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Red Internacional
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OPINIÓN. Reflexiones sobre el mito del discurso populista

La semana pasada Evo Morales estuvo en el Perú, donde, por invitación del sindicato Federación Nacional de Trabajadores en la Educación - Fenate, participó en el foro “El papel de las organizaciones populares en los cambios políticos, económicos y sociales en América Latina”. Esta visita provocó una serie de reacciones de la derecha peruana que considera los discursos populistas de Morales y Castillo como si fueran comunistas. En esta nota reflexionamos sobre esto.

Lunes 16 de agosto de 2021

Evo Morales y Pedro Castillo en la ceremonia de toma de mando de Castillo (foto archivo, gestión.pe)

Evo Morales y Pedro Castillo en la ceremonia de toma de mando de Castillo (foto archivo, gestión.pe)

La visita del expresidente de Bolivia, ha provocado una serie de reacciones en los sectores de la derecha peruana por su participación en eventos relacionados a la gestión del presidente peruano, Pedro Castillo, y sostener actos privados, como su reunión con el Conare-Movadef, que es considerado como el “brazo legal” de Sendero Luminoso. Tanta es la preocupación por la presencia de Morales, que se está pidiendo investigar a la Contraloría General de la República el porqué de su visita.

Parafraseando a Marx, pareciera que un fantasma recorre el Perú: el fantasma del comunismo. Lo cual está fuera de toda realidad, pues la derecha peruana, incluida la boliviana, no tienen idea de lo que significa el comunismo, lo cual no les permite percibir que Morales y Castillo están lejos de ser una "amenaza comunista", ya que la política y el programa que levantan tienen el firme propósito de que actúen como administradores del Estado burgués y, por lo mismo, como garantes de un sistema basada en la generación de riqueza de una minoría a costa de la opresión y explotación de millones de trabajadoras y trabajadores; lo que evidencia que se ubican en las antípodas de las ideas socialistas y comunistas.

Quizá las palabras de Evo Morales han generan esta imagen, como las que expresó en la reunión que sostuvo con la Confederación General de Trabajadores del Perú (CGTP): “Tuvimos una reunión inolvidable con la CGTP, compartiendo experiencias de luchas por reivindicaciones sociales y cambios estructurales a los Estados sometidos al neoliberalismo” (…) “como trabajadores tenemos coincidencias en la lucha por la liberación de nuestros pueblos y por la paz con justicia social”(…) “La mejor forma de cambiar la parte política de un país, en nuestra experiencia, es la Asamblea Constituyente”. Quizá las trabajadoras, los trabajadores, campesinos, indígenas y el pueblo empobrecido peruano al no conocer de cerca lo que fue y es el Gobierno del MAS, se llenen de ilusiones y esperanzas con el discurso de Evo Morales, e imaginan que con el Estado Plurinacional de Bolivia se ha constituido un Estado diferente al capitalista. Nada más alejado de la realidad. En esencia el Estado no ha cambiado nada, sigue siendo, desde el punto de vista de su contenido y de las relaciones estructurales entre las clases y el imperialismo, un Estado capitalista, racializado, dependiente y semicolonial.

Solamente la lucha y la autoorganización de las y los trabajadores y el pueblo empobrecido garantizará la derrota definitiva del capitalismo y su modelo neoliberal, y no los cambios estructurales del Estado. Únicamente mediante una Asamblea Constituyente Libre y Soberana con medidas transicionales se podrá poner fin a la constitución fujimorista del 93, se podrá materializar un plan de emergencia que de manera inmediata derogue las leyes que promueven los despidos masivos (como la suspensión perfecta de labores) y la precarización laboral.

Si logramos imponer la Asamblea Constituyente Libre y Soberana con la lucha de las y los trabajadores y el pueblo empobrecido, se podrá votar medidas como el no pago de la deuda, la expropiación de los servicios públicos y de los grandes terratenientes, la nacionalización bajo control y administración de las y los trabajadores de empresas estratégicas como las vinculadas al negocio de la salud y la gran minería; la nacionalización con control obrero de la banca para poder generar el financiamiento requerido por los pequeños comerciantes y pequeños agricultores, y el no pago de la fraudulenta deuda externa para acabar con el saqueo nacional y poder contar con los recursos suficientes para repotenciar servicios básicos como salud, vivienda y educación.

Evo Morales: entre el discurso y la realidad

El programa económico, político y social del MAS a lo largo de su Gobierno estuvo sostenido dentro los marcos del capitalismo andino amazónico, en un discurso seudo revolucionario y “antimperialista”, y como diría Álvaro García Linera, representaba un paso intermedio para imaginar el socialismo: "...la construcción de un Estado fuerte, que regule la expansión de la economía industrial, extraiga sus excedentes y los transfiera al ámbito comunitario para potenciar formas de autoorganización y desarrollo mercantil propiamente andino y amazónico. (...) La idea es que tengan soporte económico, acceso a insumos, a mercados, que generen en su régimen económico (artesanal y familiar) procesos de bienestar. Quizá la movilidad social sea pequeña y la mayoría siga en economía familiar de pequeña y mediana escala, pero con mejores condiciones de vida y productividad. (…) En los siguientes 50 años predominará la economía familiar y la pregunta es qué hacer con ella, ¿te haces al loco, la quieres obrerizar? No, simplemente que vivan bien y que el Estado les ayude. La parte revolucionaria del planteamiento es potenciar sus capacidades de autogestión y autoorganización en una perspectiva expansiva. (…) Por ahora, hay dos razones que no permiten visualizar la posibilidad de un régimen socialista. Por un lado, existe un proletariado minoritario demográficamente e inexistente políticamente; y no se construye socialismo sin proletariado. Segundo: el potencial comunitarista agrario y urbano está muy debilitado.” (El "capitalismo andino-amazónico", Álvaro García Linera, Le Monde Diplomatique, enero de 2006).

Sobre la base de estos postulados -que están en las antípodas del marxismo revolucionario- quedó claro que el contenido económico social del programa del MAS no fue favorecer los intereses de la clase obrera, el campesinado pobre, los sectores populares más sumergidos de las ciudades ni a los pueblos originarios; sino, por el contrario, estuvo orientado a preservar y administrar los intereses generales de la clase dominante, considerando que todo programa económico basado en la propiedad privada de los medios de producción, el mercado y el estímulo de la acumulación capitalista sobre la base de la explotación y opresiones de los y las trabajadoras, responde a los intereses generales del capital internacional y de la burguesía nacional: como es la burguesía terrateniente y agroindustrial cruceña y la burguesía industrial, minera, comercial y financiera de La Paz.

El MAS desde un inició levantó un programa de Gobierno con el propósito de dar respuesta a la agenda de octubre y a las “tareas nacionales pendientes”, como la dependencia semicolonial, la opresión de los pueblos originarios, la reforma agraria, el atraso industrial del país, y las aspiraciones democráticas populares. Nada de las demandas de los trabajadores, campesinos, pueblos indígenas y los sectores empobrecidos del país, han sido llevadas a cabo, por el contrario, han sido traicionadas por el MAS porque las diluyó dentro de los marcos de la colaboración con la burguesía y el respeto a la propiedad capitalista.

Durante 14 años Evo Morales y el MAS construyeron un discurso anticapitalista y anticolonial, lo cual quedó en saco roto, pues salir de los marcos de la dependencia semicolonial, significa quebrar la sumisión económica, política, militar y cultural ante el imperialismo. Una muestra de esta charlatanería es que la producción hidrocarburífera sigue dependiendo de las operaciones que realizan las trasnacionales, a las que se recompensa con suculentos subsidios. Lo mismo sucede con las empresas mineras, que continúan depredando los recursos naturales y el medio ambiente. Sin embargo, vale recordar que, producto de la lucha de los trabajadores y trabajadoras contra el Gobierno del MAS, las únicas empresas nacionalizadas fueron Huanuni y Colquiri.

En su Gobierno, Evo Morales promulgó una serie de leyes que autorizan, alientan y financian la producción de biocombustibles de la mano de la burguesía agroindustrial del oriente boliviano, la CAINCO; y que avalan el desmonte de bosques tanto en tierras privadas como comunitarias bajo la excusa de un “manejo integral de bosques y tierras” y con el objetivo de que el sector ganadero realice contratos de exportación de carne vacuna a China. Con estas leyes el Gobierno del MAS favoreció la acumulación capitalista de los grandes empresarios privados y profundizó la política de fortalecimiento y colaboración del Estado con los agroindustriales y ganaderos del Oriente; y fortaleció a las clases dominantes que luego darían el golpe de Estado en noviembre del 2019.

En este sentido, la reforma agraria es impensable sin destruir la gran propiedad en el Oriente y sin transformar la realidad del minifundio en el Altiplano y los Valles. Reforma agraria significa chocar directamente con los intereses de la burguesía agraria, en favor de las necesidades de la masa campesina y de los miles sin tierra. Sin la liquidación del latifundio es imposible resolver la demanda de tierra y territorio de los campesinos y pueblos originarios.

Para contrarrestar esta realidad, García Linera ha construido otra “realidad paralela”, y para ello afirma que durante el Gobierno del MAS se había avanzado en superar lo que llamaba René Zavaleta, el “Estado aparente”: “Llamamos Estado aparente a la acción deliberada de los gobernantes y de su institucionalidad de crear un apartheid social. […] Bolivia fue un ejemplo, hasta el 2005, de Estado aparente. Un Estado construido en contra de lo indígena, en contra de la indianidad, en contra de la cultura y en contra de la mayoría de los pueblos indígenas”. (…) “Del Estado aparente se ha construido, no diríamos todavía Estado integral: se ha construido un Estado plurinacional que ha reconocido la diversidad de las instituciones, la diversidad de las culturas, la diversidad de las civilizaciones y de las regiones y está construyendo un sentido de universal, un sentido de unidad integral”.

En este sentido no vamos a negar que el MAS logró ciertas conquistas, como señala Javo Ferreira, “El conjunto de reformas constitucionales e institucionales que se implementaron en la última década, como las autonomías territoriales indígenas, la titulación de tierras priorizando a las mujeres en este derecho propietario, la inclusión de 36 lenguas en el estatus de “idiomas oficiales”, la ley contra el racismo, el surgimiento del pluralismo jurídico mediante la incorporación de la jurisdicción indígena, originaria, campesina, el respeto a los usos y costumbres de los pueblos originarios en la elección y nominación de sus autoridades tanto locales como para la Asamblea Legislativa Plurinacional y otras, son algunas de las medidas que, combinadas con una distribución mayor de la renta nacional, acompañada de un crecimiento sostenido por casi una década, permitieron que gran parte de la población sintiera una sustancial mejora en su nivel de ingresos y calidad de vida”. (El retorno de la lucha indígena y cómo pensar la revolución luego del golpe de Estado - Javo Ferreira).

Sin embargo, “si hay algo que demostró el golpe cívico militar, es que aquel “Estado aparente” lejos de haberse superado, se había conservado bajo los gobiernos de Evo Morales. Estaba agazapado, esperando el momento oportuno para emerger con su odio de clase, con su clericalismo fundamentalista, con su racismo, quemando wiphalas. La conciliación de intereses al interior del Estado burgués con los Camacho y los grandes capitalistas que dominan Bolivia, quedó expuesta como lo que era, una ilusión. Es ese “Estado aparente” al que ahora el MAS se dispone a legitimar con el acuerdo con los golpistas”. (Bolivia: lucha de clases y posiciones estratégicas - Matías Maiello).

Acabar con la opresión de los pueblos originarios significa no sólo desmontar algunos mecanismos para facilitar la “inclusión” y el reconocimiento “simbólico y cultural”, sino liquidar las fuentes materiales de esa opresión: la gran propiedad de la tierra, las relaciones sociales de explotación capitalista a las que el racismo les resulta funcional y garantizar plena autodeterminación para que los pueblos originarios decidan su propio destino.

La “revolución democrática y descolonizadora” del MAS durante los 14 años de Gobierno, estuvo limitada a algunos gestos simbólicos “inclusivos” y “consensuada” a través de acuerdos y pactos con la burguesía, como reconstruir, fortalecer y administrar por la vía progresista el régimen democrático burgués.

Nada de “democrático” fue este Gobierno en sus largos años en el poder, por el contrario, se ha apoyado en las instancias represivas del Estado burgués para perseguir y oprimir a sectores del movimiento obrero, como en ENATEX; para imponer el Estatuto del Funcionario Público en las empresas y reparticiones estatales para prohibir derechos laborales y de organización; para criminalizar la protesta social y la judicialización de los dirigentes sindicales opositores; o para favorecer los grandes negocios de los agroindustriales y las transnacionales de los agronegocios, reprimiendo y aplastando a sectores del movimiento indígena como en el TIPNIS, Chapete, la Nación Kara Kara, así como a sectores del movimiento campesino como sucedió con los cocaleros de los Yungas de La Paz, Achacachi, entre otros. Todo esto contribuyó a desarrollar las tendencias semibonapartistas y autoritarias del régimen, lo cual se desbocó con el golpe de Estado y con el régimen bonapartista policial de Áñez.

El colofón de la política y el programa del MAS termina en su nefasto aval al golpe de Estado del autoproclamado Gobierno de Áñez, y cogobernando con los golpistas. Esto pone en evidencia, una vez más, que el MAS al igual que en sus 14 años de Gobierno solo está interesado en mantener los negocios de sectores empresariales haciendo demagogia con las necesidades populares.

Si democracia ha de significar satisfacer las legítimas aspiraciones de las clase trabajadora, los campesinos y los pueblos originarios a la conquista y ejercicio de los más amplios derechos y a intervenir decisivamente en los destinos y la organización del país, no será mediante la democracia representativa burguesa, con sus mecanismos de engaño y su subordinación a la clase dominante la que podrá satisfacerlos; sino será fruto de una democracia más generosa, basada en la democracia de las organizaciones de los y las trabajadores y que sean ellos y ellas mismos los que decidan democráticamente su propio destino, participando no solo en la deliberación política cotidiana, sino en la planificación democrática de la economía.

La lucha por la recuperación del gas y los recursos naturales como lucha anticapitalista y antimperialista, sólo puede lograrse sobre la base de la expulsión de las transnacionales, la renacionalización de las empresas “capitalizadas” y la nacionalización de toda la industria petrolera, dejando de pagar la deuda externa, y denunciando los pactos y tratados económicos que atan el país a los intereses del imperialismo. Solamente con estas medidas podemos “recuperar la soberanía nacional” e iniciar un genuino proceso de industrialización del país, lo cual es impensable sin estas medidas y otras, como la nacionalización de la banca y el monopolio del comercio exterior (para proteger la producción local e impedir la fuga de recursos). Sin embargo, llevar hasta el fin este programa significa hacer añicos la propiedad capitalista y solamente puede ser garantizado con la lucha de las y los obreros, los campesinos, los indígenas y el pueblo pobre.

Recuperemos las banderas del socialismo

El socialismo no es una utopía. Por el contrario, sus ideas se basan en una teoría científica que analiza la realidad para transformarla de raíz. Se opone por completo al capitalismo y a todo su sistema de explotación y opresión. Por lo cual se plantea su destrucción, lo cual no tiene nada que ver con reformas parciales o con la humanización del capitalismo.

El objetivo del socialismo es terminar con la desigualdad social. Para lograrlo es necesario expropiar a los grandes banqueros, empresarios y capitalistas. Que las fábricas, los servicios, las tierras dejen de estar de estar en manos privadas y pasen a ser propiedad de todos los que trabajan, los que efectivamente hacen funcionar al mundo. Es el plan económico más racional que podría existir, frente a lo irracional que es el capitalismo que crea las guerras, el hambre, la destrucción del planeta, las enfermedades y la pobreza.

Si en el capitalismo la producción se basa en la ganancia de los empresarios a costa de la explotación de los y las trabajadores; en el socialismo la producción sería planificada y estaría al servicio de satisfacer las necesidades sociales de todas las personas. Los beneficios de la ciencia y la tecnología serían por fin para todos y todas.

En realidad, sólo el socialismo, que es una sociedad fundada en la cooperación de los productores, puede recuperar y recrear esos elementos estableciendo nuevas relaciones sociales y culturales, sin explotados ni explotación, fundadas en la abundancia y la apropiación racional de los recursos de la naturaleza. “Para conquistar esta nueva sociedad es necesario construir un partido revolucionario con hegemonía obrera, es decir, avanzar en la idea de alianzas obrera-campesina y popular, con un programa y estrategia, que agrupan a la vanguardia de la clase obrera como militantes activos y permanentes -decenas de miles, en momentos de ascenso de la lucha de clases- y que se proponen dirigir a millones, ganando “influencia de masas”. Un partido revolucionario que se propone dirigir sindicatos o “fracciones” de estos y demás instituciones de “tiempos de paz” de las masas. Pero lo hace en la perspectiva de forjar una dirección política y fracciones revolucionarias insertas en las principales concentraciones obreras de la industria y los servicios, para desde allí dirigirse al conjunto de la clase obrera y demás sectores oprimidos de la sociedad, impulsar la lucha revolucionaria y, en su curso, construir organizaciones del tipo de los “concejos obreros” o “soviets” que superen las fronteras “sindicales” y den forma al frente único para la lucha. Es decir, que se conviertan en los órganos de la revolución y del futuro gobierno de los trabajadores”. (Nuestra lucha por un partido que organice la vanguardia de la clase obrera – La Izquierda Diario).