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Red Internacional
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Reseña. Un dolor real o todo dolor también es político

Dos primos en duelo viajan a Polonia para hacer un “tour de la memoria” y conocer la tierra de la que escapó su abuela, sobreviviente del Holocausto y recientemente fallecida. Un dolor real retrata dos formas distintas de atravesar el dolor en una época en la que se reivindica no sentir nada.

Martes 28 de enero 09:34

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«Es ésta una canción oscura. Vosotros, en cambio... ¡sois tan claros!
La pena es que nunca sabéis por qué.
»
Cyprian Norwid

«Mirá esto. Viviríamos acá de no ser por la guerra. ¿No es una locura pensarlo?», le dice Benji a David mientras caminan por la ciudad de Lublin. Los primos van a Polonia a pedido de su abuela Doris, que en su testamento los invita a conocer la casa de su infancia. A lo largo del viaje, la abuela estará presente en las conversaciones y pensamientos de estos muchachos, que no terminan de conciliarse con la pérdida –particularmente Benji–. Sin embargo, lo que parece ser una búsqueda por las piezas perdidas del pesado-pasado familiar, se convierte en viaje de reflexión sobre sus vidas y lo escurridiza que es la propia identidad.

La película bien podría haber sido una road movie, pero los primos no viajan en busca de una aventura, todo lo contrario; este tour está demasiado organizado. Un recorrido grupal por las ciudades donde vivía la comunidad judía más grande de Europa antes de ser desplazada y exterminada, a través de monumentos, cementerios y campos de concentración entre medio de hoteles de cadena y trenes en primera clase. Sin embargo, eso que a simple vista parece destinado a la superficialidad, genera otro tipo de película, enfocada en la relación entre los miembros del grupo y de los dos primos en particular. Muy cercanos en la infancia pero distanciados por la vida adulta, Benji y David expresan a su manera las inquietudes contemporáneas con el pasado y el presente.

David (Jesse Eisenberg) es una persona funcional y adaptada al sistema, con una neurosis aplacada a base de pastillas –básicamente, hoy una persona normal–, mientras que Benji (Kieran Culkin) es su opuesto: hipersensible y errático, sin un plan de vida, carga con una cierta belleza melancólica que nos atraviesa desde la primera imagen. Su personaje es el imán que magnetizará al resto del grupo –una mujer divorciada, una pareja de jubilados, un ruandés convertido al judaísmo y sobreviviente del genocidio en su país, y el guía inglés– para abrirse a conversaciones más profundas y convertir el viaje en una experiencia movilizadora. En palabras de Benji, ¿qué mejor lugar para llorar y abrirse que un tour del Holocausto?

«muere el dios
las viejas se levantan sin hacerle caso
cada día
compran pan vino pescado
se muere la civilización
las viejas se levantan junto con el sol
abren las ventanas
»
Tadeusz Rozewicz, Cuento sobre las viejas feas

La cultura polaca es conocida por su tradición de exiliados románticos y poetas que narran a Polonia más desde la fábula o la fantasía que desde la realidad. Relatos épicos de héroes sin proezas, por considerarlas irrealizables, o de sacrificios sin recompensa. Esta sensibilidad trágica tan polaca se expresa en las formas de ser de los primos, que se preguntan si es posible sentir nostalgia de un país tan ajeno y tan suyo a la vez. Los recuerdos de la vida judía no se encuentran en las placas conmemorativas o monumentos, sino que aparecen en los espacios, como huellas escondidas por la ciudad, en las marcas de un viejo teatro yiddish, en un patio lleno de escombros de una vieja fábrica textil o las tumbas de un cementerio judío del siglo XVI. El director y protagonista, Eisenberg, basó parte del guión en su historia personal y cuenta que escribió la película como una forma de “acortar la brecha” con su pasado. Su personaje sufre, pero lo esconde porque su dolor «no es excepcional»; Benji, por el contrario, se conecta con los sufrimientos de sus antepasados y los sufre como propios. Remarca su «odio a los ricos» e intenta ser amoroso con los trabajadores. Para ambos, su dolor es político, por lo tanto es compartido por toda una generación, la última generación que ha crecido junto a sus abuelos, abuelas, sobrevivientes de padecimientos inauditos, genocidios, guerras y revoluciones. Su película expresa las ansiedades y preocupaciones de los jóvenes adultos actuales, que sienten el peso de continuar con ese bagaje pero todavía sin una impronta propia desde donde hacerlo. El recorrido por el dolor real que vivió la generación de su abuela les recordará que están inmersos en un presente que no está a la altura de lo sufrido, que decepciona.

La película también se interroga sobre las distintas maneras de acceder a nuestro pasado reciente: ¿es el turismo de museos la mejor forma de buscar respuestas acerca de las cosas que sucedieron? En la visita al cementerio un Benji nervioso y alterado pide al guía frenar con el «bombardeo de estadísticas», aduciendo que los nombres en las tumbas «son personas reales, no lecciones de historia». Otra respuesta posible la encontramos en la escena de la visita a Majdanek. A medida que el grupo recorre el campo, la cámara de gas, los hornos, un silencio acompaña los planos, que resalta los sonidos de las pisadas, el roce de la ropa, la respiración. Esta vez, en el colectivo de regreso Benji llorará desconsoladamente. Tal vez la diferencia principal en las formas de acercarse al pasado radique en invitar a generar nuevas miradas de la historia en vez de repetir lo previamente aprendido.

Los primos imaginan sus vidas polacas alternativas como si fueran las que quedaron truncas dos generaciones atrás, «con largas barbas y sin poder tocarle la mano a las mujeres», pero cabe preguntarse sobre las posibilidades de futuro contenían esas vidas, esa cultura. El malestar que acarreamos por no ser felices en una época en la que se nos dice que nunca vivimos mejor, tiene raíz en ese relato sospechosamente triunfalista de la posguerra que, parafraseando a Godard, más que información es deformación. Un dolor real es una película en tránsito, que pone el ojo en la incomodidad que provocan los usos de la memoria en un momento en que ese raro privilegio de no sufrir parece estar acabándose para Occidente. Disputar la mirada sobre el pasado puede ser un impulso para que esta generación encuentre las respuestas al dolor real de nuestro tiempo y se anime a transformarlo.

«No deliran los sueños,
delira la realidad
aunque sea por la insistencia
con que se aferra
al curso de los acontecimientos.
»
Wislawa Szymborska, La realidad

*A pesar de lo dicho, la película tiene mucho humor.