El año 2020, a punto de terminarse, actúa como un potente recordatorio: La urgencia ecológica no se conjuga ya en futuro. Como nos muestra la crisis mundial, tanto sanitaria, como social y climática en la que nos encontramos ahora mismo. Para confrontar la futura catástrofe que se nos viene encima y elaborar los mecanismos para abordarla, Andreas Malm nos invita a retomar los hilos del pensamiento estratégico. En este artículo debatimos con su concepción de un “leninismo ecológico”.
Martes 1ro de diciembre de 2020
Andreas Malm es profesor de geografía humana en la Universidad de Lund en Suecia y militante ecologista. Autor de numerosas obras estos últimos años, busca articular la cuestión ecológica y el marxismo. Acaba de publicar La Chauve-souris et le capital Strategie pour une urgence chronique, En la editorial La fabrique.
Estrategia para una emergencia crónica
Escrita durante la primera ola en abril de 2020, La Chauve-souris et le capital es un intento de entender el carácter singular de la crisis mundial provocada por la pandemia del Covid-19. Tomando como excusa la dimensión “espectacular” de la crisis, los discursos oficiales han buscado convertirla en un accidente: “La crisis del coronavirus irrumpió de inmediato con la promesa de un retorno a la normalidad, y esta promesa era creíble, por una vez, ya que la enfermedad parecía más ajena al sistema, que por ejemplo la caída de un fondo de inversión. El virus fue el choque exógeno por excelencia”. Al contrario de la idea de que la crisis actual sería un paréntesis del que podremos salir a corto plazo, Andreas Malm defiende la tesis de que “volver a la normalidad” es imposible. La recepción de esta idea en Europa, unas semanas después de otro confinamiento y en plena crisis económica y social a nivel mundial, parecen confirmar su diagnóstico.
Las dos primeras partes de su libro (“Corona y clima” y “Urgencia crónica”) son una exposición sintética pero convincente de la responsabilidad del modo de producción capitalistas en la aparición y desarrollo de nuevas pandemias. Desde la aparición del virus, numerosos epidemiólogos han señalado la responsabilidad del murciélago (y/o del pangolín) en la transmisión de agentes patógenos responsables del SRAS-COVID 2 en seres humanos. Malm retoma brevemente las razones por las cuales los murciélagos (o quirópteros) representar particularmente un importante vector de agentes patógenos. Sus características singulares han hecho que los murciélagos hayan sido ya responsables de la transmisión de otras epidemias en el pasado (Virus Nipah, probablemente el Ebola, el SRAS-1…), y que son un eslabón decisivo en la transmisión del SRAS-Covid 2. Si estos mecanismos de “desbordamientos zoonóticos” (zoonosis) existían ya ignorados por la mayoría, estos escenarios ya estaban previstos en el mundo científico, hasta el punto de que según Malm: “Si hay un sentimiento que no ha sacudido a los científicos que trabajaban el desbordamiento zoonótico cuando el Covid-19 ha iniciado su despegue, ha sido la sorpresa. Los murciélagos provocarán una pandemia, no es más que una cuestión de tiempo, concluía un equipo en 2018.”
En general las demonstraciones científicas se detienen en este punto y el murciélago se convierte en “el culpable nº 1” de la pandemia Covid-19. Pero Andreas Malm se propone remontar la cadena de transmisión más arriba para poner a la luz los factores que favorecen la zoonosis y demostrar que no tiene nada de “natural” ni “accidental”: “Es lógico afirmar que nuevas enfermedades extrañas surgen del mundo salvaje; es precisamente más allá del territorio humano donde residen patógenos desconocidos. Pero ese mundo podría dejarse tranquilo. Si la economía movida por el ser humano no pasara su tiempo asaltándolo, invadiéndolo, cortándolo en pedazos y destruyéndolo con un celo que roza la furia exterminadora, estas cosas no ocurrirían”. Colocando la responsabilidad en las lógicas económicas, el autor señala en especial un procedimiento en concreto: la desforestación.
Nos remontamos por tanto un poco más alto en la cadena de causalidad, a un punto donde los murciélagos aparecen como víctimas y no culpables. Seguimos más allá. “Si la desforestación es el motor del desbordamiento zoonótico en este principio de siglo XXI, hay que preguntarse cual es el motor de la desforestación”. “En este nuevo milenio, es la producción de mercancías la que destruye los bosques tropicales (…) cuatro productos: carne, soja, aceite de palma y madera (…) representan 4 décimas partes de la desforestación tropical, que se acelera en proporciones espectaculares entre 2000 y 2011.” Detrás de este pillaje organizado de suelos y bosques, encontramos un mismo culpable: el “Capital fósil”, un término utilizado por Andreas Malm para designar una fracción del capital que vive y se beneficia de la extracción de combustibles fósiles. Es decir, son las grandes empresas capitalistas las primeras culpables de la desforestación, de la multiplicación de fenómenos de zoonosis y, por tanto, de la proliferación de nuevas enfermedades mortales para los humanos.
Al final de esta brillante exposición, la hipótesis formulada por Malm de “capital como metavirus y jefe de los parásitos” es persuasiva. Permite establecer una conexión entre la aparición y desarrollo de la pandemia y el agravamiento de la crisis climática: “La extracción de combustible fósil en los bosques tropicales asocia los motores del cambio climático y los del desbordamiento zoonótico en un mismo bulldozer (…) Capital fósil: capital parásito.” Queda extraer las conclusiones lógicas de esta demonstración. La primera es que sería ingenuo pensar que los que son el origen del problema son capaces de resolverlo. Andreas Malm recuerda que los capitalistas, es decir quienes se benefician del modo de acumulación capitalista, son incapaces de ver en la naturaleza un valor en sí misma. Esta no tiene más valor que como “espacio de recursos que no han sido todavía sometidos a la ley del valor” (subrayado por nosotros) Y que, debido a esto, la idea de un capitalismo verde es una ilusión. La segunda conclusión es que estas catástrofes (pandemia, cambio climático, pero también las crisis económicas y sociales asociadas a estas) son en realidad intrínsecas a la “normalidad” capitalista. La emergencia no es un paréntesis, sino más bien es “crónica”. En este sentido, el retorno (o más bien mantenimiento) de “la normalidad” que se esfuerzan en prometernos los distintos gobiernos sería en realidad, la manera más segura de condenar el siglo XXI a una nueva “era de catástrofes”.
El diagnóstico formulado por Malm nos puede provocar insonmio. Sin embargo, él no invita al derrotismo: “Este enemigo puede ser mortífero, pero también puede ser abatido”. A condición, continua el autor, de accionar las palancas adecuadas, de huir de todo “fatalismo climático”, verdadera “contradicción performativa” y de sacar a la izquierda radical de su postura esencialmente “curativa”-defensiva podríamos decir- esforzándose, frente a la crisis, a buscar los mejores “cuidados paliativos”. Para esbozar una estrategia a la altura de la crisis actual, Andreas Malm llama a retomar los hilos del pensamiento estratégico, entendido como la búsqueda de soluciones, “de intervenciones eficaces”. Defiende la necesidad de adoptar una postura radical: “Ser radical, en tiempos de emergencia crónica, es afrontar las catastrófes actuales en su raíz ecológica”. Si en esta búsqueda el socialismo (entendido en el sentido de la tradición teórica y política del marxismo) constituye para el autor un “banco de grano para la emergencia crónica”, es porque ha mostrado en el pasado que era una brújula efectiva para pensar e intervenir en situaciones de crisis capitalista.
Leninismo y Estado burgués
“Hemos hablado mucho de marxismo ecológico estos últimos años pero con la emergencia crónica que se avecina, es el momento de ensayar el leninismo ecológico”. En L´Anthrpocène contre l´histoire, Andreas Malm habla de la necesidad de pensar un programa de urgencia ecológica inspirándose en la acción de los bolcheviques en 1917. En 2017, en una intervención en la conferencia “Pensar la emancipación” en Paris, trata una vez más de rehabilitar la unión de Lenin a la “naturaleza salvaje” y su conservación. Si esta referencia a Lenin no es nueva en Malm, La Chauve-souris y el capital, en cambio, es la ocasión para desarrollar lo que él entiende por “leninismo ecológico”. Fundamentalmente, el leninismo para él sería una tensión de no reducir la estrategia a soluciones puntuales y parciales sino al contrario, es buscar las vías a una transición ecológica global y radical.
Para imponer una transición ecológica radical al Capital fósil (transición que comenzaría según Malm, por una “nacionalización de las compañías de combustibles fósiles” y su “transformación en equipo de captura directa en el aire (de CO2)” , pero también por una “planificación estricta y global”), una cierta centralización e incluso una coerción serán absolutamente necesarias: “ Si hay algo que necesitaremos para tratar las causas de la emergencia crónica, es un cierto grado de coerción”. Sería por supuesto, ingenuo pensar que aquellos que se benefician actualmente del modo de producción capitalista se dejarían pacíficamente convencer de abolir el estado actual de las cosas. Para tomar el control, reorganizar y reconvertir la producción, la existencia de un cierto tipo de Estado aparece innegable. En esta perspectiva renunciar a afrontar “el problema del Estado”, es fundamentalmente, volverse impotente para pensar una transición a escala macro, punto imprescindible para pensar la transición en un marco de urgencia crónica global. Es esto lo que se niegan a comprender las corrientes anarquistas, dice Malm, para quienes, fundamentalmente, “El Estado es un problema, su ausencia la solución”: “para decirlo a través de Lenin, tenemos necesidad (durante un periodo de transición) de un Estado. Es lo que nos distingue de los anarquistas”.
En este paso, la exposición de Malm parece interesante. Es efectivamente ilusorio imaginar acabar con el acaparamiento de las materias primas y los medios de producción por los grupos capitalistas, condición necesaria para acabar con el pillaje de la naturaleza y reorganizar la sociedad, sin necesidad de un cierto periodo de transición. Ya en su época, Karl Marx ridiculizaba a quienes se negaban a usar toda forma de autoridad para la clase obrera en nombre de la “pureza de principios eternos”. Más dudoso, es en cambio, el gesto teórico que lleva a Malm a abandonar la manera con la que Lenin resolvió la cuestión del Estado:
“Venimos de exponer como un Estado capitalista es incapaz de tomar estas medidas (de transición ecológica). Y sin embargo, no hay otra forma de Estado disponible. Ningún Estado obrero fundado en los soviets nacerá milagrosamente en una noche. Ningún doble poder de órganos democráticos del proletariado parece materializarse próximamente. Esperar otra forma de Estado sería tanto criminal como una locura y nos tendrá que valer con el lúgubre Estado burgués, atado como siempre a los circuitos del capital. Habrá que ejercer una presión popular sobre él, cambiar la correlación de fuerzas que condensa, contrayendo los aparatos y rompiendo sus amarres para comenzar a moverlo. (…) Pero esto nos lleva a abandonar el programa clásico consistente en la destrucción del Estado para construir otro -un aspecto del leninismo que entre otros merece un obituario”.
En su célebre texto, El Estado y la revolución, publicado en verano de 1917, Lenin exponía la manera con la que la tradición marxista heredada de Marx y Engels tomaba la cuestión del Estado y las tareas de los revolucionarios, contra ciertas tentativas de “revisión” teóricas en el seno del movimiento obrero. Lenin insiste sobre una idea fundamental: “El Estado es un organismo de dominación de clase, un organismo de opresión de una clase sobre otra (…) un “orden” que se legaliza y se afirma sobre esta opresión arbitrando en el conflicto de clases”. Conforme a esta concepción del Estado como instrumento de explotación de la clase oprimida, es irreal imaginar que este podría volverse contra los intereses de la clase a la que responde. Es la perspectiva de una confrontación con este y su destrucción la que es explícitamente defendía por Lenin, recuperando una formula famosa de Marx según la cual: “Todas las revoluciones no han hecho más que perfeccionar la maquinaria del Estado, pero, lo que importa es destruirla”. Esto no quiere decir, por supuesto, que la destrucción del Estado burgués puede ser una consigna independientemente de la situación, pero que los revolucionarios deben trabajar y orientar la acción de las masas en esta perspectiva.
Cómo y con qué reemplazar el Estado burgués, es lo que las experiencias de la Comuna de Paris en 1871 y más tarde, las revoluciones rusas de 1905 y 1917 han tratado de responder. Estas vieron el desarrollo de órganos de lucha independientes de la clase obrera, verdaderas herramientas de clase en vías de insurrección, y que se han llamado históricamente soviets (que significa consejo en ruso). Reelaborada en estos términos por Lenin, la transición revolucionaria toma la forma concreta de un enfrentamiento entre dos tipos de institución que responden a intereses de clase profundamente opuestos. De un lado, el Estado capitalista como instrumento de dominación burguesa y, del otro, los soviets como organismo de los explotados y oprimidos en lucha.
Esta forma particular de lucha es lo que llamamos desde Lenin, la hipótesis de doble poder. Se formula a partir de la experiencia de la Revolución Rusa en un texto de abril de 1917: “Esta dualidad de poder se traduce por la existencia de dos gobiernos: el gobierno principal, original, efectivo, de la burguesía (…) que tiene en su mano todos los órganos de poder y un gobierno a su lado, complementario, un gobierno de “control”, representado por los Soviets de diputados obreros y soldados de Petogrado, que no tienen en sus manos los órganos de poder del Estado, pero que se apoya en la mayoría innegable del pueblo, sobre obreros y soldados en armas”. Por tanto, si Lenin polemiza con la perspectiva de “abolición del Estado” defendida por los anarquistas, no es para esquivar el momento de confrontación y destrucción del Estado burgués, sino para al contrario insistiendo en las ideas de Marx y Engels, de usar, de forma transitoria, una cierta violencia organizada, es decir una cierta forma de Estado (Un Estado obrero, que no es verdaderamente un Estado) para destruir la resistencia de la burguesía. Y, es precisamente esta concepción la que rechaza Andreas Malm en su formulación de un leninismo ecológico.
En una curiosa operación teórica de Malm trata de desgajar de la estrategia leninista de uno de sus puntos neurálgicos. En lugar de construir una estrategia dirigida a destruir y reemplazar el Estado burgués, el autor nos invita a “ejercer una presión popular” sobre las instituciones para “forzarlas” a provocar rupturas en la reproducción del orden capitalista…Formulas que permanecen ambiguas (no se dice ni como ejercer la presión ni en qué consisten las rupturas en el Estado burgués) y una concepción que recuerda a las que combatía Lenin en vez de a las que defendía.
Para justificar su operación teórica, el autor utiliza fundamentalmente dos puntos argumentativos: el pragmatismo y el escepticismo. Pragmatismo: “Porque hay que trabajar con lo que se tiene”. Escepticismo: “porque es imposible imaginar algo distinto a lo existentes”. Estos “argumentos” que recuerdan a los usados por otros, ayer y hoy en día, para borrar la necesidad de destruir el Estado burgués: “imposibilidad de pensar en el surgimiento de órganos populares”, “legitimidad omnipotente de las instituciones de la democracia burguesa”, “peligro de despotismo” … Argumentos que son presentados como evidencias para evitar a los que los usan de analizarlos rigurosamente. Malm admite voluntariamente si le preguntamos, que su concepción requiere ser precisada. Lo que es más asombroso, es que esta defensa de las instituciones existentes como un horizonte que no podremos superar se plantea en un contexto donde aparecen cada vez más personas que las visualizan como profundamente autoritarias y antidemocráticas. En lugar de aprovechar la situación para radicalizar la desconfianza hacia estas instituciones burguesas, la perspectiva defendida por Malm permite paradójicamente relegitimarlas.
Por otro lado, el escepticismo que guía esta concepción (“ningún doble poder de órganos democráticos del proletariado va a materializarse próximamente”) muestra dos confusiones. La primera, es que no partimos de cero, existen en parte, embriones de democracia obrera en el seno de la democracia burguesa: los sindicatos, por ejemplo. Estos embriones de democracia obrera están, es cierto, cada vez más integrados en el aparato del Estado, y son cada vez más débiles, pero organizan aún hoy ciertos sectores estratégicos de nuestra clase y pueden (y deben) ser reorientados y dirigidos, en independencia del Estado, al servicio de una estrategia revolucionaria. En segundo lugar, esta manera de plantear los problemas de manera abstracta o “fuera de tiempo”, impide ver que, como recuerda sin embargo el propio Andreas Malm, en los momentos de crisis los tiempos políticos se aceleran o “para parafrasear a Lenin, parece que las décadas pasan en pocas semanas, el mundo se mueve deprisa, haciendo todo pronóstico casi imposible”. Además, la crisis mundial y pandemia se desarrollan en un contexto de retorno de la lucha de clases a escala internacional. En definitiva, negarse a abandonar la perspectiva del doble poder no es “cruzarse de brazos esperando que caiga otra forma del Estado del cielo”, lo que sería claramente criminal, pero exige comprender las dinámicas y contradicciones que constituyen una situación para radicalizarlas y orientarlas hacia esta perspectiva. Al riesgo, por otro lado, de reducir el leninismo a simple formula polémica y replegarse hacia una estrategia puramente institucional.
¿Sabotaje o control obrero?
Tomar seriamente la perspectiva estratégica defendida por Andreas Malm exige que nos detengamos en su obra anterior, Comment saboter une pipeline, publicada algunos meses antes en junio de 2020, y que es considerada por el autor mismo como un complemento a La Chauve-souris et le capital. Contrariamente a esta última, centrada en la cuestión del Estado, Comment saaboter un pipeline se dedica a discutir con el movimiento ecologista, en particular con Extinction Rebellion, a los que el autor reprocha de encerrarse en un “pacifismo estratégico” impotente. “¿En qué momento pasaremos a la siguiente fase?” les interpela el autor. Movilizando la herencia de luchas pasadas, establece una distinción entre distintos tipos de violencia y demuestra que puede tener un potencial emancipador si se dirige hacia las estructuras de dominación. Para romper con el inflexible “businnes-as-usual, que provoca cada vez mayores emisiones contaminantes, eliminando toda esperanza de reducción” Malm defiende la perspectiva del sabotaje de dispositivos de emisión de CO2 (“anunciar e imponer la prohibición, dañar y destruir los nuevos dispositivios”) como táctica preferente. Es, por tanto, esta centralidad dada a la táctica del sabotaje la que da título a la obra, que se presenta como un manual, teórico y práctico, destinado a “militantes del clima radicales”. Todo compartiendo la posibilidad y necesidad de “diversidad y pluralidad de tácticas” defendida por el autor, la eficacia del sabotaje como táctica preferente nos parece dudosa.
La primera pregunta que tenemos que hacernos es: ¿sabotear el qué? ¿Cuáles son los dispositivos de emisión de CO2 que hay que destruir antes? ¿Hay que centrarse en “el consumo de particulares” o en “la producción de combustibles fósiles”? “un poco de ambas”, sin duda, para el autor, para quien “el consumo es buena parte del problema, en particular el consumo de los ricos” Malm tiene razón al hablar de una “capacidad desigual para contaminar”, según la fórmula de Dario Kenner, en la cual los ricos tienen una mayor responsabilidad: en algunas cifras demuestra que es falso que sea una “humanidad” homogénea la que tiene la responsabilidad de la crisis climática. Pero, al no responder a la pregunta (¿hay que tomar los bienes de consumo o los de producción?) su exposición fracasa en su intento de señalar la responsabilidad de las empresas capitalistas en su rechazo a detener las emisiones contaminantes que destruyen el planeta.
Tomando el ejemplo de Francia, la empresa Total es sin duda un ejemplo paradigmático de estos “super-contaminantes” a quien debemos el agravamiento de la crisis climática. Mantienen la decimonovena posición en contaminación a nivel mundial, el grupo francés ha producido dos tercios de las emisiones de CO2 producidas en Francia, más de 311 millones de toneladas de CO2 en el año 2015. Más que llamar a tomar de forma indiferentes bienes de consumo y de producción, ¿No sería mejor denunciar a las 100 empresas a nivel mundial que emiten el 70% de CO2? ¿No deberíamos ser más explícitos en señalar al enemigo nº1 del movimiento por el clima?
Consideremos ahora a estas megaempresas contaminadoras: ¿El sabotaje puede ser un arma eficaz parra combatirlas? “Hay que destruir Total” como dice el autor, vale, ¿pero ¿cómo? Es curioso que, si bien se considera el socialismo como un “banco de semillas” fecundadas para la estrategia, Malm no dice una palabra sobre los métodos de lucha con los que la clase obrera ha combatido el “business as usual”: la huelga y la ocupación de fabricas y empresas. Mientras su libro revisa una pluralidad de tácticas y de acciones del movimiento por el clima (dedicando numerosas páginas a pinchar las ruedas de las SUV en Suecia) no dice nada de la existencia de trabajadores y trabajadoras que ocupan un rol determinante en el proceso de trabajo, disponiendo al mismo tiempo de una gran fuerza para romper “el ciclo infernal” de la producción capitalista.
Encontramos aquí el mismo escepticismo sobre la capacidad de la clase obrera para jugar un rol decisivo en la transición ecológica, como, por ejemplo, el de los y las trabajadoras de la empresa Total. En lugar de defender la unión del movimiento del clima con estos trabajadorxs para atacar al gigante francés, el autor defiende en última instancia una perspectiva de sustitución promoviendo los ataques a los oleductos y gasoductos. Una estrategia que se arriesga a ser encerrada en una perspectiva minoritaria (en lugar de buscar alianzas) pero que tiene pocas consecuencias frente a un gigante como Total que tiene centros en cerca de una treintena de países. Recientemente, hemos visto la dirección de Total, verdadera dirección del imperialismo francés en África, anunciar el cierre de actividades en la refinería de Grandpuits (Francia) con la excusa de la existencia de fugas en el oleducto de Île-de-France. El grupo multiplica sus actividades en África maquillando su viraje hacia las energías verdes en Francia para aprovechar el sentimiento ecológico. ¿A menos que estas acciones tengan aún, el objetivo de “hacer presión” al Estado imperialista francés, para que nacionalice y reconvierta las actividades de Total, como parece entenderlo Malm? ¿Pero es razonable pensar que el Estado puede decidir enfrentarse a los intereses de uno de los grupos capitalistas franceses más fuertes al mismo tiempo que hace regalos a las grandes empresas en el marco de la crisis? ¿No se percibe que el capital se muestra, desde las últimas décadas, cada vez más intransigente, exigiendo cada vez mayores movilizaciones para lograr cada vez menos migajas? ¿Cómo imaginar, por tanto, que un Estado al servicio del Capital puede tomar medidas de ruptura contra este estado de las cosas? Nos encontramos en el impasse formulado por Malm y donde el mismo se ha encerrado: El Estado capitalista es “incapaz por naturaleza de tomar estas medidas”. Esperar a que lo haga es criminal.
Al negarse a reconocer a lxs trabajadorxs de las empresas como sujetos capaces de confrontar los intereses de su dirección, Malm se priva de una fuerza estratégica potencialmente considerable para pensar la vía correcta para un leninismo ecológico. Más que defender la centralidad del sabotaje para romper el ciclo infernal del “businnes-as-usual” ¿no habría que retomar la tradición marxista revolucionaria? Esta que hace de la huelga el arma decisiva con la cual la clase de los explotados no solo puede detener la “normalidad capitalista”, sino también, cuando se moviliza, demostrar que otro modelo de sociedad es posible. ¿Y quien mejor que los que cada día se enfrentan al Capital fósil para esbozar las vías concretas a una transición ecológica y social? ¿Quién mejor que lxs trabajadorxs para visualizar los medios con los que reorientar y reconvertir la producción y las actividades, no al servicio de la acumulación privada, sino al servicio de la mayoría, en el respeto a la dignidad de cada uno y la conservación del planeta? Entrevistados por RP Dimanche sobre el cierre de su refinería, Adrien Cornet, obrero de Grandpuits afirmaba sobre esto: “Partimos siempre de la idea de que los sindicatos de la energía se pelean en cuerpo y alma por preservar las refinerías y la producción basada en energías fósiles, pero no es verdad. Somos conscientes de que hay que superar la energía fósil. Yo tengo treinta años y dos hijos pequeños. Comprendo la necesidad de proteger el planeta (…) Es lo que suelo decir, que mañana podría ser un obrero en la permacultura, eso me haría muy feliz (…) Para dar un ejemplo muy concreto, con el cierre de la refinería de Flandres, la FNIC (Federación nacional de industrias químicas) había presentado un proyecto de hidrógeno muy completo. Era un proyecto que podía llegar a buen puerto. Lo que faltó fue, una correlación de fuerzas colectiva, a través de la opinión pública, sobre todo. En 2010, la conciencia ecológica no estaba muy desarrollada. Hoy en día, la emergencia ecológica está en boca de todos, hay que llevar esta cuestión al centro del debate público”. ¿No se encuentra en esta forma de enlazar los intereses sociales y ecológicos, un esbozo de reconversión por y para la mayoría, algo parecido a un leninismo ecológico que tendríamos que explorar y desarrollar?
En conclusión
Los trabajos de Andreas Malm son, sin ninguna duda, útiles para pensar desde un punto de vista marxista la manera a través de la cual, igual que el Covid-19, el desarrollo de la crisis climática llevará a próximas crisis mundiales. Sus aportes permiten analizar el rol decisivo jugado por las energías fósiles en la acumulación y reproducción capitalistas y recuerdan que el combate revolucionario no debe relegar las preocupaciones climáticas y ecológicas a un segundo plano. SI bien no compartimos la manera en que expone los debates estratégicos, sus tesis merecen ser leídas y debatidas.
Lo que se extrae, en definitiva, de la estrategia de Andreas Malm tal y como se desarrolla en sus dos últimas obras, es la combinación de acciones directas presentadas como radicales (donde el sabotaje ocupa el rol central como táctica) con una forma de “reformismo pragmático”. Detrás de esta combinación encontramos la misma voluntad de “hacer presión” al Estado capitalista: como admite el propio Malm: “El objetivo (de la campaña de sabotajes) será obligar a los Estados a proclamar la prohibición y a comenzar la reforma del material existente”. La idea fundamental, es que no habría otro agente para la transición ecológica que el Estado capitalista existente: “A fin de cuentas son los Estados quienes impondrán la transición, o nadie lo hará”. A pesar de que no compartimos su idea, existe cierta coherencia en esta lógica. Detrás del abandono de la perspectiva del doble poder y del silencio sobre los métodos y tácticas de lucha de clase, está también la exclusión de la clase obrera como sujeto revolucionario capaz de, en alianza con otros sectores de los explotados y oprimidos, de construir una nueva sociedad. Que sepamos, Malm no expone explícitamente o justifica de donde sale este profundo escepticismo sobre la potencialidad revolucionaria de lxs trabajadorxs. Sorprende una vez más, en un momento donde es constatable lo contrario, que hay un gran retorno de la lucha de clases a nivel internacional. Sea cual sea, según nosotros, esta hipótesis estratégica fracasa en encarnar un verdadero “leninismo ecológico” promovido sin embargo por el autor. En los hechos, su concepción peligra de emplazar a los movimientos sociales dentro de la política de las formaciones reformistas existentes que se presentan como radicales mientras que no poseen en ningún momento la perspectiva de superar el sistema capitalista. Y es esto lo que lleva a Malm a declarar: “Ellas (las formaciones socialdemócratas) son nuestra mejor esperanza, como hemos podido ver en los últimos años. Nada hubiera sido mejor para el planeta que una victoria de Jeremy Corbyn en Reino Unido en 2019 y de Bernie Sandes en Estados Unidos en 2020”.
Nosotros en cambio, pensamos que a pesar de (y precisamente por esta razón) de la emergencia de resolver en el buen sentido, la alternativa “socialismo o barbarie”, ninguna confianza debe darse a los Estados imperialistas ni a las formaciones políticas que se proponen resolver la crisis social y ecológica en el marco del sistema capitalista. Más que esperar presionar al enemigo en su terreno, parece más razonable mantener la perspectiva de un leninismo que no rechace la necesidad de enfrentar y superar al Estado burgués. Como escribía Emmanuel Barot a propósito del centenario de la Revolución Rusa: “re-pensar el doble poder para re-tomar, el poder hoy en día, no significa aplicar formulas transportadas mecánicamente del modelo de 1917. Pero la cuestión estratégica de las condiciones de destrucción del Estado burgués sea cual sea su forma, permanece vigente”. En este contexto donde la lucha de clases ha realizado su regreso a la escena internacional, para nosotros esta cuestión pasa por reconocer el lugar estratégico de la clase obrera, de defender su alianza con el movimiento ecologista, y de buscar intervenir en todos los sitios alrededor de un programa que plantee la soberanía sobre la producción de trabajadorxs libremente asociadxs en independencia del Estado burgués y la reconversión de todas las empresas contaminantes en conjunto con las asociaciones y organizaciones ecologistas. Ahora que, en todos sitios, los capitalistas y sus Estados multiplican los despidos y cierres, esta perspectiva puede servir de impulso a lxs militantes revolucionarxs para intervenir concretamente en la realidad y defender un programa comunista y ecologista radical.
TRADUCCIÓN: Roberto Bordón
* Publicado originalmente en RP Dimanche, suplemento dominical de Revólution Permanente.
Marina Garrisi
Comité de redacción de RP Dimanche.