En su prólogo a Estado, Poder y Socialismo de Nikos Poulantzas, Keucheyan nos propone que una estrategia socialista para la actualidad es aquella que sepa analizar el S. XX en clave poulantziana. A continuación, realizamos un diálogo crítico en torno a la teoría y estrategia de Poulantzas, para re-pensar la compleja relación entre Estado capitalista y lucha de clases.
¿Poulantzas para el siglo XXI? Un debate con Razmig Keucheyan
Recientemente el portal de Jacobin Latinoamérica publicó el prefacio que escribió Razmig Keucheyan a una nueva edición francesa de Estado, Poder y Socialismo. Esta última obra de Nikos Poulantzas fue escrita en 1978 y se ha convertido casi en un clásico dentro de los debates y estudios marxistas contemporáneos alrededor del problema del Estado y lo político. Estado, Poder y Socialismo (en adelante EPS) condensa gran parte de la obra de Poulantzas y, al mismo tiempo, es donde expresa más acabadamente el giro teórico-político de sus últimos años de vida.
Por un lado, retoma su problemática central: la elaboración de una teoría marxista del Estado capitalista, cuestión iniciada en su primer libro Poder político y clases sociales en el Estado capitalista (1969) desde la perspectiva del estructuralismo del primer Althusser [1], junto a influencias claramente gramscianas. Esta fue continuada tanto en el famoso debate con Ralph Miliband en la New Left Review, como en otros trabajos donde aborda casos histórico-concretos, alejándose relativamente del marco teórico estructuralista. Finalmente, en EPS dialoga críticamente con el postestructuralismo foucaultiano [2], en una reformulación “relacional” de la teoría marxista del Estado.
Por otro lado, EPS marca su pasaje desde una posición político-estratégica de cuño leninista ligada a derrotar al Estado burgués y sustituirlo por un Estado de los trabajadores basado en consejos, a un “eurocomunismo crítico” y la “vía democrática al socialismo” [3] , al compás de la transformación de los partidos comunistas europeos en los años ‘70. Keucheyan caracteriza de la siguiente manera el contexto político y social en relación al pensamiento de Poulantzas en EPS:
Para Poulantzas, la cuestión del socialismo se plantea en Francia en la segunda mitad de los años setenta. Mayo del 68 no quedaba lejos y aún sigue buscando una salida política. En muchos aspectos, EPS trata de responder a una sola pregunta: ¿en qué condiciones una Unión de la Izquierda que llegue al poder podría poner en marcha un proceso de transformación social radical?
[4]
Desde nuestro punto de vista, el contexto de EPS implica otra caracterización. El capitalismo a nivel mundial sufría una serie de transformaciones tras el estancamiento y crisis de finales de los ‘60. No sólo se estaban ensayando las políticas económicas que cristalizarían en la ofensiva neoliberal sino que a su vez, las burguesías imperialistas buscaban los medios para aplastar o desviar los procesos revolucionarios abiertos con las luchas anticoloniales y el ‘68 europeo. Esto dio pie a procesos políticos de lucha de clases en Italia, España y como veremos, particularmente en Portugal. Se fue estableciendo un sentido común que vinculaba totalitarismo y socialismo, contra el capitalismo como sinónimo de democracia. Aunque, paradójicamente, en Latinoamérica el imperialismo estadounidense reorganizaba su poder sobre la región mediante dictaduras cívico-militares que arrasaron con los procesos de movilización de masas de la época. En ese marco, y para salir de la “pesada herencia” stalinista, el giro eurocomunista implicó el abandono de toda estrategia revolucionaria en función del armado de coaliciones y frentes electorales amplios (como con François Mitterrand de la socialdemocracia francesa), basados en la conciliación de clases y la democracia representativa como horizonte. En este contexto el eurocomunismo actuó como desvío de las energías revolucionarias sobrevivientes a la derrota de 1968.
El prólogo de Keucheyan fue escrito en 2013, en un contexto marcadamente diferente, pero en donde la crisis del 2008 daba lugar a fenómenos de la lucha de clases como los Indignados, Ocupy Wall Street, huelgas enormes en Grecia, etc. También, fenómenos políticos de carácter “neorreformista” como Syriza y Podemos, que reivindicaban abiertamente la teoría poulatziana, y que para muchos intelectuales parecían una alternativa a la hegemonía neoliberal. En este sentido Keucheyan afirma:
La fuerza de la teoría marxista del Estado, en la que Poulantzas ocupa un lugar de cabecera, estriba en su capacidad para ayudarnos a comprender cómo interactúan las diferentes dimensiones de la crisis. También nos permite concebir diversos escenarios para salir de la crisis, lo que Poulantzas llama, en la conclusión de EPS, una «vía democrática hacia el socialismo» [5]
Keucheyan no podía saber de antemano el derrotero de aquellos neorreformismos, los cuales, aún reivindicando el legado y las teorías de Poulantzas o Gramsci, llegaron a aplicar brutalmente los planes neoliberales en los países que fueron gobierno. Reprochárselo a Keucheyan no sería más que caer en aquella “condescendencia de la posteridad” que él denuncia en muchas de las lecturas de Poulantzas luego del mitterrandismo. Sin embargo, la republicación del prólogo a finales del 2022, sin comentarios sobre aquellos procesos por parte de Jacobin Latinoamérica nos parece casi extemporánea. Una suerte de condescendencia, esta vez más “positiva”, para con los neorreformismos europeos. Por ello es que a continuación analizaremos primero algunos núcleos de la argumentación de Keucheyan, señalando ciertos problemas y desplazamientos de la teoría relacional del Estado poulantziana más allá de la coyuntura particular. Y luego reflexionaremos sobre sus implicancias políticas: la aplicación de una “democracia mixta” o “Estado combinado”, y las contradicciones que encontramos en ello tanto teóricamente como para la práctica en la coyuntura actual.
En el marco del proyecto de realizar una serie de estudios y elaboraciones alrededor de las distintas teorías marxistas del Estado capitalista desde el Suplemento Armas de la Crítica, consideramos importante abrir un diálogo crítico con Keucheyan. Un debate que resulte productivo en el contexto histórico actual y contribuya a repensar la relación entre Estado y lucha de clases.
Poulantzas: un paso adelante, dos hacia atrás
En el prólogo Keucheyan retoma la conocida definición del Estado elaborada por Poulantzas en EPS, la cual plantea al Estado capitalista como “condensación material de una relación de fuerzas entre clases y fracciones de clase”, y de allí se pregunta:
¿Cómo entender entonces la definición de Estado formulada por Poulantzas? Que el Estado moderno sea un Estado de clase no significa que sea un bloque monolítico totalmente bajo el control de la burguesía. El Estado es un campo estratégico en que las clases y las fracciones de clases libran una lucha constante. [...] Si bien no deja de ser capitalista de un extremo a otro, son las clases subalternas —el proletariado, el campesinado, las clases medias, las mujeres, los pueblos colonizados, etc.— las que le imponen a la burguesía el Estado nacional-popular. [6]
En estas líneas el autor del prefacio parece hacer suya la crítica de Poulantzas hacia Lenin, entendiendo su teoría del Estado como una teoría “instrumental” que comprende al mismo como un “bloque monolítico” y sin fisuras. Aquello implicaría que el Estado es pensado por el revolucionario ruso como un instrumento pasivo, totalmente dependiente de la clase o del sector económico que “lo posee”, y con ello, de cierta manera, neutral: capaz de ser poseído por cualquier clase o sector de clase. Sin embargo esta crítica se sustenta en una identificación de la teoría leninista del Estado con su apropiación y deformación stalinista, propia de un contexto donde el Partido Comunista Francés, por entonces uno de los más grandes de Europa, imponía aquella idea en amplios círculos intelectuales y militantes. Lenin, al contrario de toda idea de un Estado-Instrumento neutral, y retomando a Marx y Engels, es categórico al plantear que el Estado capitalista y sus aparatos no pueden ser simplemente poseídos por el proletariado y puestos a funcionar para sus intereses. Sino que, en tanto surgen y expresan el antagonismo irreconciliable entre las clases, su naturaleza responde a la dominación burguesa. Volveremos más adelante sobre esta cuestión.
Ahora bien, es interesante el señalamiento de Keucheyan sobre algunos aciertos de la teoría relacional del Estado poulantziana. La primera es el hecho de que Poulantzas retoma y pone en el centro la reflexión en torno a lo político, diferenciándolo de lo que Perry Anderson llamó el “marxismo occidental” (categoría cuya aplicación merece ciertos matices [7].).En segundo lugar, es cierto que su análisis comprende cómo las contradicciones entre las clases son constitutivas del Estado. Contradicciones que se expresan materialmente, se estructuran y cristalizan, en las ramas y aparatos del mismo Estado.
Sin embargo, es necesario acotar aquí que este último es un planteo que, aunque no siempre sistematizado, ya está presente en la tradición clásica del marxismo. Es en los debates de los primeros Congresos de la III Internacional, reflexionando sobre los desafíos para extender los procesos revolucionarios a Europa luego del Octubre ruso, en donde esta cuestión se presenta en el centro del debate. Los análisis de Trotsky sobre las burocracias sindicales socialdemócratas de occidente y la necesidad de superarlas son un ejemplo [8]. Gramsci será quien sintetizará gran parte de esta discusión en su categoría de Estado Integral (“dictadura + hegemonía”, C6§155 [9]), con la cual da cuenta de las particularidades de los Estados en “sociedades occidentales”. Lejos de contentarse con ejercer la dominación a través de la violencia, el Estado organiza el consenso mediante la integración de elementos de la sociedad civil (sindicatos, partidos, instituciones de la cultura, movimientos sociales podríamos sumar ahora etc.), uniendo los elementos represivos con los consensuales.
Tanto en ellos como inclusive en el “primer” Poulantzas [10] las contradicciones en el Estado y su política, fruto de la lucha de clases, responden fundamentalmente a conflictos interburgueses o la inclusión de fracciones subalternas para integrarlas al Estado y garantizar la dominación a largo plazo. Podría decirse, como parte de una tensión dialéctica entre las conquistas populares de derechos (sufragio, educación y salud pública, derechos laborales, etc.) y la transformación de las mismas en concesiones por parte de la clase dominante para integrar a los grupos dominados. Pero en el Poulantzas de EPS estas contradicciones aparecen ambiguamente en la relación del Estado capitalista y las clases dominadas. Aquí vemos dos importantes problemas teóricos.
El primero es que en Poulantzas el carácter del Estado es definido por el resultado de la relación de fuerza entre las clases y su condensación en el aparato estatal. Para entender este problema hay que tener en cuenta que, en la concepción relacional del poder en Poulantzas (íntimamente relacionada a su ruptura con el estructuralismo) la indeterminación y la contingencia postestructuralista es introducida en el concepto de Estado. Pero no como Foucault con el concepto de poder. El propio Poulantzas le criticará el modo metafísico en el cual lo define, es decir, sustentado en sí mismo. También criticará su “descentramiento”, por el que circula en todas partes sin un centro, subestimando su centralización en el Estado. Poulantzas más bien entenderá el poder sustentado en la relación capital/trabajo y centrado fundamentalmente en el Estado. Sin embargo, será en el carácter de clase del Estado donde aparece la indeterminación. Repetidas veces nuestro autor sostiene que el Estado es clasista, pero en la medida en que se trata de “la condensación material de las relaciones de fuerza entre las clases”, su naturaleza clasista se torna contingente. Puede aparecer de un carácter u otro dependiendo del equilibrio y la relación de las fuerzas y, fundamentalmente, en cómo se condensen en el armazón material del Estado.
El segundo problema es lo que Varela y Gutierrez identifican como un desplazamiento teórico de Poulantzas. Según ambos autores, este pasa de entender el Estado como “campo estratégico” a “campo estratégico excluyente”. Esto quiere decir que, criticando las concepciones del Estado que lo plantean como exterior a la lucha de clases, Poulantzas termina, producto de la ambigüedad con la define la amplitud del Estado, por delimitar a la lucha de clases dentro de los límites del Estado mismo [11] De tal manera, el Estado como relación pareciera confundirse con la relación misma. Así, el desbordamiento del Estado burgués por parte de la lucha de clases (si bien es reconocido en ciertos momentos de la argumentación de Poulantzas), termina siendo suprimido y negada la exterioridad-irreductibilidad de la clase trabajadora y su lucha respecto al Estado. Es cierto que la lucha de clases no es exterior al Estado y es una parte constitutiva del mismo como señala Poulantzas, pero cabe remarcar que ésta lo excede en los hechos y se desarrolla también por fuera de él.
En síntesis: buscando superar las concepciones mecanicistas del Estado que sostenía el stalinismo en nombre de Lenin, elaborando una “concepción relacional” al tomar elementos del postestructuralismo, Poulantzas realiza una serie de desplazamientos teóricos que terminan por devaluar la concepción marxista del Estado como Estado de clase y de la lucha de clases misma. De estos dos desplazamientos se derivan los dos problemas político-estratégicos que trataremos en los siguientes apartados.
Dictadura democrática de obreros y burgueses
La teoría poulatziana del Estado, como todo análisis teórico tiene sus implicancias políticas-estratégicas y esto Keucheyan no lo deja de lado:
Esa forma de concebir el Estado tiene importantes implicaciones estratégicas. La tesis marxista de la «extinción paulatina del Estado» se basa en la idea de que el Estado es un instrumento de dominación y que el derrocamiento del capitalismo acabará provocando su obsolescencia. Si, por otro lado, como piensa Poulantzas, el Estado capitalista ha sido en parte moldeado por las luchas populares, la necesidad de su extinción paulatina en la transición al socialismo se hace mucho menos evidente. [12]
¿Por qué se hace menos evidente la extinción paulatina en la transición al socialismo? Porque Poulantzas entiende que esa parte del Estado capitalista que ha sido moldeada por las luchas populares presenta la potencialidad de ser una vía al socialismo. En este sentido es que Poulantzas planteará:
Las clases y fracciones dominantes existen en el Estado por intermedio de aparatos o ramas que cristalizan un poder propio de dichas clases o fracciones, aunque sea, desde luego, bajo la unidad del poder estatal de la fracción hegemónica. Por su parte, las clases dominadas no existen en el Estado por intermedio de aparatos que concentren un poder propio de dichas clases sino, esencialmente, bajo la forma de focos de oposición al poder de las clases dominantes. Sería erróneo -y un desliz de consecuencias políticas graves- llegar a la conclusión de que la presencia de las clases populares en el Estado significa que tienen allí poder, o que podrían tenerlo a la larga, sin que haya habido una transformación radical de ese Estado, del poder. [13]
Esta posibilidad teórica de transformación radical es el correlato de la indeterminación del carácter de clase del Estado introducida por Poulantzas, que junto al planteo del Estado como “campo estratégico excluyente", constituyen los fundamentos de su estrategia de “vía democrática al socialismo”.
Para comprender esta estrategia debemos partir de que en Poulantzas el stalinismo tiene un germen en la desconfianza de Lenin respecto a la democracia representativa del Estado capitalista: la estrategia de Lenin y Trotsky, centrada en realizar una revolución mediante la destrucción del Estado capitalista y su sustitución por un Estado nuevo, un Estado Obrero, llevaría inevitablemente a la burocratización del mismo. En palabras de Keucheyan:
«El socialismo será democrático o no será» —dice Poulantzas en la conclusión de EPS. Entre las críticas que Rosa Luxemburgo —una de las principales fuentes de inspiración de Poulantzas— dirigió a Lenin en La revolución rusa (l9l8) estaba la de haber suprimido la democracia representativa en favor de los consejos obreros. La ausencia de vida democrática —prensa independiente, elecciones generales, libertad de conciencia y de reunión— termina por asfixiar al proceso revolucionario. El único organismo que, en ese contexto de decadencia política, logra mantenerse a flote es la burocracia. La burocratización de la URSS, que habrá de desembocar en el estalinismo, se debió en parte a la suspensión de las libertades democráticas. Como no deja de recordarnos Poulantzas, esas libertades son fruto de conquistas populares en épocas anteriores y, en cuanto tales, deberán defenderse. [14].
Pese a que este esquema subestime los múltiples problemas concretos de la transición al socialismo en Rusia (guerra civil, presión imperialista, “atraso” económico ruso desde el punto de vista capitalista, entre otros), discutidos ampliamente por Trotsky [15], lo que nos interesa aquí es señalar que detrás de la argumentación poulantziana retomada por Keucheyan se encuentra una concepción de la democracia representativa burguesa entendida unilateralmente como una conquista popular. Pues, una vez indeterminado el carácter de clase del Estado, se indetermina con ello el carácter de clase la democracia representativa. Eso termina borrando la dialéctica conquista/concesión que analizamos antes y desconociendo asimismo los mecanismos formales por los cuales ésta reproduce la dominación de clase.
Pero antes de abordar cuáles son aquellos mecanismos, la solución poulantziana frente a la supuesta inevitabilidad de la burocratización de la democracia directa, y para no caer en el viejo parlamentarismo reformista de la socialdemocracia, es sostener aquella transformación radical del Estado mediante la combinación de democracia representativa y democracia directa de consejos populares. Una suerte de “Estado combinado” o “democracia mixta”. Si el Estado es el campo estratégico privilegiado y la lucha de clases tiende a reducirse al mismo, y a su vez, el Estado puede condensar diferentes poderes de clase en su estructura material, sería posible aquella convivencia conflictiva pero articulada de aparatos que responden al poder de las distintas clases. La extinción del Estado es reemplazada por un proceso de progresiva transformación hacia el socialismo a través de este Estado combinado.
El propio Poulantzas, teniendo a la vista el proceso chileno con Allende y el golpe de Pinochet, estima que no sería un proceso pacifico y señala el problema de la reacción burguesa. Sin embargo, no elabora ninguna reflexión estratégica para combatir aquel problema más que plantear una generalidad: “no se puede afrontar aquí este problema más que apoyándose activamente en un amplio movimiento popular” [16]. Pero es justamente este problema el que nos muestra uno de los límites de la democracia mixta. La imposibilidad de una radicalización de la democracia directa a la par de la radicalización de las instituciones de la democracia indirecta, que ya fue planteada por autores como Ernest Mandel en su critica a el eurocomunismo en los 70’.
Cuanto más aumenta la iniciativa, la acción directa de las masas, tanto más se amplía su movilización, y se multiplican sus iniciativas de autoorganización y de democracia directa en los terrenos más diversos- desde el control obrero en la empresa hasta la organización de “mercados populares”; desde la asunción del control de los servicios públicos hasta la implantación de instituciones culturales. Pero cuanto más se amplía, de este modo, el área de la democracia directa, tanto más se amplifica y se convierte en irreconciliable el conflicto con las instituciones del estado democrático burgués. [17]
Esta contradicción entre la democracia burguesa moderna, fundamentalmente representativa, y la democracia directa proletaria surgida en momentos álgidos de la lucha de clases, se apoya en la comprensión de las determinaciones estructurales por las cuales la democracia burguesa, lejos de ser solamente una conquista popular, se erige como un sistema que reproduce la dominación capitalista y excluye el poder de la clase trabajadora. Para comprender esas determinaciones, podemos retomar algunas ideas de Meiksins Wood sobre la diferencia histórica entre la democracia antigua y la moderna democracia burguesa [18].
Salvo para las mujeres y esclavos (cuestión no menor pero que excede el debate presente), en la democracia ateniense la libertad política y la económica estaban unidas. El sector que llegaba a ser ciudadano libre disponía de propiedad sobre su tierra y medios de trabajo por más minúsculos que sean, y al acceder a la igualdad cívica más allá de su estatus de clase, podían limitar su explotación económica mediante la participación política. En el capitalismo existe una aparente separación entre política y economía. La democracia moderna, con su amplia universalidad, reconoce formalmente a la población como ciudadanos libres e iguales indistintamente si poseen los medios de producción o no.
En la democracia capitalista, la separación entre el estatus civil y la posición de clase opera en ambas direcciones: la posición socioeconómica no determina el derecho a la ciudadanía -y eso precisamente lo que significa democrático en la democracia capitalista- sino que, debido a que el poder del capitalista para apropiarse del trabajo excedente de los obreros no depende de un estatus jurídico o cívico privilegiado, la igualdad civil no afecta directamente ni modifica significativamente la desigualdad de clases; y justamente esto limita a la democracia en el capitalismo. Las relaciones de clases entre el capital y la fuerza de trabajo pueden sobrevivir hasta con una igualdad jurídica y el sufragio universal. En ese sentido, la igualdad política en la democracia capitalista no sólo coexiste con la desigualdad económica, sino que la deja fundamentalmente intacta [19].
Sobre esta diferencia se asienta otra diferencia formal sustancial. Mientras la democracia griega se basó en el concepto de isegoria, que implicaba la igualdad de los ciudadanos en el ágora y por tanto en las decisiones de la polis (modernamente podemos entenderlo como autogobierno del pueblo), las democracias modernas se establecieron sobre el concepto de representación, como enajenación del poder del pueblo y su transferencia a los representantes aptos para ejercer el gobierno por la sociedad. Por tanto, la democracia burguesa no sólo se organiza de manera tal que la igualdad civil formal no se contradiga con la desigualdad socio-económica, sino que en su forma representativa se opone al autogobierno de las y los productores (carácter fundamental de la democracia proletaria).
¿Qué (no) hacer?
Como mencionamos anteriormente, uno de los aspectos más sustanciales de la obra de Poulantzas -aspecto que está abordado por Keucheyan-, es el abandono de la concepción leninista del Estado en lo que implica una oposición a toda estrategia revolucionaria que se oriente a potenciar los organismos de poder obrero y poner en jaque las estructuras del Estado capitalista como tal. Por el contrario, abogará en pos de una “vía democrática al socialismo” en sintonía con el giro eurocomunista de los partidos comunistas europeos. Ahora bien, la concepción relacional del Estado capitalista como campo estratégico se condice con un posicionamiento político y teórico que se simplifica en una operación: la contraposición taxativa de la dictadura del proletariado con cualquier forma democrática. Para Poulantzas el Estado capitalista no es ni una fortaleza -ajena a todo conflicto social- ni un instrumento el cual hay que poseer tal cual está para cambiar el rumbo de la historia. Keucheyan en el mencionado prólogo, citando a Poulantzas, lo explica:
Para Poulantzas, la dualidad de poderes es, como mucho, adecuada para los países no democráticos, en que las instituciones representativas y la sociedad civil son frágiles. De hecho, la historia de las revoluciones del siglo XX demuestra que esa estrategia ha tenido éxito solamente allí donde existían regímenes autoritarios. En los países de tradiciones democráticas de larga data, un movimiento que ponga en práctica una estrategia de ese tipo se verá, de seguro, abocado al desastre. [...] El Estado capitalista no es una «fortaleza» —dice Poulantzas. No está situado en el exterior de los conflictos sociales y, en cuanto tal, no se ha de tratar de conquistar como se conquistaría una fortaleza situada en territorio extranjero. En cuanto condensación de una relación de fuerza entre clases y fracciones de clases, el Estado está preñado de contradicciones. Todos sus «aparatos» lo están en mayor o menor medida. Por consiguiente, es un error imaginar que el Estado se sitúa solo en un lado, el conservador, de la dualidad de poderes. Se encuentra a ambos lados de la línea del frente, a tal punto que la línea del frente en realidad no es una. Más concretamente, existen múltiples frentes y algunos de ellos pasan por el interior mismo del Estado. [20]
En estas palabras Keucheyan realiza una operación teórica que sitúa la cuestión del doble poder en el plano de una estrategia racionalmente organizada, negando que se trata de un momento necesario dentro de toda situación revolucionaria, tanto en países “orientales” como “occidentales”. Rosa Luxemburg al calor del desarrollo de la revolución alemana de 1918, sólo meses después de escribir sus críticas a la disolución de la Asamblea Constituyente rusa en Sobre la Revolución rusa, comprende en toda su dimensión este problema y escribe:
La Asamblea Nacional o todo el poder a los Consejos de obreros y soldados; la renuncia al socialismo o la lucha de clases más feroz con el armamento completo del proletariado contra la burguesía: ese es el dilema [...] lo que hasta ahora se consideraba igualdad de derechos y democracia: el Parlamento, la Asamblea Nacional, las mismas papeletas de voto, eran mentiras y engaños. Todo el poder en manos de las masas trabajadoras como un arma revolucionaria para destruir el capitalismo -¡eso es verdadera igualdad, eso es verdadera democracia! [21].
Si el Estado es la organización del régimen de clase y la revolución es la sustitución de la clase dominante, la transición del poder de una clase a otra, con intereses irreconciliables, naturalmente va a llevar a una situación contradictoria con el Estado. Es esta la generalización teórica que realiza Trotsky en su análisis de las revoluciones modernas, desde la Revolución Inglesa hasta la Revolución Rusa [22]. La cual, por supuesto, no implica que en los países occidentales u occidentalizados, la dualidad de poderes se dé igual al caso ruso sino que tendría sus particularidades por la mayor relación asimétrica con el Estado capitalista [23]. Lo fundamental en relación al presente debate es que el doble poder no se trata de un plan arbitrario u ortodoxamente elegido, sino de un momento necesario en la “mecánica política” del paso del poder de una clase a otra, donde el Estado es desbordado por la lucha de clases. Deja de ser el “campo estratégico excluyente” y se establece la “frontera” marcada por la oposición entre el Estado burgués y un organismo emergente capaz de disputar el poder. La democracia mixta poulantziana persigue la quimera de realizar un cambio cualitativo del régimen socio-económico -pasando del capitalismo al inicio del socialismo- ahorrando la confrontación exacerbada entre las clases en este momento contradictorio, pues toda situación de doble poder es dinámica e inestable y tiende a una resolución en favor de la revolución o la contrarrevolución.
La ruptura revolucionaria, para Poulantzas, no se traduce en la centralización de un “contraestado” que se enfrente en bloque con el Estado mismo, sino que los órganos de autoorganización de la clase trabajadora y los sectores populares que tienden a surgir en situaciones pre-revolucionarias son convertidos en “contrapesos” dentro del Estado de conjunto, en un equilibrio que progresivamente avanzaría hacia el socialismo. Sin embargo, ¿qué ocurre cuando los procesos revolucionarios no buscan resolver la situación de doble poder en favor de los organismos de autogobierno que centralizan el poder obrero? La contrarrevolución es la salida más factible, y ésta no siempre se articula de manera puramente represiva. Es una de las más importantes conclusiones que podemos sacar de la experiencia de la “Revolución de los Claveles” en Portugal de 1974. La resolución se llevó a cabo mediante el sofocamiento de los comités de fábricas, inquilinos y soldados surgidos durante el ascenso revolucionario, seguido por el llamado a elecciones presidenciales, lo que consumó el desvío del proceso por medio de una “contrarrevolución democrática”. Política que de forma similar a aquel ensayo, será utilizada en gran parte de latinoamérica como “transiciones democráticas pactadas” luego del profundo desgaste de las dictaduras de los ‘70.
Ahora bien, todo esto no significa que en un proceso revolucionario exista una exterioridad absoluta del poder obrero con respecto al Estado capitalista. Tal es así que la desagregación del aparato del Estado burgués asume un rol importante. Que los sectores estratégicos del Estado -o en el que este tiene algún grado de incidencia-: el sector energético, las telecomunicaciones, el transporte, la banca y un largo etc, rompan con la autoridad central burguesa y que se coloquen en una perspectiva de disputa del poder por mediación de los mecanismos de autoorganización es un aspecto clave para una estrategia revolucionaria. Sin embargo, allí, este proceso se orienta a diluir el poder del Estado capitalista y organizar la hegemonía de la clase trabajadora en un poder autónomo, en lugar de limitarse a su articulación con el Estado como un apéndice “conflictivo". En este sentido, podemos entender la propuesta de la democracia mixta como un obstáculo al desarrollo de una hegemonía obrera en la medida que “encorseta” a los organismos que surjan, limitándolos a una función de control o incluso corriendo el riesgo de ser institucionalizados por las diferentes vías del Estado burgués en tanto Estado Integral. Cuando en realidad como vimos, naturalmente, la función principal de todo órgano de poder obrero es la transferencia de poder de una clase a otra.
Pero inclusive en situaciones que no son abiertamente revolucionarias ni hay un desarrollo sustancial de organismo de autodeterminación de masas, la estrategia de Estado combinado o democracia mixta también entra en tensión con el desarrollo de una hegemonía de la clase trabajadora. Tomemos el caso de Chile (2019) y luego el proceso actual en Francia.
El Estallido Social chileno devino en múltiples movilizaciones y la huelga general del 12 de Noviembre, dando a su vez fenómenos de autoorganización como las asambleas populares en diferentes ciudades, o el “Comité de Emergencia y Resguardo” de Antofagasta. Órganos todavía muy embrionarios pero que potencialmente podrían haberse desarrollado como espacios de ejercicio de un poder independiente del Estado capitalista. Pero al final, el proceso fue desviado por el pacto entre el Frente Amplio y el PC con todo el régimen piñerista, y el llamado a la Asamblea Constituyente. Ésta no solo cumplió un rol de estabilización del régimen burgués, sino que obstaculizó el desarrollo de aquellos organismos que emergieron al calor de la revuelta. Ya en ese momento se planteó aquella contraposición entre Estado capitalista en su forma democrático-representativa y los proto-organismos de autodeterminación.
En la Francia actual donde la lucha de clases pone en crisis el gobierno de Macron y sus planes de ajuste, la Intersindical dirigida por la burocracia de Laurent Berger pone un freno a la rebeldía obrera tomando medidas por detrás de la radicalización de la movilización de masas. Lo irónico aquí es que muchos dirigentes e intelectuales que reivindican a Poulantzas y son parte de L’France Insoumisse de Jean-Luc Melenchon, lejos de intervenir en pos de aplicar la vía democrática al socialismo y llevar adelante medidas para construir un Estado combinado, no hacen más que saludar acríticamente a la Intersindical.
Actualmente, en un contexto de tendencias a las revueltas y crisis agudas del capital a nivel internacional, una estrategia de vía democrática al socialismo, en la medida en que unilateraliza a la democracia representativa burguesa como una conquista popular y la impone como horizonte político de los procesos de movilización, podría terminar por contribuir a la integración de estos procesos al Estado. La democracia representativa, que alguna vez fue una conquista popular -que aún así debe ser defendida en caso de surgimiento de tendencias fascistas- hoy, degradada por décadas de crisis de hegemonía burguesa, se profundiza como mecanismo del Estado Integral.
La cuestión, desde una perspectiva revolucionaria, es cómo hacer entrar en contradicción dichos mecanismos mediante la exposición de su carácter de clase en los hechos, llevando adelante experiencias políticas que pongan en evidencia la necesidad de transcenderlos y aportar en el desarrollo de organismos de poder obrero. A fin de cuentas, la propuesta de mirar el siglo XX con ojos poulantzianos nos lleva a repensar aún más las limitaciones y contradicciones de la democracia representativa burguesa y un esfuerzo por volver a poner en valor teorías y estrategias sobre el Estado capitalista que excedan, principalmente, los límites de la propuesta de la democracia mixta o Estado combinado.
COMENTARIOS