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Red Internacional
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Revolución Mexicana. Un día como hoy, de 1914, Zapata y Villa toman la Ciudad de México

Emiliano Zapata y Francisco Villa ocuparon con sus ejércitos revolucionarios la Ciudad de México.

Miércoles 6 de diciembre de 2017

Francisco Villa, alto, güero, con su casco inglés, polainas, pantalón caqui y gran equipo militar se reunión con Emiliano Zapata, que a comparación del centauro del norte, era bajito, moreno, con una frazada color azul turquesa cubriendo su cuello y vestido de charro.

Los militares villistas destacaban por su gran armamento que sorprendió a la Metro Goldwyn Mayer, los zapatistas por sus huaraches y ropas de tela, su color de piel moreno, digamos prieto, como miles de indígenas en el país.

Su reunión, en Xochimilco, estuvo cruzada por largo silencio. Zapata quiso romperlo con una botella de coñac, pero Villa no bebía. Cortésmente el chihuahuense por adopción militar, pero duranguense por su afición a la carne salteada, bebió una copa y estuvo a punto de sofocarse. El silencio fue roto por la palabra “Carranza”.

En esa reunión Villa le contó del gobierno provisional de Chihuahua impuesto en 1913 luego de la derrota de las fuerzas de Victoriano Huerta: la confiscación de los terratenientes del estado, la instalación de decenas de nuevas escuelas públicas, la prohibición del alcohol entre los miembros de la División del Norte, la creación de un banco estatal, una moneda propia con la firma del general.

Zapata explicó el Plan de Ayala la confiscación de los ingenios el modo comunitario de organización de Morelos, la idea de “tierra, libertad y justicia” y como ellos llevaban desde 1910 sin dejar las armas: le contó de la experiencia de lo que algunos historiados llaman “la comuna de Morelos”

Entonces, decidieron, ocupar Ciudad de México.

El 5 de diciembre había amanecido como cualquier otro día. En unas horas todo el ambiente urbano cambió. Pero la reunión de Villa y Zapata ya había decidido marcar la historia urbe para toda su vida. La División del Norte y El Ejército Libertador del Sur desfilaron con 50 mil hombres en armas.

Felipe Ángeles, sobreviviente de la decena trágica, estaba encargado de las filas villistas. Cruzaron la calle que hoy es Madero, hasta arribar a Palacio Nacional.

Era domingo y salieron de San Ángel, los zapatistas, y se encontraron a Villa por la altura de San Cosme que andaban por Mixcoac y Xochimilco. Las calles de la Ciudad no tenían pavimento, más bien, terracería. ¿Felipe Ángeles recordaría aquella tarde de febrero de 1913 cuando Madero le convenció de no ir a Palacio Nacional durante el desfile huertista desde Balderas?

¿Habrá recordado su viaje fugaz a Cuernavaca salvando al presidente y los errores de 1913? Esta vez Felipe, el más preparado de los militares del país, llegaba triunfante del lado correcto de la guerra. Con Zapata y Villa, donde siempre debió estar.

Era, y se dice poco de eso, una gran celebración. Los ejércitos llevaban música en cada columna. “El sombrero de Zapata estaba lleno de confeti” dice Francisco Pineda. Algunos estandartes de la Virgen de Guadalupe. También Felipe Ángeles mostró sus grandes trofeos “los setenta cañones que permitieron las derrotas a Huerta en las batallas de Paredón, Torreón, San Pedro de las Colonias y Zacatecas.”

Los habitantes de la Ciudad presenciaron un acontecimiento insólito. Uno de los más importantes de esa revolución que estalló en 1910, en noviembre, pero que había sido anticipada por los anarquistas magonistas en Cananea y Río Blanco. 50 mil campesinos irrumpen en la Ciudad.

Por ahí de las 11 y 30, suponemos ya que llegaron al Zócalo a las 12, Francisco Villa, amante de las malteadas de fresa, entró a una cantina con sus hombres a caballo, en la actual 5 de mayo, y disparó al aire en medio de una centenas de borrachos.

Las tropas pasaron a comer, ocuparon el más lujoso restorán de la zona. Aún se ven fotos, en esa propiedad de Carlos Slim, de la insólita ocupación de campesinos pobres, huarache y machete en mano, detrás de la barra del lujoso lugar.

Exactamente a las 12 y 10, diez minutos después del mediodía, Villa y Zapata más su comitiva llegó al Palacio Nacional. Saludaron a sus tropas y a los mirones de aquel acontecimiento desde palacio nacional a eso de las 13 horas.

Zapata, Villa y sus hombre comen con enjundia. Comen en Palacio Nacional como se come en México, porciones generosas al servicio del presidente Eulalio Gutiérrez. Una visita guiada al Palacio llevó a Villa y a Zapata a la silla presidencial. “Esa es la silla presidencial mis generales” replicó Eulalio y Villa decidió sentarse. Le ofreció el mismo gesto a Zapata pero él se negó.

La foto más emblemática de aquel día hace mirar a un sonriente Villa y a un Zapata con mirada profunda al captor. Felipe Ángeles -o si no es Ángeles, se parece mucho a él-, detrás de un niño, mirando al cielo y Rodolfo Fierro con una mirada fija, el más cruel de los generales villistas. ¿Ángeles estaba viendo algo en el techo? ¿En el cielo? Dolores Jiménez y Muro en el medio de Zapata y Villa, atrás de la silla presidencial, que había colaborado con los magonistas.

Al terminar la visita a Palacio Nacional. Se responden muchas de las incógnitas de aquella revolución. El hombre del norte volvió a Chihuahua, pues quería profundizar su experiencia como gobernador inaugurada en 1913. Zapata, volvió a Morelos a continuar con la Comuna de Morelos. Esa es la gran debilidad de las fuerzas campesinas, protagónicas en la revolución, pero difícilmente buscaban imponer un gobierno nacional. Requerían de las fuerzas urbanas, de la clase trabajadora, que en ese momento era débil pero que era la alianza estratégica fuerte para imponer sus proyectos a escala nacional.

La toma de Villa y Zapata de la Ciudad de México es una de las fechas más emblemáticas de la historia de los explotados y oprimidos, la estrella distante de la rebelión, de la revolución más fascinante del Siglo XX. W. Benjamin en sus Tesis sobre la historia “gloria para el vencido y sin piedad para el vencedor”.