El 10 de octubre se conmemoró el día mundial de la salud mental, fecha que se establece para generar conciencia sobre las problemáticas relacionadas a la salud mental de la población. En este periodo de pandemia, trabajadores se han visto afectados psíquica y socialmente por varios factores- entre ello - la incertidumbre laboral, el confinamiento y hacinamiento de personas, el agobio laboral relacionado al teletrabajo, el cuidado de niñas y niños en el hogar sumado al trabajo doméstico. En fin, una enorme sobrecarga para trabajadores y trabajadoras que ha desarrollado puntos de tensión y re-posicionado los conflictos sociales y particulares antes velados por la enajenante rutina ¿Que re-elaborar en función de esta fecha entonces?
Lunes 12 de octubre de 2020
Chile venía de un contexto previo al estallido social donde la alta tasa de suicidios era preocupante. En septiembre del 2019 el Minsal anunciaba que más de 220 mil chilenos habían planificado su muerte y que más de 100 mil lo habían intentado, de los cuales el 20,3% de los sujetos correspondían a jóvenes entre 20 y 29 años
[1] .
Este alza en los actos suicidas, y sus causas, fueron graficadas en los rayados de las calles santiaguinas, en relación al 18 de Octubre. Frases como: “No se preocupan de la salud mental, bienvenidos a la catarsis colectiva”, “nosotrxs somos la generación que más deseo hemos tenido de morir”, “Todos lo comentan, nadie lo delata”, “¿Cuanta libertad vendiste hoy?”, “no estamos todas faltan las locas” “no era depresión, era capitalismo” , no son menores y reflejaron cierta vía de conducción del malestar psíquico individual y colectivo.
Sin embargo, a un año ¿Han cambiado las cosas en lo que se denomina salud mental? No intentamos dar un debate sobre el concepto moralizante de salud mental, pero sí destacar la poca o nula intención - reflejada en los hechos - de desarrollar el campo en la población.
Son hechos entonces:
Que siendo una de las principales demandas, el presupuesto en salud sigue siendo 2,1% del presupuesto general de salud, muy por debajo de las recomendaciones de la OMS.
Otro hecho es, el aumento en los trastornos afectivos y ansiosos en los conjuntos sociales durante la pandemia [2]. Aumento en la violencia intrafamiliar y particularmente de género, contra las mujeres [3].
Grupos de riesgo - definidos principalmente como aquellos que brindan asistencia a terceros (sector salud, bomberos, etc)- muestran mayor tasas de reacciones agudas al estrés, cronificados, traumatizaciones secundarias a eventos vitales intensos (como los fallecimientos masivos, el miedo al contagio y el estigma) e ideacion suicida. Sin embargo, no han habido más allá de semanas de aislamiento - que no siempre se aseguran- otras medidas de higiene mental y grupo de apoyo al personal en sí mismo [4].
Aumento en índices de pobreza, hambre y cesantía sobre un modelo económico que desde el estallido social volvió a evidenciar la inequidad y vulnerabilidad de la población [5].
Te puede interesar: El suicidio juvenil en tiempos de pandemia, cuarentena y crisis económica
Te puede interesar: El suicidio juvenil en tiempos de pandemia, cuarentena y crisis económica
El ’bournout’ del sistema de salud
No era nuevo y ya lo decían las estadísticas y listas de espera. El sistema de salud chileno, mercantil en su ética e ineficiente en la práctica, mostraba ya los desajustes y consecuencias en la población aún previo al estallido y luego, durante la pandemia.
Se hablaba de Bournaut antes del coronavirus. En aquel síndrome de fatiga, agotamiento y desesperación ante la productividad sin límite de exigencias del sistema - capitalista - gravitaba el desplome, incluso antes.
Los horarios extensos, la poca prevención y profilaxis en término de salud mental y condiciones estructurales precarias del sistema público, volvían a hospitales, centros de salud familiar y sector público, campos en donde se organizaban verdaderas tormentas de trabajadores sobre-explotados.
Y sobre ese campo minado de cuerpo desgastados, aún se habla de metas en salud. Aún se ausentan grupos de trabajo centrados en políticas públicas de salud mental. No hay contrato de más horas en psicólogos ni psiquiatras ni medicamentos. Las garantías GES de demencia ni siquiera avanzaron un paso, desde su pronunciamiento. Acá no hay planes reales, solo improvisación y licencias de estrés agudo por parte de trabajadores y trabajadoras.
Lo que antes era una crítica aguda por parte de sectores que veían con duda coberturas públicas de patologías mentales sin control ni horizontes, hoy es una realidad ¿cuántos pacientes bajo control o con resultados positivos reporta el sistema y políticas públicas de salud mental en Chile? ¿Cuántas horas de prevención en salud mental hay garantizadas para la población hoy en día y sobre todo en pandemia? ¿Se ha podido realmente dar sustento a la demanda de casos de trastornos cognitivos o demenciales en atención primaria? ¿Ha habido un conteo y seguimiento de los grupos de riesgo como lo son funcionarios de salud, para prevenir el agotamiento y fatiga?
Decimos que si antes de la pandemia no había un horizonte y contemplación de la salud mental como una necesidad primaria, la urgencia de atención a la crisis misma del coronavirus imposibilitó del todo o casi completamente ese tema.
Este modelo desgastado solo puede parir lo que sirve para subsistir y nada más, peor, lo que sirve para sostener la ganancia de unos pocos y miseria de la mayoría. Acá seguimos - como decía una historiadora de la Medicina- estando en la cloaca del siglo XV. Los hedores se manatienen. Cambia la ropa.