En 2019, la Organización Panamericana de la Salud (OPS) publicó un informe que revela que 1 de cada 5 hombres mueren antes de cumplir los 50 años y que algunas de las principales causas son las enfermedades cardíacas, la violencia interpersonal y los accidentes de tránsito. Pero lo más llamativo es que el informe señala que tanto ésas como otras causas de muerte de varones, se relacionan directamente con comportamientos machistas. ¿De qué manera el machismo afecta la vida de los propios varones?
Andrea D’Atri @andreadatri
Lunes 4 de julio de 2022 10:02
Con otros ojos | Varón, modelo para desarmar - YouTube
Un trabajador llega a la fábrica y, en el vestuario, la mayoría de los obreros están en silencio y con la cabeza gacha. Están conmocionados con la noticia de que el compañero que se jubiló hace apenas dos meses, tuvo un infarto y falleció. Pero nadie llora, ni suelta la bronca que le anuda la garganta por esta vida de mierda que les tocó, donde disfrutar está prohibido. Muchos se van a su casa, mascullando tristeza y pensando que no vale la pena levantarse al día siguiente. Cada uno cree que eso, solo le pasa a él, y que los demás no lo entenderían. No se lo dicen a nadie.
Es padre de familia y ya hace mucho tiempo que no consigue trabajo, solo hace changas de vez en cuando. No soporta que sea su pareja la que pare la olla. Sus hermanos le dicen si no le da vergüenza, su padre le recrimina que es un vago; los muchachos de la cuadra lo cargan cuando lo ven haciendo las compras. Cuando consigue unos pesos, se los gasta en alcohol, se pone hosco, hostil, pega cuatro gritos y sale de su casa sin avisar a dónde va ni cuándo vuelve.
En la escuela le dicen "marica", porque no le gusta el fútbol y prefiere la música clásica. La presión es insoportable, el bullying se transforma en agresiones físicas y sus compañeros lo desafían a besar y manosear a una chica del colegio. Avergonzado, atemorizado por las represalias de sus pares, decide acosar a la adolescente y salvar su orgullo herido.
Un oficinista se queda varias horas más con la computadora, después de su horario de salida. Es que si no lo hace, su jefe va a considerar que no le importa su trabajo y no lo tendrá en cuenta para la próxima promoción que incluye un importante aumento salarial. Sin embargo, llega agotado a la hora de cenar, no puede ver a su hija despierta, su esposa le recrimina que no está nunca y él, en vez de contarle cómo se siente, le vomita toda la rabia que no se atreve a manifestar en la oficina.
Un colectivero soporta varias horas de tránsito estresante, pero el jueves juega al fútbol con sus amigos. Llega uno nuevo para el otro equipo que, sin querer, lo empuja cuando se acercaba al arco. Lo insulta, lo invita a pelear, vuelan las trompadas.
Son escenas de la vida cotidiana de millones de varones. Y en esas escenas, sus comportamientos no nos sorprenden, nos parece "normales", o al menos se encuentran entre lo que podemos esperar. Sin embargo, esa forma de ser hombres, de actuar de manera varonil, de vivir la masculinidad es una construcción social e histórica.
Claro que, como señalan distintos especialistas en estudios de género, existen muchas formas de experimentar la masculinidad; variantes que tienen que ver con la cultura, el momento histórico, la clase social, etc. Sin embargo, hay determinadas características que siguen sustentando la masculinidad hegemónica en las sociedades occidentales.
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El psicólogo Luis Bonino Méndez explica que la subjetividad masculina que es hegemónica en la época contemporánea hunde sus raíces en la aparición del sujeto moderno del Renacimiento y la vindicación del individualismo, donde "el ideal de sujeto es aquel centrado en sí, autosuficiente, que se hace a sí mismo, separado de la naturaleza, racional y cultivador del conocimiento, que puede hacer lo que le venga en ganas e imponer su voluntad y que puede usar el poder para conservar sus derechos."
Como contracara, se desvaloriza lo que es distinto: lo otro no solo es diferente, sino que es inferior. La hostilidad hacia lo diverso y la cohesión entre los iguales valida el uso de la violencia cuando esa identidad se pone en cuestión y para controlar a los otros subordinados.
Estos atributos, valores y conductas definidas como masculinas nos presentan un modelo de varón esencialmente dominante que discrimina no sólo a las mujeres, sino también a otros hombres que no encajan en las normas.
Pero como señalan Carlos Barzani y Alejandro Vainer en "El malestar de los varones", "si bien ’pertenecer’ tiene sus privilegios, también tiene sus costos." En nuestras sociedades capitalistas occidentales, la masculinidad hegemónica promueve la negación de la debilidad, de las necesidades o de la presencia del dolor y el malestar. También privilegia el control físico y emocional, el mantenimiento de una apariencia de fortaleza e independencia, promueve las conductas agresivas, de dominación o de exposición al riesgo, entre otras. Y todo esto, además de ser funcional a la discriminación y subordinación de las mujeres y de la diversidad sexo-genérica, es insalubre para los propios varones que intentan "cumplir" con todos los "requisitos" para "pertenecer" al grupo social hegemónico.
Claro que el primer problema que aparece ligado a la masculinidad hegemónica es el de la violencia contra las mujeres, donde el 80% de los agresores son varones. Con este modelo que algunos autores denominan "masculinidad tóxica" también se relaciona la cosificación de las mujeres y una concepción del encuentro sexual como un ejercicio de poder y autoafirmación. Esto puede provocar displacer o molestias en las parejas sexoafectivas, pero también es lo que subyace en los abusos, el hostigamiento y la violencia sexual.
Y a los hombres, el propio modelo de masculinidad hegemónica les genera trastornos asociados a la exigencia del éxito y el temor al fracaso; a la autosuficiencia y la restricción emocional; déficits vinculares por la indiferencia, por la dificultad para establecer empatía o por los comportamientos agresivos; el pánico a perder el control, etc. Es importante tener en cuenta esta normativización de género a la hora de leer algunas estadísticas que revelan comportamientos en una escala macro.
Solo por mencionar algunos ejemplos, tenemos que el 75% de las víctimas de accidentes de tránsito a nivel mundial son varones o que, en el mundo, los varones se suicidan en una proporción tres veces mayor que las mujeres.
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Que el patriarcado esté en crisis, provoca cimbronazos en el modelo hegemónico de masculinidad. Y esto también genera incertidumbre, malestares e inquietudes en los varones. Frente al desafío que plantean las luchas de las mujeres, cuestionando los roles tradicionales de género, los varones actúan de diversas maneras.
Están los que reaccionan con un discurso de odio y violencia que apela a regresar a los valores del pasado (como lo alientan Milei en Argentina, Vox en España y sectores fundamentalistas religiosos).
También, los que introducen algunos cambios en aquellos modelos en los que han sido socializados desde su más temprana infancia, pero solo para no reproducir los aspectos más brutales en su relación con las mujeres, pero evitando confrontar con sus pares cuando los otros sí los reproducen.
Y también están los que apuntan a una innovación verdaderamente disruptiva para "deconstruirse" individualmente, renegando de todos los aspectos más reaccionarios identificados con la masculinidad.
Pero como señalan Barzani y Vainer en el artículo antes mencionado, la "deconstrucción" personal -aunque revele buenas intenciones- es una utopía. Si los estereotipos de género son el resultado de una construcción socio-histórica, es imposible pensar que podemos liberarnos de ellos, por mera voluntad individual. El Hombre Nuevo (y la Mujer Nueva), librados de todas las miserias humanas, sin contradicciones es una ficción en una sociedad desgarrada por la explotación y la opresión que socializa y presiona, permanentemente, en sentido contrario.
Josep Ribera escribe que no se trata simplemente de volverse repentinamente "sensibles" o "paritarios", de reconocer la propia vulnerabilidad o de empezar a gestionar las emociones, sino también de reivindicar activamente los derechos, de demandar continuamente la igualdad, de interpelar sin excusas la exclusión, la opresión, el control, el poder. Y Barzani y Vainer dicen algo parecido: que habría que proponerse un horizonte de "despatriarcalización", es decir, participar de las luchas colectivas por transformar de raíz este sistema.
Claro que a los compañeros de lucha les exigiremos mayor coherencia entre lo que piensan, dicen y hacen, pero es este compromiso con la organización política y la lucha contra el capitalismo patriarcal el que ayuda a producir las anheladas transformaciones subjetivas. El único camino que, como señalan estos autores, permitirá "transformar nuestros [sus] malestares en potencias."
Antes que la siempre inacabada deconstrucción individual, será la lucha -codo a codo- contra una sociedad signada por las desigualdades de la explotación y las opresiones, la que nos permitirá forjar las más sólidas alianzas.
Andrea D’Atri
Nació en Buenos Aires. Se especializó en Estudios de la Mujer, dedicándose a la docencia, la investigación y la comunicación. Es dirigente del Partido de los Trabajadores Socialistas (PTS). Con una reconocida militancia en el movimiento de mujeres, en 2003 fundó la agrupación Pan y Rosas de Argentina, que también tiene presencia en Chile, Brasil, México, Bolivia, Uruguay, Perú, Costa Rica, Venezuela, EE.UU., Estado Español, Francia, Alemania e Italia. Ha dictado conferencias y seminarios en América Latina y Europa. Es autora de Pan y Rosas. Pertenencia de género y antagonismo de clase en el (...)