En “Otro capitalismo tiene que ser posible, pensar por fuera de la ortodoxia” (Buenos Aires, Siglo XXI, 2023) Mariana Mazzucato y Michael Jacobs compilan los trabajos de algunos autores en la búsqueda de una respuesta a la pregunta que surge de una constatación: el capitalismo tal y cómo lo conocemos fracasó pero ¿Acaso otro capitalismo puede ser posible?
El libro cuenta con diez capítulos de varios autores y autoras, además de un ensayo introductorio de Mazzucato y Jacobs [1], que actualiza las coordenadas económicas y sociales posteriores al impacto de la pandemia del COVID y la guerra en Ucrania. Es la crisis del 2008 la que aparece como punto de quiebre para las reflexiones que atraviesan el libro. En el profundo sismo que sacudió al capitalismo mundial y que desplegó fuertes consecuencias, Mazzucato y Jacobs identifican el fracaso de un modelo. El capitalismo neoliberal aparece en gran medida como el responsable de ese fracaso a la vez que se identifica la incapacidad del pensamiento económico ortodoxo [2] de prevenirlo, porque quienes lo sostienen “no entendieron lo que estaba pasando”.
Mariana Mazzucato es una economista Italo-estadounidense. Su enfoque se concentra en las relaciones entre Estado y mercado. En el último tiempo es citada y convocada en diversos ámbitos para desarrollar su visión sobre los problemas de la economía y también asesora a distintos gobiernos y responsables de políticas públicas. Michael Jacobs también es economista, especializado en temáticas ambientales y en teoría política. Es profesor en la Escuela de Políticas Públicas y en el Departamento de Ciencia Política del Colegio Universitario de Londres.
Con la crisis del sistema financiero del 2008 como bisagra, se desarrolla un diagnóstico sobre cómo el mundo llegó a ser lo que es hoy y se plantean posibles soluciones para un capitalismo, cuyos pilares fundamentales no se cuestionan. En palabras de los editores, “Otro capitalismo tiene que ser posible ofrece una recopilación plural de evaluaciones honestas y proyecciones audaces para el capitalismo del Siglo XXI que actualmente son aún más relevantes que cuando se publicó el libro”. [3]
En esta reseña plantearemos, desde una visión crítica, algunos de los posibles contrapuntos de los temas que atraviesan el libro. El capitalismo profundiza la desigualdad, beneficia de manera creciente a los sectores menos productivos y rentistas de la sociedad e incluso atenta contra su propio crecimiento económico, a la vez que acelera vertiginosamente el impacto nocivo sobre el planeta. Los autores reconocen estos elementos pero buscan el remedio a estos males en otro tipo de capitalismo, aunque ya haya demostrado que no puede ir contra su propias lógicas y tendencias.
Intentaremos apuntar también algunos elementos que no están problematizados o tomados en cuenta para el análisis y que son fundamentales para entender la dinámica del capitalismo de nuestra época: la relación entre las potencias imperialistas y los problemas ligados al atraso y la dependencia.
Elites rentistas y cortoplacismo
Una de las características del capitalismo contemporáneo analizado por los autores es la tendencia a aumentar las retribuciones para los accionistas de las empresas en lugar de orientarlo a una mayor inversión productiva.
Mazzucato cita a W. Lazonick y O´Sullivan cuando plantean que “maximizar el valor para los accionistas es una ideología gerencial que permitió a los altos ejecutivos volverse extremadamente ricos en muchos países (especialmente en EEUU). Y agrega que: “Lazonick demostró que entre 2003 y 2012 las empresa que cotizan en Bolsa incluidas en el índice S&P 500 utilizaron el 54% de sus ganancias para la recompra de acciones”. [4]
Este aspecto queda conectado con la idea de una visión cortoplacista del comportamiento empresarial. La recompra de acciones que describen como una de las herramientas en las que se apoyan estas empresas para “maximizar” sus valores, implica que los propios accionistas compran sus acciones para hacer subir su valor, lo que impacta directamente en las retribuciones que se llevan los directivos de esas compañías. Una especie de autoinversión en la propia ganancia empresaria por fuera de todo objetivo de producción.
En otro de los textos que está incluido en la compilación, Lazonick da cuenta de un elemento subjetivo que no sorprende y dice: “En mi opinión los ejecutivos dispuestos a gastar cientos, o a menudo, miles de millones de dólares en pos de ese objetivo (aumentar el precio de las acciones de sus propias empresas N.E.) también pierden la capacidad de pensar en que esos recursos financieros podrían haberse utilizado para invertir en capacidades productivas mediante un proceso de innovación colectivo, acumulativo e incierto.”
Mejorar los rendimientos y la ganancia de los propios ejecutivos de las corporaciones por sobre cualquier otro interés, inclusive el de la inversión a mediano y largo plazo en sus propias compañías, es un comportamiento que en las últimas décadas aparece más o menos “normalizado” en estos sectores y grandes empresas. Pero al margen de las inclinaciones personales o de la propia sed de ganancia que pueden empujar a un CEO a actuar de esa forma, hay una explicación estructural que hay que sumar a la ecuación.
Cómo dice Micheal Roberts “desde mediados de la década de 1960 hasta principios de la de 1980, hubo una fuerte caída en la rentabilidad de los sectores productivos de todas las principales economías capitalistas. El capitalismo entró en el llamado período neoliberal de la destrucción del estado de bienestar, la restricción de los sindicatos, la privatización, la globalización y la financiarización. La financiarización (que busca obtener beneficios de la compra y venta de activos financieros utilizando nuevas formas de derivados financieros) se convirtió en un importante factor que contrarrestó esta caída de la rentabilidad. Para el capital, no era una cuestión de ‘elección’ sino de necesidad reducir el costo del gobierno y aumentar la rentabilidad, en parte a través de la especulación financiera y la búsqueda de rentas monopólicas”. [5]
Para Roberts esta tendencia a la financiarización y la búsqueda de rentas monopólicas funcionó cómo mecanismo estructural de las economías capitalistas en función de contrarrestar la caída de la rentabilidad. En cambio para los autores, aparece ligado a un tipo de orientación cortoplacista en la dirección de las empresas que desaprovecha los recursos que podrían ponerse a disposición de la producción y a mejorar el crecimiento a mediano plazo por la vía de la inversión. Incluso esta tendencia a “privilegiar a los accionistas” la explican por un tipo de cultura corporativa más presente en los EEUU o el Reino Unido, distinto de las culturas empresariales europeas o de Japón. [6]
Quizás por eso, al no asociar el comportamiento de las elites al aspecto estructural que menciona Roberts, las soluciones propuestas para contrarrestarlo parecen acotadas y limitadas a medidas de tipo tributarias, o de mejora en los incentivos para que las empresas retengan activos e inviertan, en lugar de distribuir las ganancias (entre sus accionistas NdE).
Sin embargo es la propia Mazzucato la que alerta sobre los límites de estas políticas de control o “límite” para las ganancias corporativas cuando plantea que “en los últimos años, esta relación (entre el sector público y privado NdE) presenta cada vez más lo que podríamos describir cómo características “parasitarias”, ya que el sector empresarial privado presiona a los gobiernos para que debiliten las regulaciones y reduzcan los impuestos sobre las ganancias de capital, al mismo tiempo que reduce su participación en la inversión en investigación básica y por lo tanto aumenta la dependencia del gasto público en esta área”. [7]
Es decir, las empresas presionan, hacen lobby y actúan con su propio poder para limitar las regulaciones de los Estados. Aun así el baúl de herramientas de los que sueñan con otro capitalismo posible para “poner en caja” las ganancias abultadas de los sectores poderosos del capital internacional, queda acotado a medidas parciales como las tributarias antes mencionadas.
Desigualdades
Dicen Mazzucato y Jacobs en su introducción que “una de las características más llamativas de las economías occidentales a lo largo de las últimas cuatro décadas es que, incluso cuando el crecimiento fue robusto, la mayoría de los hogares no vieron crecimientos proporcionales en sus ingresos reales. En los EEUU el ingreso medio real de los hogares en 2014 apenas supera el de 1990 aunque el PBI haya aumentado un 78% en el mismo período”. [8]
Los países miembros de la OCDE concentran lo central del análisis respecto de la creciente desigualdad que desplegó el capitalismo en las últimas décadas y se destaca no sólo la pérdida creciente de la participación del trabajo (salarios y sueldos) con respecto a la productividad, sino también la desigualdad en el reparto de la participación entre los propios trabajadores. Al mismo tiempo que disminuyó la participación del trabajo, esta se concentró más en los trabajadores de la parte superior de la escala salarial, y menos en los de las partes media y baja. [9]
También se expresan los datos que muestran la foto distributiva de quienes se ubican en la cima del sistema y a quienes les fue “extraordinariamente bien”: “en términos generales, durante los últimos veinte años en la OCDE aumentó en un 20% la tajada de la participación del trabajo que se lleva el 1% de los que más ganan.” [10]
La precarización del trabajo recibe una parte del análisis vinculado al tema de la desigualdad. Siempre considerando a los países de la OCDE, es decir, ubicando la mirada en las principales economías del mundo, un trabajo publicado en 2015 indicaba que el trabajo “no estándar” (parcial, temporario, independiente) abarcaba a un tercio del empleo total. Y que casi 3 de cada 10 trabajadores a tiempo parcial eran “involuntarios”: querían trabajar más pero no lo conseguían. [11] Agreguemos que, a medida que ampliamos la visión a países con economías más débiles y dependientes, está realidad empeora y mucho.
Introducir el tema de la precarización del trabajo da un hilo desde el cual tirar para pensar medidas de fondo, que busquen atacar el problema de la desigualdad. Sin embargo las que se abordan quedan limitadas al uso de instrumentos “cómo las subvenciones, los préstamos y la contratación pública (para) condicionarlos a resultados económicos sostenibles y justos”. [12] La imagen de la desigualdad que queda expresada con datos contundentes en el libro aparece imposible de domar con ese tipo de medidas que, incluso de aplicarse, podrían en todo caso tener un impacto parcial mientras la desigualdad se impone como una realidad tan generalizada y extendida.
Si hablamos de desigualdad, parte de los postulados que atraviesan el libro tienen puntos de contacto con lo planteado por otros economistas que en las últimas décadas han pensado las problemáticas del capitalismo y acercado también soluciones de tipo reformista cómo es el caso de Thomas Piketty. Haciendo un análisis de sus postulados, Paula Bach planteaba que “la desigualdad original frente a la propiedad de los medios de producción es la condición necesaria para la reproducción del capital. Es en la acumulación ampliada de capital y no en el consumo rentístico donde se halla la fuente de la desigualdad. Y por otra parte, es la propia dinámica de la acumulación del capital la que engendra tanto al “rentista” como la concentración del capital y por tanto la desigualdad en la distribución. [13]
Los autores hablan desde una perspectiva de saneamiento del capitalismo, por lo que no hay lugar dentro de las soluciones planteadas para aquellas que podrían tener un impacto directo y concreto para generar empleos de calidad por la vía de poner en cuestión mayores tajadas de la ganancia capitalista. Por ejemplo, aquellas que apunten a la generación de trabajos con derechos, repartiendo las horas de trabajo entre todas las manos disponibles, generando puestos de trabajo sobre la base de la capacidad que ya tiene instalada el capitalismo mundial, para combatir no solo el desempleo sino la extendida precarización del empleo en todo el mundo.
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Esto podría significar un ataque a la desigualdad por dos vías: mejorando las condiciones de trabajo y la calidad de vida de los de abajo y afectando la ganancia de los de arriba. Claro que una política como esta apunta, cómo decíamos, contra la ganancia de los capitalistas, mientras la reflexión general del libro se conecta con una idea que Mazzucato desarrolla en otro de sus libros que es la de un “Estado emprendedor”.
¿De qué se trata está idea del Estado emprendedor? Un intento desde el Estado de orientar la inversión, aumentar sostenidamente la productividad y el crecimiento de la economía, y aumentar sobre esa base las ganancias y los salarios. Está idea en nuestro país inspira algunos discursos de sectores del peronismo. Es decir un intento de “empujar” desde el Estado el conjunto de la economía para que a todos les llegue “algo” de ese crecimiento, de manera sostenida. Un plan para el capitalismo que a grandes rasgos funcionó durante la segunda posguerra hasta que se terminó el boom. Sin tener en cuenta el rol que jugó la reconstrucción del mundo de posguerra para dar lugar a aquel esquema “virtuoso” capitalismo que, por cierto, había demandado una destrucción masiva de fuerzas productivas previa para establecerse, es difícil encontrar los fundamentos de fondo por los cuales podría resurgir un esquema de este tipo, más allá del voluntarismo que pueda realizar el Estado y la esperanza puesta en las políticas públicas.
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Al contrario. Un cambio en la estructura del capitalismo que se asemeje a lo acontecido en la segunda posguerra implica un grado tal de modificaciones en el conjunto de la economía y en última instancia de las relaciones entre las clases, que ante tamaño desafío las medidas planteadas por los autores se presentan entre lo insuficiente y lo utópico.
Caminando hacia el abismo
“El cambio climático supone una amenaza global única”. [14] Con esa afirmación Mazzucato y Jacobs introducen un momento crítico que atraviesa el capitalismo, y más en general el planeta. Según el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático que citan, “por encima de los 2° C de calentamiento cabe esperar una incidencia mucho mayor de fenómenos meteorológicos extremos (…) que pueden llegar al colapso de las redes de infraestructura, y servicios esenciales(...) a una menor productividad agrícola que agrava el riesgo de seguridad alimentaria, a un mayor riesgo de desplazamiento de poblaciones” y un largo etcétera de posibles catástrofes.
Este fenómeno, según los autores, se conoce en términos generales desde hace un cuarto de siglo, pero no se hizo gran cosa para evitarlo. El motivo que explicaría este comportamiento irresponsable e irracional, sería que la producción de gases de efecto invernadero está “demasiado arraigada en los sistemas históricos de producción y consumo del capitalismo”.
Una vez más la posición de los autores ante la problemática ambiental identifica una oportunidad para reconfigurar al capitalismo, está vez orientando hacia economías “verdes” en un utópico círculo virtuoso entre innovación, desarrollo y transición energética.
Quedan definidos los obstáculos planteados contra las transiciones que se hacen necesarias para contrarrestar los efectos del cambio climático, pero no están planteadas las medidas o el plan para derribar dichos obstáculos. Dimitri Zhengelis plantea que “para descarbonizar la economía, los Estado-Nación y el sector privado deben construir nuevos sistemas de energía, de transporte, industriales, agrícolas y urbanos a menudo más caros que los actuales. Una consecuencia inevitable es la pérdida de valor y rentabilidad de los activos y actividades basados sobre la energía fósil lo cual generará resistencia. (Negritas nuestras). [15]
Cómo bien define Zhengelis, el carbono es tan central para el capitalismo que eliminarlo es una tarea mucho mayor, que implica una remodelación fundamental no solo de las tecnologías individuales sino de sistemas completos de producción, distribución y consumo. Justamente por la centralidad que el carbono ocupa en infinitos procesos productivos y en el conjunto de la infraestructura global, su eliminación implicaría cambios mucho más importantes que la eliminación de otros elementos que han sido nocivos en el pasado pero que estaban ligados a momentos más precisos y acotados del proceso productivo. Zenghelis da el ejemplo del dióxido de azufre que causa lluvias ácidas en las centrales eléctricas pero podría ser controlado sin cambiar lo esencial de las tecnologías que lo utilizan.
En el caso de los sistemas dependientes de carbono, un cambio de tal magnitud y que abarca tantos niveles necesitará de bastante más que la aplicación de un conjunto de políticas públicas adecuadas y un camino de innovación de las empresas. Es que las salidas que podríamos definir del tipo del Green New Deal se chocan con los intereses de las propias corporaciones, gobiernos y Estados que están llamados a implementarlos, empezando por peso del lobby de las grandes corporaciones petroleras que tienen billones de dólares invertidos en sus pozos y exploraciones y querrán vender ese producto a toda costa, haciendo que la rueda de la combustión siga su curso.
Podemos afirmar que no hay “otro” capitalismo verde sustentable. Sea del tipo que sea, el capitalismo se ordena alrededor de la necesidad de producir un mayor número de mercancías, lo que lo hace esencialmente incompatible con la sustentabilidad ecológica. Se trata de terminar con el capitalismo antes que este termine con el planeta.
Por último, en lo que hace a este aspecto, en el texto de Dimitri Zhengelis sobre los posibles lineamientos de una transición verde, no están problematizados los nuevos tipos de extractivismos que vienen de la mano de las energías que podrían reemplazar a las de origen fósil y que ya despiertan resistencias y luchas.
Una vida más allá del capitalismo
El proyecto que orienta las elaboraciones de los autores es el de un capitalismo menos rapaz, que distribuya mejor, que apuntale un crecimiento sostenible, que contemple y busque soluciones a las problemáticas más acuciantes de nuestra época cómo es la creciente destrucción ambiental.
En ese marco el énfasis está puesto en establecer una relación virtuosa Estado-mercado, donde el sector público juegue un rol destacado definiendo metas y objetivos, para avanzar hacia otro tipo de capitalismo con el que valdría la pena soñar. Si se lo piensa en términos históricos, es una idea y una política que tuvo su momento, pero cuya explicación hay que buscarla en movimientos profundos en la estructura social y económica durante el siglo XX. Como plantea Esteban Mercatante, “lo más parecido al “nuevo contrato social” sólo se concretó cuando la clase capitalista percibía como real la amenaza de ser expropiada, como resultado de la Gran Depresión y con la Revolución Rusa como un recuerdo fresco. Después de la II Guerra Mundial, en el contexto de rivalidad geopolítica con la URSS y apoyado en las enormes oportunidades que abrió la reconstrucción posbélica de Europa al capital estadounidense (aunque de manera deformada por la burocracia estalinista en los estados obreros burocratizados), se profundizaron las iniciativas estatales para asegurar la primacía en la carrera de la productividad y la innovación, acompañadas por altas tasas de inversión del sector privado (estimuladas además por políticas de “represión financiera” que mantenían bajas las tasas de interés y facilitaban el financiamiento de las empresas). La guerra fría, que empujó continuos desarrollos en la industria armamentística y en otras esferas –como el desarrollo aeroespacial– para asegurar la ventaja sobre la URSS, resultó determinante para el fortalecimiento del Estado emprendedor. Pero las condiciones empezaron a cambiar cuando se agotó el boom económico de posguerra.” [16]
En un escenario distinto al de la posguerra, las esperanzas para poner en caja a la cara más salvaje del capitalismo y transitar hacia otro con rostro humano, vuelven a estar puestas en una receta que suma una larga lista de fracasos: el intento de que un Estado que se presenta sin contenido de clase oriente la “colaboración entre los sectores públicos y privado, caracterizada por una simbiosis sana que sea sostenible a lo largo del tiempo.” [17]
Quienes lean el libro encontrarán propuestas de soluciones pensadas para los problemas europeos. Es cierto que hay alguna consideración sobre los planes de “rescate” que se implementaron en Grecia, como ejemplo de una economía más pequeña y que debe transitar otro tipo de problemas dentro de la Unión Europea. Pero en lo central la reflexión no incluye a las llamadas periferias y es justamente ahí donde podríamos encontrar más límites para salidas basadas en reformas. De hecho es imposible pensar el origen de los recursos con los que cuentan las grandes economías capitalistas para generar distintos tipos de “políticas públicas” sin tener en cuenta el rol que juega la expoliación imperialista sobre los países dependientes y las semicolonias para sostenerlas.
No identificar, y mucho menos cuestionar este aspecto del ordenamiento imperialista del mundo desarma para pensar los desafíos futuros, más aún ante los cambios en la relación entre las potencias y el impacto en la economía mundial de la guerra entre Rusia y Ucrania y sus amplias derivaciones. Un mundo más convulsionado y atravesado por las consecuencias de la guerra y la disputa de poder entre potencias, dejará probablemente menos lugar para reformas pacíficas a gran escala.
De aquellas tensiones así cómo de las dificultades de los de arriba para dar una salida progresiva y sostenida a los problemas que afectan a millones en todo el mundo, surgen también las fuerzas para pensar alternativas que dejen de pensar la cura al capitalismo para pasar a pensar su superación.
En nuestra opinión, en lugar de buscar las recetas para mejorar sus condiciones de reproducción apostando una vez más al Estado y al sector público cómo rescatista, se podría aprovechar ese fracaso para avanzar en una crítica y cuestionamiento general del sistema, y pelar por reemplazarlo por uno basado en la propiedad colectiva y planificada de los medios de producción y orientado en función de las necesidades de las mayorías.
El diagnóstico que plantean los autores, y que recorrimos en está reseña, da lugar en sectores del movimiento de masas a cambios en la forma de pensar, a movilizaciones y rebeliones aunque sea todavía con límites y desigualdades, a nuevas formas de organización que pueden ser la base para articular desde abajo otro tipo de soluciones que busquen dejar atrás la irracionalidad capitalista. A partir de ahí podrán gestarse las nuevas experiencias que propongan, superando al capitalismo, otro futuro que tiene que ser posible.
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