Algunos historiadores no dudan en afirmar que en esta región se desarrolló el proceso más intenso y avanzado de organización sindical de la época en Latinoamérica, donde “los trabajadores por primera vez en el siglo XX, fueron capaces de tomar el poder local durante varios días”. Como ocurrió en Santa Cruz, la combatividad de los trabajadores fue acallada a sangre y fuego.
Miércoles 7 de diciembre de 2016
La necesidad de abastecer de materias primas a la industria textil británica y la exitosa implantación ovina en Malvinas abrió las compuertas de la Patagonia a la explotación ganadera. Al compás de los grandes centros económicos comenzó la invasión europea de la región. Se fundaron inmensas estancias, millones de ovejas ocuparon las estepas y, fruto de ello, se ejecutó un nuevo acto del genocidio indígena.
Punta Arenas se convirtió en el centro económico de toda la región. Desde allí, se gestaron las ocupaciones de las tierras fueguinas y santacruceñas, como si fueran el patio trasero de la ciudad magallánica.
La fiebre por ocupar las tierras vírgenes no encontró límites, los aspirantes a estancieros recibieron concesiones “en propiedad, arrendamiento e incluso ocupación de hecho” y utilizaron testaferros (1).
Con esta metodología non sancta, se hicieron dueños de inmensas extensiones. Los Braun llegaron a acaparar 1.500.000 hectáreas sólo en Santa Cruz, además de las tierras que habían tomado posesión en Chubut, Tierra del Fuego y Magallanes. En Tierra del Fuego, la acumulación de tierras tuvo como exponentes al grupo Braun Menéndez con 815.000 hectáreas de las cuales 245.000 eran fiscales, Bridges y Reynolds con 120.000 que incluían a 70.000 fiscales, y José Montes con 120.000 y 70.000 fiscales (2).
En 1920, los Braun poseían unas “1.376.160 hectáreas (…) Las tierras arrendadas en la Tierra del Fuego sumaban 572.950 hectáreas. Es decir, 1.857.017, de las cuales 1.284.067 del dominio privado (3).
La modalidad productiva regional generaba tasas de ganancias notables pero no atraía a grandes contingentes humanos. “Debe notarse, a los efectos pobladores, que la cría de la oveja no exige una planta funcional humana muy numerosa, salvo en época de esquila” (4).
La prosperidad inicial fue impulsando a nuevos ganaderos. La región fue ocupada por personas “que se han hecho ricos porque son fuertes por naturaleza. Y allá, fuerte quiere decir casi siempre inescrupuloso (…) Allí la bondad es signo de debilidad. (…) Allá llegaron, allá organizaron, se plantaron y allá comenzaron a cosechar la riqueza con el cucharón de la abundancia. El que se queda y aguanta y además no es flojo de sentimientos, se enriquece. Sin ayuda de nadie. Y por eso creen ser dueños de toda la región. ¡Guay de los que quieran quitarles lo que es suyo, lo que conquistaron luchando contra la naturaleza, la distancia, la soledad!” (5).
Inmigrantes insumisos
La influencia alcanzada por Punta Arenas no tuvo sólo manifestaciones en el orden económico, también produjo una rápida influencia de la organización sindical y las primeras expresiones de rebeldía obrera.
La zona magallánica chilena recibió una afluencia notable de inmigrantes europeos, quienes además de sus escasas pertenencias transportaban sus ideales hacia su destino sudamericano.
Los comienzos de la vida gremial en la zona magallánica fueron muy dinámicos. En 1896 se produjo una de las primeras huelgas, “cuando los obreros que se dedicaban a la construcción de lanchas cisternas iniciaron un movimiento de tres o cuatro días solicitando un incremento de sus salarios” (6).
En ese mismo año se creó la Sociedad Obrera y se celebró el 1º de mayo. Un año después apareció El Obrero como “órgano de la Unión Obrera y defensor de los intereses de la Clase Trabajadora”.
Imagen: Sociedad obrera
En 1911 se fundó la Federación Obrera de Magallanes (FOM) y el Centro de Resistencia Oficios Varios, con posturas mucho más radicalizadas.
Los pioneros gremiales contaron sus primeros pasos: “Se inició una activa propaganda de organización en las diversas regiones de Patagonia y Tierra del Fuego, captándose gran cantidad de socios por el malestar existente debido a las condiciones deplorables en que vivían los trabajadores” (7).
La vida de los asalariados en las estancias era muy penosa. Las habitaciones que las estancias destinaban “a sus trabajadores son los establos en que guardan los caballos durante el invierno; son ellas sucias, mal olientes, llenas de estiércol, sin forro por dentro y llenas de aberturas por donde se cuela el viento portador de bronquitis, pulmonías, constipados y otras enfermedades derivadas del cambio brusco de aire (...) El trato que dan a los trabajadores los capataces y demás empleados superiores es autoritario, humillante (…) no hay en ellos el tono del jefe que manda sino del amo que ordena y a quien hay que obedecer sin replicar...” (8).
La organización obrera tuvo particularidades interesantes. La FOM estaba dividida en cinco zonas; en cada una de ellas se nombraba un inspector viajero y en cada estancia un delegado obrero. Los delegados eran elegidos por los trabajadores y percibían un sueldo de la entidad gremial, su misión era hacer cumplir los contratos colectivos de trabajo por parte de patrones y obreros. Eran elegidos de entre los más preparados, cultos y de más recto comportamiento. En tanto, los inspectores viajeros vigilaban la conducta de los delegados en las estancias y daban cuenta a la FOM de las irregularidades que observaban tanto de obreros como de patrones (9).
Cabe consignar que la entidad no tomaba en cuenta las fronteras y su accionar abarcaba a los trabajadores que se desempeñaban tanto en Chile como Argentina.
En la segunda década del siglo XX, comenzó a agitarse el campo gremial a partir de un inusitado crecimiento de los precios de los artículos de primera necesidad.
En febrero de 1912, se llevó a cabo una concentración de protesta en cuya proclama se sostenía que “La burguesía nos sitia por hambre, mientras ella derrocha nuestro sudor en suntuosos festines. Es preferible a rendir la vida por la miseria, morir combatiendo a nuestros esplotadores capitalistas y a nuestros tiranos los gobernantes”. Allí decidieron convocar a una huelga general. Cuatro días después el paro era casi total.
La detención de algunos sindicalistas exaltó mucho más los ánimos y llevó a la FOM a ponerse a la cabeza del movimiento. Luego de siete días de agitación se logró la fijación de precios máximos y concluyó la huelga.
A fin de ese año, comenzó a gestarse otra huelga de los peones rurales, que tuvo su primer acto en la poderosa estancia San Gregorio, luego se extendió a otros establecimientos. La necesidad de difundir el movimiento huelguístico llevó a un grupo de delegados a trasladarse “llevando instrucciones para comunicarlos a los asociados de las estancias y las demás de la Tierra del Fuego chilena y argentina” (10).
Unos días después la huelga era general y hasta el propio monseñor José Fagnano intercedió ante los dirigentes gremiales para que recapacitaran porque “la gente deseaba trabajar”. La respuesta gremial fue que estaba “desinformado” y lo instaron a que hablara ante la concurrencia. Luego “de dos horas de hablar con los huelguistas tuvo que retirarse con la convicción de que no volverían tan fácilmente al trabajo, mientras no se accediera a lo que habían pedido” (11). La admisión de las demandas obreras allanó la solución del conflicto.
En 1915, se desenvolvió otro proceso huelguístico con centro en Puerto Bories. El gremio de los carniceros reaccionó airadamente ante el intento patronal de suplantar a algunos de ellos. La resistencia derivó en la detención de varios obreros.
La reacción popular fue fulminante y en una movilización participaron unas tres mil personas exigiendo la liberación de los trabajadores. Al ceder los gobernantes a los reclamos, el proceso huelguístico concluyó.
A mediados de 1916, el movimiento gremial se reactivó nuevamente. En julio, se paralizó la actividad en la mina Loreto por la falta de pago puntual de los salarios. Luego de veinte días de lucha, arribaron a la firma de un convenio que satisfizo las demandas de los trabajadores; además del compromiso de pago del 1 al 3 de cada mes, obtuvieron un aumento salarial del 15%. Este triunfo de los mineros comenzó a incentivar los reclamos de otros gremios.
En diciembre de 1916, la FOM difundió un documento que generó inquietud entre los empresarios de toda la región: “Tened bien entendido, trabajadores, que en esta lucha, a la cual debéis aportar todo vuestro entusiasmo, toda vuestra fe, toda vuestra energía, se decidirá la suerte de los trabajadores (...) Los ganaderos tienen ya vendidos de antemano sus productos (lanas y carnes) a los mercados europeos, y si vosotros esquiladores y trabajadores les negáis vuestro trabajo ellos perderán sus ganancias. Esperamos que cada obrero sabrá cumplir con su deber” (12).
El movimiento huelguístico se extendió rápidamente, lo que demostraba el grado de insatisfacción de los trabajadores. Se inició en todas las estancias de la costa y centro de la Patagonia. El paro se extendió a la región chilena de Última Esperanza. Los huelguistas se concentraron en Puerto Natales, los patagónicos marcharon hacia Punta Arenas. “Las estancias de la Tierra del Fuego chilena y argentina están de paro, los trabajadores se encuentran en Porvenir y otros han venido ya en los vaporcitos que han pasado por allí. Este movimiento de suspensión de trabajo ha sido simultáneo en toda la región” (13).
Una de las cuestiones que más indignaba a los trabajadores era que “el más grande de los ganaderos, don Mauricio Braun, ha encarecido la vida en general de la población en un 40%” (14).
En el transcurso del prolongado conflicto, los trabajadores tuvieron que enfrentar a rompehuelgas y a la acción represiva policial que, además de reforzarse con tropas de otros lugares y asociarse con sus colegas argentinos para enfrentar el movimiento, se instalaron en las estancias para “resguardar el orden”.
La huelga se prolongó hasta el 18 de enero de 1917, donde se alcanzó un acuerdo formalizado a través de un convenio colectivo de trabajo y signó uno de los primeros grandes triunfos de las luchas obreras regionales.
Estos logros generaron euforia y la FOM promovió una campaña por las ocho horas de trabajo.
Esta serie de luchas fue calificada por el historiador Marcelo Segall como “el más importante proceso de lucha social de América Latina”.
La comuna de Puerto Natales
En esa misma fecha se produjo un duro enfrentamiento entre obreros y policías. La movilización no sólo doblegó a los uniformados, también pusieron bajo su control la ciudad de Puerto Natales.
A seis kilómetros de esa localidad se encuentra Puerto Bories; el frigorífico se había convertido en la más dinámica industria de la zona. Un millar de obreros decretó la huelga general por aumento de salarios. Se llegó a un acuerdo, pero la situación conflictiva no varió.
El 20 de enero, a partir de un reclamo de los maquinistas ferroviarios, se plegaron todos los trabajadores, quienes se reunieron en una asamblea masiva y aprobaron sus reivindicaciones: ocho horas de trabajo y reincorporación de veinte carpinteros que habían sido cesanteados, y la respuesta patronal debía estar formulada en 24 horas. Cuando los propietarios accedieron al reclamo, la asamblea obrera incorporó otras demandas como abaratamiento de los artículos de primera necesidad y de los alquileres.
En medio de los debates, se llegó a proponer el incendio de la sede de la empresa Braun y Blanchard, si no se recibía una respuesta definitiva en 24 horas. El representante de los empresarios terminó aceptando todos los reclamos. Se acordó una rebaja del 30% de los productos de consumo y del 40% de fletes y pasajes, entre otros puntos. Así, tres días después finalizó el conflicto en el Frigorífico Natales. Pero, en Puerto Bories, la situación se agravó. Una disputa entre un trabajador que reclamaba por el pago de su trabajo y el administrador inglés que se negaba a hacerlo, derivó en un tiroteo con el ejecutivo herido de gravedad.
El enfrentamiento duró seis horas y se fueron incorporando carabineros y el resto de los obreros, con un saldo de cuatro obreros y cuatro uniformados muertos y veintiún heridos. Cuando se enteraron en Puerto Natales, los trabajadores abandonaron sus tareas y fueron en busca de armas para cobrar venganza. Asaltaron la casa Braun y Blanchard para proveerse de armas y víveres para después incendiarla. Idéntica acción se desencadenó contra el cuartel de Policía y el Juzgado.
Efectivos de Carabineros e Infantería de Marina ocuparon posiciones en la ciudad.
La escalada de conflictos alarmó de manera inusual a las autoridades. El gobernador de Punta Arenas remitió a su colega de Santa Cruz un alerta: “Después de incendiar el establecimiento de Bories y media población de Natales, un ejército de 500 obreros armados y en actitud revolucionaria, se dirigían hacia las fronteras argentinas, camino de Gallegos, con el exclusivo objeto de llevar a cabo una revolución social” (15).
El historiador Luis Vitale consideró que “los sucesos de Puerto Natales merecen especial consideración, porque los trabajadores, por primera vez en el siglo XX, fueron capaces de tomar el poder local durante varios días” (16).
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Masacre en la FOM
A pesar del desenlace del proceso anterior, las convulsiones sociales se prolongaron hasta los primeros años de la siguiente década. En 1920 se sucedieron conflictos. La nueva oleada huelguística despertó la reacción de los poderosos.
El estado de crispación social generó intranquilidad entre los sindicalistas, quienes comenzaron a custodiar la sede de la FOM en prevención de ataques.
En la madrugada del 27 de julio de 1920, un numeroso piquete de policías, militares y civiles atacaron la sede sindical para arrasar con vidas y bienes. Uno de los objetivos era la destrucción de la imprenta obrera, que durante años permitió la comunicación, la concientización y la organización de los asalariados de la región.
Establecieron una “zona liberada” en las inmediaciones de la sede, cortaron el agua para impedir el combate del incendio y se obstaculizó el accionar de los bomberos.
El único periódico que informó sobre el atentado fue The Magellan Times: “un poco antes de las tres de la madrugada, la ciudad entera fue alarmada por el estallido de descargas de rifle. Esto continuó en ráfagas y disparos por más de media hora, cuando el edificio de la Federación Obrera fue visto en llamas. El fuego se extendió rápidamente y para cuando la alarma de incendio fue dada, otra media hora después, el vecindario completo estaba iluminado como un mediodía”, el resultado fue “la más completa destrucción del local de la Federación Obrera, la sala del cinematógrafo, la imprenta y tres casas contiguas. (...) Parece que un gran cuerpo de hombres enmascarados atacó el local de la Federación con la idea de destruir la imprenta, a causa de los artículos anárquicos y antipatrióticos recientemente publicados en su periódico quincenal El Trabajo”.
Los trabajadores estaban esperando el ataque, “tenían una guardia armada de unos veinte hombres, preparados para recibir el asalto y la resistencia fue tan desesperada que la guardia sólo fue reducida cuando el edificio estalló en llamas. (..) Tres cadáveres carbonizados fueron recobrados de las ruinas (...) No se ha descubierto quienes y cuantos fueron los baleados, pero en la Cruz Roja se consigna que fueron atendidos catorce obreros”.
Luego del suceso “fue declarada una huelga general, pero todos los intentos por realizar una reunión pública, por parte de los huelguistas, fueron impedidos por (…) patrullas de policía montada (...) se cree que la mayoría de los líderes están arrestados” (17).
El operativo antiobrero continuó con persecuciones contra los dirigentes gremiales. Muchos obreros huyeron hacia el monte para evitar la “caza de brujas”.
Esta tragedia tuvo una investigación judicial inconsistente. En 1921, el proceso fue cerrado por el procurador fiscal. La barbarie continuó con asesinatos y desapariciones nunca esclarecidas, con el fin de terminar con el sindicalismo magallánico y generar el terror con el accionar policial y parapolicial.
La peonada rebelde
Estas confrontaciones obrero patronales tuvieron mucha influencia en toda la zona austral y en los sucesos que se desencadenaron.
La alianza de los estancieros con el poder se selló cuando el gobernador Edelmiro Correa Falcón fue nombrado secretario de la Sociedad Rural de Río Gallegos.
En ese contexto se produjeron los primeros intentos de organización gremial y medidas de acción directa en pos de mejorar las condiciones de vida de los peones rurales y de los trabajadores de la región.
Para superar tantos obstáculos y resistir a un poder casi absoluto, los trabajadores se dotaron de una dirigencia mayoritariamente anarquista y que, basada en sus férreos principios y combatividad, afrontaba con apasionamiento y voluntad de sacrificio asombrosos las dificultades.
En 1910 fue fundada la Federación Obrera de Río Gallegos (FORG). El primer movimiento huelguístico se produjo en la estancia “Mata Grande”, de Guillermo Patterson. El 15 de noviembre de 1914 llegó como delegado de la entidad el español Fernando Solano Palacios por las reiteradas denuncias y protestas de los hombres de campo. Se presentó a Patterson y le exigió que los obreros rurales no pagasen más la comida ni las herramientas para la esquila.
El estanciero no sólo rechazó la petición sino que trató de echar al dirigente. Palacios resistió, se alojó con los peones y el día siguiente se declaró la huelga. Pero la Justicia actuó ante el pedido patronal y detuvo y procesó a los sindicalistas. Palacios fue condenado a un año de cárcel por propiciar la primera huelga de la región.
Pero el paro se extendió a todas las estancias de los alrededores de San Julián. “Las peonadas habían bajado hasta el puerto y allí se pasaban haraganeando a la espera que los patrones revienten y tengan que llamarlos porque se estaba en plena época de esquila” (18).
Los estancieros contrataron esquiladores en Buenos Aires para sustituir a los huelguistas, pero al llegar al puerto fueron recibidos violentamente por los piquetes obreros. Los policías, que protegían a los desembarcados, recibieron más de cuarenta disparos. Luego iniciaron una persecución contra los activistas obreros que arrojó el saldo de 69 detenidos. De esta manera concluyó la primera experiencia huelguística. Si bien el resultado fue poco favorable, los reclamos obreros no fueron abandonados.
En numerosas oportunidades las luchas magallánicas repercutieron entre los trabajadores santacruceños. Se desarrollaron reiteradas muestras de solidaridad que retroalimentaron los vínculos.
A pesar de que se agitaba la defensa de la soberanía y se predicaba contra las apetencias de tierras de los chilenos, funcionarios de ambos países dieron muestras de trabajo mancomunado, toleraron que los uniformados atravesaran las fronteras para perseguir a activistas y tuvieron un mando unificado para enfrentar “al peligro apátrida”.
Los peones se sublevan
En los comienzos de 1920 la situación se agravó notablemente. La colocación de lanas en el mercado mundial sufrió la caída de los precios y el abarrotamiento de la materia prima en los depósitos ingleses hizo más inflexible todavía la posición de los estancieros.
Por otro lado, los trabajadores habían avanzado en su organización y en su conciencia de que la lucha era la única forma de mejorar sus condiciones de vida.
Los estancieros, con el gobernador a la cabeza, lanzaron una ofensiva sobre la entidad obrera. En momentos que se estaba desarrollando una asamblea, la policía allanó la sede y detuvo a una decena de dirigentes, entre ellos al español Antonio Soto. A pesar de la orden de liberación emanada de un juez, el gobernador la desoyó y se propuso aplastar al movimiento gremial. La reacción obrera no se hizo esperar. La huelga se extendió hacia el campo y numerosos contingentes de peones abandonaron sus tareas y marcharon hacia Río Gallegos.
En la ciudad, la policía se mantuvo activa persiguiendo y golpeando a los obreros rurales. En el allanamiento a una imprenta, fueron detenidos otros quince sindicalistas y la situación se agravó notablemente. Finalmente, el 1º de noviembre fueron liberados todos los detenidos. Pero esta confrontación fue el preludio de la huelga más grande de la Patagonia.
La llegada a la ciudad de una gran cantidad de peones rurales, permitió a la conducción organizar y adoctrinar a numerosos delegados obreros, que retornaron hacia las estancias con la idea clara de preparar un nuevo movimiento reivindicativo (19).
Una vez iniciada la huelga, numerosos peones regresaron a Río Gallegos. Al comienzo del conflicto, unos doscientos deambulaban por la ciudad; un par de semanas después, la cifra alcanzó a unos quinientos, generando una gran inquietud entre empresarios y autoridades.
El fortalecimiento del proceso huelguístico fue impulsando a una mayor audacia obrera. Comenzaron a acaparar armas y municiones, se frenó a un nutrido contingente de rompehuelgas y enfrentaron a balazos a los policías, poniéndolos en retirada con varias bajas.
Esta resistencia llevó a los uniformados a emplear métodos represivos más salvajes.
Ante la campaña desplegada por los ruralistas en Buenos Aires, el presidente Hipólito Yrigoyen determinó el envío de un contingente del Batallón 10 de Caballería, comandado por el teniente coronel Héctor Benigno Varela. Casi simultáneamente con la llegada de las tropas, se produjo el relevo del gobernador. El nuevo funcionario intentó una mediación que finalmente alcanzó la resolución del conflicto y el inicio de la zafra lanera.
La finalización de este largo conflicto generó entre los obreros la esperanza de que se iniciara un período de paz. En poco tiempo sus ilusiones se esfumaron (20).
Genocidio sureño
A pesar de lo elemental de las reivindicaciones, los estancieros sólo las aceptaron temporalmente. Una vez saciada su necesidad, desconocieron lo que habían firmado y recurrieron a sus influencias en el poder para liquidar a la organización obrera.
En febrero de 1921 la huelga recomenzó. El paro fue prácticamente total y el movimiento sindical conquistó la adhesión y solidaridad de la población urbana, que protegió a los activistas sindicales que fueron perseguidos por militares y policías.
La agudización del conflicto fue empujando a los protagonistas hacia un camino de no retorno. Las reivindicaciones sindicales devinieron en consignas de enfrentamiento frontal al sistema, una rebelión que fue en ascenso tanto en sus demandas como en su metodología. Los reiterados incumplimientos de los poderosos, la conciencia de que mejorar sus paupérrimas condiciones de vida era posible y la fortaleza de su lucha, llevó a los trabajadores rurales a un enfrentamiento por el todo o nada.
La dinámica del movimiento fue utilizada como un ariete para presionar al gobierno radical para que pusiera fin a la huelga. Varela fue enviado nuevamente al frente de un nutrido contingente de efectivos de caballería.
En agosto, una manifestación obrera fue atacada a balazos por agentes provocadores de los latifundistas, ocasionando decenas de víctimas. La reacción obrera fue decretar la huelga revolucionaria.
Las tropas del Ejército cercaron a los grupos obreros que habían ocupado los cascos de las estancias. Varela aprovechó la confianza que había conquistado en su anterior incursión, para exterminar a los dirigentes y activistas. También, jugaron en contra de los obreros las enormes distancias, el aislamiento y la incomunicación entre los contingentes gremiales. Esto fue aprovechado por el militar para aplastar al movimiento. Así, los huelguistas fueron aniquilados grupo a grupo.
Una vez que se rendían, los estancieros acompañaban a los uniformados para señalar a los más activos, que eran fusilados de inmediato. Las cifras del exterminio superan el millar de trabajadores. La población santacruceña sufrió un descenso de casi siete mil personas entre dos censos nacionales.
El balance oficial de esta barbarie nunca se conoció. Durante varias décadas se mantuvo en el más celoso ocultamiento. Sólo la investigación realizada por Osvaldo Bayer permitió sacar a la luz la magnitud de la represión militar, las matanzas ocasionadas y la complicidad entre los poderes económicos y gubernamentales.
Notas
1. Barbería, Elsa Mabel: “Los dueños de la Patagonia Austral”. En Todo es Historia Nº 318, enero de 1994.
2. Expediente de Tierras 7018, citado por Juan Belza: En la Isla del Fuego. Tomo III. Publicación del Instituto de Investigaciones Históricas Tierra del Fuego. Buenos Aires, 1977. Pág. 147.
3. Bayer, Osvaldo: La Patagonia Rebelde. Los Bandoleros. Editorial Planeta. Buenos Aires, 1992. Pág. 26.
4. Belza, op.cit., pág. 16.
5. Bayer, op.cit. pág. 25.
6. Vega Delgado, Carlos: La masacre en la Federación Obrera de Magallanes. Punta Arenas, 1996. pág. 19.
7. Vega Delgado, op.cit., pág. 34.
8. Iriarte, Gregorio, citado por Vega Delgado. Pág. 34.
9. Vega Delgado, op.cit. pág. 71.
10. Iriarte, Gregorio, citado por Vega Delgado, op. cit. Pág. 39.
11. Iriarte Gregorio. citado por Vega Delgado, op. cit. Pág. 40.
12. En El Magallanes 2 de diciembre de 1916. Citado por Vega Delgado, op. cit. Pág. 62.
13. En El Magallanes, 5 de diciembre de 1916. Citado por Vega Delgado, op. cit. Pág. 64.
14. En El Magallanes, 7 de diciembre de 1916. Citado por Vega Delgado, op. cit. Pág. 65.
15. Periódico El Trabajo, 2 de marzo de 1919. Citado por Vega Delgado, op. cit. Pág.133.
16. Vitale Luis. Interpretación marxista de la historia de Chile. Citado por Vega Delgado, op. cit. Pág.153.
17. En The Magellan Times, 28 de julio de 1920. Citado por Vega Delgado, op. cit. Pág. 223.
18. Bayer, Osvaldo: La Patagonia Rebelde. Los Bandoleros. Editorial Planeta. Buenos Aires, 1992. Página 36.
19. Bayer, Osvaldo: La Patagonia Rebelde. Los Bandoleros. La Patagonia Rebelde. Los Bandoleros. Editorial Planeta. Buenos Aires, 1992.
20. Bayer, Osvaldo, op.cit.