La conversación tuvo lugar en mi clase de Historia de segundo año en el Bajo Flores, mientras hablábamos del hacinamiento en que vivían los obreros en aquel siglo XVIII. “Entonces no cambió nada, profe” completó el mismo estudiante. Cuando los ojos de la juventud ven claramente lo que los gobernantes dicen no ver.
José Muralla @murayeando
Martes 21 de septiembre de 2021 15:12
"Vivimos como hace 300 años", montaje de Fernanda Alzugaray
Parece hace mucho, pero hace relativamente poco que volvimos a la presencialidad . Entre docentes, estudiantes y no docentes ponemos nuestro esfuerzo y cariño para recuperar la relación, nuestros espacios y aprender todo lo que podamos.
En el curso de Historia ya habíamos pasado por el feudalismo, aquella época dónde quiénes tenían el monopolio de la "palabra de Dios", tenían también el monopolio sobre la palabra, sobre el pensamiento, sobre los campos, los recursos, las vidas y hasta sobre el deseo. Llegamos al momento del progreso de las ciencias y los cambios en la producción que cambiarían el mundo para siempre, la etapa conocida como la Revolución Industrial.
Algún que otro bullicio o interrupciones, tratar de lograr que todos se interesen y presten atención, y la clase continuaba. Habíamos llegado a la parte en la que “las ovejas comían hombres”. Aquella historia escrita con sangre y lodo de cuando la tierra dejó de ser un medio de subsistencia y pasó a ser un medio de ganancia. Entonces los campesinos, la amplísima mayoría de la población, empezó a sobrar. Porque su tierra era ahora para las ovejas que proveían de lana a las insaciables hilanderías de Manchester.
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Fábricas textiles que también necesitaban brazos libres. Y que la expulsión de los campesinos que habían quedado en la nada había preparado para su digestión. Como brillantemente lo describe Marx en su capítulo 24 del tomo I de El capital, “la llamada acumulación originaria”.
Mientras investigábamos, intercambiábamos y leíamos un poco pregunté por las condiciones en que vivían aquellos ex campesinos devenidos a la fuerza en obreros.
Leemos en el libro: “hacinados, varias familias amontonadas en la misma habitación sucia, llena de humedad, sin dónde ir al baño, sin los menores servicios ni comodidades. Cobrando jornales que no compraban ni el pan”. Y yo sigo: “ya no tenían de qué vivir donde habían nacido. Fueron expulsados y fueron, con nada más que sus manos útiles para el trabajo, a parar al único lugar dónde podrían encontrar algo: las ciudades”.
En ese momento uno de los estudiantes levanta la vista y me dice: “profe vivían como nosotros vivimos en la villa”. Y sigue: “acá (y señala para el lado de la villa) vive toda gente que se tuvo que ir por hambre de donde estaba, buscando algo un poco mejor”. Y concluye: “pasaron tres siglos y no cambió nada”.
Debo reconocer que no me la esperaba. El frío por la espalda me dejó sin palabras por un rato. Me repongo y le digo: “pero algunas cosas cambiaron: conseguimos las 8 horas... Aunque ahora con lo que pagan por 8 horas no alcanza. Conseguimos el derecho a tener sindicatos para defendernos aunque los burgueses no querían. Pero luego encontraron la forma de ponerlos a su servicio, comprando a los dirigentes que viven como empresarios por entregar las condiciones de vida de los trabajadores”, intentando subir escalones desde los cuales seguir avanzando.
“Sigue igual profe”, me vuelve a decir. Y no me queda otra que contestarle “sí, en lo fundamental sigue igual: una mayoría apenas sobreviviendo y una minoría que vive en la opulencia con el trabajo de esas mayorías”.
La hora ya estaba terminando y sentía que no podía quedar en desazón. Y digo: “¿se imaginan si todos esos avances tecnológicos hubiesen sido para que la mayoría viva mejor y no para que unos pocos se hagan ricos?”. “Eso estaría buenísimo”, me dice. Y finalizo “bueno, lo vemos la próxima clase”.
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Firmo el libro de salida y me voy a esperar el 46 en la garita sobre Perito Moreno para volver a casa. Mientras veo pasar el Belgrano Sur traqueteando sobre el viejo puente de hierro me surgen mil reflexiones.
Pensar que la miseria que ven pibes de 16 años con su sencillez, a los poderosos que gobiernan se lo tienen que escupir en la cara con un mal resultado electoral para que lo vean. Pensar que Brayan me dijo “vivimos cómo hace 300 años” mientras que un sector pide retroceder aún más, con sus reformas laborales. Que los que acaban de darse cuenta de que hay una pobreza que no se aguanta más, en vez de avanzar en poner la tecnología al servicio de que todos trabajemos menos y vivamos mejor, “avanzan” en poner señores feudales en su gabinete.
Pero también que somos la mayoría los que vemos esa situación. Que hay otros que expresan con la sencillez de Brayan sus ideas. De hecho pensaba en uno en particular. Uno entre tantos en Jujuy. Un obrero de la recolección de residuos, coya de origen y de la piel del mismo color que Brayan. Alejandro Vilca, referente del Frente de Izquierda y que acaba de sacar el 23% de los votos en su provincia. Los votos de los que se representan en “uno como nosotros”.
Y que invita a pelear juntos porque el mundo lo gobernemos quienes lo hacemos mover cada día con nuestros músculos, y no los que se apropian de nuestro esfuerzo y nos tiran las migajas. Un mundo donde la tecnología existente nos permita trabajar menos y vivir bien, teniendo tiempo de sobra para disfrutar. Para vivir, en vez de sobrevivir. Porque nuestras vidas valen más que sus ganancias.
José Muralla
Nació en Arenales (BA) en 1984. Es licenciado y profesor en Ciencia Política (UBA). Trabaja como docente de nivel medio en CABA y La Matanza. Desde 2007 milita en el PTS. Vive en Lomas del mirador y es parte del staff de La Izquierda Diario de la Zona Oeste del GBA.