A partir del análisis del cortometraje “Entrelineas” y las experiencias personales de muchos docentes en formación, un debate necesario para pensar la escuela pública y la práctica docente.
Lunes 31 de julio de 2017 11:31
La consigna era clara, había que escribir un ensayo teniendo como disparador un corto que se llama “Entrelineas”, es la historia de Emanuel y el relato lo hace la directora de la escuela, un chico que estuvo internado en un instituto de menores y por una decisión del juez tiene que elegir entre trabajar o estudiar. El cortometraje muestra el intento de una escuela por hacerlo parte, aun cuando él supera el límite de edad permitido. Desde la institución se le da un espacio, se piensa de qué manera hacerlo parte de algo que él mismo pueda desarrollar y apropiarse. Es el relato de las contradicciones, de un ir y venir, que no queda claro, quizá por eso mismo se llame “Entrelineas”. Emanuel se va y ya nadie vuelve a saber de él.
ENTRELINEAS from Gestión Educativa on Vimeo.
Luchar por otra escuela, hacia la conquista de otra sociedad
Emanuel es el protagonista. Digo Emanuel y pronuncio el nombre de tantos pibes que estuvieron y ya no están, o que quizá no puedan estar nunca ¿qué será de todos ellos ahora?. Digo que es el nombre de tantos pibes, porque detrás de la historia de este personaje está la realidad de muchos otros que corren la misma suerte.
Estudiando en el profesorado, dentro de las aulas, en los pasillos, en las charlas más o menos formales entre compañeros o con profesores, siempre hay algo que nos empuja y nos mueve a hacer. Hacer algo por los pibes. Pero esos intercambios tienen un lugar incierto, ya que en nuestra formación la realidad de esos chicos, sus condiciones de vida, el lugar donde viven y en este sentido nuestro rol como docentes en esos contextos no tienen lugar, y por eso muchas veces cuando salimos a las aulas (y ni hablar cuando empezamos a hacer las prácticas en las escuelas) sentimos un vacío enorme. La pobreza, las necesidades insatisfechas de los sectores carenciados, desprotegidos, chicos en situación de calle, son algunos entre tantos otros términos sociológicos con los cuales se etiquetan las vidas de personas de carne y hueso. Querer cambiar eso se vuelve un motor de la docencia en la mayoría de los casos.
Inclusión, integración, respeto, escucha, niños como sujetos de derecho, escuela inclusiva o escuela democrática. Son otros de los rótulos o términos que del otro lado se construyen como una mirada opuesta, crítica de la escuela que aleja o expulsa esas otras realidades.
Nacemos despojados, por eso necesitamos ser educados, dice Philippe Meirieu, la pregunta es ¿qué hacemos cuando la vida se vuelve un despojo permanente? También, señala el autor, es necesario educar, no solo como inteligencia formal, sino histórica. Le agregaría también una formación social y política, un niño que no sabe la historia, su desarrollo y el porqué del mundo que lo rodea y al cual vino sin pedirlo, es un niño que se adapta, que toma esa realidad como natural, como algo que es así y no puede cambiarse.
Inevitablemente ante historias como las de Emanuel, hay preguntas que no se cierran nunca, que circulan en las cabezas, se cierran y se abren otras nuevas.
Los “Emanueles” que conocí
Mis primeros pasos en la militancia política fueron en los pasillos de la villa 1-11-14 del Bajo Flores, éramos un grupo de jóvenes con ganas de cambiar el mundo, nos metimos en esos pasillos cargados de prejuicios y también estaban llenos de miradas expectantes, ojos que sonreían detrás de los rincones oscuros y se acercaban con desconfianza.
Un pequeño cuarto era el lugar que se colmada de alegría todos los sábados, nunca faltaba “el enano” de la esquina que venía a hacer “lío”. Cuando estaba en silencio todos sabíamos que se había metido en la cocina y en ese cuerpito pequeño escondía debajo de la remera 5 o 6 alfajores y lo que sobraba de chocolate en polvo. “Es para mis hermanitos” decía con esa cara, como pidiendo perdón.
Los lazos entre niños son una cosa maravillosa y llena siempre de rincones que te cargan de alegría y de asombro. Ellos se cuidan, son los padres, madres, hermanos, tíos, son los que se retan, son los que se cuidan, son los que están siempre. Mientras esperábamos en la vereda la veíamos venir a ella con el pibito enganchado de la cadera, apenas podía caminar, no tenía más de 3 o 4 años más que él, pero igual lo cargaba como podía y lo llevaba al taller porque sabía que ahí podían desayunar y aprender. Como en un juego, pero que no tiene casi nada de simbólico, desde pequeña ensaya un rol de madre, de cuidadora; “no hagas eso”, “portate bien”, “vení que te enseño” le decía ella con una ternura incomparable.
Claro que poníamos amor, ganas, un esfuerzo enorme en hacer de cada uno de esos momentos algo único, que los hiciera felices, que los ayudara a crecer. Pero ¿que pasa cuando la miseria se vuelve estructural? ¿Qué pasa cuando los pibes no pueden prestar atención porque las panzas crujen? El amor no basta porque el amor no alimenta, el amor no basta porque el amor no tapa goteras, ni calma el frio.
Tuve 40, cada uno de ellos cargando sus miserables vidas a cuestas, cada uno de ellos cargando sus propios sueños. Pero cada dia al despertar sus vidas seguían en los pasillos de un laberinto que parecía interminable. Entre esos 40 pibes había muchos Emanueles, era un andar constante entre la presencia y la ausencia. No es una cuestión de ganas, no es parte de la voluntad, es parte de una realidad que por momento nos resulta difícil comprender.
Patricia Redondo y de alguna manera muchos otros autores que leemos en los profesorados, como Carina Kaplan, también hablan del optimismo voluntarista. En las aulas de los profesorados muchas veces nos enseñan que con voluntad se puede, que si nosotros queremos podemos cambiar la vida de los pibes, ¡cuánto de docente apóstol tiene todo esto! ¡cuánto de “no importa nada, entrega tu vida”!
Y hablando de formación histórica, para recuperar a Merieu, y también entender las contradicciones de la escuela, el discurso performativo de los profesorados, y desnaturalizar lo constituido socialmente habría que pensar qué esconde esa visión de la docencia. Es importante reconocer que ese discurso también es histórico, anclado en intereses y necesidades de quienes organizan la educación como institución que responde al Estado, y sus gobiernos. Esto, sin dejar de reivindicar que los docentes que ponen el cuerpo dia a dia en condiciones de las más adversas lo hacen con una enorme voluntad de cambiar las cosas.
Los docentes también somos personas, y sobre todo somos trabajadores de la educación, también comemos y pagamos el alquiler y damos sustento a nuestras propias familias, ¿que pasa entonces cuando la pauperización nos rodea a todos? Nos damos cuenta que el maestro no todo lo puede y ahí le damos paso a la frustración.
Dos caminos de reflexión se abren cuando llegamos a ese lugar en el que algunas de las preguntas son ¿que hacer con esa realidad? ¿qué educación y que escuela necesitamos? ¿Que docentes es necesario formar?
El actor invisibilizado
Hay detrás de todo esto un actor invisibilizado, sean más tradicionales o más críticas las lecturas de lo que pasa con los chicos en los barrios o en las escuelas, es de todas formas un actor que parece no tener ningún rol asignado. El Estado.
Son muchos los discursos y posiciones respecto a este problema que vemos todos en términos formales, la educación siempre es un terreno en disputa donde la demagogia chorrea por todas partes. Algunos hacen bandera de una batalla ideológica como puede ser actualmente la meritocracia que fogonea el macrismo. Otros detrás de un discurso progresista disfrazan las mismas posiciones, cuestionan los modelos neoliberales, pero esconden que bajo sus “proyectos” el Estado como principal garante de ese derecho para los pibes y sus gobiernos, nunca es responsable de nada.
Kaplan plantea que el neoliberalismo produce una ruptura entre las condiciones económicas y las condiciones sociales. Plantea, una especie de contraposición de proyectos entre un viejo neoliberalismo que ya no estaría presente pero que algunos sectores como el macrismo quieren retomar. Cuando el Estado no está presente como un actor y responsable de esas realidades, entonces es un problema de “prácticas”, es un problema “de la escuela” como lo señala la misma autora, ¿no es acaso lo mismo que decir que la responsabilidad es de los docentes y de los alumnos? Es porque el Estado está, pero jugando para el equipo de los ganadores. La autora dice “son las sociedades las que vuelven brutales a las personas” es casi como un poder supranatural que se nos impone, quien genera eso, desde donde se sostiene, es una incógnita irresoluble.
No basta con retóricas críticas
El análisis sociológico sobre lo que está “fallando” no alcanza, se queda a mitad de camino, porque, citando a Marx en sus tesis sobre Feuerbach “Los filósofos no han hecho más que interpretar de diversos modos el mundo, pero de lo que se trata es de transformarlo”
Incluso, este debate pedagógico llega a un punto de saturación cuando vemos que hace décadas se sostienen las mismas prácticas, y se reinventan los mismos discursos, más allá de algunos cambios. No basta tampoco con prácticas más o menos incluyentes, que buscan saldar desigualdades sociales desde respuestas individuales.
Solo por poner un ejemplo…
Hoy, el Gobierno porteño gasta 1.200 millones de pesos en publicidad, con campañas electoralistas como #AgradeSelfie, mientras las escuelas públicas porteñas sufren problemas edilicios de todo tipo, a lo que se suma la falta de cobertura de cargos por las malas condiciones de trabajo para la docencia.
El presupuesto de educación de la Ciudad de Buenos Aires que se votó para el 2017, es el más bajo de la historia. Fue aprobado por los legisladores del PRO, la bancada de Ocaña y el bloque peronista, por su rechazo se destacó el Frente de Izquierda que votó en contra. Cabe señalar que incluye 4.200 millones de pesos destinados a la educación privada, en detrimento de la pública. Sin mencionar que muchas de esas escuelas privadas directamente pertenecen a funcionarios y empresarios que se enriquecen a partir de un derecho como es el acceso a la educación.
Entonces, la materialidad de las vidas y materialidad de las aulas, de las escuelas, es una parte importante que puede sustentar una educación diferente y definitivamente liberadora. Es importante ver los límites del discurso en contraposición a una práctica política que claramente privilegia a los que más tienen. Hay que pelear mejores condiciones estructurales de la escuela, en exigencia directa hacia quienes detentan el poder político y económico.
Mientras las vidas estén pauperizadas, mientras los recursos nunca sean nuestros, mientras los responsables sean solo parte de un decorado que pasa desapercibido, seguiremos estando siempre en una dicotomía que nos encierra entre un deseo y una realidad que no siempre coinciden. Por eso hay que luchar por otra escuela, hacia la conquista de otra sociedad.