En ¿Por qué ganó Milei? Disputas por la hegemonía y la ideología en Argentina, Javier Balsa intenta responder esta pregunta a partir de una investigación desarrollada entre el 2021 y 2023 para explorar los cambios en las formas de pensar en nuestra sociedad. También aventura algunas reflexiones sobre “qué hicimos mal” (desde lo que él llama un proyecto nacional-popular) para presentar una alternativa frente a la derecha. En esta reseña crítica nos proponemos recuperar y debatir algunos de sus aportes.
En palabras de Balsa: “En este libro exploramos una serie de elementos ideológicos que muestran que las transformaciones en la sociedad argentina han sido más profundas que un mero descontento” [1], a partir de una investigación desarrollada por un equipo del CONICET entre el 2021 y el 2023 en base a encuestas [2]. El objetivo es buscar por qué fueron Milei y las propuestas más extremas las que se instalaron como opción frente al oficialismo del momento. Un trabajo sumamente valioso que desde las ciencias sociales aporta a la reflexión acerca de las nuevas derechas, los cambios en las formas de pensar, y su relación con la política.
Cabe dejar claro, como hace el autor desde el principio, que a lo largo del libro hay un uso “laxo” de dos nociones centrales, la de ideas, fuerzas y proyectos “neoliberales” y "nacional-populares”. Con neoliberal hace referencia a los proyectos que buscan reorganizar el vínculo entre la sociedad, las empresas y el Estado, para que este último no juegue un papel moderador de las desigualdades, dando centralidad al mercado con altas dosis de autoritarismo. Y con nacional-populares a proyectos que en los marcos del capitalismo ponen al Estado como el factor central para controlar y regular al mercado en pos de la inclusión social y el desarrollo nacional.
Nos proponemos repasar varios de los interesantes planteos del autor que aportan a entender el ascenso de la derecha con los cuales acordamos, señalando a la par ciertas diferencias en distintos puntos. El recorrido comienza con la sucesión de fracasos de los proyectos políticos en el país que le abrieron paso a Milei, donde nos parece hay ausencias relevantes; su visión de la disputa y crisis de hegemonía que vivimos, en particular del neoliberalismo, con la cual tenemos similitudes y matices; y los cambios en las formas de pensar donde nuestra sensación es que da mucho peso a los aspectos que giran a la derecha, importantes desde ya, pero poca importancia a aquellos que giran a la izquierda.
Nuestra opinión es que esto sucede porque Balsa explicita que deja fuera de su análisis a los proyectos anticapitalistas y socialistas, en particular al Frente de Izquierda por su poca incidencia electoral, y porque considera que estos proyectos en la actualidad no tienen la capacidad de plantearse la disputa hegemónica. No compartimos este enfoque, en particular porque los propios resultados de la investigación en la que se basa el libro y que veremos más adelante muestran que existe una tendencia incipiente pero significativa en este sentido en la sociedad argentina, y que puede observarse en estudios similares en otros países. En el final de esta reseña crítica queremos retomar este elemento, donde Balsa, ubicándose desde el espectro nacional-popular, formula propuestas para relanzar ese espacio, pensando “que hicimos mal”, con las que queremos debatir. Nuestro objetivo es aportar una reflexión al debate acerca de cómo enfrentar a la derecha y qué alternativa necesitamos construir, señalando por qué para nosotros solo puede ser socialista.
Por último, aclaramos que al ser un trabajo de investigación basado en encuestas realizadas en más de tres años, con un nivel de representatividad significativa producto de la cantidad y diversidad de casos abordados, consideramos que los resultados revisten gran importancia y capacidad de análisis. Para facilitar la lectura, muchos de estos resultados podrán encontrarlos en las notas al pie.
Fracasos, frustraciones y pesimismo
En primer lugar, Balsa analiza lo que él considera una sucesión de fracasos de los últimos gobiernos (Nestor y Cristina Kirchner, Mauricio Macri y Alberto Fernández), que llevaron a la sociedad argentina a un profundo pesimismo, deseo de crecimiento, y cómo esta situación brinda el marco general para que se instale con fuerza el proyecto de Milei. Retoma una encuesta realizada en Abril de 2022 donde se preguntaba cómo opinaban que sería la situación general del país un año después. El 60% respondió “mucho peor” o “un poco peor”. Cuando preguntaron qué frase describía mejor al gobierno nacional, un 54% eligió “nos lleva al fracaso como país”.
Esta serie de fracasos empezó, para el autor, cuando el kirchnerismo fue derrotado en las elecciones del 2015. Después de la crisis del 2001, que producto del estallido social clausuró décadas de hegemonía neoliberal, primero Nestor y después Cristina procuraron construir una hegemonía que tuvo altos grados de consenso a través de un modelo nacional-popular con una fuerte intervención estatal, combinada con crecimiento gracias a la situación internacional favorable. Pero cuando se terminó ese ciclo de ascenso, “el kirchnerismo no logró relanzar su proyecto político en un contexto de estancamiento económico e inflación significativa” [40], por un lado, porque sostuvo una parte importante de las modificaciones estructurales que había traído el neoliberalismo, una economía primarizada y con gran peso de las multinacionales. Y por otro porque el kirchnerismo no brindó espacios democráticos para que su militancia fuera parte de definir el rumbo a seguir. La imposición de Scioli como candidato, que adelantaba un rumbo más moderado, chocó con las expectativas de su propia base social que esperaba una continuidad y radicalización del proyecto que defendían, generando desmoralización en las propias filas.
Macri, por su lado, fracasó en su intento de relanzar un ciclo de crecimiento a través de un nuevo proyecto neoliberal. Los límites que le impusieron los propios mercados, un catastrófico endeudamiento con el FMI, el aumento de la pobreza, y la resistencia popular a sus políticas, con el quiebre que significaron las jornadas de Diciembre del 2017 contra la reforma previsional, llevaron a una nueva desilusión a quienes apostaron por esta alternativa. El peso del sector nacional-popular, aún sin poder presentar una alternativa, y ante la ausencia de una clara hegemonía neoliberal, mantenía la capacidad de impugnar el proyecto ajeno. El “Hay 2019” trajo esperanza a este sector, pero significó una nueva desilusión, donde además se abandonó el enfrentamiento a los ataques que continuaron.
En último lugar, el gobierno de Alberto, que prometió relanzar el proyecto nacional-popular, generó frustración en los propios y enojo en los ajenos. Balsa lo analiza a partir de las medidas de aislamiento social frente a la pandemia, su (pobre) enfrentamiento con el empresariado y las consecuencias económicas de esos años. Como balance general, caracteriza que “esta fue la tónica del gobierno de Fernández: no confrontar con los poderes reales y confiar en que estos se autorregularan y evitaran los sesgos derechistas en su accionar” [65]. Lógicamente Massa, como parte de este gobierno, no pudo generar confianza en relanzar un ciclo de crecimiento, además de que también fue impuesto sin ninguna consulta, frente al abierto rechazo que les generaba a quienes defendían un proyecto nacional-popular, y que se expresó en la significativa elección de Grabois que se postuló como un ala crítica para “cambiar el proyecto desde dentro”.
En este marco se da la emergencia de Milei, que trabajó sobre estos fracasos, frustraciones y pesimismo con una propuesta aún más radicalizada que la de Macri, ligada a una nueva promesa de crecimiento y a una crítica a la “casta política” que nos gobernaba. Logró interpelar a importantes sectores decepcionados por los fracasos previos, sobre todo del proyecto nacional-popular, pero también de un primer intento neoliberal que no pudo ser llevada hasta el final, y que habían quedado relativamente “disponibles”. Pero antes de entrar de lleno en la cuestión de por qué fueron interpelados por Milei y no por otras opciones, y en las dificultades que Balsa señala que tienen los distintos proyectos para volverse hegemónicos, queremos sumar un comentario.
Acordamos en que los fracasos, que generaron bronca en la sociedad, son la base para entender el ascenso de Milei. Pero lo que el autor señala de forma parcial es por qué fracasó el proyecto nacional-popular y generó desmoralización en sus filas. La ausencia de espacios democráticos que acertadamente señala, debate sobre el que profundizaremos en la conclusión, no se liga al rol jugado por los sindicatos, centros de estudiantes y movimientos sociales dirigidos por distintas variantes anti neoliberales que tampoco aportaron dichos espacios cuando el propio Balsa señala que se veían necesarios, ni para poder debatir cómo enfrentar los ataques (sean del gobierno que sea) para evitar que avancen, por ejemplo potenciando la lucha después de las jornadas de Diciembre del 2017 que mostraron que se podía hacer retroceder a Macri. Ni tampoco para pelear una orientación distinta al interior del proyecto, desde las supuestas alas críticas al interior del mismo, como Grabois. Para nosotros este elemento es central para entender por qué se fue instalando la idea de que para oponerse al neoliberalismo la única alternativa era aceptar opciones más moderadas, el famoso “mal menor”, y por ende, la resignación ante los distintos ataques, la sensación de que no se los podía enfrentar, que debilitó la resistencia al neoliberalismo. Si bien compartimos parte importante del análisis, esta ausencia es significativa y tiene implicancias en el conjunto del enfoque de Balsa.
Una extraña crisis recorre el mundo
En este punto, Balsa repone el núcleo conceptual de lo que entiende por disputa hegemónica, además de desarrollar por qué opina que vivimos una extraña crisis de hegemonía. Realizando una apropiación de Gramsci, plantea que la disputa por la hegemonía se basa en la capacidad de las diferentes fuerzas y proyectos políticos e ideológicos de presentarse como la mejor alternativa para dirigir a la sociedad, mostrando sus intereses particulares como universales. Si alcanzan altos niveles de consenso puede hablarse de proyectos que consiguen ser hegemónicos. Nuestra diferencia con esta interpretación de Gramsci es que para el revolucionario italiano la hegemonía estaba directamente ligada al desarrollo y profundización de la lucha de clases y la propia experiencia de las masas en esos combates para que se propongan objetivos cada vez más audaces, aspecto que no se menciona, y que puede explicar la ausencia que mencionamos anteriormente, lo que lleva a que la disputa hegemónica quede, para nosotros, limitada a la disputa electoral y las transformaciones parciales. Para adentrarse en esta diferencia y nuestra interpretación, se puede profundizar en los trabajos sobre Gramsci que el PTS viene realizando.
Además, plantea que hoy vivimos una extendida crisis de hegemonía, porque ningún proyecto social presenta la potencia para ser capaz de dirigir e integrar a la sociedad. En sus palabras, “pareciera que hay cierta "prórroga de mandato" del último proyecto que logró ciertos niveles de hegemonía, el neoliberal. Una continuidad de sus elementos basales más que de sus formas de representación política”. Con elementos basales refiere a la instauración de formas de vida neoliberales que tienden a naturalizarse, donde se combina el consumismo y la precarización. Sobre esta base se suceden los fracasos de los distintos proyectos políticos, ya sean neoliberales o nacional-populares, que se expresan en una alta inestabilidad y tensión ideológica y política. Los proyectos políticos fracasan, pero las formas de vida con su impacto en las formas de pensar mantienen el tinte neoliberal, esta es la “prórroga de mandato”.
Sobre la crisis del neoliberalismo que lleva a esta situación, Balsa identifica dos claves. En primer lugar, la contradicción entre una economía internacionalizada y los Estados nacionales, que en momentos como el actual donde se deteriora el crecimiento económico mundial, lleva a tensiones geopolíticas que hoy se expresan en guerras comerciales y en el retorno a conflictos bélicos, como el de Ucrania. En segundo, la contradicción entre las necesidades del “capitalismo flexible”, que exige mayor precarización a las condiciones de vida de las mayorías, y el rechazo de estas a vivir peor, que empuja a la resistencia y el retorno de la lucha de clases, dicho con nuestras palabras, como se vio en Francia, Chile, o ahora en Kenia o Bangladesh. En resumen, “El mayor problema para recrear la hegemonía neoliberal parece estar en el plano de la composición de intereses de clases y de la confianza en cierto grado de integración social. Los dos obstáculos a este modelo serían la incapacidad para contener a gran parte de la burguesía y su imposibilidad para integrar a las mayorías sociales". Aunque de conjunto nos parece un planteo muy acertado, queremos agregar que en nuestra opinión esta crisis no es sólo específica del neoliberalismo, sino que hace a las tendencias generales del capitalismo en lo que llamamos “época de crisis, guerras y revoluciones”, sobre la que puede leerse acá y acá.
El cuadro de esta crisis de hegemonía se completa con la crisis de los proyectos alternativos, lo que para el autor la vuelve extraña, por ser una novedad. Por un lado, Balsa afirma que debido a la crisis del proyecto socialista, este no tiene siquiera la capacidad de plantearse la disputa por la hegemonía en pos de una propuesta anti capitalista. Pero a su vez, plantea que también entraron en crisis los proyectos de conciliación de clases en los marcos del capitalismo (que llama socialdemócratas), ya que estos implican que la burguesía se comprometa a moderar sus intereses. Sin el “peligro socialista”, esta renegó de esos compromisos abrazando el credo neoliberal, y condenó al proyecto socialdemócrata a una mera discursividad progresista, y no un proyecto societal alternativo.
En relación a este aspecto, señala la ola de procesos y alianzas anti neoliberales de las últimas décadas, y su dificultad para definir un proyecto alternativo que no se limite a una impugnación del neoliberalismo, que ha llevado a sucesivas derrotas. Esta dificultad está estrechamente ligada al límite que señala a todo proyecto de conciliación de clases, ya que para una propuesta de este tipo en los marcos del capitalismo el apoyo de la burguesía es indispensable, pero depende de que haya una fuerza política que le imponga esta situación. Se debe hacer un equilibrio entre antagonizar y conciliar, y es justamente este equilibrio el que debilita a las propias fuerzas antineoliberales, por la pérdida de apoyo que implica en su propia base. Para Balsa justamente el desafío es cómo vincular estos proyectos con una perspectiva anticapitalista y socialista aunque esta no se concrete, para que no se debilite la presión sobre los capitalistas. Como mencionamos anteriormente, su propia lectura de la disputa hegemónica limitada dentro del capitalismo y desligada de una profundización de la lucha de clases hace muy difícil que un equilibrio de este tipo pueda sostenerse, ya que en su enfoque es necesario limitar la lucha de clases, lo que impide por ejemplo cambiar las bases estructurales que son el legado del neoliberalismo, y que la burguesía no va a permitir de forma pacífica. Sobre este aspecto, que se desarrolla de forma más detallada en la conclusión del libro tomando el caso argentino, queremos volver más adelante.
Las formas de pensar
Habiendo visto los límites para que un proyecto neoliberal se vuelva hegemónico, entremos de lleno en las formas de pensar que según el autor explican el triunfo de Milei. Para empezar, señala cómo frente a la ola de diversos avances progresistas de las últimas décadas que lograron un alto grado de consenso e institucionalización, empezó a gestarse un contradiscurso conservador que se planteó como defensor de la “gente común”, que habría sido olvidada por las “políticas focalizadas”, y que se enuncia desde una posición pretendidamente rebelde ante un supuesto Estado “autoritario”. Balsa analiza qué tanto logró extenderse este discurso a través de una serie de encuestas sobre diversos temas, como el feminismo, la xenofobia, el punitivismo, o la percepción de que “se han olvidado de la gente común”, a partir de las cuales se crea una “escala de conservadurismo” [3]para pensar el impacto que estos cambios en las formas de pensar tienen.
El resultado de este ejercicio mostró que la mayoría de la población conforma un centro moderado, ni progresista ni conservador. Pero que sí existen dos minorías intensas y activas que se disputan este centro. Concluye que un 12% es progresista, un 30% algo progresista, un 39% algo conservador, y un 19% conservador; aunque con variaciones de intensidad al interior de cada grupo, que llevan a que en promedio la escala de conservadurismo de como resultado 55 sobre 100, un escenario ligeramente más conservador de conjunto.
En resumen, para Balsa, si bien la reacción conservadora logró avanzar, no conquistó una mayoría anti progresista estable y en ese terreno la disputa sigue abierta porque aún hay una fuerte minoría progresista que influye en el centro moderado. Cabe destacar que muchos de quienes conforman la “reacción conservadora” se oponen a los avances progresistas sobre todo por la sensación de que se han “olvidado de la gente común”, que ve que su situación empeora año tras año sin que se tomen medidas que los beneficien, y no porque rechacen necesariamente esos avances. No queremos relativizar que estas formas de pensar sean un problema, pero como plantea Balsa, es un elemento para no exagerar el giro a la derecha en este aspecto. Otro aspecto interesante es que el nivel de conservadurismo es bajo en las mujeres, y sobre todo en la juventud. [4]
Compartimos de conjunto su análisis, sólo queremos mencionar que un factor para que el tablero se haya inclinado a derecha y esa sea la minoría que, aun sin estar consolidada prima, tiene que ver con lo limitados que los avances progresistas fueron, por ende la complejidad para defenderlos, y la propia derechización de las representaciones políticas de ese polo, que en su afán de poder llegar a este centro moderaron todo planteamiento en este sentido. La estrategia de Milei, aspecto que sí plantea Balsa, fue más efectiva al proponerse radicalizar a su minoría para ponerla a la ofensiva para esta disputa. La apuesta contraria, que por ejemplo representa Moreno y cierta corriente del peronismo, está condenada al fracaso para revertir esta situación.
Una sociedad polarizada
A continuación, profundiza en las visiones sobre la economía, la sociedad y el rol del Estado. En este aspecto, a diferencia de la oposición entre progresismo y conservadurismo, encuentra que la sociedad está muy dividida entre dos bloques, uno claramente nacional-popular, y otro neoliberal. Así el 27% es nacional-popular, el 24% algo nacional-popular, el 22% algo neoliberal, y el 26% neoliberal [183]. Balsa plantea que el discurso neoliberal tuvo eficacia para incidir en las disposiciones ideológicas.
Sin embargo, a nuestra manera de ver, le da mucho peso a esta eficacia y poco al polo opuesto, donde hay resultados que comprueban que no hay un giro unilateral hacia la derecha, sino una polarización, considerablemente más acentuada hacia la derecha, pero también una incipiente pero significativa tendencia a izquierda. Además, como destaca el propio autor, el avance de las ideas neoliberales en los varones jóvenes está muy ligada a una promesa de crecimiento rápido [5] que probablemente se chocará con la realidad, algo que a siete meses del gobierno de Milei puede verse con la pérdida de apoyo lento pero sostenido que tiene de los jóvenes que lo apoyaron, y que muestra que este avance por lo menos en un sector no fue tan sólido.
Para identificar estas tendencias, nos queremos detener en algunos resultados. Ante la pregunta “Que opinas de que un empresario gane cien veces más que un obrero”, el 7% eligió la opción “es bueno porque estimula el esfuerzo personal”, el 24% “es bueno porque estimula a que sigan invirtiendo y el país crezca”, un 29% “así es como funciona la economía” aunque no le gustase, un 20% "está mal porque no se distribuye la riqueza, y eso impide el crecimiento del mercado interno" y otro 20% "está mal porque los trabajadores son los que crean la riqueza". [6]
“Cuando preguntamos "Cómo le parece que han hecho su fortuna la mayoría de los grandes empresarios" las posiciones estaban divididas en partes iguales. Casi la mitad creía que lo habían hecho por sus méritos: "mediante su trabajo y esfuerzo" (el 35%); "implementando ideas innovadoras (el 14%); unos pocos meramente "gracias a la suerte" (el 3%). Y casi la otra mitad sostenía que habían hecho su fortuna "explotando a los trabajadores" (el 30%) o "robando al pueblo" (el 17%)” [171]. [7]
La pregunta sobre los derechos laborales, al ser un aspecto cotidiano, tenía menos impacto de la ideología y la opinión publica: “El 57% de las personas respondió que "habría que ampliar los derechos de los trabajadores y que alcancen a todos los que hoy están ’en negro", y un 16% que "no se tienen que hacer cambios que flexibilicen el régimen de trabajo, porque terminan siempre perjudicando a los trabajadores". Tan solo un 22% escogió la opción "habría que acabar con los llamados ’derechos de los trabajadores’ que solo promueven la industria del juicio e impiden que las empresas crezcan". El restante 5% dijo que no sabía nada o que no le interesaban las leyes laborales” [173]. [8]
Por último, para no extendernos con más citas, compartimos el cuadro que expresa los resultados acerca de las opiniones sobre el capitalismo [177] , donde está el dato que quizás más nos sorprendió, un 12% eligió la opción de que habría que probar con un tipo de socialismo. Como puede verse de conjunto, si bien hay un avance de formas de pensar de derecha, hay un importante polo opositor, incluso con simpatías con el anti capitalismo. Es por esto que sostenemos que el mismo enfoque de Balsa lo lleva a un punto ciego sobre este aspecto.
“¿Qué hicimos mal?”
Hasta ahora señalamos algunos de los elementos que explican por qué los sectores desencantados no solo optaron por Milei para derrotar a Unión por la Patria, sino que desarrollaron un grado de identificación con sus ideas. Aunque como vimos, esto no significa automáticamente que el neoliberalismo haya conquistado una nueva hegemonía. Pero ahora queremos detenernos en la reflexión de Balsa sobre “Qué hicimos mal” desde el proyecto nacional y popular, y su propuesta política.
Ante las dificultades de las alianzas anti neoliberales, que tienen un límite para presentar una alternativa de sociedad y construir hegemonía en la medida que se mantienen las bases estructurales del neoliberalismo con su impacto en las formas de vida, señala que el camino es radicalizar estos proyectos. En los marcos de modelos de conciliación de clases, afirma que la clave es generar un poder tal de los sectores populares que pueda imponer transformaciones estructurales bajo el capitalismo, para controlar a la burguesía.
El problema es, justamente como él mismo plantea, que siguiendo este camino no puede esperarse que la burguesía acepte pacíficamente esta situación. Que sin una perspectiva socialista que sea una amenaza real para los sectores dominantes no se puede confiar en los capitalistas, que constantemente intentan imponer sus intereses, con métodos autoritarios de ser necesario. Y que para permanecer en los marcos del capitalismo los proyectos nacional-populares siempre llegan a un punto en el que deben empezar a conciliar y ceder ante esos poderes, lo cual desmoraliza a su propia militancia y base social, con la consiguiente pérdida de fuerza. El planteo de que los proyectos nacional-populares se radicalicen choca con los propios proyectos nacional-populares donde priman las alas pro capitalistas, y donde son los sectores “críticos” los que terminan renegando de esta orientación en pos del “realismo”, como puede verse por ejemplo con la deuda con el FMI, donde todos los sectores, incluso los que inicialmente proponían una línea más dura, acuerdan con que no queda otra que pagarla aunque duela. Todo este combo, planteado por el propio autor a lo largo del libro, para nosotros choca con su propia propuesta. Por no decir que es la estrategia que ha primado en el último tiempo, sin ningún resultado más que el fortalecimiento de la derecha.
Pero Balsa también señala, correctamente, que un aspecto que ha debilitado profundamente estos proyectos es la falta de espacios democráticos para que se pueda debatir libremente su orientación. En el caso argentino, esto se remonta hasta la imposición de Scioli como el candidato para enfrentar a Macri, que contó con la oposición abierta de la militancia kirchnerista, que nunca fue siquiera consultada por los pasos a seguir. Lo mismo con Alberto y muchas de sus políticas. Esto refuerza el pesimismo, la sensación de que no hay alternativa, y que no vale la pena involucrarse, ya que las decisiones las toman otros desde arriba. El problema es que el autor le exige a modelos por definición verticalistas que sean democráticos, lo cual cuando se ha intentado, contó con la oposición abierta de las direcciones de esos movimientos, como ocurrió por ejemplo con el peronismo en los 70´.
En el mismo sentido, señala los límites de la democracia burguesa donde se vota cada dos años para que sean las grandes mayorías las que realmente tomen las decisiones, lo que sería un gran antídoto para frenar al avance de la derecha, porque como muestra la investigación sobre la que trabajamos por ejemplo, respecto a los derechos laborales, donde ampliamente se está a favor de los mismos, cuando las masas palpan las consecuencias de las políticas que las perjudican aflora el “buen sentido”. Pero los proyectos nacional-populares no cuestionan esta democracia, que se presenta como la única posible. Por ende, tampoco la aplican a su interior.
¿Entonces qué hacemos?
Lo que nos parece paradójico del planteo de Balsa es que acordamos en gran parte con sus críticas y señalamientos sobre los límites de estos modelos, incluso con algunas de sus propuestas parciales, pero su planteo de radicalizar o pelear otra orientación desde dentro de los mismos no nos resulta muy diferente a lo que efectivamente viene llevando a esos fracasos. En nuestra interpretación, esto es porque aunque critica ese supuesto “realismo” para transformar la realidad limitando los alcances de esta transformación, al clausurar la posibilidad de una alternativa anticapitalista desde el comienzo, no logra superarlo. Nuestro mayor desacuerdo es que esto le impide ver las tendencias, desde ya incipientes, pero significativas que para nosotros permiten pensar en la posibilidad de la emergencia de una alternativa socialista. No es menor el dato que muestra que el 12% respondió que el capitalismo es malo y habría que probar con algún tipo de socialismo, el sector que sostiene que la riqueza la generan los trabajadores, o que reclama que los derechos laborales se amplíen y profundicen, que muestran que existe una importante “ala izquierda” dentro de los proyecto nacional-populares y que no quiere limitarse a los mismos. El libro parecería detenerse poco en esto, aunque afirma que hay un centro disputable políticamente.
Con esta reflexión no buscamos negar el avance de las ideas de la derecha en la sociedad ni tomar datos aislados para mostrar que el avance hacia el socialismo es inevitable. Pero acordamos con Balsa en que el crecimiento estrepitoso de Milei no está consolidado, a siete meses de su gobierno se ven sus límites, el malestar de quienes lo apoyaron crece y la voluntad de enfrentarlo también. Para nosotros nuevos fracasos y frustraciones empujarán a amplios sectores a apostar por nuevas alternativas, pero para que eso ocurra hay que construir esas alternativas, que no surgen por sí mismas de la noche a la mañana. Y estas alternativas no deberían plantearle a los trabajadores y sectores populares que limiten sus objetivos en pos de sostener un equilibrio “realista” con los poderes concentrados, sinoelevar sus aspiraciones ampliando los límites de lo posible.
Pararse sobre los interesantes resultados que aporta este trabajo, y que desde nuestra organización nos proponemos profundizar con nuevas investigaciones, para defender que hay que transformar la herencia neoliberal que impide construir una nueva hegemonía. Partir del sector que ve mal el enriquecimiento de los empresarios para defender que hay que afectar sus ganancias, reduciendo la jornada laboral y repartiendo las horas de trabajo para generar trabajo con derechos, y que se puede terminar con este sistema capitalista con una verdadera democracia donde todas las decisiones las tomen los trabajadores, idea que Balsa destaca retomando algunas de las elaboraciones del PTS para reconstruir la alternativa socialista, citando por ejemplo el artículo Apuntes sobre la lucha de ideologías más allá de la restauración burguesa, donde proponemos cómo llevar a la práctica esta pelea.
La lectura de este libro, además de ser un valioso aporte al debate sobre el avance de la derecha, también es una invitación a pensar qué alternativa tenemos que presentarle. Para nosotros, esta solo puede ser socialista. No decimos que la pelea para que se vuelva mayoritaria sea fácil, pero como planteamos acá opinamos que tenemos una oportunidad, y que hay que aprovecharla y construirla.
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