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Un experimento fallido. Acerca de El peronismo de Cristina, de Diego Genoud

Eduardo Castilla

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Un experimento fallido. Acerca de El peronismo de Cristina, de Diego Genoud

Eduardo Castilla

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“¿Y vos para que querés ser presidente con este quilombo?”.

La pregunta pudo enmudecer al interlocutor. Felipe Solá, hombre de larga trayectoria, escuchaba a Cristina Kirchner. Corría septiembre de 2018. El “quilombo” de aquel entonces semeja un pormenor comparado a los días que corren. Alberto Fernández, testigo presencial, debió recordar la escena más de una vez.

Aquella frase suena a resumen epigramático del presente. A antesala y futuro del Gobierno del Frente de Todos. En El peronismo de Cristina Diego Genoud nos invita a recorrer esa antesala. A transitar un pasado inmediato que se funde, ya en las últimas páginas, con el presente que caminamos o habitamos encerrados en nuestras casas.

Editado hace escasas semanas por Siglo XXI, el libro radiografía un experimento: el del Frente de Todos, sucesor dialéctico y moderado del viejo cristinismo. Alianza forjada, a fuerza de necesidad, entre el último kirchnerismo y aquel extenso conglomerado peronista que apostó a dejarlo atrás.

En una narración que son muchas, el autor nos convida diversas trayectorias, hechas de retazos de fracasos, de incapacidades e impotencias. Una postal política de una Argentina sembrada de grietas que no se presentan necesariamente infranqueables.

Con la aguda prosa que lo caracteriza, Diego nos presenta la génesis frentetodista: la confluencia entre “un neocristinismo capaz, incluso, de contemplar los intereses de las almas rabiosas del Grupo Clarín” (23) y un “peronismo institucional” abrazado “detrás de la consigna fundamental de sepultar a Cristina en el pasado” (74). Escribe:

El poskirchnerismo no había nacido en la forma en la que había sido, tantas veces, anunciado. Su lugar iba a ser ocupado por el experimento del Frente de Todos, una variante surgida de las entrañas de Unidad Ciudadana, que mutaba para convertirse en una oferta electoral mucho más amplia de lo previsto (23).

Definirlo como “experimento” no resulta arbitrario. La palabra, agreguemos, viene acompañada de cierta reminiscencia. Es la misma con la que Carlos Pagni se refirió en innumerables ocasiones a Cambiemos, allá en sus primeros pasos. Anotemos que aquel otro experimento, en su debacle ajustadora, dio paso a la formación que hoy ocupa el poder.

El peronismo de Cristina se presenta como una excelente cartografía para recorrer el mapa de los movimientos, pases y pasajes que confluyeron en el nuevo armado. Para glosar traiciones –de esas que sobran en el peronismo– y comprender acercamientos, que también abundan, máxime en tiempo de urnas. A lo largo de más de 330 páginas, la aleación del actual oficialismo se va construyendo desde los diálogos, desde las decisiones y, por supuesto, desde una multiplicidad de fracasos.

Despolarizando…o intentando despolarizar

La elección de Alberto Fernández como candidato presidencial constituye uno de los nervios del texto. Presentada por momentos como una suerte de “táctica genial” es, sin embargo, hija de diversas decepciones. La primera, la imposibilidad cristinista de superar la polarización político-electoral que habita el país desde hace ya tiempo. Relata Diego Genoud:

…hubo un instante en que la expresidenta encontró la salida para el laberinto de la polarización. Con Alberto Fernández no la evitó por completo, pero logró algo fundamental, hasta unos meses antes, impensado: reordenar la ecuación que le había resultado desfavorable en 2013, 2015 y 2017, con consecuencias cada vez más negativas. Era una reconciliación que nacía de las necesidades mutuas. Obligado por la derrota, cansado de la marginalidad del político que se devalúa en analista televisivo, el exjefe de Gabinete había regresado a la orilla del Instituto Patria con lo justo (14-15).

Unidad de fracasos y debilidades, aquella operación tuvo su propia mecánica, anclada en un proceso de moderación explícito por parte de la expresidenta. El autor nos recuerda: "Con Sinceramente primero y con Fernández como compañero de fórmula después, Cristina completaba una operación exitosa que tomaría por sorpresa a todos sus enemigos" (22-23).

El profesor de Derecho de la UBA contaba, a los ojos del Instituto Patria, un mérito para ser tomado en cuenta:

Nunca había renunciado a la política para dirimir las diferencias y, en contraste con otros -que también se reciclarían en el Frente de Todos-, no había apostado a la mafia de Comodoro Py para condicionar la negociación con Cristina (38).

Alberto Fernández –una suerte de “eslabón perdido” al decir de él mismo (28)– devino el enlace posible entre el kirchnerismo en proceso de moderación y todos aquellos que habían habitado, sin culpa alguna, el mundo de la gobernabilidad macrista.

Un peronismo institucional que, según la descripción de Emilio Monzó en una de las entrevistas, jugó un papel esencial en los años cambiemitas:

Todos los senadores nacionales que respondían a los gobernadores, pero con Pichetto a la cabeza, ayudaron para que el gobierno de Macri tuviera todas las leyes. No tuvieron nunca un inconveniente. Es más, hay que decirlo bien: Sergio Massa en la Cámara de Diputados y Urtubey en el Bloque Federal permitieron que el gobierno tuviera todas las herramientas. Ha sido un peronismo que ha colaborado ciento por ciento con el gobierno de Cambiemos. Esto fue así (97).

Ese peronismo, que se abrazó a Macri hasta el dolor, tuvo rostros emblemáticos, pero incluyó un amplio universo que alcanzaba a "la mayor parte de los gobernadores peronistas, el Senado que lideraba Pichetto, el Frente Renovador de Massa, un bloque valioso de diputados resentidos, la conducción de la CGT y las almas justas de Comodoro Py…" (74).

En las páginas de El peronismo de Cristina hallamos, con lujo de detalles, una descripción del fracaso de ese otro peronismo. Nacido entre las esquirlas del último kirchnerismo, alentado por la gran corporación mediática y parte del empresariado, aquel peronismo “del medio”, devino espacio político “sin medio” cuando evidenció su incapacidad para afincar en la mayor concentración poblacional del país. Describe Diego:

Moderado y racional como se lo propagandeaba, el peronismo del orden no encontraba el medio para penetrar en la inmensidad del conurbano bonaerense. Era ese último componente el que delataba al PJ ortodoxo en toda su impotencia: mientras le faltaran votos de a millones, no podía ser tomado en serio (110).

Los hechos posteriores se sucedieron bajo la lógica de los armados políticos: el peronismo de Massa, Schiaretti y cía. se vio obligado a pactar con su némesis kirchnerista. Los “traidores” volvieron al ruedo de la lealtad sin sufrir recriminaciones ni rendir cuentas.

Aquellos fracasos se amalgamaron gracias a otro: el de la gestión macrista. El desastre social y económico creado por los años de CEOcracia alimentó la unidad peronista. Habilitó un carril para hacer posible su desplazamiento electoral a condición de unir fuerzas, de suturar heridas y hacer de cuenta que el pasado reciente no había existido.

Pero, creemos, esta unidad solo cobró efectividad de la mano de otra tarea esencial: impedir que el descontento social contra Macri hallara un terreno de expresión en las calles. Aplicarse, activamente, a garantizar que “el mejor equipo de los últimos 50 años” saliera de escena por la vía de las urnas y no expulsado por la movilización popular. En esa labor, señalamos, el peronismo se encontró unido más allá del fraccionamiento previo.

Un largo “hay 2019”

La lucidez de José Luis Manzano –la mejor de las tres entrevistas a nuestro criterio– deja al desnudo ese papel fundamental jugado por el experimento frentetodista. Ex funcionario y actual empresario polirubro, el hombre que robó para la corona, recuerda:

Con estos niveles de desocupación y pobreza, tendríamos que haber tenido lo de Chile y Ecuador. No tuvimos lo de Chile y Ecuador porque el clima electoral empezó temprano, al principio del año. Todo 2019 la gente fue mordiendo el freno de esperar la elección, y el acto catártico fue la elección, ganar en primera vuelta (183).

El largo 2019 empezó a fines de 2017, cuando decenas de miles desafiaron y derrotaron en las calles las ínfulas del “reformismo permanente”. Aquella gran acción obrera y juvenil fue el disparador de una decadencia cambiemita que se prolongó en el crítico 2018, con dramáticas consecuencias para la vida de las grandes mayorías.

El experimento frentetodista empezó a cimentarse mucho antes de que Alberto Fernández se convirtiera en vértice de una “unidad impensada”. Cristinistas y anticristinistas, aun manteniendo roces y tensiones, soldaron almas para obligar a millones a seguir mordiendo el freno, a apretar los dientes soportando la continuidad del ajuste macrista, en espera eterna de ese “acto catártico”. Ese largo periplo encontró una fórmula breve y concisa: “Hay 2019”. Fue un llamado a la espera pasiva, a la calma mientras la tormenta de la devaluación y la pobreza arreciaban sobre la cabeza de la población trabajadora.

El peronismo de Cristina, a nuestro modo de ver, analiza poco esa labor esencial jugada por todas las alas del panperonismo, en una milimétrica división de tareas, que aunaba duros opositores y tibios semi-oficialistas. No mensura el peso de una tarea política –estratégica desde el punto de vista del régimen burgués– en la que confluyeron no solo los diversos actores del peronismo dador de gobernabilidad, sino también las huestes que respondían (y responden) a la ex presidenta.

Hacerse “grandes”...y moderados

Aquel proceso de unidad y moderación, como resulta lógico, debía expresarse en todos los planos. En ese marco, El peronismo de Cristina gráfica, con suma precisión, el devenir de aquella juventud demonizada al infinito por la gran corporación mediática y la derecha política.

Diego reflexiona sobre la trayectoria seguida por Máximo Kirchner, apellido emblemático y liderazgo explícito de La Cámpora. El actual diputado nacional, buscando construir un vínculo y un diálogo con el poder mediático, eligió dejar a un costado las banderas más radicalmente discursivas. Describe el autor como

El cambio con respecto a la última etapa de Néstor y Cristina presenta puntos en común entre la estrategia del jefe de La Cámpora y la de su gran socio en el Frente de Todos, Sergio Massa, que edificó su carrera a partir del vínculo con los medios (296).

Esta nueva ubicación política implicó sepultar “la épica del último cristinismo” y “dejar atrás su infancia política” (297). Poblando el Estado de funcionarios, La Cámpora se asumió –aún más– como un aparato del poder. Una forma más de control político sobre eventuales tendencias díscolas. El llano solo se convirtió en lugar de visita, de contención social. Y, algunas veces, de represión.

Los dueños del poder

Mediando El peronismo de Cristina Diego Genoud nos introduce al abigarrado mundo de las relaciones entre el poder económico y las múltiples tribus del peronismo en su paso por la oposición.

El gran capital, que supo disfrutar las épocas en que “la levantaba en pala” (Cristina Kirchner dixit) pugna, desde hace tiempo, por un peronismo que, cual gran cero, contenga “los votos de las víctimas y el chip de los victimarios” (127). Todo en aras de definir el “empate hegemónico” que cruza el país desde el final de la Convertibilidad (129). Allí nace la “guerra interminable” que, según reza el subtítulo del libro, se ejerce contra el kirchnerismo

Sin embargo, el mismo autor pone sobre el papel los atenuantes de esa guerra, ilustrando las alianzas tejidas entre fracciones del empresariado y un Frente de Todos en estado de cristalización. Palpando el fracaso del “reformismo permanente” cambiemita, parte del establishment pujó por un “peronismo blanco” capaz de administrar juiciosamente las políticas de ajuste. Se encontró, sin embargo, frente a un mar de debilidades e irresoluciones: Sergio Massa, Roberto Lavagna, Juan Schiaretti, Miguel Ángel Pichetto.

En ese hiato entre su programa de ajuste y la realidad política emergió el Frente de Todos, postulando un relato anti-grieta, un discurso despolarizador que, a los oídos patronales, sonó aceptable.

Alberto Fernández, al ocupar el proscenio electoral, habló un lenguaje destinado, en parte, a agradar a los dueños del capital. Cenó con ellos y departió amablemente frente a un Héctor Magnetto que “no lo dejaba mentir”. El entonces candidato se presentó como un puente capaz de unir las orillas del Instituto Patria con el cuarto piso de la calle Tacuarí. Relata el autor que: "La invención de Alberto candidato sirvió para decirles, en campaña, algo similar a los grandes grupos empresarios, los fondos de inversión y el Fondo Monetario: “No tengan miedo porque es con todos” (143).

La patente de esa invención pertenece a Cristina Kirchner. La expresidenta, como dejan registro las páginas del libro, ofreció una voluntad conciliadora: “Yo no puedo reunirme con Magnetto. Para eso está Alberto” (144).

Leyendo la moderación como una señal a favor de sus balances contables, los hombres y mujeres que ocupan los sillones del poder económico aceptaron la invitación. No por convicción sino por necesidad. En pleno hundimiento del mundo cambiemita, apellidos como Sigman, Brito, Vila o Mindlin danzaron alrededor del fuego creado por la nueva coalición. Fueron parte del soporte –material y simbólico– que, dentro de las esferas de la clase dominante, allanó el camino albertista hacia Balcarce al 50. Aquella “guerra interminable”, a nuestro modo de ver, tuvo múltiples pausas, treguas y acuerdos.

Esto no quita que la llegada peronista al poder nació cercada. En gran parte por aquellos actores a los que la coalición electoral había convocado al consenso y a superar la grieta. Como relata Genoud:

Al Frente de Todos lo recibió intacta una artillería que no dio ni un paso atrás: la estructura de medios que había promovido las bondades del reformismo permanente, los tribunales federales que habían ejecutado un festival de prisiones preventivas y una parte de la sociedad que, pese al fracaso ruidoso del experimento Macri, seguía firme en su convicción antiperonista (…) Ese frente social-empresario que tiene bien claro lo que no quiere ejerció un poder de veto elocuente (312).

La tensión y el enfrentamiento volvieron a escena cuando el peronismo gobernante se mostró incapaz de hacer realidad el programa de ajuste reclamado por el poder permanente. Esa impotencia nacía de la relación de fuerzas que había convocado al surgimiento del Frente de Todos. De esos dientes apretados que esperaron, por más de un año y medio, un “acto catártico” que volviera a llenar la heladera y restaurar el derecho efectivo al asado.

No debe olvidarse, agregamos, que el Frente de Todos llegó al poder con su propia agenda de ajuste. A pesar de haberla catalogado como ilegal infinitas veces, aceptó que la nación cargara sobre sus hombros con la deuda macrista. Martín Guzmán, protagonista de uno de los capítulos de El peronismo de Cristina, se sentó en la mesa de los grandes acreedores internacionales –aquellos que fugaron millones en tiempos de CEOcracia– para ofrecerles una promesa de pago a costa de las vidas y la salud de las familias populares.

Millones de jubilados y jubiladas vieron sus ingresos convertidos en moneda de canje para calmar el paladar de esos grandes especuladores. Los recortes en salud dentro del Presupuesto 2021 –crimen cometido en plena pandemia– testimoniaron la misma vocación.

El raid de administrar la “herencia macrista” lejos está de haber finalizado. La coreografía de las internas oficialistas marca el peso que impone aceptar la continuidad del ajuste. Esta vez en interés directo del FMI. Las páginas finales del texto, escritas hace escasas semanas, traslucen esas tensiones. El nerviosismo de Martín Guzmán y la angustia de Alberto Fernández se dejan sentir desde el lomo mismo del libro.

Orden, contención… y futuro

Aunque centrado esencialmente en el último lustro político, El peronismo de Cristina abre la ventana a una mirada más extensa sobre ese espacio político. Al inicio del texto, indagando en el llamado kirchnerismo puro, Diego puntea que:

Al igual que la política de la que los Kirchner eran parte, las nuevas generaciones habían asumido una lectura institucionalista del desborde social: lo que ayer había sido vitalidad, muestra de dignidad e inventiva popular, era ahora una amenaza que la política estaba obligada a conjurar. Esa función encarnaron primero Néstor y después Cristina (…) Políticos tradicionales que asumían el rol excepcional de figuras fronterizas. Gracias a ellos y al espacio que edificaron a su alrededor, el sistema de partidos accedía a un grado de legitimidad sorprendente, tanto en relación al pico de la crisis en 2001 como con una realidad que nunca logró horadar el núcleo duro de la pobreza (18-19).

La historia permite comparaciones. Las empuja y las pone delante de los ojos. Aquellos fueron años de abundancia material; del famoso y rememorado “crecimiento a tasas chinas”, ayudado por los altos precios de las commodities y un comercio mundial en expansión. Los tiempos actuales son, como reza la tapa del libro de Diego, los de la “escasez”. Tiempos donde “la crisis tan anunciada esta vez le estalló al peronismo” (318). Una época sin épica.

En un mundo que nadie previó, el Frente de Todos navega los torrentosos ríos de la crisis económica mundial, la pandemia y el endeudamiento externo: un conjunto de engranajes que exprimen el alma y el cuerpo de las mayorías populares.

Dentro de ese terremoto, la gestión oficial ratifica su carácter de clase: las demandas urgentes de la población trabajadora se ubican varios escalones por debajo de los intereses del gran capital. El peronismo de Cristina y Alberto cuenta en una mano las monedas de la contención social, mientras en la otra aprieta los muchos dólares que -tarde o temprano, dependiendo de las negociaciones- entregará al FMI o al Club de París. En condiciones de decadencia y crisis, el horizonte del panperonismo gobernante se reduce a la administración –un tanto culposa– del ajuste.

En las últimas páginas del libro, ilustrando el devenir conservador de La Cámpora, Diego relata que:

…el desalojo con represión a las familias que ocupaban un predio de 100 hectáreas en Guernica encontró a Kicillof, Larroque y Sergio Berni unidos detrás de un criterio que, de haber estado en la oposición, habrían denunciado sin dudas, sobre todo los dos primeros. Fue en octubre de 2020, cuando el secretario general de La Cámpora eligió ponerse en la vereda de enfrente de un ejército de necesitados que acumulaba dos meses de supervivencia a la intemperie, y eligió denunciar a los sectores de izquierda que eran parte de la toma pero que de ninguna manera representaban a la mayor parte de los desesperados (307).

Aquella decisión política de resolver con gases y balas el problema habitacional de miles de familias pobres –muchas de ellas votantes del Frente de Todos– cristaliza las tensiones antes señaladas. Indica sus límites a la hora de dirimir la puja social entre ganadores y perdedores. O, en términos más clásicos, entre explotadores y explotados.

En este marco, vale la pena volver a las palabras de José Luis Manzano, quien puebla la sabiduría del que ha visto varias crisis y ciclos de negocios: "La constante es que si el peronismo sabe cuidar el vínculo con su base social, va a ser una fuerza política muy activa en los próximos treinta o cuarenta años (190)".

Pero en los marcos de una profunda crisis social y económica, el peronismo de la escasez –que es también El peronismo de Cristina– amenaza convertirse en una decepción dentro de millones de hogares humildes. Aquel vínculo que Manzano propone “saber cuidar” sufre los martillazos de la inflación, la desocupación y la creciente pobreza. Esa decepción colectiva, ya en proceso de despliegue, abre ventanas y puertas. Entre otros destinos, habilita el pasaje a la construcción de una nueva política. Hecha desde otra clase.

Cerrando esta reseña va la recomendación obligada: lean a Diego Genoud. El refrán indica que no sólo de política vive el hombre. Sin embargo, difícilmente podamos vivir sin ella. Y El peronismo de Cristina la ofrece en buenas dosis, a cada página y a cada renglón.


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Eduardo Castilla

X: @castillaeduardo
Nació en Alta Gracia, Córdoba, en 1976. Veinte años después se sumó a las filas del Partido de Trabajadores Socialistas, donde sigue acumulando millas desde ese entonces. Es periodista y desde 2015 reside en la Ciudad de Buenos Aires, donde hace las veces de editor general de La Izquierda Diario.