El Encuentro de Mujeres de 2003 fue testigo de un encuentro histórico: con el 2001 todavía en el aire, la demanda histórica del derecho al aborto y la lucha de las trabajadoras de la textil Brukman.
Celeste Murillo @rompe_teclas
Miércoles 2 de octubre de 2019 23:20
Cada año se realiza en Argentina el Encuentro Nacional de Mujeres, que a partir de este año lleva el nombre Encuentro Plurinacional de Mujeres y Disidencias Sexuales. Es de los pocos eventos que reúne mujeres, lesbianas y trans de todas las provincias; feministas, activistas sindicales, trabajadoras y estudiantes llegan a diferentes ciudades para debatir y manifestarse. Para muchas de ellas es la primera participación en un evento político, la primera vez que hablan en público, y para otras la primera que duermen fuera de su casa, lejos de la familia y las tareas domésticas.
El Encuentro Nacional de Mujeres de 2003 en Rosario no se pareció a ningún otro. La antesala se venía amasando desde diciembre 2001, con movilizaciones, asambleas populares, fábricas ocupadas por sus trabajadoras y trabajadores y piquetes.
Al calor de ese verano, se soldó una alianza con una gran potencia: feministas, militantes de izquierda, jóvenes y trabajadoras hermanaban sus luchas porque sabían que si ganaba una, ganaban todas, si la lucha de unas triunfaba se fortalecía la lucha de todas. De esos encuentros en la calle, y de ese Encuentro Nacional de Mujeres, nació la agrupación Pan y Rosas.
Un poco de (pre)historia
Hoy, después de la marea verde y los paros internacionales de mujeres parece obvio, pero que la lucha por el derecho a decidir sobre el propio cuerpo está hermanada con aquella de las mujeres trabajadoras no surge “naturalmente”. Se instaló con el debate de ideas, construyendo alianzas, organizaciones y, sobre todo, mostrando la fuerza de nuestro movimiento en la calle. Esa lucha que se plasmó en banderas violetas “Por el derecho al aborto libre y gratuito” y “Por los derechos de las mujeres trabajadoras”, tiene una historia.
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El 18 de diciembre de 2001 un grupo de obreras textiles decidieron ocupar el taller donde trabajaban y hacía meses que el patrón no les pagaba el sueldo. Esas obreras, la mayoría sin experiencia política previa, se convirtieron en una referencia para miles de personas durante las jornadas de 2001.
Las “obreras sin patrón”, las “otras leonas”, como las llamaría el suplemento Las 12 del diario Página/12, se transformaron también en un símbolo de la lucha de las mujeres. Su imagen era tan poderosa que incluso sus compañeros varones se referían a ellos mismos como “Nosotras”.
Cerca del taller de trajes Brukman, y al calor de las asambleas populares, un puñado de activistas feministas, militantes de izquierda y de organizaciones populares se reunían para discutir medidas, campañas y estrategias para conquistar derecho al aborto libre y gratuito.
Diciembre de 2001 había dado nuevas energías a luchas históricas y actuales. Muchos movimientos sociales y políticos que habían luchado tenazmente, aunque con menos visibilidad durante la década neoliberal, estaban nuevamente en la calle.
Soldar la alianza más poderosa
El movimiento que surgió al calor del 2001 se nutrió de trabajadoras, desocupadas y estudiantes que se habían movilizado en la plaza, símbolo de la lucha callejera, y peleaban ahora por la “revolución en la casa”, una consigna que representaba las demandas de las mujeres y su cuestionamiento al lugar asignado históricamente a las mujeres.
Muchas de esas activistas y organizaciones se solidarizaron con la lucha de las obreras de Brukman, que salían en televisión defendiendo con coraje sus puestos de trabajo y junto a trabajadoras y trabajadores de la fábrica de cerámicos Zanon, en la provincia de Neuquén, planteaban una alternativa a la bancarrota capitalista con el control obrero de la producción.
Fragmentos del video "Nuestros cuerpos, nuestras voces, nuestras vidas", 2003.
La solidaridad con las trabajadoras de Brukman se plasmó en una movilización hacia el taller textil, en la que las mujeres marcharon con consignas como “Igual salario a igual trabajo” y “Anticonceptivos para no abortar, aborto legal para no morir”. A estas demandas sumaron las denuncias contra los empresarios vaciadores, sus jueces y políticos, en apoyo a las obreras y sus derechos. Ahí estaban sus aliadas.
“Nos tienen miedo porque demostramos que si podemos manejar una fábrica podemos manejar el país”. Así respondió Celia Martínez, una de las dirigentes de la textil Brukman, a la represión del gobierno de Eduardo Duhalde que quería desalojarlas de la fábrica. El apoyo del movimiento de mujeres, de las organizaciones sociales, políticas y de derechos humanos, se redobló.
En los Encuentros de Fábricas Recuperadas, en las marchas de apoyo, en cada charla entre las trabajadoras y las feministas, las activistas y militantes, las mujeres se encontraron compartiendo problemas, discusiones y deseos comunes. Las experiencias eran distintas pero el camino de la lucha por sus derechos las había encontrado en un lugar común.
Un nombre propio
Ese punto de encuentro que había nacido en las calles se replicó en el Encuentro Nacional de Mujeres de Rosario en 2003. En ese Encuentro, se sintieron los vientos del 2001, asistieron miles de mujeres y sus demandas resonaron con fuerza. No solo en los talleres y las movilizaciones como sucedía cada año, sino también en la inédita Asamblea por el Derecho al Aborto, que reunió mujeres y organizaciones de todo el país para debatir y votar –por primera vez– un plan de lucha para conquistar el derecho a decidir sobre su propio cuerpo y acabar con la tragedia del aborto clandestino.
En esa asamblea no solo participaron luchadoras incansables por los derechos de las mujeres como la militante feminista Dora Coledesky, dirigentes de organizaciones sociales y de izquierda, también fueron protagonistas las trabajadoras de Brukman y tantas otras que tomaron la palabra en una lucha que ya sentían propia.
Así, la lucha por derecho al aborto dejó de ser un tema de círculos feministas y organizaciones de izquierda, y se masificó en la boca de periodistas, encuestas, en las tapas de los diarios y debates en la televisión. La lucha de las mujeres y las disidencias no solo había “salido del clóset”, había salido a las calles.
Expresión de estos nuevos aires fue la enorme bandera que nacionalizó, durante el primer gobierno de Néstor Kirchner, la pelea por el derecho al aborto en el diario Página/12 en agosto de 2003, que sigue siendo hasta hoy una de las grandes luchas del movimiento de mujeres en Argentina.
De esa bandera, esa alianza, esa idea, nació la agrupación Pan y Rosas. Al regreso del Encuentro de Rosario en 2003, militantes del Partido de Trabajadores Socialistas, feministas, estudiantes y trabajadoras nos reunimos en el Centro Cultural Rosa Luxemburgo, frente a la fábrica Brukman, y le pusimos un nombre propio a esa idea: pelear por los derechos de las mujeres, especialmente por los derechos de las mujeres trabajadoras que luchan contra las dobles cadenas de la opresión género y la explotación de clase. Así nació Pan y Rosas.
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Llegamos muy lejos desde esos días de 2003. Hoy Pan y Rosas se organiza y se moviliza en Argentina, Brasil, México, Bolivia, Perú, Chile, Costa Rica, Venezuela, el Estado español, Alemania, Italia y Francia pero no nos conformamos. Nuestros objetivos son ambiciosos, peleamos por conquistar todos nuestros derechos con la movilización independiente, pero también por un mundo libre de explotación y de opresión. Esa es nuestra lucha. A la calle, compañeras.
Celeste Murillo
Columnista de cultura y géneros en el programa de radio El Círculo Rojo.