El 15 de enero falleció una estrella del mundo del cine que dejará su estela onírica brillando por generaciones. Alerta spoilers.
Nacido en 1946 en una típica familia estadounidense en Montana que se caracterizaba por ser frecuentemente nómade a causa del trabajo del padre, David Lynch creció en poblados cercanos a grandes zonas boscosas en ciudades idílicas que conforman el arquetipo del American Dream: hogares perfectos, con sus escuelas estereotipadas y sus estaciones de policía donde se habla más de café que de crímenes. Después de una adolescencia aventurera, Lynch comenzó a estudiar pintura en Filadelfia, una ciudad más oscura, donde la violencia era moneda corriente. Allí también se enamoró del cine y mientras cursaba en el American Film Institute realizó películas y cortometrajes de muy bajo presupuesto, pero donde ya se veían animaciones raras, sonidos desesperantes y el turbio ambiente de las pesadillas. Su extraña originalidad lo catapultó a la fama, creando films y series que probablemente lo posicionen entre los personajes más influyentes en la historia del cine. Así, los contrastes del sueño americano son los mayores componentes que se fermentan en el compost del cine lyncheano.
Algunas de sus obras se sitúan en este escenario estereotípico, interrumpido por elementos extraños y al mismo tiempo teñidos por los sueños que desanudan la trama como la oreja en Blue Velvet, el VHS en Lost Highway o los gestos del black lodge en Twin Peaks. Pero otros trabajos parecen directamente sacados de la fase REM del sueño, como su ópera prima Eraserhead y varios de sus cortos. En este sentido, aunque el sueño como tema y como forma es un componente central de la obra lyncheana, el cineasta parecía estar más influenciado por Hitchcock que por Buñuel. Inclusive, en una entrevista en España en el año 2013, Lynch afirmó no haber visto nunca una película del director surrealista. Los films del español se servían de los sueños de manera programática para cuestionar los límites de la realidad, como también está expresado en el “Manifiesto del surrealismo” escrito por André Bretón. En ese texto, el surrealismo planteaba que la realidad podía observarse de manera aumentada a través de los sueños. Sin embargo, en la obra del creador del Agent Cooper lo onírico es una justificación y una evasiva: el sueño aparece cuando la realidad no da para más. En este sentido, la violencia machista -un tema frecuente en los trabajos de Lynch- siempre está mediada por lo onírico; el padre de Laura Palmer es poseído por un demonio salido de una especie de infierno del bosque, Bob, cuando abusa de ella y de ese black lodge emerge toda la perversión que habita y corrompe la hermosa ciudad de Twin Peaks; es el personaje extraño que conversa y observa a Fred en Lost Highway y que le hace conocer al protagonista el video donde él mismo está asesinando a su esposa, entre otros ejemplos.
Sus finales casi siempre abiertos y la exacerbación de elementos nunca concluyentes también remiten a esa realidad imposible, transformada en trauma que va a parar a esa cajonera rota del cerebro que llamamos inconsciente. Así, el sobreuso del color azul en sus películas siempre es un detalle críptico que indica que hay un enigma que no puede resolverse, como aquellas realidades inexplicables.
Con los surrealistas, probablemente Lynch comparta cierta estética de los sueños, quizás tan solo con su presencia, pero distan bastante en términos de usos y representaciones de los sueños. Para los surrealistas los sueños eran realidad aumentada. Si hablamos de lo lyncheano, el componente onírico existe para llenar una laguna. Por eso los sueños de Buñuel eran más verosímiles que los de Lynch. En este sentido, el género artístico solo sirve para explotar un nicho en una vidriera o cartelera. El mismo problema surge al querer pensar al surrealismo que fue una vanguardia artística como un género estético. Las mismas distancias se pueden tener con el género de terror; no resuelven de la misma manera el susto, el miedo, la fobia o el horror Mariana Enriquez, Stephen King o las películas de los ochenta tipo Halloween, A Nightmare on Elm Street o Hitchcock y otros etcéteras. El terror en Lynch funciona como un ingrediente más: el director estadounidense insistía en que el cine son sensaciones resultantes de la combinación de elementos que existen en una escena. En su caso, el terror convivía con la más ferviente belleza y también con un absurdo sentido del humor, casi naif como el que se ve en los halagos del Agent Cooper al café o la tarta de cerezas o al pollo que baila en Eraserhead. Ese humor tenía también en redes sociales cuando hablaba del clima en California.
Inesperadamente, se ve en varias entrevistas cómo David Lynch era una persona bastante macanuda, que hablaba de las cosas hermosas del mundo. Se refería frecuentemente a locaciones de sus películas o a donde vivió como Los Ángeles, donde hay una “luz hermosa” y “brillo”. Angelo Badalamenti, quien componía las bandas sonoras de sus películas, cuenta en un video muy viralizado cómo hicieron conjuntamente la música de Twin Peaks. Allí, el músico relata que el director le pidió un sonido que sea el de un bosque, una noche, donde hay una leve brisa y canta un búho, le pide que entren en esa “hermosa oscuridad”. Quizás, lo que heredó de Hitchcock, sea esa combinatoria de luz y sombras del sueño [americano].
El cine de autor puede ser reconocible, entre otras cosas, como aquel que escapa a la tiranía del género. Y aunque muchos hayan visto en las películas de David Lynch componentes surrealistas o de terror implicaría una descripción insuficiente y no muy precisa de sus trabajos, cuyo significado él nunca quiso explicar demasiado. Los sueños y la oscuridad humana fueron fermentos para la cinematografía lyncheana, así como las ciudades estadounidenses que componen la geografía del sueño americano, para dar lugar a un resultado superior donde impera el absurdo y lo inefable.
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