Hija de Adriana Calvo, en 1977 ambas sobrevivieron al Pozo de Banfield. A 14 años del fallecimiento de su mamá, un 12 de diciembre de 2010, habla del legado que dejó, de la resistencia de las mujeres ante los genocidas, del arte como vía transformadora y de su diálogo actual con la juventud en la universidad y en las calles.
Sol Bajar @Sol_Bajar
Miércoles 11 de diciembre 21:22
Teresa Laborde nació desaparecida en 1977, en el asiento trasero de un Falcon verde. Su mamá, Adriana Calvo, la parió esposada camino al Pozo de Banfield, el Centro Clandestino de Detención donde funcionó la principal “maternidad” del Circuito Camps, en la zona sur del conurbano bonaerense, durante la última dictadura cívico-militar en Argentina.
En ese lugar, ella y su madre sobrevivieron gracias a los cuidados de una veintena de mujeres que también estaban en cautiverio. “Mi mamá decía que eran unas leonas -cuenta- Para mí, sus hermanas eran como mis tías y sus mamás después fueron mis abuelas”.
Hoy, Teresa no se cansa de dar charlas en colegios y deja un mensaje en cada respuesta que da. Asegura que tiene “muchos giros” en su vida y que sobrevivió “para poder contar la historia”. Ella nació presa, pero pudo conservar su vida y su identidad. Su testimonio es una herramienta decisiva en la lucha contra la impunidad, la de ayer y la de hoy.
–Se conoce mucho tu historia pero, ¿cómo es ser Teresa Laborde?
–Es verdad, nadie lo pregunta. Les interesa cómo quedé, pero no qué hago. Soy docente de Historia del Arte en la Universidad de Lanús, me dedico a la investigación, la teoría, pero soy una Teresa con muchos puntos de giro.
–¿Cómo sería eso?
–Crecí sabiendo que había sobrevivido a algo que el resto de los bebés no; sabiendo que mi vida se la debía a 20 mujeres que se amotinaron en el Pozo de Banfield para que no me sacaran los milicos de los brazos de mi mamá. Eso es lo más importante que soy: el resultado de la solidaridad que tenemos en el ADN, que es lo que nos quisieron robar y no pudieron.
–¿Y qué otras Teresas sos?
–Soy una Teresa que nació desaparecida pero que no sólo no perdió la vida, sino que tampoco perdió la identidad. Y aunque no fue una tragedia natural sino terrorismo de Estado y genocidio, me pasa algo que supongo que les sucede también a los sobrevivientes de cualquier tragedia, que te salvas y decís: “¿Porqué me salvé yo y el resto no? ¿Qué voy a hacer de mi vida? ¿Voy a ser común, como cualquiera?”. Esa pregunta estuvo siempre. Pero esa Teresa también tuvo un momento de giro.
–¿Y cuándo fue ese giro?
–Después de la muerte de mi vieja. Siempre fue ella la que transmitió la historia, yo nunca me tuve que poner al frente. Algún documental, alguna nota, quizá. Pero ser Teresa después de su muerte fue otra cosa. Sobre todo, después del estreno de la película Argentina, 1985 yo sentí que tenía que hablar (NR: film del cineasta Santiago Mitre que relata el Juicio a las Juntas Militares por el genocidio que cometieron entre 1976 y 1983, un juicio donde la declaración de la madre de Laborde fue clave para la condena).
–¿Por qué?
Porque guste o no, puso sobre la mesa si en ese juicio se había hecho Justicia.
-¿Se hizo Justicia?
–Creo que la película deja ver que no.
–¿Por qué pensás que no se hizo Justicia?
–Porque a las Fuerzas Aéreas no las tocaron; porque salió la Ley de Punto Final y la Obediencia Debida; porque la Teoría de los dos demonios no se terminó de desmentir y el “no te metas” quedó grabado. Porque Jorge Antonio Berges, que era el médico de la policía bonaerense en Pozo de Banfield, y muchos otros, están en sus casas y saben dónde están los bebés que se robaron.
–Siempre hablás de tu mamá y tus tías cuando te referís a la lucha contra la impunidad, ¿qué rol creés que juegan las mujeres en ese espacio?
–Un rol muy importante, porque estamos siempre a la cabeza, porque somos las más pobres, las jefas de hogar, las que cuidamos el territorio, las que peleamos por los derechos humanos. Recuerdo por ejemplo de chiquita ver a Hebe (de Bonafini, titular de Madres de Plaza de Mayo ya fallecida) en el living de mi casa y también en la plaza, toda heroína, gigante, enfrentando a la Policía montada. Mujeres fuertes, no solo mi vieja. En el caso de las sobrevivientes, yo las escuché de chiquitas. Las escuché preparar sus testimonios. A otras no las conocí, aunque me tuvieron en brazos. Y mi mamá decía que eran unas leonas, y en mi caso además sus hermanas eran como mis tías, y sus mamás después fueron mis abuelas.
–¿Se puede decir que en este terreno también hay una cuestión de género?
–Claramente. Fue bien patriarcal la actitud del genocidio. Bajo la dictadura se violaba a las mujeres para someterlas, para disciplinarlas. Y hubo mujeres que estuvieron para desenmascararlo: mi mamá, que fue la primera testigo de contexto en un juicio de lesa humanidad; sus abogadas, que eran Myriam Bregman y Guadalupe Godoy. Ahí también eran todas mujeres. Y no es casual. No se hablaba de sororidad, pero esos lazos eran tan fuertes que no se rompieron nunca.
–¿Hace falta pensar este tema?
–Claro que hace falta pensarlo. Fijate cómo en ese momento no incorporaban la violacion como delito agravado, como violencia de género. Había mujeres que en su testimonio ni siquiera contaban que habían sido violadas. Tampoco existía la figura del genocidio. Ahora sí, y muchas cosas siguen pasando igual. Porque esa gente que torturaba y se enseñaba con las mujeres y las compañeras trans, siguió y sigue ejerciendo en la Policía bonaerense con las mismas prácticas.
Teresa, el arte y la educación: “la plenitud de hacer lo colectivo”
Teresa Laborde es docente de Historia del Arte en la Universidad de Lanús y participa del Centro Interactivo de Ciencia y Tecnología, Abremate, de esa casa de estudios. Se dedica a lo que ella llama “la teoría” del arte, pero no siempre fue así. Fue bailarina, actriz, circense y casi acróbata. Cuenta que en esta área de su vida, Teresa también tuvo giros.
–¿Cómo llegaste al arte?
–Al arte llegué de muy chiquita. Ya a los 8 años hacía teatro, jugaba mucho sola, creían que era autista porque no le daba bola a nadie.
–¿Creés que el arte funcionó como una herramienta de sanación?
–No lo pensé así cuando lo ejecutaba. Ahora me doy cuenta que sí, pero no lo elegí por eso. El arte me llevó de viaje por Uruguay, Ecuador, Cuba. Yo ya hacía circo y empecé con acrobacia aérea. Y ahí, un día, me desmayé y empecé con problemas en la espalda. La manera en que yo nací hizo que finalmente me dedique a la Historia del arte, a la teoría, que no pueda seguir haciendo danzas, teatro, tablas. La columna siempre estuvo dobladita.
–¿Por qué?
–Porque mi mamá me parió en la parte de atrás de un auto, esposada, rodeada de policías. Yo caí en el piso, quedé colgando del cordón. Cuando conseguí una beca para estudiar en Cuba en 2001 me tuve que hacer aptos físicos y ahí saltó que tenía la espalda llena de escoliosis pronunciadas. Ya un osteópata me había diagnosticado algún trauma al nacer (ríe). Me terminaron diciendo que me tenía que poner un corset a lo Frida Kahlo y operarme o dedicarme a otra cosa. Por eso terminé estudiando Historia del arte, teoría.
–¿Y lo disfrutás?
–Mucho. Ahora en la Universidad de Lanús trabajo en el Centro Interactivo de Ciencia y Tecnología, Abremate, y doy clases en el Departamento de Humanidades y Artes, en las carreras de Audiovisión y diseño y Comunicación visual. Hablo todo el tiempo con los pibes. El ambiente, la guerra, la falta de agua, la falta de empatía, la alienación en la pantalla, cómo nadie se mete… Son temas que les preocupan, entonces también trabajamos eso con el arte. Además doy muchas charlas en colegios, aunque eso no es un trabajo. Es parte de mi compromiso más militante, como hija, como sobreviviente.
–¿Y qué es lo que más te gusta de esas charlas en los colegios?
–Transmitir, tratar de abrir cabezas. Una vez en un colegio me preguntaron qué podía decirles para incentivarlos a luchar por sus derechos. Entonces yo les dije que te da plenitud. Es lo que vi siempre en mi mamá. Porque una cosa es tener un arrebato de éxtasis, de alegría, que es efímero, pero lo distinto es la plenitud de hacer lo colectivo. Tener empatía, estar con otros, siempre te va a hacer bien. Hoy por ejemplo, para mi, es estar con los jubilados y los estudiantes, y no dejarlos solos. Eso también es luchar por los Derechos Humanos, de ayer y hoy.
–¿A qué te referís con los derechos humanos de hoy?
–En las últimas décadas se habló mucho de la dictadura, pero casi exclusivamente de la que se vivió entre 1976 y 1983. Es como si de 1983 a esta parte de la historia no se hubiera violado un derecho humano más. Se dejó de hablar de los chicos que tenían hambre. Y eso también fue el Plan Cóndor, el plan económico de la dictadura. Yo siempre les pregunto a los chicos si saben cuánto había de pobreza cuando empezó el golpe militar. Y nadie sabe, pero era del 4%, y los 30 mil que se llevaron justamente lo que querían es que no hubiera ni ese 4%. A eso hay que apuntar.
–Los analistas políticos aseguran que el ascenso de Javier Milei, hasta llegar a ser Presidente, está vinculado al apoyo de los jóvenes. ¿Coincidís con ese análisis?
–Con el discurso de “las fuerzas del cielo”, lograron instalar que la solución tiene que venir de arriba hacia abajo. Pero la verdad es que esto no lo trajo sólo Milei. Si fuera así, nosotros como familia o cualquier sobreviviente, no hubiéramos tenido todas las amenazas que tuvimos en estos más de 40 años. En los ‘80 porque estaba el Juicio a las Juntas, en los ‘90 por la lucha contra el indulto a los genocidas; en los 2000 porque desapareció Julio López. La derecha nunca se fue porque nunca la sacaron. Pero como decía mi mamá, y yo trato de transmitir en los colegios, “nosotros somos muchos más”.
–¿Cómo te sentís hoy con Teresa Laborde?
–Me siento bien. Entendí que sobreviví para poder contar la historia. El teatro, la docencia me dieron esto de poder encarar un tema que no es fácil. Ir a los colegios y contarlo es una manera de ser Teresa, y es lo mismo que hacía mi mamá y sus compañeras.
*Entrevista originalmente publicada en Eter Digital.