así porque él y sus seguidores se reunían debajo de un pórtico (en griego, stoá. De allí su nombre). Como sostuvimos, la principal preocupación de las escuelas helenísticas era proporcionar una guía para conducir la vida y alcanzar la eudaimonía (esta palabra, que quiere decir “buena vida”, es importante ya que es el objetivo que persiguen todas estas filosofías, y que general e incorrectamente se traduce por “felicidad” [1]). En el caso de los estoicos, la buena vida se alcanza a través del ejercicio de la virtud. Solo mediante el cultivo de ésta es posible alcanzar una buena vida como producto, a su vez, de tener una vida libre de perturbaciones (ataraxía) tanto externas como internas.

La imperturbabilidad del alma junto a la ausencia de pasiones (apátheia) son dos de los conceptos más importantes de la teoría, tanto psicológica, como moral de los estoicos. El primero refiere a la disposición anímica de tranquilidad, a la ausencia de deseos o miedos que perturbarían al alma. Vale decir que son el corolario de ser virtuoso y ecuánime. Mientras que el segundo remite, más bien, a mantener el equilibrio y la serenidad anímica a través del control de las pasiones, como la ira, el miedo, el deseo descontrolado, etc. Los estoicos creían que estas pasiones eran el resultado de un juicio equivocado, “inarmónico” y debían ser corregidas mediante la razón y la comprensión adecuada del mundo.

Como anticipamos, no podemos no tratar un problema metafísico-cosmológico si queremos comprender cabalmente la ética. Aquí el entramado de la teoría: los estoicos creían que el mundo era regido por una razón cósmica que ordenaba y guiaba el curso de los acontecimientos. Y como los seres humanos son racionales, estos deberían intentar entender la concatenación racional de eventos causales y vivir inscriptos en ella, de modo tal que siendo así conscientes del determinismo universal, serían también libres. En otros términos, se trata de aceptar lo que quiere el destino para cada uno. Como el universo está gobernado por una razón divina, y las cosas que suceden tienen una causa para que el mundo se desarrolle de la mejor forma posible, al ser humano le queda aceptar que no puede cambiar el devenir de los eventos y esperar no sentirse tan derrotado.

En este esquema, los humanos no pueden controlar la mayoría de las circunstancias externas, mucho menos sabiendo que están bien orientadas por una razón superior, pero lo que sí pueden hacer es gestionar sus pasiones de modo tal que siempre, en la adversidad o en el gozo, estas no perturben su tranquilidad. Entonces, el objetivo de la buena vida solo se logra mediante el desarrollo de un estado interior de calma y estabilidad anímica, independiente de las circunstancias externas. No obstante, esto no significa indiferencia total a las circunstancias de la vida cotidiana. Si uno está enfermo, no debe entregarse al destino y esperar que, si el destino quiere, sane, o si no lo quiere, muera. Tampoco significa que hay que despojarse de los bienes externos, sino solo administrarlos de tal modo que no generen dependencia, dado lo efímeros que son, y practicar la virtud, que es lo importante. Por eso, como la virtud es lo fundamental en la ética estoica, hubo estoicos que fueron emperadores y grandes hombres de política (como Marco Aurelio o Séneca), y también los hubo esclavos (como Epicteto), sin que su materialidad los determinase para reconocerse como tales. Sin embargo, podríamos creer, con buenas razones, que ser estoico con plata es mucho más sencillo que siendo pobre y esta cuenta de Twitter nos lo recuerda: “Jack Dorsey medita todas las mañanas y luego trota 6 millas. Jeff Bezos se salta las reuniones de la mañana y en su lugar toma un desayuno saludable con su familia. Nuestras rutinas matutinas son las que nos guían durante el resto del día, y los estoicos también lo sabían”. Un gran “keh!”, ya que uno al no tener que preocuparse si va a poder comer a la noche es más fácil pasar de la pasión del hambre y la desazón que genera no poder saciarla.

(Para un acercamiento de primera mano a la ética estoica, sugerimos la lectura de las Epístolas morales de Séneca o las Meditacionesde Marco Aurelio).

Por otro lado, el epicureísmo es fundado por Epicuro, también en el s. III a. C. En oposición al estoicismo, el cuerpo teórico de esta escuela quedó fijado por su fundador, mientras que los primeros lo fueron reelaborando con el transcurrir de los años y los escolarcas. Algo a destacar de Epicuro y sus seguidores es El Jardín, la escuela que crearon, un lugar plural y abierto a las mujeres y niños para filosofar y desarrollar amistades.

Los epicúreos tienen la misma preocupación que los estoicos: cómo vivir una buena vida. Sostienen que el objetivo de la vida es el placer, a diferencia de la muerte que es la privación de sensaciones y placeres. Entonces, de lo que se trata es de experimentar los mejores placeres posibles, pero de manera mesurada, ya que los excesos acarrean algunas contras como sufrir la falta de un gran estímulo (por ejemplo, luego de un fin de semana de grandes banquetes, volver al pan y al agua es costoso) o la resaca.

Antes de pasar a cómo debe entenderse el concepto de placer, veamos algo de su ontología. Ésta es materialista, y postula que todo en el universo está compuesto de átomos y vacío y sigue leyes naturales, lo que tiene un impacto en su ética del placer, además de en su concepción sobre la religión y los temores por la trascendencia que ésta genera. Según Epicuro, los seres humanos son seres materiales gobernados por leyes naturales, por lo que nuestras acciones y elecciones están determinadas por la interacción de átomos en nuestro cuerpo y las influencias externas. La dificultad en este punto estriba en cómo salvaguardar la libertad, que, al igual que los estoicos, la entienden en un sentido epistemológico: de lo que se trata es de saber distinguir entre aquello que sucede por causas externas de lo que involucra un factor interno como el de deseo, aunque este se encuentre determinado por la historia, la educación, etc.

Desde el punto de vista ético, el objetivo de la vida es buscar la felicidad y el placer (siendo conscientes de las determinaciones históricas que nos movilizan), pero no en un sentido hedonista convencional de búsqueda indiscriminada de placeres efímeros y superficiales, como históricamente se le ha endilgado a esta escuela de ser inmoral proclive a los excesos. Epicuro aboga por una comprensión profunda y refinada del placer. Para Epicuro, el placer se encuentra en la ausencia de dolor físico y anímico y en la satisfacción de las necesidades naturales. Esto significa buscar una vida en armonía con la naturaleza y satisfacer nuestras necesidades básicas, como alimento, refugio y amistad, de manera equilibrada.

(Para un acercamiento de primera mano a la ética epicúrea, sugerimos la lectura de la Carta a Meneceo de Epicuro y sus Máximas capitales).

Entonces, ¿hay un resurgimiento de estas ideas?

En algún sentido lo hay; pero en otro más técnico, no. Los conceptos que vimos que usaban los estoicos y epicúreos nominalmente reaparecen, pero sin toda la cosmovisión y compromiso con el que se plantearon originalmente. No obstante, el germen inicial de proponerse como modos de un buen vivir, lo conservan -con todos los matices ya expuestos. Entonces, ¿por qué reaparecen hoy? Como todo, esto debe tener un motivo. Aquí barajaremos una hipótesis de su causa.

De la misma forma que el florecimiento de estas escuelas en la antigüedad, como vimos, respondía directamente a transformaciones materiales de su realidad, que hoy reaparezcan no debería ser tan extraño. Nos encontramos en un contexto de crisis en muchos órdenes, además de los propios estigmas que dejó la pandemia. Sucintamente, en el plano internacional, hay guerra en Europa, con el agravante de constantes tensiones por la amenaza nuclear; relaciones escabrosas comerciales y geopolíticas entre China y Estados Unidos; incertidumbre por la crisis climática; procesos de sindicalización y grandes huelgas en países imperialistas como EE.UU. Francia e Inglaterra, que, si bien son peleas por mejores condiciones de vida, tensan la vida cotidiana; a nivel país, una crisis económica que se siente en la compra más insignificante; salarios de gran parte de los propios trabajadores en blanco que no alcanzan la canasta básica; subempleo; indigencia; narcotráfico e inseguridad con complicidad estatal; políticas tradicionales (y sus referentes) que defraudan en cada turno de gobierno; y un largo camino de etcéteras. Esto, como es natural, afecta en la subjetividad de las masas y se ve reflejado, por ejemplo, -en términos individuales, pese a ser cada vez un problema más evidentemente sistémico- en los altos índices de problemas de salud mental, como ansiedad, depresión, bipolaridad, fobias sociales, etc. o -en cuanto al conjunto de la sociedad- en la desconfianza en salidas políticas gestionadas desde el Estado. Estos y otros elementos son productos de la desilusión, de la precariedad de la vida, presa de exigencias en ambientes laborales o académicos que hacen experimentar el fracaso o los límites por no alcanzar los niveles de hiperproductividad requeridos, que nunca, nunca, nunca son suficientes; de vivir sin vislumbrar un horizonte colectivo y viéndose en la necesidad de enlodarse en un “sálvese quien pueda”.

Sin ahondar mucho más en explicitar los elementos actuales de crisis y que, en diferente medida, todos experimentamos, podemos considerar que éstos llevan a la desazón y a buscar salidas individuales (aunque esto no necesariamente siempre es así). En este punto, coincidimos con el diagnóstico de atomización de los sujetos que propone Mark Fisher en Realismo capitalista (2009), donde los individuos, frente a la no alternativa al capitalismo y las operaciones del neoliberalismo para fragmentar a la clase trabajadora, se convierten en responsables de los padecimientos propios del sistema en el que viven, “privatizando el estrés” y haciendo de la sociedad la suma de átomos y no un entramado. No obstante, el acuerdo con esta perspectiva es parcial. Para profundizar esta lectura, remitimos a este artículo.

Ahora bien, dado el cuadro de crisis y de su diagnóstico, ¿por qué resurge el estoicismo y el epicureismo? Por el escenario descrito y frente a la defraudación de diferentes políticas (reformistas), los desvíos institucionales de grandes luchas, el saber de una serie de derrotas que desarticularon el potencial transformador, postulamos como hipótesis un recluimiento y ensimismamiento del sujeto que lo llevan a, por lo menos, querer buscar su propio bienestar, al margen de lo que sucede en la sociedad. Por tales motivos, se actualiza el asidero del estoicismo y el epicureísmo porque son teorías pensadas para alcanzar la buena vida individualmente. Esta actualización no la consideramos total, sino recluida solo al aspecto moral (superficial) de las teorías que aquí estudiamos, que recuperan términos y lógicas clásicos para ataviar valores capitalistas como el individualismo y la reclusión introspectiva de los sujetos a los fines de querer sortear la crisis contemporánea sin salidas de fondo que supongan la organización colectiva.

En ambas teorías de la antigüedad expuestas, las malas interpretaciones son sencillas de hacer. Sea bajo la forma del “sálvate a ti mismo”, ignorando cualquier compromiso político, cuidado bajo una coraza de pretendida racionalidad de la afección de cualquier emoción desestabilizadora; o “vivir los excesos”, entendiendo que el placer de los epicúreos es libertinaje individual sin perspectiva más que el goce inmediato, la política no tiene lugar. De hecho, y esto sí no sería una mala lectura, los epicúreos proponían que no había que inmiscuirse en la “cosa pública” y abogaban por la reclusión en pequeñas comunidades de amigos.

De igual forma que la derecha capitaliza y favorece la desarticulación de la clase trabajadora, también la burocracia sindical y estudiantil, y la bronca contra la casta -pero no contra el poder económico al que sirven figuras despeinadas- se valen de este aspecto ideológico para dificultar la organización combativa al sistema e instalar ideas tendientes a la despolitización. Es decir, en términos pseudoestoicos: como efectivamente los problemas sociales exceden las salidas individuales y, producto de la atomización, no se plantean salidas colectivas a éstos, lo que queda es que el individuo pueda gestionar bien el problema, sabiendo que no es su culpa, haciendo que no le duela y que todo siga igual.

Si bien consideramos que estas teorías operan sobre la subjetividad de muchos y refuerzan los elementos objetivos de crisis que permiten la atomización de los individuos, como el hecho de que no se discutan los malestares que nos aquejan y nos organicemos para encontrarles una salida colectiva, no son despreciables en sí mismas. Inevitablemente y mientras peleamos por construir ese espacio colectivo transformador, muchas veces terminamos armándonos con ciertas herramientas un tanto precarias y artesanales para sobrellevar los problemas de la vida cotidiana: no autoflagelarse por haber llegado tarde al trabajo, no haber preparado un final o no haberlo rendido como la sociedad del éxito (que no se cansa de fracasar) espera que lo hagamos. El mundo no se derrumba por estas cosas y saberlo, como creían los estoicos, nos exculpa de frustraciones que no nos corresponden (o si nos correspondiesen, son perfectibles en la siguiente ronda). Esto nos permite repensar que una mejor salida a muchos de los problemas de nuestra vida y la resignación, podrían resolverse verdaderamente con la organización colectiva, porque tiene sus causas en este sistema y porque los problemas que nos aquejan también se pueden someter a la imaginación colectiva para encontrar soluciones. Cuando podamos resolver los problemas estructurales, las presiones morales al "excitismo" o al productivismo, podremos reconfigurar las posibilidades de cada uno para generar un desarrollo cabal de nosotros mismos.


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[1Una traducción que recoge bien el sentido original del término es flourishing: crecer o desarrollarse de manera exitosa.
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Santiago Delmasse Lalli

Profesor de Filosofía por la Facultad de Humanidades y Artes, UNR. Militante de la Juventud del PTS