Los jóvenes vivimos en la contradicción constante de tener que ser máquinas de productividad para cumplir con las demandas del capitalismo, mientras, al mismo tiempo, nos sentimos acosados por una tensión casi irremediable a no hacer nada en el poco tiempo de ocio que tenemos. Vivimos continuamente en la dualidad entre la hiperproductividad insana y la procrastinación evitativa ante la faltad de motivación y el poco tiempo que podemos dedicar a lo que queramos.
Viernes 16 de diciembre de 2022
A veces nos pasamos nuestro tiempo libre mirando Tiktok, Instagram o Twitch, llenando nuestra memoria inmediata de vídeos o de contenido que siempre parecen no ser suficientes y que por lo tanto encadenamos uno tras otro, para no tener que enfrentarnos a una realidad agotadora. Pero, ¿qué hay detrás de esto? ¿Qué mecanismo nos obliga a buscar ese gozo inmediato, pero a veces tan inútil, y tan fuera de la realidad? Y, por otro lado, cuando todas las tareas se acumulan, o nos sentimos fatal con nosotros mismos, ¿qué terminamos haciendo? ¿Por qué esa doble condena y cómo librarnos de ella?
Cualquiera de nosotras tiene la respuesta al por qué de la procrastinación, hablando entre nosotras la encontramos fácilmente: ‘Es que llego a casa del curro, y estoy cansadísima’, ‘Llevo todo el día en la universidad y lo último que me apetece es ponerme a hacer más cosas’, ‘En el insti me enseñan a hacer sintaxis, cuando yo quiero estudiar ingeniería’. Los motivos son diversos, cansancio, aburrimiento, estrés fruto de planes educativos desconectados de nuestra realidad, sistema de calificaciones y exámenes, trabajos hiper precarios, esclavos y rutinarios que no nos motivan y están totalmente desconectados de nuestras inquietudes e intereses, pero todos nos llevan a la misma conclusión: desidia absoluta, pereza, incluso en cada vez más casos, depresión y ansiedad.
Por otro lado, tenemos la hiperproductividad, que puede venir de dos situaciones diferentes, la primera, una consecuencia inevitable de la procrastinación, tener que hacer esa tarea (o varias) que pospones, porque si no las haces tendrá consecuencias como suspender un examen, que te echen del curro, o que tus padres te regañen porque no has recogido el cuarto. La segunda, que el sistema te ha enseñado que es tu obligación, o incluso, aunque suene perverso, que eso que haces por obligación, te dignifica, te hace mejor persona.
Los mecanismos del sistema capitalista, no es que suenen perversos, es que lo son. Es un sistema que enseña a la clase trabajadora, o a los jóvenes que formarán parte o que vienen de ella, que el trabajo es fructífero, un medio para un fin concreto: el éxito en la vida y la realización personal. Que, si pones esfuerzo, ganas, y una sonrisa te superarás a ti mismo, llegarás a ser tu propio jefe y te parecerás a esos estereotipos que la clase burguesa te ha vendido desde que tienes uso de razón.
Y es perverso porque es mentira, y es una mentira necesaria para una clase dominante que roba los frutos de nuestro trabajo, pero que también nos arrebata nuestros deseos y aspiraciones, y que nos hace creer que sus intereses también son los nuestros. Una lógica que se alimenta de mitos como el de Jeff Bezos que creó una gran empresa desde un garaje es el ejemplo de lo que nunca ocurre, porque cuanta más plusvalía le sacan a la clase trabajadora, más se enriquecen ellos, no tendría sentido incentivar realmente la promoción de los que les sirven para seguir siendo ricos. Nuestro trabajo nos permite seguir viviendo para que sigamos produciendo para ellos, pero no es nuestra fuente de éxito ni de superación personal.
Una lógica meritocrática del neoliberalismo es ya de por sí falsa, pero además hoy, en medio de una crisis histórica del capitalismo y del modelo neoliberal, genera profundas frustraciones en la mayoría de los jóvenes hijos de trabajadores que se culpabilizan de “sus fracasos” y generando así estrés, ansiedad, depresión…
Es por eso que A la vez que te hacen creer que el trabajo es la vía para encontrar sentido a tu vida, el sistema también refuerza otros mecanismos para paliar la cruda experiencia diaria, para mantener a la clase trabajadora sosegada y alienada (por ejemplo viendo tiktoks compulsivamente, o en su momento, la televisión), que combina con la represión a cualquier intento de organización pues es consciente de su capacidad de organizarse y de superar el sistema que les mantiene en una vida de cansancio y falta de interés, en la que atormentan a chavales en los institutos y universidades con información que no les interesa para nada, sentados en silencio y obedeciendo a una figura de autoridad, prometiéndoles que estudiando eso que les imponen y que nadie les ha preguntado si quieren estudiar, podrán tener más dinero y vivir mejor, en vez de preguntarles si es útil para su desarrollo personal o si son felices haciendo lo que hacen.
Y por otro lado, ahogándolos cuando ya no están en el sistema educativo (o compaginando ambos), con trabajos precarios, rutinarios e insoportables durante demasiadas horas por un sueldo ínfimo, cuando hay gente que no tiene trabajo y que no puede ni permitirse comer. Sin ir más lejos el paro en los menores de 25 años supera el 30%. ¿Qué pasaría si, bajo control obrero, se repartieran las horas de trabajo para todos, y no hubiera una clase dominante que se quedara con la riqueza de lo que producimos? Si fuese así trabajaríamos todos pero trabajaríamos menos y conquistaríamos un verdadero “tiempo libre” no solo un tiempo para recuperarnos de la fatiga cotidiana.
Todas estas contradicciones propias del sistema capitalista, nos lleva a la juventud, cada vez más, a callejones que aparentemente no tienen salida, a naturalizar la explotación, a interiorizar la lógica meritocrática, a que no podamos permitirnos momentos de pereza, a que la tasa de suicidios sea cada vez más alta (en el Estado Español es la segunda causa de muerte juvenil), a que seamos cada vez más infelices, y a vernos impotentes para solucionar nuestros problemas. A que utilicemos las redes sociales, los porros, los videojuegos, como una satisfacción inmediata, y no como una forma de ocio real, que podría serlo. Son mecanismos paliativos inmediatos para tu ansiedad o para tu tristeza, que bloquean todos los pensamientos que puedas tener, y que te mantienen en esa infinita cadena de producción, para que puedas seguir aprendiendo a cómo comportarte como clase trabajadora, o, si ya curras, comiendo o teniendo un techo bajo el que vivir, aunque sea a duras penas.
Cuando pensamos todo esto, muchas veces podemos caer en el pesimismo, en dejarnos llevar por esa rueda capitalista que nunca para de girar y que nos arrastra, pero la realidad es que los hospitales, las fábricas, los colegios, no funcionan sin obreros, sin enfermeras, sin limpiadoras, sin profes y sin alumnos, pero sí sin patrones. ¿Qué pasaría si los quitáramos de la ecuación? ¿Qué cosas podríamos decidir la clase trabajadora? ¿Es que no son capaces los médicos, los enfermeros y las limpiadoras de organizarse para que funcione un hospital? ¿Es que no deberían decidir los alumnos, junto a los profesores, qué necesitan, quieren estudiar y cuál es la mejor manera? Si repartiéramos las horas de trabajo, si tuviéramos otro sistema educativo completamente diferente que no nos avocara al estrés, si no tuviéramos un ejército de desempleados que el capitalismo utiliza para precarizar al que sí trabaja, si utilizáramos la ciencia, la mecanización, las facilidades que nos da la tecnología, no para despedir a gente, sino para reducir la jornada laboral, que lleva siendo la misma de 8 horas más de un siglo, ¿cuánto tiempo nos quedaría para dedicarnos a lo que quisiéramos y sentirnos verdaderamente realizados? ¿Qué haríamos con toda esa energía y tiempo que no nos estaría robando el capitalismo?
El sistema capitalista nos lleva al agotamiento, nos limita el tiempo y las capacidades para que no pensemos en estas y en otras tantas cuestiones, nos hace conscientes sólo de nuestra tristeza y de nuestros males, pero no de que es un problema estructural, y no es una cuestión casual, es plenamente milimétrico: si la clase trabajadora pensara todo esto, y otras tantas cuestiones más de conjunto, si se uniera y se propusiera superar el sistema que la explota, el capitalismo no existiría, lo derrotaríamos. Para conseguirlo tenemos que transformar la tristeza individual en rabia colectiva, y la rabia colectiva en organización.
Hablemos de lo que los capitalistas no quieren que hablemos: de militancia revolucionaria. La militancia revolucionaria es precisamente el intento de unir a la clase trabajadora para derrotar el capitalismo, y también un ejercicio de valentía frente a todas las imposiciones de este sistema, es derrotar a la pereza cuando todo te obliga a ella, pero también pensar que es un derecho, y también que enfrentar a quienes mantienen estas dinámicas es la única vía para otra posible vida. Es plantearse todas estas cuestiones de qué pasaría en una sociedad socialista en cada paso que damos, en cada manifestación, en cada apoyo a sectores en lucha de la clase trabajadora, en cada universidad e instituto en los que comenzamos a construirnos, en cada sección sindical que conquistamos a la burocracia, en cada charla en la que peleamos las ideas del marxismo frente a la hegemonía neoliberal, en cada campaña política que denunciamos la impotencia estratégica del neorreformismo, en cada manifestación contra la extrema derecha y sus discursos de odio.
La juventud tiene derecho al tiempo libre y a usarlo como quiera, a desarrollarse a nivel personal, a pintar, a cantar, a leer, a explorar todos sus gustos, a disfrutar de su sexualidad, a desarrollar relaciones personales menos superficiales… Pero eso no nos lo van a regalar, será algo que tendremos que arrancarles de las manos, mediante la revolución, a los capitalistas quienes sí gozan del tiempo y del dinero porque nos lo arrebatan a la clase trabajadora.
La lucha por la pereza, por el tiempo libre, por la libertad de hacer lo que queramos, también es una lucha política, es una lucha socialista, y pensar en un mundo en el que, como decía Rosa Luxemburgo, seamos socialmente iguales, humanamente diferentes y totalmente libres, es la gran fortaleza y aspiración del socialista que lucha por una sociedad así cada día. Por una juventud que rompa todas sus cadenas impuestas por esta sociedad hecha a medida para unos pocos. Por una juventud que enseñe los dientes a los capitalistas luchando por la felicidad.