A continuación presentamos un texto de León Trotsky donde desarrolla una serie de fundamentos sobre el papel y la utilización de las consignas democráticas por parte de lxs revolucionarixs, y en especial la de Asamblea Constituyente. ¿Cuál es la significación del planteo de Asamblea Constituyente? ¿Por qué son fundamentales las consignas democráticas en la experiencia de las masas trabajadoras y pequeñoburguesas? ¿Qué relación guardan con el desarrollo de organismos de autoorganización como los Soviets (Consejos)? Estas son algunas de las muchas preguntas que Trotsky aborda aquí.
Escrito en 1928, los debates que plantea Trotsky están enmarcados en la situación creada por la derrota de la Revolución china de 1925-27. En esta derrota había tenido un papel clave la política del Partido Comunista de subordinación al nacionalismo burgués del Kuomintang, seguida a finales de 1927 por una orientación ultraizquierdista que profundizó el retroceso de la clase obrera (para conocer más sobre el proceso, ver: La revolución china 1925-1927).
El extracto que presentamos a continuación corresponde al artículo “La cuestión china después del VI Congreso”. Este y otros textos pueden encontrarse en el libro Stalin, el gran organizador de derrotas. La III Internacional después de Lenin, publicado en las Obras Escogidas de León Trotsky por Ediciones IPS y el CEIP (en coedición con el Museo Casa de León Trotsky de México). Para quienes quieran leerlo completo se encuentra disponible en formato digital aquí o pueden comprar el libro impreso aquí.
Los soviets y la Asamblea Constituyente
Esperamos que no sea necesario plantear aquí el problema general de la democracia formal, es decir, de la democracia burguesa. Nuestra actitud con respecto a ella no tiene nada en común con la negación estéril del anarquismo. La consigna y las normas de la democracia se presentan bajo formas diversas para los diferentes países según la etapa en que se encuentre la evolución de la sociedad burguesa. Las consignas democráticas contienen durante cierto tiempo ilusiones y engaños, pero encierran en su seno una fuerza histórica estimuladora:
Mientras la lucha de la clase obrera por todo el poder no esté a la orden del día, tenemos el deber de utilizar todas las formas de la democracia burguesa [1]].
Desde el punto de vista político, la cuestión de la democracia formal recubre el problema de nuestra actitud no solamente frente a las masas pequeñoburguesas, sino también frente a las masas obreras, en la medida en que estas últimas no hayan adquirido todavía una conciencia revolucionaria de clase. En condiciones en que progresaba la revolución, en el momento de la ofensiva del proletariado, la irrupción en la vida política de las capas de base de la pequeñoburguesía se manifestó en China a través de revueltas agrarias, conflictos con las tropas gubernamentales, huelgas de todo tipo, la masacre de los pequeños administradores. En la actualidad, todos los movimientos de este tipo disminuyen claramente. La soldadesca triunfante del Kuomintang [2] domina la sociedad. Cada día de estabilización producirá choques cada vez más numerosos entre este militarismo y esta burocracia, por una parte, y por la otra no solamente los obreros avanzados, sino también la masa pequeñoburguesa predominante en las ciudades y en el campo e incluso, dentro de determinados límites, la gran burguesía. Antes de que el desarrollo de estas colisiones las transforme en una lucha revolucionaria clara, pasarán, según todos los datos, por un estadio “constitucional”. Los conflictos entre la burguesía y sus propias camarillas militares se extenderán inevitablemente, por medio de un “tercer partido” o por otras vías, a las capas superiores de las masas pequeñoburguesas. En el plano económico y cultural, estas masas son extraordinariamente débiles. Su fuerza política potencial se reduce a su número. Las consignas de la democracia formal conquistan o son capaces de conquistar no solamente a las masas pequeñoburguesas, sino también a las grandes masas obreras, precisamente porque les ofrecen la posibilidad (al menos aparente) de oponer su voluntad a la de los generales, los terratenientes y los capitalistas. La vanguardia proletaria educa a las masas sirviéndose de esta experiencia y las lleva hacia adelante.
El ejemplo de Rusia muestra que cuando progresa la revolución el proletariado organizado en soviets puede, por medio de una política correcta dirigida hacia la conquista del poder, arrastrar al campesinado, hasta hacerle chocar frontalmente con la democracia formal personificada por la Asamblea Constituyente y empujarle por el camino de la democracia soviética. En cualquier caso, no se llega a estos resultados oponiendo simplemente los soviets a la Asamblea Constituyente, sino arrastrando a las masas hacia los soviets, conservando siempre las consignas de la democracia formal hasta el momento de la conquista del poder e incluso después.
Es un hecho histórico plenamente establecido y absolutamente indiscutible que en septiembre, octubre y noviembre de 1917, en virtud de una serie de condiciones particulares, la clase obrera de las ciudades, los soldados y los campesinos de Rusia estaban preparados de un modo excepcional para aceptar el régimen soviético y disolver el parlamento burgués más democrático. Y pese a ello, los bolcheviques no boicotearon la Asamblea Constituyente, sino que participaron en las elecciones, tanto antes como después de la conquista del poder político por el proletariado […].
Incluso unas semanas antes de la victoria de la República Soviética, e incluso después de esta victoria, la participación en un parlamento democrático burgués, lejos de perjudicar al proletariado revolucionario, le permite demostrar con mayor facilidad a las masas atrasadas por qué semejantes parlamentos merecen ser disueltos, facilita el éxito de su disolución, aproxima el momento de “la caducidad política” del parlamentarismo burgués [3].
Cuando adoptamos las medidas prácticas directas para dispersar la Asamblea Constituyente recuerdo cómo Lenin insistió especialmente en que se hiciera venir a Petrogrado uno o dos regimientos de cazadores letones, compuestos sobre todo de obreros agrícolas. “La guarnición de Petrogrado es casi enteramente campesina; puede vacilar ante la Constituyente”. Así expresaba Lenin sus preocupaciones. En este asunto no se trataba en absoluto de “tradiciones” políticas, porque el campesinado ruso no podía tener tradiciones serias de democracia parlamentaria. El fondo del problema es que la masa campesina, una vez que se ha despertado a la vida histórica, no se siente inclinada de ninguna manera a confiar desde su inicio en una dirección proveniente de las ciudades, incluso si es proletaria, sobre todo en un período no revolucionario; esta masa busca una fórmula política simple que exprese directamente su propia fuerza política, es decir, el predominio del número. La expresión política de la dominación de la mayoría es la democracia formal.
No hay que decir que sería una pedantería digna de Stalin afirmar que las masas populares no pueden y no deben jamás, bajo ninguna circunstancia, “saltar” por encima del escalón “constitucional”. En algunos países, la época del parlamentarismo dura muchas décadas, incluso siglos. En Rusia, este período no se prolongó más que durante los pocos años del régimen seudoconstitucional y el único día de existencia de la Constituyente. Históricamente, se pueden concebir perfectamente situaciones en las que no existan siquiera estos pocos años y este único día. Si la política revolucionaria hubiera sido correcta, si el Partido Comunista hubiera sido completamente independiente del Kuomintang, si se hubieran formado soviets en 1925-27, el desarrollo revolucionario habría podido conducir a la China de hoy a la dictadura del proletariado sin pasar por la fase democrática. Pero incluso en ese caso la fórmula de la Asamblea Constituyente que el campesinado no ha ensayado en el momento más crítico, que no ha experimentado y que, por lo tanto, le ilusiona todavía, habría podido, tras la primera diferencia seria entre el campesinado y el proletariado, al día siguiente mismo de la victoria, convertirse en la consigna de los campesinos y de los pequeñoburgueses de las ciudades contra los proletarios. A pesar de todo, los conflictos importantes entre el proletariado y el campesinado, incluso en condiciones favorables a su alianza, son absolutamente inevitables, como lo demuestra la Revolución de Octubre. Nuestra mayor ventaja residía en este hecho: la mayoría de la Asamblea Constituyente se había formado durante la lucha de los partidos dominantes por la continuación de la guerra y contra la confiscación de la tierra por los campesinos; por consiguiente, estaba seriamente comprometida a los ojos del campesinado en el momento en que fue convocada.
¿Cómo caracteriza la resolución del Congreso [4], adoptada tras la lectura del informe de Bujarin, el período actual del desarrollo de China y las tareas que se desprenden? El párrafo 54 de esta resolución dice:
En la actualidad, la tarea principal del Partido –durante el período comprendido entre dos oleadas de ascenso revolucionario– es luchar por conquistar a las masas, es decir, que debe realizar un trabajo de masas entre los obreros y los campesinos, restablecer sus organizaciones, utilizar todo descontento contra los terratenientes, los burgueses, los generales, los imperialistas extranjeros.
Aquí hay realmente un ejemplo clásico de doble sentido, del tipo de los más célebres oráculos de la antigüedad. El período actual es caracterizado como “comprendido entre dos oleadas de ascenso revolucionario”. Esta fórmula nos resulta conocida. El V Congreso la había aplicado a Alemania. Toda situación revolucionaria no se desarrolla uniformemente, sino que conoce flujos y reflujos. Esta fórmula ha sido elegida con premeditación para que no se pueda pensar al interpretarla que confiesa la existencia de una situación revolucionaria, en la cual se produce simplemente una pequeña “calma” antes de la tormenta. Casualmente, se podría creer también que admite que transcurrirá todo un período entre dos revoluciones. Tanto en un caso como en otro, será posible comenzar una futura resolución con las palabras “como habíamos previsto” o “como habíamos predicho”.
En todo pronóstico histórico hay, inevitablemente, un elemento condicional. Cuanto más breve es el período considerado, más importante es este elemento. En general, es imposible establecer un pronóstico que evite que los dirigentes del proletariado tengan que analizar más tarde la situación. Un pronóstico no fija una necesidad invariable; es su orientación lo que tiene importancia. Se puede y se debe ver hasta qué punto todo pronóstico es condicional. Se puede incluso, en determinadas situaciones, presentar numerosas variantes para el futuro, delimitándolas de forma reflexiva. Finalmente, en el caso de una situación problemática, se puede, a título provisorio, renunciar totalmente a establecer un pronóstico y aconsejar simplemente esperar y ver. Pero todo eso debe ser hecho clara, abierta y honestamente. A lo largo de los cinco últimos años, los pronósticos de la IC no han sido directivas sino trampas para las direcciones de los partidos de los diversos países. El objetivo principal de estos pronósticos es inspirar la veneración por la sabiduría de la dirección y, en caso de derrota, salvar el “prestigio”, ese supremo fetiche de los débiles. Es un método que permite obtener revelaciones de los oráculos y no proceder a análisis marxistas. Presupone, en la práctica, la existencia de “chivos expiatorios”. Es un sistema desmoralizante. Los errores ultraizquierdistas de la dirección alemana en 1924-25, justamente, procedían de la misma manera pérfida de formular con doble sentido una opinión sobre las “dos oleadas del ascenso revolucionario”. La resolución del VI Congreso puede producir otras tantas desgracias.
Hemos conocido la oleada revolucionaria de antes de Shangai y después la de Ou Chang. Ha habido muchas otras, más limitadas y más localizadas. Todas se basaban en el ascenso revolucionario general de 1925-27 [5]. Pero este ascenso histórico ha terminado. Hay que comprenderlo y decirlo con claridad. De ello se desprenden consecuencias estratégicas importantes.
La resolución hace referencia a la necesidad de “utilizar” todo descontento contra los terratenientes, los burgueses, los generales y los imperialistas extranjeros. Esto es indiscutible, pero es demasiado impreciso. ¿Cómo “utilizarlo”? Si estamos entre dos oleadas de ascenso revolucionario, entonces toda manifestación un poco importante de descontento puede ser considerada como el famoso “comienzo de la segunda oleada” (según Zinoviev y Bujarin). Entonces la consigna propagandística de la insurrección armada deberá convertirse rápidamente en una consigna de acción. De ahí puede nacer un “segundo acceso” de putschismo. El Partido utilizará de una forma totalmente distinta el descontento de las masas si lo considera situado en una perspectiva histórica correcta. Pero el VI Congreso no dispone de esta “bagatela” –una perspectiva histórica correcta– en ninguna cuestión. Esta laguna hizo del V Congreso un fracaso. Debido a esto, toda la IC puede quebrarse.
Después de haber condenado de nuevo las tendencias putschistas a las que ella misma prepara el terreno, la resolución del Congreso continúa: “Por otra parte, ciertos camaradas han caído en un error oportunista: levantan la consigna de la Asamblea Nacional”. En qué consiste el oportunismo de esta consigna es algo que no explica la resolución. Solamente el delegado chino Strajov, en su discurso de clausura sobre las lecciones de la Revolución china, intenta dar una explicación. Esto es lo que dice:
Por la experiencia de la Revolución china vemos que cuando la revolución en las colonias [¿?] se acerca al momento decisivo la cuestión se plantea claramente: o bien la dictadura de los terratenientes y de la burguesía, o bien la del proletariado y el campesinado.
Naturalmente, cuando la revolución (y no solamente en las colonias) “se acerca al momento decisivo”, entonces toda forma de actuar como se ha hecho con el Kuomintang, es decir, todo colaboracionismo, es un crimen de consecuencias fatales: no se puede concebir entonces más que una dictadura de los poseedores o una dictadura de los trabajadores. Pero como ya hemos visto, incluso en momentos semejantes, para triunfar de forma revolucionaria sobre el parlamentarismo no se lo debe negar estérilmente. No obstante, Strajov va todavía más lejos: “Allí [en las colonias. NdLT] la democracia no puede existir: solo es posible la dictadura burguesa abierta. No puede haber ninguna vía constitucional”.
Esto es extender de forma doblemente inexacta una idea correcta. Si en los “momentos decisivos” de la revolución la democracia burguesa se ve inevitablemente torpedeada (y no solamente en las colonias), esto no significa en absoluto que esta sea imposible en los períodos interrevolucionarios. Pero precisamente Strajov y todo el Congreso no quieren reconocer que el “momento decisivo” durante el cual los comunistas se complacían en las peores ficciones democráticas en el seno del Kuomintang ya ha pasado. Antes de un nuevo “momento decisivo” hay que atravesar un largo período durante el cual se deberá abordar de una forma nueva los problemas viejos. Afirmar que no puede haber en las colonias períodos constitucionales o parlamentarios es renunciar a utilizar unos medios de lucha absolutamente esenciales y es, sobre todo, hacer difícil para uno mismo una orientación política correcta; es empujar al partido a un callejón sin salida.
Decir que para China, como, por otra parte, para todos los demás Estados del mundo, no existe salida hacia el desarrollo libre, dicho de otra forma, socialista, por la vía parlamentaria es algo correcto. Pero decir que en el desarrollo de China o de las colonias no puede haber ningún período o etapa constitucional es algo distinto e incorrecto. En Egipto había un parlamento, ahora disuelto. Es posible que renazca. A pesar de su estatuto semicolonial hay un parlamento en Irlanda. Lo mismo ocurre en todos los Estados de América del Sur, por no hablar de los dominios de Gran Bretaña. Existen “parlamentos” semejantes en la India. Todavía pueden desarrollarse más: en este punto, la burguesía británica es muy hábil. ¿Cómo se puede afirmar que, después del aplastamiento de su revolución, China no atravesará una fase parlamentaria o seudoparlamentaria, o que no será el escenario de una lucha política seria por alcanzar este estadio? Una afirmación semejante no tiene ninguna base.
El mismo Strajov dice que, precisamente, los oportunistas chinos aspiran a sustituir la consigna de los soviets por la de la Asamblea Nacional. Es posible, probable, incluso inevitable. Toda la experiencia del movimiento obrero mundial, del movimiento ruso en particular, prueba que los oportunistas son siempre los primeros en aferrarse a los métodos parlamentarios y, en general, a todo aquello que, de cerca o de lejos, se parezca al parlamentarismo. Los mencheviques se aferraban a la actividad en la Duma, oponiéndola a la acción revolucionaria. La utilización de los métodos parlamentarios hace surgir inevitablemente todos los peligros ligados al parlamentarismo: ilusiones constitucionales, legalismo, tendencia a los compromisos, etc. No se pueden combatir estos peligros, estas enfermedades, más que por medio de una orientación revolucionaria de toda la política. Pero el hecho de que los oportunistas prediquen la lucha por la Asamblea Nacional no es en absoluto un argumento que justifique por parte nuestra una actitud negativa hacia el parlamentarismo. Después del golpe de Estado del 3 de junio de 1907 en Rusia, la mayoría de los elementos dirigentes del Partido Bolchevique eran favorables al boicot de una Duma mutilada y amañada. En cambio, los mencheviques estaban completamente de acuerdo en participar de la Duma. Esto no impidió a Lenin intervenir vigorosamente para que fuese utilizado incluso el “parlamentarismo” del 3 de junio en la conferencia del Partido que unía todavía en aquella época a las dos fracciones. Lenin fue el único bolchevique que votó con los mencheviques a favor de la participación en las elecciones. Evidentemente, la “participación” de Lenin no tenía nada que ver con la de los mencheviques, como lo demostró toda la marcha posterior de los acontecimientos; no se oponía a las tareas revolucionarias, sino que contribuía a ellas durante la época comprendida entre dos revoluciones. Aun utilizando el seudoparlamento contrarrevolucionario del 3 de junio, nuestro partido, a pesar de su gran experiencia de los soviets de 1905, continuaba llevando la lucha por la Asamblea Constituyente, es decir, por la forma más democrática de la representación parlamentaria. Hay que conquistar el derecho de renunciar al parlamentarismo uniendo a las masas alrededor del partido y llevándolas a luchar abiertamente por la conquista del poder. Es ingenuo creer que se puede sustituir este trabajo por la simple renuncia a la utilización revolucionaria de los métodos y las formas contradictorias y opresivas del parlamentarismo. Ese es el error más burdo de la resolución del Congreso, que hace aquí una vulgar pirueta ultraizquierdista.
Veamos, en efecto, cómo todo está al revés. Siguiendo la lógica de la dirección actual y de acuerdo con las resoluciones del VI Congreso de la IC, China no se acerca a su año 1917, sino a su 1905. Por esta razón, concluyen mentalmente los dirigentes, ¡abajo la consigna de la democracia formal! No queda ni una sola articulación que los epígonos no hayan intentado dislocar.
¿Cómo se puede rechazar la consigna de la democracia y sobre todo la más radical: la representación democrática del pueblo, bajo las condiciones de un período no revolucionario, cuando la revolución no ha cumplido sus tareas más inmediatas: la unidad de China y su depuración de todos los residuos feudales, militares y burocráticos?
El Partido Comunista chino, que yo sepa, no ha tenido un programa propio. El Partido Bolchevique llegó a la Revolución de Octubre y la realizó armado con su viejo programa, en el que las consignas de la democracia ocupaban un lugar importante. Bujarin intentó suprimir este programa mínimo igual que intervino más tarde contra las reivindicaciones transitorias del programa de la IC. Pero esta actitud de Bujarin no ha quedado en la historia del Partido más que como una anécdota. Como es sabido, la dictadura del proletariado es la que ha llevado a cabo la revolución democrática en Rusia. Esto tampoco quiere comprenderlo la dirección actual de la IC. Pero nuestro partido solo ha llevado al proletariado a la dictadura porque defendía con energía, perseverancia y abnegación todas las consignas, todas las reivindicaciones de la democracia, incluidas la representación popular basada en el sufragio universal, la responsabilidad del gobierno ante los representantes del pueblo, etc. Solo una agitación así permitió al Partido proteger al proletariado de la influencia de la democracia pequeñoburguesa, eliminar la influencia de esta sobre el campesinado, preparar la alianza de los obreros y los campesinos e incorporar a sus filas a los elementos revolucionarios más resueltos. ¿Todo esto solo era oportunismo?
Strajov dice que nuestra consigna es la de los soviets y que solo un oportunista puede sustituirla por la de la Asamblea Nacional. Este argumento revela de la manera más ejemplar el carácter erróneo de la resolución del Congreso. En la discusión nadie contradijo a Strajov; al contrario, su posición fue aprobada y ratificada por la resolución principal sobre la táctica. Solo ahora podemos ver con claridad cuán numerosos son, en la dirección actual, los que han hecho la experiencia de una, dos e incluso tres revoluciones dejándose llevar por la marcha de los acontecimientos y la dirección de Lenin, pero sin meditar sobre el sentido de los hechos y sin asimilar las más grandes lecciones de la historia. Estamos en gran medida obligados a repetir todavía ciertas verdades elementales.
En mi crítica al programa de la IC [6] he mostrado cómo los epígonos han desfigurado y mutilado monstruosamente el pensamiento de Lenin, que afirmaba que los soviets son órganos de la insurrección y órganos de poder. Se ha sacado la conclusión de que no se pueden crear soviets más que en la “víspera” de la insurrección. Esta idea grotesca ha encontrado su expresión más acabada, como siempre, en la misma resolución del pleno de noviembre último del CC chino, que hemos descubierto recientemente. Dice:
Se puede y se deben crear los soviets como órganos del poder revolucionario solamente en el caso en el que nos encontremos en presencia de un ascenso importante, indiscutible, del movimiento revolucionario de las masas, y cuando dicho movimiento tenga asegurado un sólido éxito.
La primera condición, “el ascenso importante”, es indiscutible. La segunda, “la garantía del éxito”, y, además, de un éxito “sólido”, es simplemente una tontería digna de un pedante. En la continuación del texto de esta resolución, no obstante, esta estupidez es ampliamente desarrollada:
Evidentemente, no se puede abordar la creación de los soviets cuando la victoria no está totalmente garantizada, porque podría suceder que toda la atención se concentrase únicamente en las elecciones a los soviets y no en la lucha militar, a partir de lo cual podría instalarse el democratismo pequeñoburgués, lo que debilitaría la dictadura revolucionaria y crearía un peligro para la dirección del partido.
El espíritu de Stalin, reflejándose a través del prisma del niño prodigio Lominadzé [7], planea sobre estas líneas inmortales. Sin embargo, todo esto es simplemente absurdo. Durante las huelgas de Hong-Kong y de Shangai, durante todo el violento progreso posterior del movimiento de los obreros y los campesinos, se podía y se debían crear los soviets como órganos de la lucha revolucionaria abierta de las masas, que tarde o temprano, y de ninguna manera de un solo golpe, llevaría a la insurrección y a la conquista del poder. Si la lucha, en la fase considerada, no se eleva hasta la insurrección, evidentemente los soviets mismos también se reducen a nada. No pueden convertirse en instituciones “normales” del Estado burgués. Pero en ese caso, es decir, si los soviets son destruidos antes de la insurrección, las masas trabajadoras hacen de todos modos una adquisición enorme con el conocimiento práctico que extraen de los soviets y la familiaridad que adquieren con su mecanismo. En la etapa siguiente de la revolución, su edificación está así garantizada de una forma más fructífera y a una escala más vasta. Sin embargo, incluso en la fase siguiente puede ocurrir que no lleven directamente a la Victoria, ni siquiera a la insurrección. Acordémonos firmemente de esto: la consigna de los soviets puede y debe ser levantada desde las primeras etapas del ascenso revolucionario de las masas. Pero debe ser un ascenso real. Las masas obreras deben afluir hacia la revolución, colocarse bajo su bandera. Los soviets dan una expresión organizativa a la fuerza centrípeta del desarrollo revolucionario. Estas consideraciones implican que durante el período de reflujo revolucionario, en que se manifiestan tendencias centrífugas dentro de las masas, la consigna de los soviets se convierte en doctrinaria, en inerte o, lo que no es mejor, en una consigna de aventureros. No es posible mostrarlo más clara ni más trágicamente que con la experiencia de Cantón.
Ahora la consigna de los soviets no tiene otro valor en China que el de abrir una perspectiva, y en ese sentido tiene un papel propagandístico. Sería absurdo oponer los soviets, la consigna de la tercera revolución china, a la Asamblea Nacional, es decir, a la consigna que es resultado del desastre de la segunda Revolución china. El abstencionismo, en un período interrevolucionario, sobre todo después de una cruel derrota, sería una política suicida. Se podría decir (hay muchos sofistas en el mundo) que la resolución del VI Congreso no significa abstencionismo: no hay ninguna Asamblea Nacional, nadie la convoca todavía ni promete convocarla, y, como consecuencia, no hay nada que boicotear. Semejante razonamiento sería, sin embargo, demasiado lastimoso, formal, infantil, bujarinista. Si el Kuomintang se viese forzado a convocar la Asamblea Nacional, ¿la boicotearíamos en esta situación? No. Desenmascararíamos sin piedad la falsedad y la mentira del parlamentarismo del Kuomintang, las ilusiones constitucionales de la pequeñoburguesía; exigiríamos la extensión integral de los derechos electorales; al mismo tiempo, nos lanzaríamos a la arena política para oponer, en el curso de la lucha por el Parlamento, en el curso de las elecciones, y dentro del mismo Parlamento, los obreros y los campesinos pobres a las clases poseedoras y sus partidos. Nadie se encargará de predecir cuáles serían para el partido, actualmente reducido a una existencia clandestina, los resultados obtenidos de esta manera. Si la política fuese correcta, las ventajas podrían ser muy importantes. Pero en este caso, ¿no está claro que el Partido puede y debe no solamente participar en las elecciones si las decide el Kuomintang, sino también exigir que impulsen una movilización de masas alrededor de esa consigna?
Políticamente, el problema ya está planteado; cada día que pase lo confirmará. En nuestra crítica del programa hemos hecho referencia a la probabilidad de una cierta estabilización económica en China. Posteriormente, los periódicos han aportado decenas de testimonios sobre el comienzo de una recuperación económica (véase el Boletín de la Universidad china). Ahora ya no es una suposición, sino un hecho, aunque la recuperación no esté todavía más que en su primera fase. Pero es precisamente al principio cuando hay que percibir el sentido de la tendencia; si no, no se hace política revolucionaria, sino seguidismo. Lo mismo ocurre con la lucha política en torno a los problemas de la Constitución. Ahora ya no es una previsión teórica, una simple posibilidad, sino algo más concreto. No es gratuito que el delegado chino haya vuelto varias veces sobre el tema de la Asamblea Nacional; no es por azar que el Congreso ha creído necesario adoptar una resolución especial (y particularmente falsa) a este respecto. No es la Oposición la que ha planteado este problema, sino precisamente el desarrollo de la vida política en China. Aquí también hay que saber percibir la tendencia desde su inicio. Cuanto más intervenga el Partido Comunista, con audacia y resolución, sobre la consigna de la Asamblea Constituyente democrática, menos espacio dejará a los diferentes partidos intermedios, y más sólido será su propio éxito.
Si el proletariado chino debe vivir todavía varios años (incluso aunque solo sea un año) bajo el régimen del Kuomintang, ¿va a poder renunciar el Partido Comunista a la lucha por la extensión de las posibilidades legales de todo tipo: libertad de prensa, de reunión, de asociación, derecho de huelga, etc.? Si renunciase a esta lucha se transformaría en una secta inerte. Pero esa es una lucha por las libertades democráticas. El poder de los soviets significa el monopolio de la prensa, de las reuniones, etc., en las manos del proletariado. ¿Es posible que el Partido Comunista saque ahora esta consigna? En la situación que estamos considerando sería una mezcla de infantilismo y de locura. El Partido Comunista está luchando, en la actualidad, no por conquistar el poder, sino por mantener y consolidar su ligazón con las masas en nombre de la lucha por el poder en el futuro. La lucha por la conquista de las masas está inevitablemente ligada a la lucha desarrollada contra la violencia de la burocracia del Kuomintang con respecto a las organizaciones de masas, sus reuniones, su prensa, etc. En el curso del próximo período, ¿va el Partido Comunista a combatir por la libertad de prensa o dejará esta tarea a un “tercer partido”? ¿Se limitará el Partido Comunista a la presentación de reivindicaciones democráticas aisladas (libertad de prensa, de reunión, etc.), lo que equivaldría a un reformismo liberal, o planteará las consignas democráticas más consecuentes? En el plano político, eso significa la representación popular basada en el sufragio universal.
Puede uno preguntarse si la Asamblea Constituyente democrática es “realizable” después de la derrota de la revolución en una China semicolonial rodeada por los imperialistas. Solo es posible responder a esta pregunta por medio de conjeturas. Pero cuando se trata de cualquier reivindicación formulada en las condiciones generales de la sociedad burguesa o en cierto estado de esta sociedad, el simple criterio de la posibilidad de su realización no es decisivo para nosotros. Es muy probable, por ejemplo, que el poder de la monarquía y la Cámara de los Lores no sean eliminados en Inglaterra antes de la instauración de la dictadura revolucionaria del proletariado. A pesar de ello, el Partido Comunista inglés debe hacer figurar su abolición entre sus reivindicaciones parciales. No son las conjeturas empíricas sobre la posibilidad o imposibilidad de realizar cualquier reivindicación transitoria las que pueden resolver el problema. Es su carácter social e histórico el que decide: ¿es progresiva para el desarrollo ulterior de la sociedad? ¿Corresponde a los intereses históricos del proletariado? ¿Consolida su conciencia revolucionaria? En este sentido, reclamar la prohibición de los trusts es pequeñoburgués y reaccionario; además, como lo ha demostrado la experiencia de Norteamérica, esta reivindicación es completamente utópica. En cambio, bajo determinadas condiciones, es totalmente progresivo y correcto exigir el control obrero sobre los trusts, aunque sea dudoso que se pueda lograr en el marco del Estado burgués. El hecho de que esta reivindicación no sea satisfecha mientras domine la burguesía debe empujar a los obreros al derrocamiento revolucionario de esta. De esta forma, la imposibilidad política de realizar una consigna puede ser no menos fructífera que la posibilidad relativa de realizarla.
¿Llegará China, durante un cierto período, al parlamentarismo democrático? ¿En qué grado, con qué fuerza y duración? A este respecto, solo podemos entregarnos a las conjeturas. Pero sería fundamentalmente erróneo suponer que el parlamentarismo sea irrealizable en China y que no debemos llevar a las camarillas del Kuomintang ante el tribunal del pueblo chino. La idea de la representación de todo el pueblo, como lo ha mostrado la experiencia de todas las revoluciones burguesas, y en particular las que liberaron a las nacionalidades, es la más elemental, la más simple y la más apta para despertar el interés de amplias capas populares. Cuanto más se resista la burguesía dominante a esta reivindicación “de todo el pueblo”, más se concentrará la vanguardia proletaria alrededor de nuestra bandera, más madurarán las condiciones políticas para la verdadera victoria sobre el Estado burgués, sea el gobierno militar del Kuomintang o un gobierno parlamentario.
Se puede replicar: pero solo se podrá convocar una verdadera Asamblea Constituyente a través de los soviets, es decir, a través de la insurrección. ¿No sería más sencillo comenzar por los soviets y limitarse a ellos? No, no sería más sencillo. Sería justamente poner el carro delante del caballo. Es muy probable que solo sea posible convocar la Asamblea Constituyente por medio de los soviets, y que así esta Asamblea se convierta en superflua antes de haber visto la luz del día. Esto puede suceder o no. Si los soviets, por medio de los cuales podrá reunirse una “verdadera” Asamblea Constituyente, ya existen, veremos si es todavía necesario proceder a esta convocatoria. Pero en la actualidad no existen soviets. No se podrá comenzar a establecerlos hasta que empiece un nuevo ascenso de las masas, que puede producirse dentro de dos o tres años, dentro de cinco años o más. No existe tradición soviética en China. La IC ha desarrollado en este país una agitación contra los soviets, y no a favor de ellos. No obstante, mientras tanto, las cuestiones constitucionales salen por todas las grietas.
A lo largo de su nueva etapa, ¿puede saltar la revolución china por encima de la etapa de la democracia formal? De lo que se ha dicho más arriba resulta que, desde un punto de vista histórico, no está excluida esta posibilidad. Pero es absolutamente inadmisible que se aborde el problema limitándose a esta eventualidad, que es la menos probable y la más lejana. Es dar prueba de superficialidad en el terreno político. El Congreso adopta sus decisiones por más de un mes, e incluso, como sabemos, por más de un año. ¿Cómo se puede dejar a los comunistas chinos atados de pies y manos, tachando de oportunismo la forma de lucha política que, en la próxima etapa, puede adquirir la mayor importancia?
Sin duda alguna, al entrar en la vía de la lucha por la Asamblea Constituyente se puede reanimar y fortalecer a las tendencias mencheviques dentro del Partido Comunista chino. No es menos importante combatir al oportunismo cuando la vida política se orienta hacia el parlamentarismo o hacia la lucha por su instauración que cuando se está en presencia de una ofensiva revolucionaria directa. Pero, como ya se ha dicho, esto deriva de la necesidad de no tachar de oportunismo las consignas democráticas, sino de prever garantías y elaborar métodos de lucha bolcheviques a los que sirvan estas consignas. En grandes líneas, estos métodos y estas garantías son los siguientes:
1. El partido debe recordar que, con relación a su objetivo principal, la conquista del poder con las armas en la mano, las consignas democráticas no tienen más que un carácter secundario, provisorio, pasajero, episódico. Debe explicarlo así. Su importancia fundamental reside en que permiten desembocar en el camino revolucionario.
2. El partido debe, en la lucha por las consignas de la democracia, arrancar las ilusiones constitucionales y democráticas de la pequeñoburguesía y de los reformistas que expresan sus opiniones, explicando que el poder dentro del Estado no se obtiene por medio de las formas democráticas del voto, sino por medio de la propiedad y el monopolio de la enseñanza y el armamento.
3. Explotando a fondo las divergencias de puntos de vista que existan en el seno de la burguesía (pequeña y grande) con respecto a las cuestiones constitucionales, franqueando las diversas vías posibles hacia un campo de actividad abierta; combatiendo por la existencia legal de los sindicatos, de los clubes obreros, de la prensa obrera; creando donde y cuando sea posible organizaciones políticas legales del proletariado colocadas bajo la influencia directa del partido; tendiendo donde sea posible a legalizar más o menos los diversos dominios de la actividad del partido (este deberá, ante todo, asegurar la existencia de su aparato ilegal, centralizado, que dirigirá todas las ramas de la actividad del partido, legales e ilegales).
4. El partido debe desarrollar un trabajo revolucionario sistemático entre las tropas de la burguesía.
5. La dirección del partido debe desenmascarar implacablemente todas las vacilaciones oportunistas que tiendan a una solución reformista de los problemas planteados al proletariado de China, debe separarse de todos los elementos que conscientemente se esfuercen en subordinar el partido al legalismo burgués.
Solo teniendo en cuenta estas condiciones el partido asignará a las distintas ramas de su actividad su justa proporción, no dejará pasar un nuevo cambio de la situación en el sentido de un nuevo reavivamiento revolucionario, entrará desde el comienzo en la vía de la creación de los soviets, movilizando a las masas alrededor de estos, y los opondrá desde su creación al Estado burgués, con todos sus camuflajes parlamentarios y democráticos.
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