Se cumplen 91 años del nacimiento de uno de los escritores más reconocidos de la ciencia ficción, autor de la obra que inspiró la famosa película Blade Runner.
Pablo Minini @MininiPablo
Sábado 14 de diciembre de 2019 00:00
Imagen: un grupo de científicos creó un androide a imagen y semejanza de Philip Dick, pero en un viaje perdieron la cabeza. El misterio nunca se develó pero se hizo esta foto para ponerle onda.
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Philip Kindred Dick y su hermana Jane nacieron el 16 de diciembre de 1928 en el centro de Estados Unidos.
Por una mera casualidad, un trabajador social visitó a la familia y descubrió que ambos bebés estaban desnutridos: Jane murió en el traslado al hospital, Philip sobrevivió. La lápida que los padres pusieron sobre la tumba tenía tallado el nombre de Jane, la fecha de nacimiento, un guión, la fecha de su muerte, el nombre de Philip, la fecha de su nacimiento y un guión: quedaba lugar para poner la fecha de su muerte.
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Desde el inicio mismo de su vida una lápida y un lugar en una fosa lo esperaban.
El padre se largó para siempre y la madre se dedicó a compensar aquella desnutrición inicial llenándolo de vitaminas y de analgésicos, crianza que pronto se convirtió en una hipocondría que la llevaba a temer las peores enfermedades. Philip desarrolló desde entonces el gusto por las pastillas, aunque cuando tuvo edad para decidir cambió las vitaminas por otras drogas.
Tuvo siempre buenas notas y se destacó como narrador desde el primer momento. Estudió en Berkeley, pero detestaba la vida académica. Fue a la misma escuela y al mismo tiempo que Ursula K. Le Guin, vivió cerca de Ray Bradbury, pero jamás se encontró con la primera y mientras el segundo idealizaba la realidad cotidiana desmembrándola en porciones más luminosas, Dick la penetraba para dejar ver su costado más escabroso. Trabajó en una tienda de discos y de presentador de un programa de radio de música clásica durante cuatro años y luego pasó el resto de su vida escribiendo las 36 novelas y los 121 relatos por los que lo recordamos.
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Según el escritor polaco Stanislav Lem, todos los escritores norteamericanos de ciencia ficción de los años 50s escribían sobre una batalla futura o tecnológica entre “nosotros” y “ellos” (ellos siempre eran los rusos, bajo distintos disfraces). “Nosotros” eran los buenos y encendían el ardor patriótico y ganaban al final, dejando de lado todas las diferencias para triunfar sobre los “ellos” invasores. (Pensemos en el primer El Eternauta, modelo local de esa ciencia ficción). Según Lem la ciencia ficción literaria no pasaba de un mero entretenimiento que se pretendía apolítico o, en el mejor de los casos, una literatura con pretensión de visionaria. Pero Dick era un distinto. Lem escribió un artículo titulado Philip K. Dick, un genio entre charlatanes, donde dice que Dick se saltó esa dicotomía para cuestionar directamente el concepto de realidad y de historia.
Para el polaco, mientras otros escritores de ciencia ficción señalaban y delimitaban sin lugar a dudas la fuente del desastre apocalíptico en lo social (guerras o invasiones extraterrestres) o naturales (las fuerzas elementales de la naturaleza), el mundo de Dick sufría cambios terribles por motivos que nunca se llegaban a descubrir. Los escritos de Dick abrían sentidos diversos, metafóricos, donde el mensaje no era claro: simplemente se dedicaba a romper la realidad y el devenir del tiempo y que cada cual viera qué hacía con eso.
Mientras en la ciencia ficción clásica la batalla termina al final, en el mundo de Philip Dick el lector termina la novela en medio de una batalla que recién comienza y cuyo fin es incierto.
En 1962 saltó a la fama con la novela El Hombre en el Castillo. Cuenta un fin de siglo XX donde los nazis y los japoneses ganaron la guerra, destruyeron a la URSS y colonizaron Estados Unidos. En ese mundo de ucronía se corre la voz de que hay un escritor ermitaño que escribió una novela donde la historia es diferente: los Estados Unidos y Rusia ganaron la guerra y Alemania y Japón quedaron destruidas.
Ese es el mundo de Dick: un universo donde la realidad está dada vueltas sin más, donde lo evidente de este mundo queda en duda.
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Escribió también Ubik, a mi juicio la mejor novela de “ciencia ficción”, donde un artefacto platónico, mitad idea absoluta, mitad dispositivo, sirve para devolver los objetos del mundo a su Idea arquetípica. Uso las comilllas para dejar en claro una diferencia: Dick no trata de explicar racionalmente lo que sucede, condición básica de la ciencia ficción.
Para él el desarrollo de la civilización es una continuación de las mismas tendencias actuales que vuelven al mundo un lugar monstruoso. Ubik es una novela donde el capitalismo ha alcanzado un nivel tal de deformidad que hasta los poderes psíquicos son comerciados y las personas con poderes son convertidas en empleados aburridos y grises de una corporación.
Escribió también ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?, que fue llevada al cine y conocida como Blade Runner, donde imagina un mundo agotado y al borde de la desaparición donde los humanos están rodeados de autómatas y replicantes y que le sirve a Dick como una larga discusión sobre la vida, la muerte y la naturaleza.
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En los ´70s Dick comenzó a tener visiones. Una inteligencia superior le dictaba partes de la realidad, lo hacía desconfiar de la CIA y del FBI, lo obligaba a estar contra la guerra de Vietnam y pelearse públicamente con Nixon e, incluso, a temer que Lem fuera en realidad un agente de la KGB que quería secuestrarlo como parte de una avanzada soviética en Estados Unidos.
Para los mediocres es tentador decir que Dick se convirtió en un místico que abandonó la literatura. Nada más lejos: fiel a su concepción de la literatura, siguió escribiendo, pese a millones de analgésicos, poetas beatniks, hippies, cinco matrimonios y peleas con todos los académicos que se encontró.
El 2 de marzo de 1982 murió, 53 años después de que su nombre fuera tallado en la lápida que hoy corona su tumba.
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