Ideas de izquierda

Armas de la critica

SUPLEMENTO

Una nueva estrella: alegría y desahogo para millones

Marco B

Fotos de Javier Gabino

Una nueva estrella: alegría y desahogo para millones

Marco B

Ideas de Izquierda

Y un día la espera terminó. Tuvieron que pasar 13331 días, 1904 semanas, y 437 meses para volver a ser campeones mundiales. Nos volvimos a ilusionar, con la consagración en el Maracaná que nos hizo campeones de América, y ganamos la tercera. Sí, la ilusión se hizo copa, que 36 años después volvió a la Argentina. En aquella oportunidad de la mano de Diego, esta vez de la mano de Lio. En medio de la alegría, algunas reflexiones.

Más de 5 millones de almas coparon el Obelisco, la 9 de julio, las autopistas y todo el camino que iba a recorrer el micro de la Selección. ¿Cuántas de esas 5 millones de personas jamás habían visto a la Argentina campeón mundial? ¿Cuántas generaciones crecimos viendo a Messi ser multicampeón con el Barcelona, y anhelamos que corra la misma fortuna con la celeste y blanca? Esa espera también terminó.

Pero no fue sólo Messi. Fue la Scaloneta la que lo hizo posible. Y eso incluye al propio Scaloni, a "la vieja guardia" conformada por Di María y Otamendi (además de Lio), al Dibu, y a un grupo de jóvenes que fueron la renovación: Julián, Enzo, Mac Allister, Molina, y el Cuti, por mencionar solo algunos de los 26, que cada uno en su medida fueron protagonistas. Fueron todos ellos los que desataron la alegría de todo un país que soñó y alentó, hasta que se cumplió.

Una vez cumplido el sueño, una vez que gritamos campeón, una vez que las lágrimas fueron de emoción y nos sacamos la espina por la final del 2014 contra los alemanes, nos faltaba recibir a los protagonistas de esta historia. Las postales que nos ofrecían los medios y que veíamos en las redes sociales, que mostraron desde imágenes aéreas lo que fue la movilización popular más convocante en la historia argentina, no reflejaron hasta el final cómo se vivió toda esa fiesta desde abajo. Para eso había que estar ahí y poder recorrer, en la medida que la marea lo permitía. Los festejos llegaron hasta Bangladesh y no justamente por presencia argentina en ese país. La simpatía despertó durante el mundial ’86 tras la victoria argentina sobre Inglaterra, que tuvo bajo dominio colonial a Bangladesh durante décadas. De ahí que su pueblo se sintió identificado con nuestra Selección.

Te puede interesar: El Círculo Rojo. Por qué en Bangladesh son fanáticos de la selección argentina (laizquierdadiario.com)

La marea por la Scaloneta dejó un mensaje que los grandes medios no están interesados en comunicar a la sociedad: la capacidad de autoorganización de esas 5 millones de personas para movilizarse sin necesidad de ningún tipo de operativo policial. Justamente cuando intervino la policía fue para reprimir e intentar ensuciar lo que fue una jornada de alegría para millones.

La imagen que representa a dos generaciones distintas, una que vio a la Argentina campeona del ’86 y otra que recién la vio levantar la copa del mundo por primera vez el domingo pasado, es la de un padre con una camiseta retro con el 10 de Diego en su dorsal y sentado sobre sus hombros, su hijo con la camiseta actual y el 10 de Messi, caminando por 9 de julio hasta llegar al Obelisco. ¿Cuántas veces ese padre le habrá contado a su hijo la sensación de ser campeón del mundo? ¿Cuántas veces le habrá contado la sensación de la mano de Dios y el gol a los ingleses que hizo Diego? A medida que se acercaban al Obelisco comenzaban a cantar. El padre se confundía con su hijo, parecía un niño como él. Seguramente volvió a sentir la misma felicidad que ese 28 de junio de 1986 en el que Argentina le ganó 3 a 2 a Alemania y conquistó su segundo mundial. Llegaron al tumulto y se unieron a la marea. El número 10 se multiplicó por millones en el centro porteño y las autopistas de alrededor.

En otra esquina, en Carlos Pellegrini y Cerrito, también intentan acercarse al Obelisco un abuelo con dos niños que parecen ser sus nietos. “La final del ’78 la vi con mis compañeros de la fábrica, y después vinimos todos a festejar acá también. Cómo me gustaría encontrarme con alguno de ellos…” mientras se le llenan los ojos de lágrimas. Sus nietos lo miran, sin entender el por qué de sus lágrimas, el abuelo se da cuenta y agrega: “a algunos los secuestraron los militares y nunca volví a saber de ellos, a la noche cuando lleguemos a casa les voy a contar esa historia”.

El fútbol también es eso. No sólo un deporte. No son sólo 22 personas corriendo detrás de una pelota para ver qué equipo, o en este caso Selección, la mete más veces en el arco del rival. Son los lazos que se tejen alrededor de ese deporte, son los recuerdos que otra generación nos transmite para que nos apropiemos. Pero también queremos vivirlo. Queremos ser campeones del mundo como tal como lo fueron nuestros abuelos o nuestros padres. Por identidad en el lugar donde nacimos y crecimos, pero además por compartir esa alegría con quienes son parte de nuestro día a día, compañeros de trabajo, de estudio, amigos y familia, queremos vivirlo. ¿Será por eso que se dice que en el fútbol no se puede vivir de recuerdos? Detrás del éxito, del ser campeón, de ser primeros en América o en el mundo, muchas veces se esconde esa necesidad de compartir la felicidad, que seguramente también podremos contar en algunos próximos años.

Pero los recuerdos también tienen contextos y en muchas ocasiones es imposible abstraerlos de hora, fecha y lugar. Así como el abuelo contaba a sus nietos que estuvo en el Obelisco en los festejos de lo que fue el primer mundial que ganó la selección Argentina en medio de la dictadura genocida de Videla, seguramente hay muchos padres y madres que hace exactamente 21 años atrás, el 19 de diciembre del 2001, estuvieron en la Plaza de Mayo y en sus inmediaciones hartos de la políticas neoliberales, aplicadas primero por Menem y después por De la Rúa, quien supuestamente venía a salvarnos…

Veintiún años después, muchos más jóvenes vuelven a congregarse. La razón es otra. Esta vez es para festejar, una caricia al alma, un alivio, una alegría: Argentina es campeón del mundo. Pero semejante logro deportivo que los jóvenes y los trabajadores tenemos derecho a disfrutar y a festejar, no puede tapar que, al igual que aquellos que coparon las calles en 2001, también estamos hartos de vivir con la soga al cuello haciendo cuentas para ver si llegamos a fin de mes. Fastidia ver cómo todo aumenta, asusta cada vez que vamos a comprar para comer o cuando nos llega la factura de algún servicio.

El helicóptero en el cielo también nos hace acordar a aquel diciembre de un nuevo siglo. En un grito de guerra, en un “que se vayan todos”, se fue el presidente. O mejor dicho, se fueron los presidentes, cinco en una semana. Esta vez el grito es de desahogo, porque lo necesitábamos, pero detrás también está la bronca. Sí, desahogo creo que esa es la palabra justa. ¿No fue así en el ’86 también? Recuerdo haberla escuchado de un compañero, cuando el otro día le pregunté cómo había vivido él ese mundial que se jugó en México. “Fue 4 años después de la guerra de Malvinas, una especie de revancha, y con el Diego en su esplendor, que era como el estandarte de enfrentar al colonialismo inglés”.

Para poder desatar la alegría, para poder festejar, para poder tener derecho a reunirnos, tuvimos que liberarnos de nuestra rutina. De esa que día a día está marcada por un reloj, que dice a qué hora tenemos que levantarnos para encerrarnos gran parte del día en un lugar, que después nos marca a qué hora volvemos a ver la luz del día (o la noche si es invierno). Los padres y madres que trabajan en las fábricas, en los bancos, en el transporte, en las escuelas, en la salud, los que movemos el país todos los días, los que generamos la riqueza, fuimos la mayor parte de esas 5 millones de personas los que festejamos el martes pasado, el feriado. Son las familias que tienen que pagar en 24 cuotas el conjunto de la Selección Argentina para sus hijos, como dijo Aimar.

Los que se tiraron en contra, los que pusieron en marcha discursos en contra de ese feriado, son los mismos que se ponen en contra de las huelgas o los paros generales. Macri, Espert, los grandes empresarios y los medios de comunicación que los representan son los que militaron en contra del feriado. Militaron en contra de que millones tengamos el derecho de festejar este título del mundo. Mientras muchos de ellos estuvieron en Qatar o hacen de su tiempo lo que quieren porque se enriquecen a costa del trabajo ajeno, tuvieron el tupé de oponerse al feriado que no fue otra cosa que oponerse al festejo popular. El feriado de todos modos no resolvió la situación de millones de trabajadores que se encuentran en situación de precarización o no están registrados y se vieron obligados a hacer lo que sus jefes querían.

Esos políticos tradicionales y los grandes empresarios, los responsables de cada una de las crisis constantes de la Argentina, como la del 2001, siguen en el mismo lugar veintiún años después. Ocupan cargos en el Estado, con sus empresas hacen negociados con el propio Estado, se llevan la riqueza al exterior. No se fueron todos, como pedía el clamor popular en aquel diciembre caliente. No sólo siguen los capitalistas y sus mejores representantes como la derecha, sino que también siguen muchos peronistas que habían sido funcionarios de gobierno de Menem que hoy están en el Frente de Todos. También se oponen a las huelgas. Basta recordar la reacción del Superministro Massa, del ex Ministro de Trabajo Moroni y compañía, cuando los trabajadores del neumático pararon la producción en medio de su lucha por aumento salarial. El día de la final volvieron a parar, en las fábricas del neumático no se trabajó: "Domingo 18 de diciembre de 2022, un día de importancia extraordinaria para los trabajadores y todo el pueblo argentino, una realidad irrefutable que sólo la puede desconocer quién está de espaldas a tantas familias que esperan una alegría en medio de tantas penurias" decía el comunicado del sindicato.

La falta de alegrías de todo un pueblo, ya de por sí muy futbolero (quizás el más futbolero del mundo) seguramente hizo que se depositen muchas más expectativas en esta Selección y en este mundial. Lo dijo el Dibu, después de la definición por penales contra Holanda en cuartos de final, que más allá de las dedicatorias especiales, la victoria era para todo el pueblo argentino que "no está pasando un buen momento económico". Las promesas de llenar la heladera o volver a comer asado todos los domingos, que hizo este gobierno en campaña, fueron frases vacías. La alegría la terminaron dando los 26 que viajaron a Qatar y su cuerpo técnico. ¿Cuántas calles llevarán el nombre de algunos de ellos? En Mar de Plata al menos una ya lleva el del arquero titular, que fue recibido como un héroe en La Feliz, igual que Scaloni en Pujato, Santa Fe, Julián en Calchín, que hizo famoso a ese pequeño pueblito de Córdoba, y otros de los jugadores que volvieron a sus lugares natales a pasar las fiestas con su gente.

El dibu, hijo de un trabajador portuario y de una empleada doméstica, expresa el sueño de muchos pibes y jóvenes que saltean alguna comida, que ven a sus padres tener dos o tres trabajos para llevar el pan a su casa, o que día a día ellos mismos se enfrentan a trabajos mal pagos, de largas jornadas, que aceptan porque “es lo que hay”. Son varios los que vienen de abajo en este seleccionado: Montiel, quien pateó el penal consagratorio contra Francia, pateaba penales en su barrio de González Catán, o el propio Di María que embolsaba carbón con su padre todas las mañanas antes de ir a la escuela. Estos jugadores expresan el deseo de esos pibes que juegan en los clubes de sus barrios y que buscan dar un salto para llegar al menos a jugar en Primera División. Esos clubes son los que han formado a los 26 campeones del mundo, y que también están atravesados por la crisis social y económica a la vez que intentan ser lugar de contención para muchos jóvenes. Todo esto sin recibir ningún tipo de aporte municipal ni provincial que colabore en la función social que desempeñan.

Quien escribe está convencido que este nuevo título del mundo fue un poco de oxígeno. Otra forma de decir desahogo o "alegría entre tantas penurias". También está convencido y quiere transmitir, que no es justo tener que esperar 4 años para poder respirar un poco, y que las penurias tienen que terminarse, que son parte de esa injusticia. Que en lugar de haber futbolistas, podría estar lleno de personas que jueguen al fútbol, que tengan tiempo para hacer eso y muchas otras cosas más relacionadas al deporte como también al arte y a la ciencia. Esa sociedad es posible. Recursos no faltan, sobran y se podrían autogestionar, pero están en manos de una minoría que son los mismos que hacen negocios con el fútbol. Es esta sociedad capitalista de explotación la que hace que en el camino queden miles de talentos en el deporte y en el arte, o directamente que muchas personas ni siquiera puedan intentarlo, por las condiciones de miseria en las que se vive, generadas por este sistema.

Que se socialice la riqueza, que no seamos esclavos de la rutina y que el fútbol sea mucho más que un refugio de color ante lo gris y cotidiano de la realidad es el deseo de quien escribió estas líneas en este fin de año. Salud, campeones.


VER TODOS LOS ARTÍCULOS DE ESTA EDICIÓN
COMENTARIOS
CATEGORÍAS

[Mundial Qatar 2022]   /   [Qatar 2022]   /   [Armas de la Crítica]   /   [Qatar]   /   [Fútbol ]   /   [Lionel Messi]   /   [Selección Argentina]

Marco B

Miembro del Comité Editorial de Armas de la Crítica. Graduado Lic. en Comunicación (UNGS)