Considerado por el stalinismo desde su publicación en 1945, como un claro texto de propaganda anticomunista, Animal Farm de George Orwell sigue siendo sin embargo uno de los clásicos más importantes de la literatura del siglo XX y cantera inevitable de nuevas elaboraciones críticas y reinterpretaciones audaces.
Miércoles 11 de enero de 2017
Autonomía relativa del texto y polisemia
Si bien el prólogo escrito en 1945 por el autor, es la expresión de un novelista que producto de la desmoralización por la traición de la burocracia soviética a la revolución española en el 36 vuelve al viejo y conocido redil del pensamiento liberal inglés, y de ahí en más se convierte en un apologista y un propagandista más del régimen democrático burgués en general, y en particular de la libertad de prensa y expresión en la sociedad capitalista de su país, que Orwell la encubre como una particular excepción inglesa y de su sociedad tradicionalmente caracterizada por su “tolerancia” y “pluralismo”.
Eso no significa que las opiniones políticas y el posicionamiento ideológico de Orwell determinen el significado último de su obra, y menos aún que “Rebelión en la granja” se pueda reducir exclusivamente a la presunta intencionalidad de propaganda anticomunista y antisoviética por parte de su autor.
Los que así conciben la producción literaria o artística niegan la autonomía relativa del texto como objeto estético que halla su concreción estética en el proceso siempre enriquecedor de la lectura, como han contribuido a esclarecer las corrientes más modernas de la teoría literaria contemporánea: la hermenéutica y la teoría de la recepción; sin embargo los críticos literarios stalinistas de ayer (y de hoy, si es que aún existen) prefieren refugiarse en anacrónicos y oxidados esquemas románticos del siglo XIX en el que la autoridad de la voz de la autor resume todo el espíritu de la obra literaria; verdaderamente extraordinario !!!.
No obstante, nadie va a negar que una posible lectura interpretativa de “Rebelión en la granja” puede ser la liberal burguesa, cuya interpretación no pasa más allá de la alegoría acerca del terror del “totalitarismo” ruso; lectura legítima, tan legítima como la de los eco-críticos que pueden ver en la obra de Orwell una crítica mordaz a la opresión de los animales por parte de la civilización humana; y también puede ser tan legítima como las anteriores una lectura humanista abstracta que conciba el relato de Orwell como fábula moralizante de cualquier forma de opresión producto de la perversión de procesos revolucionarios.
Son todas lecturas legítimas porque expresan que “Rebelión en la granja” aún está viva para la crítica; y que a pesar de la estrechez de miras del stalinismo sigue siendo un clásico de la literatura occidental e incluso universal porque aún conserva la frescura polisémica y en consecuencia su autonomía como texto literario y objeto estético.
Clover y la desmoralización de los comunistas
Entre las muchas metáforas sobre el proceso de burocratización de la revolución rusa reconocibles en la obra de Orwell, la más célebre de todas sin lugar a dudas la constituye la escena final, en la que los animales de la granja pasando la vista del cerdo Napoleón (Stalin) al señor Pilkington no logran distinguir diferencias entre uno y otro; o sea entre el credo (el burócrata) y el granjero (el burgués).
Ahora bien, existe otro fragmento aún más vibrante de la obra, que de forma más sensible y empática nos interpela sobre los mismos tópicos abordados al final: el escepticismo, la desilusión y la desmoralización de los honestos comunistas; que no siendo consecuentes oposicionistas a la burocracia, sin embargo sintieron con profunda desazón y tristeza el rumbo que tomaba la revolución bajo la égida del terror stalinista:
Mientras Clover miraba ladera abajo, se le llenaron los ojos de lágrimas. Si ella pudiera expresar sus pensamientos, hubiera sido para decir que a eso no era a lo que aspiraban cuando emprendieron, años atrás, el derrocamiento de la raza humana. Aquellas escenas de terror y matanza no eran lo que ellos soñaron aquella noche cuando el Viejo Mayor, por primera vez, los incitó a rebelarse. Si ella misma hubiera concebido un cuadro del futuro, sería el de una sociedad de animales liberados del hambre y del látigo, todos iguales, cada uno trabajando de acuerdo con su capacidad, el fuerte protegiendo al débil, como ella protegiera con su pata delantera a aquellos patitos perdidos la noche del discurso de Mayor. En su lugar —ella no sabía por qué— habían llegado a un estado tal en el que nadie se atrevía a decir lo que pensaba, en el que perros feroces y gruñones merodeaban por doquier y donde uno tenía que ver cómo sus camaradas eran despedazados después de confesarse autores de crímenes horribles. No había intención de rebeldía o desobediencia en su mente. Ella sabía que, aun tal y como se presentaban las cosas, estaban mucho mejor que en los días de Jones y que, ante todo, era necesario evitar el regreso de los seres humanos. Sucediera lo que sucediera permanecería leal, trabajaría duro cumpliría las órdenes que le dieran y aceptaría las directrices de Napoleón. Pero aun así, no era eso lo que ella y los demás animales anhelaran y para lo que trabajaran tanto. No fue por eso por lo que construyeron el molino, e hicieron frente a las balas de Jones. Tales eran sus pensamientos, aunque le faltaban palabras para expresarlos. (Orwell, George. Rebelión en la granja pág 86. Editorial: I Libri)