Punk, funk, reggae, hits, lisergia y caos des-controlado de seis tipos que dejaron su huella de bronce en un año sublime de la discografía rockera argentina. Habla Germán Daffunchio.
Juan Ignacio Provéndola @juaniprovendola
Sábado 22 de mayo de 2021 00:00
La primera vez que a los Sumo se les ocurrió la frase “Llegando los monos”, no se imaginaban grabando ese disco en los prestigiosos estudios Panda, mucho menos bajo la producción de un experto como Mario Breuer y ni hablar que publicados por la multinacional CBS. Ni remotamente estaba en sus cabezas que esa frase titularía un álbum emblemático, un parteaguas que mojonearía la cultura rock argentina y dejaría canciones para siempre.
Corría el verano de 1984, apenas habían grabado un casete que vendían en sus modestas presentaciones y estaban en serios problemas: habían alquilado una casa en Villa Gesell para todo enero, pero del balneario que los había contratado el mes entero decidieron despedirlos a la tercera noche. Entre mesas y bandejas, pizzas y sánguches de milanesa, una extraña banda hacía música que no había llegado a estas playas y pampas. Y su cantante, un pelado con pantalón de jogging que cantaba en inglés, esfuerza su español con cadencia italiana para decirle a la gente indiferente: “Ustedes son todos unos boluditos de mierda, parecen salidos de una publicidad de Coca Cola”.
Obligados a buscar otro lugar donde tocar no sólo para poder pagar el alquiler de la casa, sino también para comer, pegan un par de fechas y salen por la avenida 3, la calle principal de Gesell, a promocionarse a los gritos. “¡Llegaron los monos! ¡Esta noche toca Sumo!”. Alejandro Sokol había pasado del bajo a la batería desde que Stephanie Nuttal volvió a su Inglaterra natal durante la guerra de Malvinas y aún no estaba Ricardo Mollo. Esa experiencia dramática y desordenada abrió un paréntesis en Sumo: Sokol abandonó la banda, Luca Prodan se fue a Túnez con su hermano Andrea y, de regreso, el grupo se reagrupó con la formación que grabaría sus tres primeros discos oficiales. Llegando los monos sería el segundo.
El primero, Divididos por la felicidad, salió en 1985 y su título enmascaraba en su voluntariamente imprecisa traducción un homenaje a Joy División, grupo dilecto de Luca. A pesar de que hay una buena dosis de reggae (cuatro de las diez canciones), aún Luca estaba muy impregnado por sus influencias: por la música que lo había empujado a hacer música. La tapa misma destaca una coloratura post-punk: dos ballenas frente a frente en una orilla con el mar de fondo y el sol destellando, aunque fondeado por un cielo nublado y -lo fundamental- un filtro dominado de azules y celestes. Todavía hoy esa portada (aún sin escuchar la música que envolvía) rezuma cierta nostalgia y melancolía.
Sin despegarse del horizonte sonoro en el que Luca fungía como vértice de encuentro, el 22 de mayo de 1986 sale el segundo disco en formato vinilo y casete. La fecha aparece inscripta como si fuera un sello lacrado en uno de los pocos casos (sino el único) donde el día de publicación forma parte del arte de tapa de un álbum. Llegando los monos expresa un contenido más personal. Canciones bailables, triperas, oscuras, suicidas. Todo junto, pero no revuelto. Sumo a punto caramelo en un álbum cuya tapa dice mucho: un bulto tipo encomienda acordonado con una soga y amarrada con fuerza, pero cierta desprolijidad. En realidad se trataba de un paquete de un metro y medio de largo envuelto en tela que hizo el artista búlgaro Christo Javacheff en 1961, en el contexto de varias obras similares. La presentación oficial del álbum fue el 9 de agosto en Obras y de ahí salió el único videohome oficial de la banda: el mediometraje “Sumo en Obras”, de 55 minutos.
El año de los barriletes cósmicos
Aunque se espejarían con claridad en la década siguiente, el fútbol y el rock tuvieron en 1986 un año común de hitos fundamentales. Por un lado, Argentina campeona mundial en México, Maradona en estado de gracia y River ganando todo cuanto jugara (el campeonato local, su primera Copa Libertadores y la, hasta ahora, única Intercontinental). Por el otro, discos claves como Oktubre, de Los Redondos o Signos, de Soda Stéreo. Los cuales, al igual que Llegando los monos, tenían su doble faz: de ahí salieron “Jijiji” y “Persiana americana”, dos clásicos de clásicos (en la disco o en el bar), aunque a la vez “Motor pisco” y “No existes”, canciones de culto poco tocadas en vivo pero muy valoradas.
En esos mismos meses, Virus surfeaba el éxito de Locura con un disco en vivo de su presentación en Obras y Miguel Abuelo le daba el último aliento a Los Abuelos a través del emocionante Cosas mías. Tras su encuentro-desencuentro, Charly García y el Flaco Spinetta se sacan la manija con otros: el primero hace Tango junto a Pedro Aznar (de ahí salen “Pasajera en trance” y “Hablando a tu corazón”); el otro, Lalala, con Fito Páez, aunque también graba un disco solista, el audaz Privé, un fuera de serie (de serie spinettiana, por empezar). Los Violadores y V8, en tanto, se abren del registro que los identificaba (y los identificaría para siempre) de la mano de Fuera de sektor y El fin de los inicuos, sus álbumes “malditos”, los “distintos”, aquellos fuera de lo esperable y, por lo tanto, vistos en principio con cierto recelo.
En ese 1986 prolífico y fabuloso para el rock argentino, Sumo estampilló su placa de bronce con Llegando los monos, disco que permitió meter algunas canciones en radios y hasta ser invitados a programas de televisión. Una vez fueron al de Mario Sapag, el recordado imitador: Diego Arnedo, Superman Troglio y Germán Daffunchio aparecieron con trajes negros y medias rojas en la cabeza, y al final de la performance todos se dejaron caer al suelo como si hubiesen muerto. La grabación nunca salió al aire. En Feliz domingo para la juventud les fue mejor: hicieron una faena apoteósica un mes y una semana después de la salida del disco. Es decir, el domingo 29 de junio de 1986. Apenas unas horas antes de que Argentina le ganara a Alemania la final del Mundial de México.
Los seis magníficos
Desde la furia punk de “El ojo blindado” hasta la cadencia canábica de
“No Good” (que en realidad era de la Hurlingham Reggae Band, aquel proyecto paralelo de Prodan); desde el hit-funky radial de “Los viejos vinagres” (con frases interpelantes de ese contexto postdictadura como “para vos, lo peor es la libertad” y “juventud, divino tesoro” como indicador del reservorio moral entre conservadurismos) hasta el anti-hit depre de “Heroin”; desde la oda picaresca a la actriz italiana Virna Lisi de “TV Caliente” hasta las ironías de “Que me pisen” (“yo quiero cruzar por la barrera” cantaba Luca, a quien le sorprendió de Buenos Aires algo que jamás había visto ni en Roma ni en Londres: los pasos a nivel de los trenes).
Luca Prodan, Ricardo Mollo, Germán Daffunchio, Diego Arnedo, Roberto Pettinato y Superman Troglio se ponían al servicio de la canción cooperativa en la dirección que la música lo demande. Y los caminos podían ser insospechados.
Así, entonces, podía salir un trip lisérgico como “Cinco magníficos”. Una canción rara, en un entorno sórdido y con Luca recitando historias entre palabras que le llamaban la atención como “morfar”, “frivolidad”, “Yaciretá”, “Chivilcoy” y hasta “tra-la-lá” (?). Todo quizás muy flashero para la época: por eso casi veinte años después Las Pelotas decidió incluirla en su segundo disco en vivo pero con una relectura completamente distinta, más “audible”. “La versión que hicimos con Pelotas está buenísima. No sé por qué la dejamos de tocar. La versión original, en cambio… era un trip, jaja”, se ríe Germán Daffunchio en comunicación desde algún valle cordobés, donde vive. Muy cerquita de donde comenzó a embrionar Sumo, por cierto.
“Manuelito Benítez, es de Federación… hecho para saltar a la Nación”, recita Germán por teléfono, tal como lo hizo Luca en Llegando los monos. “Era un tipo que nos había contratado para tocar en Federación, Entre Ríos. Fue de las primeras veces que nos vio Andrea Prodan. Había venido justo a Argentina, estuvo primero en dos shows en el Einstein de Chabán y después nos vio en Federación y en Chajarí. Después Andrea, Luca y su hermana Michela siguieron para Misiones, querían conocer las cataratas. Pero si yo contara lo que fue esa pequeña gira entrerriana, jajaj. A veces me asombro de las cosas que hicimos. Muy loco. Creo que la versión original de “Cinco magníficos”, la que grabamos en Llegando los monos, salió de una zapada que hicimos en Córdoba con Luca. Pero en vivo no la tocábamos. Es que era… demasiado, jaja”.
Las composiciones de Sumo, efectivamente, solían salir de zapadas. La grabación de las bases de Llegando… en los estudios Panda fue rápida, duró apenas una semana. Pero la mezcla de cada canción tomaba todo un día, la noche y quizás su madrugada posterior: no había un “productor artístico”, un ordenador que rigiera o, por lo menos, desempatara. Cada cual tenía un perfil distinto y a veces eso desembocaba en disentimientos. Pero otras veces, cuando todos convergían en el mismo punto, daba lugar a cosas insuperables. Y así apareció una de las mayores gemas de Sumo: el trance explosivo de “Estallando desde el océano”.
El océano como origen y cumbre de Sumo
Todo comienza con una especie de siku sintetizado de ocho segundos que preludia la base rítmica de Arnedo y Troglio, hasta que finalmente Prodan entra al mismo tiempo que las guitarras de Mollo y Daffunchio. Un viaje hipnótico de Luca sobre las colinas, las praderas, trepando la tundra, bajando a la pampa, en París de primavera, en el viejo Pekín, en Katmandú, en Xanadú… hasta estallar desde el océano.
Ese mismo océano que dio origen al mundo, a la vida… y a la vida de Sumo: el océano que cruzó Prodan para venir de Europa a Argentina, y el océano que navegó Daffunchio en un barco petrolero hasta que decidió abandonar todo para ir al encuentro de ese romano que se había mudado a la casa de su hermana mayor Inés y de su cuñado Timmy McKern en las sierras cordobesas. “Esa canción es el pico de Sumo, el lugar hacia donde podía haber evolucionado nuestra música”, analiza Germán 35 años después. “Porque vos podés hacer un tema con una vuelta de acordes, pero otra cosa es que esa vuelta de acordes tenga vida. Y “Estallando desde el océano” posee eso. Realmente estás arriba del océano… estallando. En ese tiempo y en esa época, Sumo era una fusión de personas y personalidades muy distintas. Una amalgama de tipos muy diferentes. Pero “Estallando…” logra un equilibrio único. Ese era el camino por donde podía ir Sumo. ¡Era por ahí! Habíamos logrado una fusión entre todos que era una topadora, loco. Emocionante”.
“Esa canción nace en la casa de Diego (Arnedo), entre él y yo, con una batería electrónica. Tengo en la cabeza toda la secuencia de cómo fue creciendo ese tema. Lo recuerdo y se me pone la piel de gallina. Con Diego habíamos llegado a una química de laburo muy fuerte. Lo hacíamos muy bien juntos, la pasamos muy bien y estábamos noches y noches en Hurlingham”, rememora Germán con cierta nostalgia, a pesar de que asegura -y se propone- no vivir del pasado. Aunque el recuerdo sea un viaje entre mieles y dudas: “Después cada uno, desde su lado, trató de seguir con la antorcha prendida. Pero siempre me va a quedar esa espina por no saber hasta dónde hubiésemos llegado siguiendo desde ese punto”.