Azucena está a punto de ser desalojada de su departamento. Su marido es un inmigrante que está sin trabajo. Tienen un niño pequeño. Y ella, con un magro sueldo como repositora en un supermercado, no da abasto para sostener la vida de los tres. Pero para el banco, Azucena solo es un cliente moroso. Ella va y viene, del banco a la asamblea de inquilinos, del trabajo a la escuela, del abogado solidario nuevamente al banco. Está decidida a luchar hasta el final para no perder su hogar, aunque su marido, ya resignado, le haga las cosas más difíciles.
Andrea D’Atri @andreadatri
Martes 12 de septiembre de 2023 08:03
Así es En los márgenes, la película que fue furor en Netflix, protagonizada por Penélope Cruz. Pero, aunque esta ficción transcurre en Madrid, podría ser la sinopsis de un documental sobre el problema de la vivienda en cualquier gran ciudad del mundo.
Siempre nos encontraremos con las mujeres como las más golpeadas por los precios de los alquileres y los desalojos por falta de pago, con las mujeres con esperanza de poder empezar de cero en un terreno descampado y con las mujeres en la resistencia contra la represión policial, las topadoras de los propietarios y los gobiernos. Porque el problema de la vivienda es un problema de muchos, pero especialmente de las mujeres.
Antes de la pandemia, la Defensoría del Pueblo de la Ciudad de Buenos Aires había registrado que el 66% de las consultas de inquilinos habían sido formuladas por mujeres y que 7 de cada 10 trámites para sostenimiento del pago del alquiler los hacían mujeres.
Después de la pandemia, las cosas empeoraron. A tal punto, que se propagó la ocupación de tierras, cuando la toma de los terrenos en Guernica se convirtió en un ejemplo a seguir en otros lugares del conurbano bonaerense y también otras provincias. La ocupación de edificios abandonados y la superposición de losas y paredes hasta el cielo en la propia Ciudad de Buenos Aires recrudece ante cada crisis.
En la Ciudad hay 400 mil personas viviendo en zonas no urbanizadas, en construcciones precarias y también sin techo. No es apenas un problema de unos pocos, se trata del 15% de la población. Y ese número va creciendo con nuevas familias trabajadoras para quienes la pulverización de sus salarios y la inflación los empuja a la calle.
Las brechas de género no son un mito
Milei dice que las brechas de género son un mito. Pero la realidad es que no solo los ingresos de las mujeres son menores que los de los varones, sino que también hay diferencias en el acceso a la propiedad, a los trabajos mejor pagos y con derechos, en las horas destinadas al trabajo de cuidados no remunerado que se hace en los hogares, etc. Y siempre las que están en desventaja son las mujeres.
En Argentina el 17% de los hogares están a cargo de una mujer sin cónyuge y con hijos, cuyo promedio de ingresos es de 135 mil pesos. Se trata de 1,7 millones de hogares. En la Ciudad de Buenos Aires, hay 165 mil hogares en esta situación y mucho más de la mitad de esos hogares, alquilan. ¿Cómo es posible pagar un alquiler de un departamento mínimo que asciende a los 200 mil pesos en el mejor de los casos, con ingresos que ni siquiera alcanzan a cubrir la canasta básica familiar?
Es por eso que el 75% de los hogares que presentan estas características (jefa de hogar sin cónyuge, con trabajo precario y dos o más hijos) está endeudado. Una situación dramática porque el ciclo de endeudamiento es infinito: pedir fiado, préstamos o créditos para pagar la comida, los remedios, el alquiler, los impuestos; pagar la deuda al mes siguiente para volver a contraer deudas aún mayores y así sucesivamente.
La precarización laboral de la inmensa mayoría de las mujeres, la inflación, la desprotección de las personas que alquilan frente a los grandes propietarios inmobiliarios empujan cada vez más a las mujeres a los márgenes: a los bordes del mercado laboral, a los bordes de los centros urbanos, a los bordes del sostenimiento mínimo de la vida.
La violencia de la propiedad
Pero, además, la mayoría de las mujeres que son víctimas de la violencia machista saben que el espacio de más vulnerabilidad suele ser su propia casa. La vivienda puede ser usada como un elemento de chantaje, dominación en contra de las mujeres.
Perder el techo para una y sus hijos es una presión contra la necesidad imperiosa de romper el vínculo con el agresor. ¿Acaso muchas de las mujeres que ocupan terrenos no han denunciado, ante las cámaras de televisión, que se encontraban en esa situación desesperante porque huían de la violencia de género? Y, sin embargo, las topadoras y los gases lacrimógenos en defensa de la propiedad privada de los poderosos, no escatiman a la hora de golpear y privar de todo derecho a la propiedad a los sectores más vulnerables de la sociedad.
Sabemos de lo que somos capaces
Por eso, lo primero que hay que decir es que la vivienda no debería ser un negocio para unos pocos, es una necesidad social de millones. Pero mientras el negocio permite que cada vez menos bancos, grupos inmobiliarios, empresas y grandes propietarios concentren cada vez más la propiedad de millones de metros cuadrados, en la otra punta, cada vez más sean quienes no tienen ninguna perspectiva no solo de tener un techo propio, sino siquiera poder pagar un alquiler.
Hay que comenzar a tomar medidas de emergencia, imponer un impuesto progresivo a la vivienda ociosa para que los grandes propietarios no sigan manteniendo sus propiedades sin alquilar, solo para la especulación financiera o destinada a alquileres temporarios irregulares en dólares para el turismo, mientras la mayor parte del año permanecen vacías.
Con Patricio del Corro y Myriam Bregman proponemos que esta recaudación impositiva esté destinada a solventa el acceso a la vivienda, en primer lugar, de las mujeres en situación de violencia y otros sectores vulnerables.
Frente a la inmobiliaria y los especuladores, estamos solas. Pero es un espejismo que debemos romper. Quienes vivimos de nuestro trabajo, sin explotar a nadie para nuestro beneficio, somos la inmensa mayoría. Como lo sabemos las mujeres en los barrios populares, en las tomas de tierras, en las luchas por nuestros derechos y en las experiencias más difíciles que nos toca atravesar en la vida, ninguna se salva sola.
La salida es colectiva y empieza por desatar nuestra infinita capacidad de lucha.
Andrea D’Atri
Nació en Buenos Aires. Se especializó en Estudios de la Mujer, dedicándose a la docencia, la investigación y la comunicación. Es dirigente del Partido de los Trabajadores Socialistas (PTS). Con una reconocida militancia en el movimiento de mujeres, en 2003 fundó la agrupación Pan y Rosas de Argentina, que también tiene presencia en Chile, Brasil, México, Bolivia, Uruguay, Perú, Costa Rica, Venezuela, EE.UU., Estado Español, Francia, Alemania e Italia. Ha dictado conferencias y seminarios en América Latina y Europa. Es autora de Pan y Rosas. Pertenencia de género y antagonismo de clase en el (...)