Martes 24 de febrero de 2015
Foto: Rodrigo Wilson / Enfoque Rojo
Es fascinante como la marcha del 18F aparece bajo numerosas indefiniciones aunque estas ambiguedades puedan desaparecer mediante un proceso analítico crítico. El 18F no declara sus intenciones, pero las tiene, aunque no sean del todo conscientes, o sean varias al mismo momento. La vaguedad de sus consignas es concreta, mediante este análisis. Lo son porque se encuentran en un conjunto de relaciones en un momento determinado. Justicia abstracta, en general, puede equivaler a determinada justicia concreta, en particular. Sin embargo este hegelianismo hegemónico puede escaparse a sus mismos protagonistas, no a todos, que, embebidos en su marea, tomar como natural este intercambio entre lo particular y general.
Este juego de naturalizaciones ya no sorprende en intelectuales como Luis Alberto Romero, para poner un ejemplo destacado. Traduciendo, el historiador defiende el carácter político de la marcha, definiendo lo político como lo social, y lo social determinado en la forma política institucional. No hay política, ni sociedad entonces, sin instituciones. El gobierno ataca las instituciones. “La muerte de Nisman reveló, de una manera imposible de ocultar, que hoy en la Argentina la justicia soporta un impiadoso ataque desinstitucionalizador y destituyente, proveniente de un gobierno que, si no lo impedimos, proseguirá su marcha hacia la dictadura. Ayer, los ciudadanos marcharon para defender la justicia y por la posibilidad de realizarse como seres políticos” (“Ciudadanos-políticos para poner un freno”, La Nación, 19-02-2015). Romero trata de construir la conciencia de las significaciones. El discurso romeriano del 18F es absoluto: democracia-sociedad o dictadura. En este sentido, es un discurso de guerra (frente a la dictadura es legítimo el uso de las armas). ¿A tal punto llegan las subjetividades del 18F?
Aunque no sean plenamente conscientes, los y las manifestantes son creadores históricos. Sería una historia regresiva, si cabe, pero es historia, la práctica temporal de las significaciones colectivas en el entramado real de las relaciones sociales simbólicas y materiales (si, relaciones de producción). Algún progresista extremo diría, no es historia porque estos eventos no tendrán lugar en el proceso histórico, apenas son una reacción destinada al olvido. Precisamente, no estoy tan seguro. Nuestro presente histórico se libra entre alternativas, de las cuales la hegemonía capitalista sigue teniendo la iniciativa. Los 18F son por tanto actores históricos, están dando una formidable, por más que detestable, lucha por la hegemonía. Por supuesto que les falta su partido político. Pero poseen unas bases sociales y culturales extendidas, no solo aparatos “que bajan línea y le llenan la cabeza a la gente” (léase corpo, mass media, etc.).
Lamentablemente, si podemos darnos esta licencia moral, el capitalismo se mueve, a través de capitales, pero también con movimientos sociales (disculpen teóricos de la acción colectiva popular), produciendo luchas, conflictos, contradicciones. Ante cada amenaza, el capitalismo reprime, y moviliza personas, grupos, fracciones de clase reproduciendo naturalizaciones que a otros nos parecen inconcebibles.