Compartimos con nuestros lectores la segunda parte de una extensa conversación que, hace ya algunos meses, este cronista ha sostenido con el psicoanalista Enrique Carpintero, director de la revista Topía.
Mariano Pacheco @Pachecoenmarcha
Viernes 30 de octubre de 2015
Compartimos con nuestros lectores la segunda parte de una extensa conversación que, hace ya algunos meses, este cronista ha sostenido con el psicoanalista Enrique Carpintero, director de la revista Topía, que por en estos días está conmemorando sus 25 años de existencia. Revistar a Freud y, también, a Spinoza y Marx.
Relecturas que, lejos de ser mero retorno, funcionan como inspiración para pensar el presente y continuar contribuyendo a una crítica política de la cultura contemporánea.
Surfear la crisis
En tu libro La alegría de lo necesario. Las pasiones y el poder en Spinoza y Freud, publicado en 2003, aparece con mucha fuerza –seguramente por la cercanía en su escritura– toda la experiencia política y social en torno a –y que tiene su fecha-símbolo en– diciembre de 2001. Te quería preguntar entonces algo en relación al concepto de crisis, ya que en el libro aparece tematizado a partir de Freud (la crisis como un operador y un revelador). El kirchnerismo retoma a menudo el 2001, situándolo como el momento de crisis=infierno. Está bien que a las izquierdas se le suele criticar su “catastrofismo” en relación a este tema, pero pensaba que quizás se pueda analizar el concepto de crisis en otra clave, en relación a su momento productivo, no tanto en su aspecto económico (la precarización de la vida), sino político (la apertura a nuevas posibilidades). No sé qué pensás vos, como ves esa relación en lo que se denomina momentos de crisis y momentos de normalidad.
La mejor definición de crisis, creo, es la que brindó hace ya décadas Antonio Gramsci, cuando plantea que los momentos de crisis son cuando lo viejo ya no funciona y lo nuevo aún no termina de nacer. En el plano social, colectivo, pero también familiar y personal, es una definición que todavía funciona muy bien. Cuando desde ciertos sectores se critica el catastrofismo de la izquierda, lo que en realidad se sigue defendiendo son las relaciones sociales que producen pobreza y exclusión.
El poder trata de amenguar esa situación, que es gran medida lo que ha estado haciendo el kirchnerismo en estos años, sin poder lograrlo realmente. Porque en realidad es un patear la pelota para adelante. Estamos en un momento en donde hay una gran crisis del capitalismo a nivel mundial. Es cierto que el capitalismo ha ido saliendo de sus propias crisis a lo largo de su historia, pero ese proceso de ir saliendo implica un aumento del deterioro de las relaciones sociales. Esto es evidente, acá y en todo el mundo. La fractura entre los más ricos y los más pobres es cada vez mayor. Inclusive la calidad de vida de los sectores más desfavorecidos.
Es cierto: hoy se vive más y mejor que en otras épocas. ¿Pero quiénes son los que viven más y mejor? ¡Los que tienen mejor poder adquisitivo! El deterioro de la Salud Pública en detrimento de la Salud Privada es tremendo. Y paradójicamente, aunque no se diga, todavía sigue primando cierta idea del menemismo, el derrame, esa idea mágica de que en algún momento las mejoras van a llegar a todos, que se va a derramar la copa, esta vez de la mano de una supuesta burguesía nacional. La tendencia –y no lo dice solo la izquierda sino algunos ideólogos del capital también– es que se va hacia mayores niveles de confrontación social. Entonces, retomando lo que hablábamos al principio de esta charla, las condiciones en que se produce y se desarrolla el capital en las grandes ciudades sigue estando igual, o peor aún. Este es un fenómeno del capitalismo mundializado de la cual la Argentina no está exenta.
Retomando lo de 2001. En el libro se habla de un “nosotros”. ¿Cómo ves esa situación? ¿Se ha logrado construir un “nosotros”, o aún es un desafío?
La cultura hegemónica lleva a que nos encontremos solos y aislados frente al televisor o la computadora. El desafío es cómo enfrentarse a eso desde un espacio organizado. Desde un nosotros que produzca comunidad. Desde un nosotros que enfrente la lógica del poder capitalista. A mí me gusta mucho una idea que Giorgio Agamben retoma de Michel Foucault, que es la de dispositivo, definido básicamente como un espacio donde se da una red de relaciones que generan subjetividad (la universidad, la policía, los shoppings, lo que quieras: los dispositivos sociales). Agamben sostiene que el pasaje para que el ser viviente se convierta en un sujeto se produce cuando el ser viviente se incorpora a un dispositivo que le permite subjetivizarse. Eso ha pasado en todas las épocas de la humanidad. La diferencia con la actualidad, es que los dispositivos no llevan a un proceso de subjetivación sino de (des) subjetivación. Es más: hoy los dispositivos no solo nos (des) subjetivizan, sino que además nos cosifican, y de tal manera, que nos llevan a incorporarnos a este proceso en el que, a través de un celular, nos transformamos en un número, en internet un amigo de Facebook y así, en cada lugar, van generando un perfil para que sigamos consumiendo, y en función de modelos que están fuera de nuestros deseos y necesidades. Este es un punto central: ¿cómo pelear contra este proceso de (des) subjetivación? Bueno, hay que generar experiencias de encuentro, espacios de cada uno, personales, pero sobre todo espacios sociales y políticos en donde podamos luchar por nuestros deseos y nuestras necesidades. Donde nos podamos encontrar con nuestra alegría. Es decir, la alegría de lo necesario. ¿En qué sentido? En el sentido de potencia de ser.
Retomando a Spinoza
Carpintero cambia el tabaco de su pipa. Se para. Busca con la mirada un libro en la biblioteca y saca un ejemplar de su última publicación: El erotismo y su sobra. El amor como potencia de ser, también como La alegría de lo necesario, publicado por la editorial Topía. Comenta que allí retoma temáticas del libro de 2003, la figura de Spinoza, su concepción acerca de las pasiones alegres y las pasiones tristes. “Las primeras (el amor, la solidaridad) son las que nos llevan a la potencia”, dice, “y las segundas a la depresión, el odio, al decrecer de nuestra potencia”. Ante de continuar la conversación aclara que su mirada del filósofo no tiene nada que ver con cierta versión “light” que a veces puede verse sobre Spinoza. “La alegría y la tristeza en su época no eran entendidas como hoy”, remarca. Y complementa: “sencillamente porque la alegría es potencia de ser, que está ligada al deseo, y la tristeza a la impotencia. Ahí hay una articulación. Y eso no es en soledad”. Carpintero insiste en que, en Spinoza, todo esto está ligado al concepto de “multitudo”. Es decir, a un colectivo social, donde los cuerpos afectan y son afectados. Por eso dice que no hay nada más importante para un hombre que otro hombre. Uno no es potente reprimiendo las pasiones, sino que uno es potente en las pasiones. De allí que la forma de lograr manejar las pasiones sea a través de una razón apasionada, donde razonamiento y emoción se potencien mutuamente. De ahí el concepto, que aparece en Spinoza como un oxímoron, que es el “amor intelectual a Dios”, agrega, y recuerda que para el “pulidor de lentes” no existe un Dios transcendente, sino que Dios es inmanente y, por lo tanto, sinónimo de Naturaleza, de la cual el ser humano forma parte.
A veces hay cierta idea de que pasiones alegres comen por completo a un ser, haciendo desaparecer las tristes, cuando eso, según Spinoza, no es posible, ¿no?
Claro. El tema es cómo generar espacios en donde las pasiones alegres puedan subordinar a las tristes. Y esto, siguiendo a Spinoza, se logra a través de una política sostenida en una razón apasionada. Esto, hoy, evidentemente, solo se puede lograr en determinados momentos, en determinadas circunstancias, en espacios sociales y políticos que permitan esto. Entonces: ¿cómo generar una política del nosotros, desde un razonamiento que dé cuenta de las pasiones de este nosotros y permita desarrollar la potencia de este colectivo social? Esto, obviamente, lo planteamos en un plano filosófico, pero que tiene consecuencias prácticas sobre los factores sociales, económicos y políticos que nos llevan, bien a la impotencia o al desarrollo de nuestra potencia. Y ahí retomamos, por un lado a Marx y por otro a Freud. Lo que no podía pensar Spinoza en su época, y nosotros sí –a través de Marx– en la nuestra, es que en un colectivo social determinado no somos todos iguales, sino que hay clases sociales, y un enfrentamiento. Por otro lado, desde Freud, estamos hablando de las pulsiones-pasiones que se ponen en juego en esa interrelación de uno con los otros en una cultura determinada. Dar cuenta de esta multiplicidad de factores, en el plano político y social requiere determinadas perspectivas para poder avanzar. Por lo tanto, este “nosotros” –hoy– es inestable, en tanto se puede sostener durante un tiempo, que es el que permite ir avanzando en la construcción de un nosotros organizado que todavía, creo, no se ha logrado construir. Ese nosotros que pueda dar cuenta también de las singularidades. No un nosotros al que se subordinen todas las singularidades, como en el modelo estalinista, sino un nosotros en donde las singularidades se potencian en lo colectivo, en ese nosotros del que veníamos hablando.