Entrevistamos a Fernando Duclós, el periodista argentino que, desde hace más de un año, está recorriendo la ruta de la seda y cuyos microrrelatos, en su cuenta @Periodistan_ de Twitter, atraparon a miles de seguidores.
Conocí la cuenta de Periodistán en julio de 2019, cuando publicó la foto de una duna con este texto: “Les hago una pregunta: ¿Cómo es el paisaje en Medio Oriente, Iraq, Irán, Siria y Turquía? La gran mayoría habrá pensado ‘desierto’. Parece una respuesta obvia, pero, por detrás de ella, existe una exitosa operación político-cultural-mediática. Vamos a analizarla”. El hilo anudaba argumentos, hipótesis y pruebas con espléndidas fotografías a todo color de mares, lagos, montañas nevadas, campos de amapolas y frutas frescas.
Allí empecé a seguir la cuenta de Fernando Duclós, “un argentino en la ruta de la seda”, un periodista que había trabajado en el ámbito deportivo que, sin embargo, no se priva de hablar –sin ser pretencioso– de geografía, historia, política, literatura, música y, de vez en cuando, también de fútbol y otros deportes, vinculando sus crónicas con aquellos lugares que recorre en su tenaz travesía. Su preocupación por contextualizar, para romper los prejuicios y para superar la primera atracción visual por paisajes y escenas exóticas, hace de sus hilos de tuits una experiencia difícil de encontrar en esa red social donde los debates acalorados e impetuosos llevan la delantera.
“Mandarte audios es mucho mejor para mí, aunque sé lo pesado que es desgrabar”, se disculpa. “Si logras mandarme las preguntas hoy, mejor porque tendré mucho tiempo libre en un aeropuerto”. Calculo que Fernando estaría saliendo de Omán y aprovechó ese poco tiempo en que está solo, en el preembarque entre centenares de personas, para responder esta entrevista.
Porque Fernando viaja solo, pero no se siente así y, la verdad, es que ni siquiera tiene tiempo para estar solo, como querría de vez en cuando. “Una cosa que me hace sentir esa tensión Oriente/Occidente es la cuestión de la privacidad o la intimidad. En Medio Oriente, por ejemplo en Irán, eso es imposible, sobre todo en los pueblos, porque en las ciudades es más o menos parecido a lo que estamos acostumbrados en todas las ciudades. Pero en los pueblos es imposible estar solo, nunca. ¡La unidad familiar es tan importante! Para nosotros es normal comer solos o que una persona de sesenta o setenta años viva sola. En Oriente es directamente impensable. ¿Comer solo? ¿Qué te pasa? ¿Sos antisocial? ¿No tenés una familia? En las casas viven muchas personas, primos, tíos, son casas enormes. Y, entonces, por mi modo de vida occidental, muchas veces siento mucho no poder tener intimidad, privacidad. A veces me es imposible tener diez minutos para mí solo, todo el tiempo estoy con gente”. Fernando se ríe y lanza. “Y en un momento, eso, obviamente, ¡te rompe la cabeza! Eso es una tensión: estar siempre acompañado y siempre con cosas para hacer cuando quizás lo que quería era estar dos horas mirando el techo, sin hacer nada y sin hablar con nadie”.
En sus hilos de Twitter, Fernando cuenta muchas historias que nos abren la ventana a un mundo desconocido. En la diversidad de culturas y experiencias, encontramos diferencias pero también aproximaciones; empatizamos con lo que el cronista argentino logra transmitirnos sin moralismos ni preconceptos. Creo que en ello radica su éxito en la red social en la que, en poco tiempo, superó los ochenta y tres mil seguidores y lo llevó a las portadas de los principales diarios de Argentina. “Desmitificar era uno de mis objetivos. Lo siento cumplido. Mucha gente me escribe agradeciéndome eso. Quienes me dicen ‘podemos ver un poquito por fuera de la Matrix occidental’. Y está bueno. Porque es gente muy buena y hay mucha estigmatización. Si lo que hago sirve un poco para revertir eso, entonces suma”.
Fernando no entiende bien en dónde radica la fascinación de sus seguidores con sus crónicas. Pero lo más probable es que se encuentre en la propia fascinación del periodista con la ruta de la seda, presente en cada una de sus palabras. “Países que están entre Europa, Asia, África. El Golfo Pérsico, China, India, Rusia… básicamente, ¡por donde pasó todo! Los árabes, los indios, culturas que nos legaron los números, por ejemplo. Casi todo viene de Oriente y no sabemos nada de ellos. Me fascina ver, al final, cuán conectados estamos con esas culturas que parecen tan lejanas y sin embargo, nos construyeron”. No es casual que cuando hable, parezca un chico, a pesar de sus treinta y cuatro años. Su fascinación viene de lejos, cuando en el jardín de infantes ya sabía todas las capitales del mundo y su juguete favorito era un globo terráqueo.
Le pregunto cómo se fue gestando este viaje de la ruta de la seda y Fernando me cuenta: “Empecé a leer libros sobre la ruta de la seda así porque sí. Sobre China, Irán, el imperio otomano, el imperio persa, la India, Asia Central… ni siquiera eran ensayos; más bien libros de ficción, algunos de Historia. A medida que iba leyendo, más me iba interesando, más ganas de estar ahí y, de repente, se dieron un par de circunstancias en mi vida que facilitaron esto”. Se refiere al despido de su trabajo como corresponsal en Brasil y el pago de una indemnización con la que financió su sueño de la infancia. Pero su carácter trashumante ya se había puesto a prueba anteriormente: de adolescente había recorrido América Latina como mochilero, desde Buenos Aires hasta Managua y en 2013, recorrió nueve países, desde Etiopía hasta Sudáfrica, en un viaje similar al actual que se plasmó en su libro Crónicas africanas, con relatos, mapas y fotos, que actualmente ha sido reeditado.
Fernando no puede decirme cómo organizó esta nueva travesía. Dice que su respuesta hubiera sido diferente si esta misma pregunta la hacía al mes de iniciar el trayecto en Barcelona, a los tres meses o ahora, que ya hace un año que está viajando. “Cuando empecé era mucho más turista que otra cosa. Por ejemplo, estaba en Roma y pensaba ‘hoy a las siete voy al Coliseo, a las nueve al Foro y a las once a tomar un café’. Eso es algo normal cuando uno tiene quince días para visitar un lugar. Ahora ya no puedo ser turista, porque no se puede ser un turista por un año entero. Mi interés mutó completamente: de lugares a gente. Un gran día es estar con gente, comiendo con ellos, conociéndolos, tomando té, charlando, escuchando música, sin necesidad de ir a ningún lugar turístico. Y al cambiar el interés, también cambió la organización del viaje. Cuando empezó tenía objetivos mucho más precisos; ahora estoy mucho más abierto a las sorpresas y a la organización espontánea. Obviamente, estoy en Estambul y pienso que me gustaría conocer Gaziantep, la capital mundial del pistacho, voy. Pero si voy a llegar en dos días, en diez, en quince, en qué ciudades voy a estar en el medio, qué va a pasar, no lo sé mucho”.
La improvisación marca el ritmo del viaje pero también es fuente de aventuras, anécdotas y de encuentros. “Te alojás en un lugar con alguien que te dice ‘tengo un primo en Mascate, la capital de Omán’ y cuando vas a Omán ese chico te dice ‘la familia de mis tíos vive en Salalah’. Las familias son grandísimas, los contactos están por todos lados, la gente es muy hospitalaria. A veces termino durmiendo en la casa del que me levantó en la ruta. Obviamente, sé que tengo privilegios por ser hombre. No porque siendo mujer no se pueda hacer, porque conocí algunas mujeres viajando igual que yo. Pero no soy necio, sé que para ellas incluye otros riesgos”.
Me cuenta cómo, en Bandar e Anzali –una ciudad del Golfo Pérsico–, consiguió alojamiento de la manera más inesperada. Con una amiga iraní y faltando poco para que anocheciera, decidieron tomar un café después de un largo día sin probar bocado. No tenían dónde dormir pero ella sabía que algo iba a aparecer. Nomás entrar al café, se vieron rodeados de personas que les invitaban con dátiles, a cenar, a conocer a sus familias y a alojarse en sus casas. “Eso es hermoso”, remata la anécdota. Y vuelve a agradecer la enorme hospitalidad de los pueblos de Medio Oriente. Le pregunto sobre el final. ¿Llegará a China? Claro que quiere, pero no sabe si podrá conseguirlo. “No tengo planificado el final del viaje, pero ya casi me estoy quedando sin dinero. Y además estoy cansado, estoy muy cansado. Después de un año de estar todos los días cambiando de cama, de comida, conociendo gente… me pasan un montón de cosas y la verdad que cansa, cansa mucho. Por eso no va a ser un viaje eterno”.
Recibí las respuestas de esta entrevista por whatsapp, a las 6:30 de la mañana. ¡Ni idea cuántas horas de diferencia teníamos entre Barcelona y el ignoto paradero de Fernando! Es difícil conocer el verdadero trazo que deja su ruta sobre el mapa, porque su relato no es un diario de viaje estrictamente hablando. Por eso, Periodistán podrá continuar desde cualquier otro rincón del planeta. Quizás también frente a un teclado en un escritorio de Buenos Aires, porque por cada historia narrada en los pocos y estrictos caracteres de Twitter, hay otras diez que aún están guardadas solo en la memoria de Fernando. O permanecen allí, en esas tierras que este periodista argentino decidió mostrar al mundo, esperando ser contadas desde un ángulo diferente al que estamos habituados: el de un niño fascinado por las aventuras de Marco Polo, los globos terráqueos y aquellos lugares del mundo, olvidados, maltratados, despreciados, donde se originó TODO.
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