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Opinión. Postales de frivolidad y decadencia: Milei y Susana en el balcón presidencial

Un neomenemismo a destiempo. Un Gobierno que es una máquina de fabricar pobres. Una CGT que está más cerca de Milei que de las necesidades de los trabajadores y las trabajadoras. Aerolíneas y la defensa de la universidad pública; combates que hay que unir para ganar. La Córdoba en llamas que despreció el presidente.

Viernes 27 de septiembre 21:02

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Polemista intensa, Susan Sontag trazaba las fronteras del conocimiento fotográfico en sus límites para relatar. “Solo aquello que narra puede permitirnos comprender”, apuntaba. Fragmento del mundo más que enunciado, la fotografía podía estimular la conciencia sin arribar a un conocimiento político o ético. En tiempos de reels, stories y carruseles, la fragmentación se multiplica al infinito, empujando al caos interpretativo. Aun así, esos “retazos de realidad” ofrecen un índice para leer el presente y delinear el futuro.

Jueves 16h. Javier Milei y Susana Giménez en el balcón de la Casa Rosada. La hora exacta en que el Indec anuncia un número que destroza todos los relatos: 52,9% de pobreza en todo el país. Más claro: 25 millones de personas bajo la llamada línea de pobreza.

Esa postal menemista en el balcón presidencial se anuda a otra imagen, apenas previa, en la Quinta de Olivos. Vino y asado para festejar el veto presidencial a la módica suba en jubilaciones. Risas y brindis en un país donde millones son condenados al hambre diario. Hundiendo el cuchillo en la carne, la casta celebraba sacarle el pan a jubilados y jubiladas pobres.

Ese desprecio hacia los adultos mayores pareciera oficiar como punto de quiebre en la sinuosa simpatía política hacia Milei. A miles de kilómetros del país, el nada izquierdista Financial Times ofrece una evidencia, citando a un consultor argentino que ve en ese veto el origen de “una caída particularmente fuerte” entre adultos mayores. Esa declinante popularidad presidencial emerge como problema para el gran capital financiero internacional. Según reseña Marcelo Bonelli, esta semana, en New York, Luis Caputo se enfrentó a la pregunta: “¿La caída en las encuestas que tiene Milei, no hará ablandar y cambiar al Presidente?”.

La desconfianza se extiende incluso a quienes se presentan como amigos del presidente. Esta semana Milei y Elon Musk repitieron el ritual de fotografiarse juntos. Pulgares arriba y sonrisas; de dólares ni hablar. El magnate norteamericano aseguró que sus “empresas están buscando activamente formas de invertir y apoyar a Argentina”. A diez meses de Gobierno libertariano, aun no las encuentran.

El extraño mundo de Javier

El presidente se sigue viendo a sí mismo como profeta de un quimérico mundo de capitalismo libre. En su intervención ante la ONU, volvió a los tópicos globalistas abstractos que ofrece su limitado esquema. En una reivindicación que es, a la vez, un diagnóstico de esa situación, The Economist consignó hace poco que “con algunas excepciones notables, como las iniciativas del presidente Javier Milei en Argentina, los líderes mundiales están más interesados en el control estatal, la política industrial y el proteccionismo”. En cierta medida, el mandatario argentino se distancia de parte sustancial del establishment capitalista internacional. Prendiendo velas, apuesta todo o casi todo al triunfo de Donald Trump en noviembre próximo.

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Igual que el presidente argentino, el semanario financiero añora un mundo pasado, en erosión tras el estallido de 2008. Desde entonces, el neoliberalismo arrastra una espinosa declinación, con tendencias económicas contrapuestas y permanentes fricciones geopolíticas. De fondo, como un rumor potente, se extiende un ascendiente malestar social, que a veces encuentra canales en terreno electoral y, otras, en estallidos y rebeliones populares, como los que sacudieron recientemente a Bangladesh o Kenia.

En ese creciente desorden mundial, las tensiones guerreristas se evidencian cada día más. Continuando el genocidio que ejecuta en Gaza, la brutal ofensiva del Estado de Israel sobre el Líbano amenaza desestabilizar, aun más, Medio Oriente. El rechazo, no obstante, se globaliza. Este viernes, la sala de la Asamblea General de la ONU quedó prácticamente vacía, en repudio al discurso del asesino Benjamin Netanyahu.

En ese mundo en tensión, China acaba de “presentar” su primer misil balístico intercontinental. The Guardian, tradicional diario británico, la definió como “una acción que probablemente aumentará la preocupación internacional sobre el desarrollo nuclear del país”.

El extraño mundo de Javier no se parece en casi nada al mundo real.

El fin de los relatos

Atendiendo a su propia declinación, el Gobierno apostará a un nuevo relato. Así lo enuncia Clarín. El eslogan sería: “El ajuste ya terminó”. Qué decir….

A la retórica oficial le falta materialidad. El dato del 52,9% de pobreza detonó un nudo esencial de su discurso: el que cifraba en el libre accionar del mercado las condiciones para el crecimiento económico. A diez meses de gobierno liberal-libertariano, la Argentina de Milei tiene millones de nuevos pobres.

El programa económico del Gobierno se condensa en una palabra “recesión”. Desde ese reaccionario punto de vista, Milei se acerca a sus objetivos. Ni aún así logra domesticar el proceso inflacionario. Es imposible que lo haga: el ajuste feroz se acompaña de tarifazos extendidos, que distribuyen el alza de precios por toda la raleada economía.

El hundimiento social y económico alimenta el malestar social. Lo confirman aquellas encuestas que mira el capital financiero internacional. La bronca salta la grieta: crece entre votantes de Massa y de Milei. Crea las condiciones para una resistencia al ajuste más potente y extendida. El límite radica, una vez más, en el repudiado papel que cumple el núcleo de la conducción burocrática de la CGT.

La cúpula cegetista acudirá el lunes a Casa Rosada a entrevistarse con Guillermo Francos. Viene de avalar la reglamentación de la Reforma laboral. Se prepara a continuar una rosca intensa que, aun cuando obliga al Gobierno a negociar, no impide la avanzada ajustadora. A su modo, la CGT hace posible el programa de “actualización laboral” que Cristina Kirchner propone en cada intervención pública. Aun con rispideces internas, el peronismo hace un aporte conjunto al plan capitalista para precarizar la vida obrera.

Esa fracción de la oposición transita el camino de una crisis estructural. Sus numerosas internas alumbran la falta de un proyecto estratégico propio. Cristina, Kicillof, Grabois y el amplio arco del pan-peronismo ofrecen solo una perspectiva: esperar que el desgaste mileísta abra una oportunidad electoral; sea en 2027 o antes. Todo lo que implique una activa y dura resistencia al ajuste en curso queda fuera del radar.

Un ajuste que permite unificar resistencias

Fiel a su lógica de llenar el aire de palabras, el Gobierno informó que Milei firmará un decreto para “avanzar en la privatización” de Aerolíneas. El anuncio tiene mucho de campaña; de efecto destinado a mostrar “determinación”. En los hechos, constituye una formalidad legal, que los bloques semi-aliados reclamaron en la Comisión de Transporte de Diputados.

Será el Congreso el que decida efectivamente. No resulta una cuestión menor. Desde hace tiempo, el presidente que venía a “destruir a la casta” se entrega a un toma y daca persistente, que incluye la compra directa de votos. Fue así como se garantizaron la Ley Bases y el veto presidencial a la suba de jubilaciones. En ese Congreso al que cuestiona en palabras, el oficialismo encuentra aliados -a veces más estables, a veces menos- en el PRO, en la inmensa mayoría de la UCR, el bloque que dirige Pichetto y sectores del peronismo. Sobre ellos y ellas habrá que poner la lupa a la hora del tratamiento parlamentario; observarlos detenidamente, para ver si vuelven a funcionar como aliados de Milei.

Confiar en que la mecánica parlamentaria para impedir la privatización de Aerolíneas es un camino de impotencia. La fragmentación y cooptación opositora ya le entregó al Gobierno triunfos importantes. La escena podría repetirse. La derrota de la avanzada privatista solo puede oficiarse con una gran pelea nacional que haga bandera en defensa de la -valga la redundancia- línea de bandera. Las conducciones gremiales del sector no parecen orientarse aun en esa dirección; por el momento, el paro total del transporte del 17 de octubre no trasciende el carácter de amenaza.

En la semana que se avecina, las calles volverán a llenarse. El marco será la marcha nacional universitaria y educativa, el próximo miércoles. Se anuncia numerosa; aun está por verse la masividad. Autoridades académicas, direcciones gremiales y dirigencias estudiantiles burocráticas no apuestan por lograr una convocatoria equiparable a la del 23 de abril. Apuestan, más bien, a la degradada rosca con un Gobierno que ofrece escasos recursos mientras condena al hambre a jubilados y jubiladas.

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Sincronizando ataques, el Gobierno empuja a la unidad. En la lucha y en las calles. Alienta una necesidad: la de responder unitariamente a una ofensiva que hunde económicamente a millones en beneficio del FMI, el capital financiero internacional y el gran empresariado. Esa convergencia, no obstante, exige ser construida. Implica una política consciente para preparar y desplegar una pelea conjunta contra el ajuste global. Ese camino implica la preparación de la huelga general, única herramienta capaz de derrotar la totalidad del plan salvaje que imponen Milei y el poder económico.

Desarrollar esa orientación significa una labor militante en cada lugar de trabajo, en cada barriada popular, en cada facultad y lugar de estudio; apostar al despliegue de la autoorganización democrática en cada pelea. Esas tareas deben ser parte de perspectiva general. En la Argentina de la derecha salvaje y el peronismo cómplice, la clase trabajadora debe avanzar en construir una nueva fuerza política, socialista y anticapitalista, que proponga otra salida a la crisis.

Córdoba, ¿un corazón roto?

Retornemos a la potencia de la fotografía. Sontag escribió también que “las imágenes que movilizan la conciencia están siempre ligadas a una determinada situación histórica. Cuánto más generales sean, menos probable será su eficacia”.

Esta semana, Córdoba despachó imágenes dolorosas a todo el país. El fuego y el humo desataron llanto y lágrimas a cientos o miles de kilómetros de las sierras cordobesas. En ese dramático cuadro, Milei aportó otra foto; una que gestó bronca en la misma provincia que en noviembre pasado lo votó masivamente.

Despreciando a los bomberos que lo esperaban en tierra, el presidente se ganó la furia mediterránea. Jorge “Petete” Martínez, periodista emblemático de la provincia, destrozó a Milei: “La pregunta que uno se hace es ¿a qué vino? Porque fue una visita fantasma, no se ensució los pies en Córdoba, no caminó por la tierra tiznada. No les agradeció a los bomberos, que son los verdaderos héroes en esta historia”.

Hace años, el peronismo cordobés creó el eslogan “Córdoba, corazón de mi país”. Apuntalando tradiciones, apostaba a fortalecer ese pseudo-chauvinismo que, posteriormente, encontraría cierta expresión en el llamado “cordobesismo”. En noviembre pasado, encarnando una derecha rabiosa que desplegaba anti-kirchnerismo, el porteño Milei perforó esa coraza.

El desprecio que el presidente mostró ante la Córdoba en llamas, ¿dejará un corazón roto?

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Eduardo Castilla

Nació en Alta Gracia, Córdoba, en 1976. Veinte años después se sumó a las filas del Partido de Trabajadores Socialistas, donde sigue acumulando millas desde ese entonces. Es periodista y desde 2015 reside en la Ciudad de Buenos Aires, donde hace las veces de editor general de La Izquierda Diario.

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