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Debates. Venezuela: lecciones a 20 años del golpe de abril de 2002

Este 2022 se cumplen 20 años del golpe del 11 de abril del 2002 organizado desde la embajada de EE.UU. y teniendo a la cabeza a la derecha local venezolana. Pero el 13 de abril ese golpe era derrotado. Es necesario continuar sacando las lecciones más importantes de estos hechos, y el por qué, luego de las jornadas del 13 de abril cuando se le asesta una dura derrota a la reacción interna y al imperialismo, aún continuamos sin ver cumplidas nuestras demandas fundamentales.

Miércoles 13 de abril de 2022 10:54

El empresario Pedro Carmona se autoproclama presidente de Venezuela tras el golpe del 11 de abril de 2002 contra el Gobierno de Hugo Chávez.

El empresario Pedro Carmona se autoproclama presidente de Venezuela tras el golpe del 11 de abril de 2002 contra el Gobierno de Hugo Chávez.

En el siguiente texto damos cuenta de la situación del momento y el programa que estaba planteado para darle un golpe definitivo a la burguesía y al imperialismo en nuestro país, y forma parte de las tesis programáticas de la LTS (2007) y publicado como folleto en abril de 2011, a 10 años del golpe, cuyos militantes que en ese entonces conformábamos la Juventud de Izquierda Revolucionaria tuvimos en ese entonces una participación activa dentro del torrente del gran movimiento de masas que enfrentó y derrotó esta intentona de la reacción interna y del imperialismo.

Al llegar al gobierno en 1999, Chávez se propuso un importante cambio en el régimen político, intentando poner en pie nuevas formas políticas institucionales ante la crisis terminal de los partidos tradicionales asentados en el puntofijismo, el cual fue herido de muerte con el Caracazo, así como renegociar con el imperialismo yanqui una reversión en los términos de intercambio, contando para todo esto con un gran apoyo popular. Esta cuestión no agradó a la gran burguesía venezolana ni al imperialismo, pues vieron, los primeros, que sus privilegios mantenidos durante décadas peligraban, y los segundos, el temor que la sangría de riquezas hacia la potencia imperialista pudiera limitarse. Como hemos visto en estos últimos 13 años de gobierno, tales temores no tenían mucho fundamento, ya que el proyecto de Chávez contempla la convivencia con la propiedad privada y las ganancias de los grandes empresarios han venido creciendo, y el flujo de las relaciones comerciales con Estados Unidos ha venido en aumento, y donde el envío del flujo del petróleo se ha mantenido normalmente. Incluso se han venido cumpliendo los "compromisos internacionales" con la banca imperialista, como el pago religioso de la deuda externa.

Pero la alta burguesía del país en consonancia con las transnacionales y los intereses imperialistas, independientemente de los partidos del puntofijismo que se alternaban en el gobierno, estaba acostumbrada a nombrar el personal político de los equipos ministeriales, mantener el control absoluto de PDVSA –fuente de todas sus riquezas–, parasitando la renta petrolera, en complicidad con los ejecutivos venezolanos heredados de las transnacionales Shell, Exxon y Móbil que, bajo el pretexto de mantener alejada a la petrolera de los políticos y su clientelismo, se constituían en una verdadera casta, siendo los reales ejecutores de la política petrolera, pues ni los propios Presidentes de la República podían tener el control directo de la misma, constituyéndose lo que se dio en llamar un verdadero “Estado dentro del Estado”.

Para el imperialismo, acostumbrado a mandar y hacer en territorio nacional, las reformas que intentaba poner Chávez en marcha significaban perder esta prerrogativa, a pesar de que éste engaveta las propuestas electorales de cuestionar la deuda externa y adoptar una política económica diseñada para preservar las reservas internacionales y honrar los compromisos con los organismos transnacionales, como honrando también los nocivos contratos con empresas internacionales por parte de PDVSA suscritos desde 1994, limitándose apenas a modificar los términos de los nuevos contratos con inversionistas privados.

Y como base de todo esto, el hecho de que el proyecto de Chávez sea hasta el momento apenas una tentativa de rasguñar los males que afronta el pueblo trabajador, como la situación de postración nacional y miseria de las masas trabajadoras y pobres causadas por el capitalismo semicolonial garantizado por el puntofijismo, que llevó a la rebelión popular del Caracazo en el 89 y el ascenso obrero y popular que le sobrevino, el sistema político burgués venezolano que había garantizado la expoliación imperialista de los recursos y fuerza de trabajo nacionales, así como la dominación de una parasitaria burguesía nacional yancófila, durante más de tres décadas, entró en franca crisis con la rebelión popular del ’89, desmoronándose cada vez más en los años siguientes. Chávez se alza sobre ese fenómeno, postulándose como representante del repudio obrero, campesino y popular contra el puntofijismo. Es decir, a diferencia de los gobiernos burgueses del Acción Democrática y COPEI –que se mostraban sumisos e incondicionales al imperialismo yanqui–, no se apoyaba, como sí los otros, en la combinación de fuerte represión con algunas concesiones a las masas derivadas de la renta petrolera, sino que se apoyaba en el movimiento de masas nacido del Caracazo. Un gran temor pues del imperialismo y la gran burguesía nacional, es la posibilidad de que el movimiento de masas que a través de Chávez aspiraba lograr sus demandas fundamentales, se desarrollara con más fuerza y desbordara los límites de reformas mantenidos por este.

Este es el telón de fondo que alentará a la gran burguesía y el imperialismo a mediados del 2001 para las asonadas golpistas para sacar a Chávez del gobierno. Comenzará entonces la pugna de éste con el sector mayoritario de la burguesía venezolana y el imperialismo, para imponer su proyecto político. El punto detonante serán el intento del gobierno de otorgar más injerencia al Estado en cuanto a la fiscalización del sistema educativo privado, a través del Decreto 1.011, y más aún con los Decretos-Leyes que contemplaban, entre otras cosas, una tímida redistribución de la tierra, la fijación de algunos derechos para los pescadores artesanales ante las grandes industrias, así como un control estatal más serio del negocio de los hidrocarburos, aunque manteniéndose la apertura al capital privado.

Por eso afirmamos que la reacción de la patronal y la burocracia sindical opositora, comandadas por el imperialismo yanqui, se debieron, tal vez, menos a las medidas concretas tomadas por los Decretos-Leyes, que al hecho más estructural de que Chávez se fijara como meta nuevas formas políticas en las que no entraba el personal político del “Pacto de Punto Fijo”, aliado fiel del imperialismo, perdiendo todos su tradicional control de su principal fuente de riqueza, PDVSA, lo que llevaba adelante apoyándose en la gran rabia de las masas explotadas y pobres, acumulada por años contra el régimen del puntofijismo.

Lo cierto es que por todo lo anterior, Chávez será sometido a una presión, por un lado, del imperialismo norteamericano y la gran burguesía nacional que ve en el nuevo Presidente una amenaza para sus intereses, y por el otro, a la presión del movimiento de masas que lo respalda y que desde el ’89 irrumpió con fuerza en la escena nacional exigiendo solución a sus demandas más inmediatas. La alta burguesía, aprovechará la crisis de la economía nacional que en esos momentos era golpeada por la crisis económica internacional, para pasar a la ofensiva. Los personeros del antiguo régimen, junto a la burocracia sindical opositora de la CTV y los jefes de las cámaras patronales, azuzando a las clases medias que vieron caer su nivel de vida por los tempranos fracasos económicos de Chávez, entraron en una febril actividad política con el objetivo de apartarlo del poder. El proyecto político de Chávez se vio entonces prontamente amenazado.

La reacción levanta cabeza con el golpe de abril pero las masas derrotan la conspiración de la burguesía y el imperialismo

Durante el año 2001 la burguesía opositora, junto a los partidos de oposición, los medios de comunicación privados, la iglesia católica y la “sociedad civil”, comienzan lentamente un proceso de acumulación de fuerzas, atreviéndose ya a convocar algunas movilizaciones de calle. Pero estas marchas chocaban con las contramarchas organizadas por los sectores que apoyaban el gobierno, mientras la Policía Metropolitana actúa como fuerza de choque de las movilizaciones opositoras.

En diciembre la burguesía hace su primer ensayo, convocando a un “paro cívico” de 24 horas para el día 10, realmente un lock out, en contra de los Decretos-Leyes que propone el gobierno. El lock out tiene una mediana aceptación en las zonas de clase media, gracias por supuesto a que la mayoría de los empresarios cierra las puertas de las empresas o da el “día libre” a los trabajadores, y los comerciantes más prósperos no abren sus negocios. El gobierno en respuesta llama a una concentración para ese día en la Plaza Caracas, donde habla Chávez y, además de insistir en que las Leyes Habilitantes van a ser aprobadas, dice también que los concentrados no deben hacer nada más, que dejen tranquilos a los empresarios con su paro, en fin, que hay que restarle importancia. Pero un sector de los presentes en la concentración desobedece al Presidente movilizándose hasta la sede de Fedecámaras, enfrentando la represión de la Metropolitana, mostrando así la disposición a golpear realmente al centro político y económico de la reacción.

El año finaliza con un clima de polarización social y política en ascenso, con los “cacerolazos” de la clase media derechizada siendo ya cotidianos, con la oposición convocando marchas constantes y hasta ensayando un paro patronal, pero con el movimiento de masas saliendo a enfrentarlos decididamente. Veremos entonces cómo ya en los primeros momentos, cuando están cobrando fuerza la movilización de las masas, Chávez juega a la desmovilización de las mismas, o en el mejor de los casos a la movilización controlada, a que no se confronte a la reacción en las calles, a pesar de que en algunos sectores no tiene eco su llamado pues muchos se movilizan para enfrentar directamente en las calles la ofensiva de la reacción. Aquí se mostraba ya la tendencia que tuvo su expresión crucial entre el 11 y 13 de abril de 2002.

El gobierno además de seguir con la aprobación de sus decretos, que ya significaba todo un desafío para la reacción, decide cambiar la gerencia mayor de PDVSA, revelando a un general puesto en la presidencia por el mismo Chávez que resultó estar comprometido con la reacción, y coloca en su lugar a un grupo de académicos ligados desde hacía años a la izquierda. Esto fue el detonante para que la reacción decidiera avanzar en sus planes.

La renuncia simultánea de todos los gerentes de PDVSA con el presidente de la empresa a la cabeza que ya se estaba gestando, pasó a expresarse en el desarrollo por parte de la “nómina ejecutiva” de una campaña de propaganda y agitación contra la “politización” de la empresa, y a favor de la “meritocracia”, contando con reuniones, asambleas y movilizaciones internas de gerentes y ejecutivos, que se desarrollan rápida y febrilmente, desembocando en un llamado a “paro activo” nacional para el 9 de abril, encabezado por la CTV, Fedecámaras, y los partidos de oposición. La reacción se organizaba.

Lo fuerte del “paro” es la paralización de los gerentes de PDVSA, junto al cierre de empresas por parte de los empresarios. El lock out que inicialmente fue convocado por 24 horas, fue progresivamente extendiéndose hasta ser declarado indefinido. En respuesta cundieron las reuniones de los sectores populares, de trabajadores y organizaciones de vanguardia para enfrentar esta ofensiva; se dieron escaramuzas y enfrentamientos con grupos de oposición. Sin embargo la política del gobierno no era la movilización combativa para avanzar hacia los sitios de concentración de la clase media derechizada, ni un llamado a todos los trabajadores y trabajadoras, en especial a la clase obrera de PDVSA, para que tomen en sus manos las fábricas y empresas. Al contrario, el gobierno decide retroceder en un gesto de negociación y sustituye a la recién nombrada junta directiva de PDVSA, pero ya la reacción había soltado amarras. El plan conspirativo ya estaba en marcha.

Para el 11 de abril la reacción, que llevaba ya 3 días continuos de concentraciones, marchas y "paro", decide enfilar una movilización hasta Miraflores para sacar a Chávez del gobierno. Eran decenas de miles que desde las zonas más acomodadas de Caracas se dirigían al palacio encabezados por la Policía Metropolitana. En respuesta, desde el mismo momento del anuncio de la oposición de ir a Miraflores, se acelera vertiginosamente la movilización popular, siendo decenas de miles los que rodean Miraflores para defender al gobierno y combatir la posible vuelta al poder de los viejos personeros del puntofijismo, abriéndose crudos enfrentamientos. A las pocas horas, eran ya decenas los heridos y muertos de entre los miles que defendían al gobierno, en medio de alguno que otro caído del lado de la reacción. A las pocas horas se pronuncian por medio de un video transmitido en los canales de televisión privados, varios generales del alto mando militar desconociendo a Chávez y al gobierno, por “los sucesos atroces cometidos por el gobierno”; luego se supo que este video fue filmado el día anterior a los sucesos.

Chávez por su parte había dicho la noche anterior en cadena nacional, que se pasaba la espada para la mano izquierda en señal de combate. Sin embargo este 11 abril en la tarde, mientras el pueblo enfrentaba a los golpistas, éste transmite en cadena nacional ¡sin hacer mención alguna a los sucesos en los alrededores del palacio! Luego de esto, más nada se supo de Chávez, ninguna directriz fue lanzada, era como si no estuviera pasando nada. Tampoco ninguna orientación del vicepresidente o algún ministro, las direcciones de los partidos políticos de gobierno tampoco decían nada: una absoluta ausencia de dirección, justo en el momento decisivo.

Entrada la noche llegó al fin una nueva “directriz” por parte del gobierno: abandonar Miraflores, porque “la situación está muy difícil”. En horas de la mañana, ante una asamblea de dirigentes populares y de izquierda que se organizaban para combatir la arremetida golpista, el alcalde Bernal había planteado que todo estaba bajo control, “a los pocos golpistas que hay en las Fuerzas Armadas los tenemos ubicados, sabemos hasta dónde duermen, cuánto miden y cuánto pesan”, dijo. ¡Evidentemente no se había medido ni pesado bien a los militares golpistas! En medio de la ofensiva final de la reacción, el gobierno no se propuso más que usar a componentes de las FFAA para frenar a la policía golpista. La Guardia Nacional, cuerpo tradicionalmente represivo contra las movilizaciones obreras, estudiantiles y populares, decidió desobedecer las órdenes gubernamentales y declararse “neutral” en la confrontación; decide pues replegarse a sus cuarteles. En medio del combate en la calle, de los pronunciamientos del alto mando desconociendo al gobierno, Chávez no aparece ni por un minuto convocando al movimiento de masas, sino que se encierra en el Palacio a buscar apoyo entre los generales –es famosa la comunicación en la que desesperadamente intenta comunicarse por radio transmisor con el jefe del ejército y este nunca responde, pues estaba encuadrado en el golpe. En aquellas siniestras horas de la madrugada la gente desde sus casas vio al general en jefe de las Fuerzas Armadas, Lucas Rincón Romero, anunciar que se le había solicitado la renuncia al presidente, “la cual aceptó” (sic), y prosiguió, “Los miembros del Alto Mando Militar ponemos a partir de este momento nuestros cargos a la orden, los cuales entregaremos a los oficiales que sean designados por las nuevas autoridades”. Chávez es hecho preso en Miraflores. Así terminaba hasta ese momento la historia de la “revolución bolivariana”.

Es que Chávez, según sus propias afirmaciones, se entrega a los golpistas, aún cuando no firma la renuncia que le era exigida. Lo que significaba que en los hechos se daba por derrotado. El reconocer que se entrega sin dar pelea es una muestra de cómo actúan estas direcciones nacionalistas y reformistas que no tienen ni un pico de confianza en el movimiento de masas para organizarlas y preparar la contraofensiva repartiendo armas a la población para preparar la defensa combativa y real, prefiriendo dejar todo en manos de las Fuerzas Armadas burguesas.

El 12 de abril se autoproclama Presidente de la República Pedro Carmona Estanga, hasta entonces presidente de Fedecámaras, disolviendo la Asamblea Nacional y destituyendo a todos los miembros del “viejo” gobierno, así como también a todos los miembros de los poderes públicos, independientemente si fueran o no del gobierno. Una lisa y llana dictadura. Se comienza la conformación de un nuevo gabinete, se suspende el convenio energético con Cuba, se anulan las Leyes Habilitantes, se anuncia la posible apertura a la privatización de PDVSA, entre otros anuncios. En una reunión en Miraflores donde asisten dirigentes gremiales empresariales, la CTV, representantes de la iglesia católica, y de los partidos de oposición, se negocian los acuerdos de “la nueva Venezuela”. Mientras la Policía Metropolitana y la policía científica (CICPC) allanaban casas, hacían presos y se desataba una feroz persecución contra todo lo que oliese a “chavismo” y defensores del gobierno de Chávez.

Sin embargo, a pesar de la ausencia total de las direcciones oficiales, y del duro golpe que significó perder de la noche a la mañana todas las esperanzas, de ver caer al gobierno sin que siquiera diera la pelea, comienza desde los barrios a organizarse una generalizada resistencia al intento de dictadura empresarial que se gestaba, nuevos gritos de guerra emergían, retumbando a paso redoblado, mostrando su heroísmo, disposición a la lucha y al combate de las masas laboriosas que no estaban dispuestas a dejarse vencer sin librar batalla. A partir del 12 por la noche comenzó un vertiginoso ascenso en las principales calles y avenidas de la capital y las principales ciudades del país.

El día 13, la prejuiciosa burguesía tembló de miedo: decenas de miles salieron a las calles en las principales ciudades con el objetivo claro de sacar a Chávez de la cárcel. Pero en esa lucha, en verdad, estaban luchando por la defensa de sus conquistas, de sus libertades democráticas, contra la vuelta de los viejos personeros que durante décadas los habían humillado y condenado a la miseria. Las movilizaciones definieron claramente a dónde tenían que ir, a la calle y a los cuarteles. Ese día no había una persona que saliera a la calle a defender al gobierno de Pedro Carmona, no hubo quien se atreviera a convocar para contrarrestar las movilizaciones tras la figura de Chávez. Lo que estaban queriendo decir es que no serían nuevamente pisoteadas como lo habían sido hasta entonces, por una burguesía entreguista y explotadora. Se hacían listas de reservistas y civiles que supieran manejar armas desde la Brigada de Paracaidistas en Maracay, para acompañar a los oficiales y soldados fieles al gobierno en un eventual enfrentamiento. Esta era la única unidad militar, comandada por el general Baduel, que se mantenía abiertamente fiel al gobierno. La masividad y combatividad de las movilizaciones, su disposición a entrar en el combate liso y llano, fue el factor determinante para hacer que los sectores “institucionalistas” y los chavistas timoratos de las Fuerzas Armadas, se decidieran por quitarle apoyo al nuevo gobierno de Carmona y reclamar la “vuelta a la institucionalidad”, es decir, la vuelta de Chávez.

¿Qué le quedaba a la burguesía y al imperialismo en una situación como ésta?, ¿jugársela a ordenar reprimir las movilizaciones? Una salida de esto tipo hubiese significado, sin duda alguna, desatar una guerra civil. Se hacía necesaria una represión muy cruenta y ampliada, pero con la experiencia del Caracazo, y con la masividad de estas protestas cerca de los cuarteles, ¿acaso obedecerían todos los soldados la orden de reprimir? Es evidente que si la reacción se decidía por una salida de fuerza contra la rebelión popular, esto traería un clima de confrontación tal que fracturaría inmediatamente las líneas de mando de las Fuerzas Armadas, una parte importante de las tropas se pondría del lado de la rebelión popular, se podrían repartir armas entre el pueblo para hacer frente a los golpistas, y comenzaría un período de abierta guerra. La burguesía no estaba dispuesta a arriesgarse tanto. Al parecer en sus cálculos no estuvo la posibilidad de una respuesta popular de esa magnitud. Y temerosas de que las masas, en un enfrentamiento abierto, fueran por más, es decir, no sólo liberar a Chávez sino liquidar cuentas con la burguesía y los intereses del imperialismo deciden restituirlo.

Así, la derrota del golpe de la reacción burguesa y proimperialista orquestado desde la Embajada y el Departamento de Estado norteamericano fue producto de las jornadas heroicas y la acción contundente y masiva del pueblo trabajador y pobre que le mostró su puño a la reacción burguesa proimperialista.

Pero triste fue el papel de Chávez el 14 de abril por la madrugada a su regreso: llegó pidiendo perdón con un crucifijo en la mano. No le pedía perdón a las masas por haberlas puesto al borde de una dictadura sangrienta al no haber preparado nada para contrarrestarla. Llamaba a la conciliación, a “rectificarse”. Chávez le pedía perdón “al país”, es decir, a todos por igual, incluyendo a la reacción, a los enemigos irreconciliables del pueblo trabajador, pues ¿quién más que la reacción se le oponía? Acto seguido, Chávez llama a las decenas de miles de movilizados a volverse a sus casas, a retomar la calma. A los trabajadores y al pueblo pobre, que con su movilización combativa, habiendo desplegado nuevamente heroísmo en las calles, lo rescató y derrotó un golpe pro imperialista, como nunca se había visto en América Latina, Chávez les dice que ya cumplieron su labor y ahora que dejen todo en sus manos y en las manos del Estado.

El otro anuncio del presidente fue la apertura de un “diálogo nacional”, ¿un diálogo entre quienes? Entre quienes aún salivaban por el banquete que pensaban darse con la represión a las masas, y el gobierno repuesto por éstas. ¿Dónde quedaban las masas y su movilización revolucionaria en este diálogo? En los discursos, nada más.

Tras su derrota, a los conjurados de la burguesía opositora se les deja intacta sus fuerzas políticas y económicas

Vemos entonces cómo nuevamente la fuerza de la iniciativa y la movilización popular pusieron freno a los planes de la burguesía y el imperialismo, de nuevo, así como el 27 y 28 de febrero, se desplegaba la fuerza y combatividad de los trabajadores y del pueblo pobre, con el método por excelencia de toda rebelión popular, ganar las calles. Algo distinto del Caracazo, esta vez había un objetivo político concreto, la derrota del intento dictatorial de la burguesía pro imperialista. Pero algo similar al 27-F, en aquellas horas trágicas no había dirección alguna, pues el gobierno no tuvo ninguna política frente a la situación, estaban totalmente paralizados, faltos de iniciativa. No se trataba ya de los llamados a la calma o la indiferencia ante paros parciales como el del 10 de diciembre, sino que ante la ofensiva final de la reacción, se le seguía insuflando confianza a la masas en las cobardes Fuerzas Armadas, se le decía que todo estaba controlado, y como mucho se le convocaba a movilizarse a los alrededores del palacio de gobierno, nada más.

El asunto aquí es el carácter de clase burgués de las instituciones del Estado, del gobierno y del proyecto de Chávez. Éste levanta la idea de la “unidad nacional”, es decir de la colaboración de clases, plantea la “unidad cívico-militar” con las actuales Fuerzas Armadas, del desarrollo de la industria nacional con sectores “nacionalistas” de la burguesía, en fin, todo su proyecto sigue apoyándose en instituciones propias del capitalismo y funcionales al orden burgués. Ocurre que para poder parar las arremetidas de la reacción son necesarios métodos y medidas revolucionarias, es decir, que vayan contra la institucionalidad burguesa, expropiar a los golpistas y a todos los dueños de los medios de producción, las tierras, el transporte, etc., y es eso lo que Chávez no ha hecho, ni hizo durante el golpe, ni está dispuesto a hacer.

En este caso de abril, para dar una respuesta que frenara los planes pro imperialistas era necesario, primero que nada, alertar políticamente, preparar al movimiento de masas para la batalla por venir, no hacerle llamados abstractos a la calma, no decir que todo está controlado, esa es la primera gran irresponsabilidad que ya pone en desventaja a las masas, pues, se les dice que no se preparen para una pelea cuando es seguro que esta vendrá. Y la primera medida fundamental, la expropiación inmediata de todos los golpistas y sectores de la burguesía que los apoyaban junto con la confiscación de todos los intereses del imperialismo en el territorio nacional que organizaban el golpe desde la Embajada norteamericana. Así, junto a estas medidas drásticas económicas, había que decir que se venía una situación culminante e instruir entonces a todo el movimiento de masas a ponerse en alerta, a organizarse de inmediato en función de la derrota de la conspiración reaccionaria. Desde el primer día de declarado el paro se debió hacer un llamado a todos los trabajadores y trabajadoras a que asistieran a las fábricas y empresas, a la clase obrera petrolera a que se hiciera con el poder de todas las instalaciones. Era necesario entonces, organizar comités de autodefensa obreros, ante la segura confrontación con los patrones, sus policías y los jóvenes semifascistas de la clase media derechizada. Había que organizar inmediatamente las milicias del pueblo pobre previendo el desarrollo de la confrontación. Ante la arremetida armada de la policía de la oposición, debió procederse inmediatamente a la entrega de armas a las milicias populares y comités de autodefensa obreros previamente organizados, a la par que hacer un enérgico llamado a la baja oficialidad y los soldados de las Fuerzas Armadas que se mantuvieran con el pueblo.

Con medidas así, jamás hubiese triunfado el golpe de abril, con la fuerza de los trabajadores en las fábricas y las industria petrolera, con la fuerza de las masas populares movilizadas y la organización para la autodefensa, así como un llamado a los soldados de la Fuerzas Armadas, justo los que controlan el poder de fuego, los planes de la oposición proyanqui no hubiesen llegado lejos.

La cuestión es que es evidente que una vez desatada la fuerza de los trabajadores en la reactivación de la producción, contra la voluntad del empresariado, al existir comités de autodefensa obreros y populares, eso hubiese generado una situación de gérmenes reales de poder obrero y popular, hubiese generado una situación de incipiente doble poder en las fábricas y empresas, así como territorialmente en los barrios, y a eso le temen tanto la oposición burguesa como el gobierno nacionalista. Chávez sabía muy bien que existía la posibilidad que en ese ascenso los trabajadores podían ir por más, de no poder controlarlas, pues no estaba descartado a priori que podrían ver en el horizonte el poder superar en los hechos los límites impuestos por Chávez y avanzar realmente un proceso revolucionario de ataques directos a la propiedad y poder de los empresarios, banqueros y terratenientes. En una lucha de esas características y dimensiones las masas pueden avanzar en conquistar su independencia política y quedar Chávez rehén de la presión obrera y popular, o incluso, en caso de avanzar revolucionariamente la lucha, dejarlo como una vieja experiencia del pasado, e imponer un gobierno propio de los trabajadores que expropiara a los expropiadores.

Ni hablar de lo que esta política revolucionaria hubiese significado a lo interno de las Fuerzas Armadas. Hubiese pasado justo lo que temió también la burguesía, la división, la fractura de las líneas de mando, y claramente un proceso rápido de descomposición de la institución, de desobediencia, de “anarquía” en las tropas, de enorme presión de la movilización obrera y popular hacia lo interno de los soldados, de contagio de las tropas con el calor y el entusiasmo popular, la confraternización, la liquidación del monopolio de la fuerza del Estado. En fin, justo los primeros pasos de lo que todo proceso revolucionario ha logrado y lo que toda revolución necesita: ¡dividir y destruir el ejército constituido, el ejército de las clases dominantes!

Pero con la política de Chávez, los derrotados no lo fueron tales, gracias a la política del gobierno, que no sólo había permitido su efímera victoria, sino que luego de ser derrotados por la movilización popular, se sienta a negociar y manda a las masas a sus casas. Se daba así rienda suelta a la impunidad, pues justo en el momento que la reacción está a la defensiva, desmoralizada, el mundo da cuenta de que ocurrió un golpe de Estado, el imperialismo yanqui queda en evidencia al apoyarlo y hay una ofensiva popular triunfante, el gobierno en lugar de avanzar definitivamente y derrotarlos, les tiende una mano, manda al pueblo a su casa y les deja intacto su poder económico.

Pasó el “diálogo nacional” y a finales de septiembre el Tribunal Supremo de Justicia decidió que no había suficientes razones para enjuiciar a los generales golpistas, que no hubo golpe de Estado sino un “vacío de poder”. Luego de la actitud de Chávez, quedó en manos de una de las instituciones burguesas más reaccionarias la suerte de los generales “gorilas”. Chávez había llamado a respetar la decisión del tribunal, cualquiera que fuese. El día de la sentencia miles de personas protestaron cerca del TSJ y debieron hacer frente a la represión de la Guardia Nacional -hecho que habla muy mal de la “unidad cívico-militar” que tanto pregona Chávez. También hubo heridos y algunos muertos en enfrentamientos con la Policía Metropolitana. Chávez no apareció ese día, ni una cadena, ni una alocución, sólo apareció al día siguiente en forma de volante una carta firmada por él, en la que insistía en el llamado a respetar la decisión del tribunal. ¡Una vez más, el jefe de la “revolución bolivariana” pone todo su peso cómo líder de masas para respaldar a la institucionalidad burguesa!

¿“Inconsecuencias” o “debilidades”?

Si, como se ha hecho popular, y lo repite el gobierno, “cada 11 tiene su 13”, el problema es que al 13 le sucedió un 14, es decir, la vuelta apaciguadora y conciliadora de Chávez, la expropiación política de la victoria del pueblo trabajador. Por esta política del gobierno, la reacción se reorganizó y arremetió con el paro-sabotaje en diciembre, sometiendo al país a dos meses de desabastecimiento y saboteando fuertemente la industria petrolera. Esta vez también fue derrotado el intento gracias a la iniciativa obrera y popular, cobrando particular importancia la clase obrera petrolera. Sin embargo esa vez tampoco fue política del gobierno llamar a los trabajadores a tomar en sus manos la producción para vencer la lock out, ni a extender el control obrero que en dos refinerías petroleras habían logrado sus trabajadores. Una vez derrotado el paro-sabotaje, nuevamente quedaron intactos los bienes de los conspiradores y el conjunto de la clase propietaria y explotadora nacional, así como los capitales imperialistas comprometidos con la reacción. Como si nada hubiese pasado, hasta el día de hoy siguen con sus propiedades haciendo grandes negocios y viviendo de la explotación del trabajo asalariado.

¿Pero es que acaso podría el gobierno actuar de otra manera? ¿Son “debilidades”, “inconsecuencias”, “errores” o algo parecido lo que producen estas actuaciones? Contundentemente decimos que no, las negociaciones de Chávez, su paralización ante los momentos de crisis, sus vacilaciones, son consecuencia del carácter burgués de su proyecto. Estas actuaciones están en perfecta consonancia con el proyecto del gobierno. Si el propósito de Chávez es desarrollar una burguesía nacionalista fuerte, una “economía mixta”, aliado con sectores como Empreven, Fedeagro, Confagan, etc., ¿puede acaso entonces llevar hasta las últimas consecuencias la lucha contra la burguesía? La única manera de derrotar definitivamente los intentos golpistas y reaccionarios es atacando el poder económico de la burguesía y el imperialismo, que es la base de su fortaleza. Pero si se les expropian su bienes (fábricas, tierras, bancos, transportes, etc.), si se nacionalizan su bienes y se instaura el control obrero sobre la producción, si se expropia a los bancos, si se expropia a los terratenientes, si se ponen los medios de comunicación privados bajo el control popular, ¿cómo se desarrolla una burguesía nacional fuerte? Si luego del paro patronal, donde por su aventura los empresarios dejaron de percibir sus ganancias durante 2 meses, el gobierno obliga a los capitalistas a seguir empleando a las decenas de miles que despidieron, si implanta el congelamiento de precios, si decreta un aumento de salarios que cubra la canasta básica, si impide el cierre de fábricas y empresas, si no les otorga los dólares hasta que no paguen sus deudas, ¿no se declararían en quiebra uno tras otros los distintos sectores?, ¿cómo se desarrolla así una burguesía nacional fuerte? Todas estas medidas que enumeramos, necesarias para derrotar a la reacción y para satisfacer las más elementales necesidades obreras y populares, objetivamente trascienden los límites de la propiedad capitalista, con lo cual no hay proyecto burgués viable, por eso el gobierno se decidió, y se decide, siempre, por no tomarlas.

Atención especial merece el que de avanzarse en estas medidas revolucionarias que hemos venido planteando, se daba pie al nacimiento de un poder obrero y popular, y el desarrollo de estos organismos de poder revolucionario es totalmente incompatible con el buen funcionamiento del rol bonapartista que Chávez se propone cumplir, de fortalecer y utilizar el papel del Estado burgués como mediador en la lucha de clases, como agente armonizador entre el capital y el trabajo. Por eso, si hay dos lecciones centrales de las Jornadas de Abril, es que son irreconciliables los intereses de las masas explotadas y pobres y los de la burguesía nacional y el imperialismo, y que es urgente la lucha por la independencia política de los trabajadores y el pueblo frente al gobierno de Chávez. Es que sin independencia política, que conduzca a confiar sólo en la propias fuerzas y métodos de lucha de los trabajadores y explotados, levantando un verdadero programa de lucha anticapitalista y por tanto, consecuentemente antiimperialista, la gran energía obrera y popular desatada en las calles y fábricas será conducida por Chávez por los cauces de la negociación y el mantenimiento de las propiedades y negocios capitalistas, como sucede hoy. Por eso es imprescindible más que nunca la construcción de un potente partido obrero revolucionario que luche por un gobierno de los trabajadores y el pueblo pobre y avanzar hacia una verdadera revolución obrera y socialista.

A modo de conclusión

En el mes de febrero se han venido conmemorando desde el gobierno varios hechos políticos, desde el Caracazo de 1989 hasta el golpe del 4 de febrero dirigido por Chávez. Hechos que expresaran la profunda crisis política de un régimen de dominio, el puntofijismo, y con él, el desprestigio y crisis del conjunto de las instituciones del Estado, desde los partidos dominantes, el mecanismo del sufragio universal, las Fuerzas Armadas, la Guardia Nacional y demás instituciones represivas, y demás poderes del entramado del Estado burgués como la Justicia y el Parlamento. Como vemos, con la crisis del puntofijismo no solo estaban en crisis los partidos tradicionales y la forma de gobernar y de dominio político que imponía el viejo régimen, sino el conjunto de las instituciones del Estado que, tanto como fuerza de coerción o como garantizadoras del funcionamiento del capital.

Desde el punto de vista de las masas, ya lo hemos escrito, el chavismo se caracterizó más claramente como un gobierno de desvío y de contención de la rabia del movimiento de masas, en uno de sus períodos de ascenso de luchas y de cuestionamiento al orden imperante. Lo hemos escuchado del propio Chávez cuando se dirige a las fuerzas que se oponen por derecha a su gobierno, planteando que si no hubiese sido por él y su gobierno el país ya habría entrado hace tiempo en una guerra civil. Chávez es consciente de su papel jugado a lo largo de todos estos años, sobre todo de contenedor de esas fuerzas que tomaban cuerpo y que se expresara en la gran rebelión del Caracazo, esa rebelión de fuerzas elementales, parafraseando a Lenin, que cuestionaba no solo el viejo sistema de partidos, sino todo el andamiaje del sistema burgués, con el gran desprestigio de todas las instituciones del Estado burgués, sobre todo las represivas.

Hoy podemos decir que si el rol de contención ha sido uno de los papeles jugados por Chávez frente a las masas, es clave destacar que su particular función fundamental ha sido la de recomponer las instituciones del orden burgués en crisis junto con la debacle del puntofijismo, es decir restaurar la autoridad del Estado. Para ello tuvo como meta central sacar de la crisis a las Fuerzas Armadas, incluyendo su cuarto componente, la Guardia Nacional, y bajo el mito de “la unión cívico-militar” buscar “prestigiar” a estas fuerzas represivas, altamente odiadas por el movimiento de masas por cumplir su papel fundamental de garantizador del Estado de dominio de una clase explotadora contra los explotados y oprimidos. Otro aspecto clave en la recuperación de esta recomposición es la idea de que el Estado debe jugar el rol de “redistribuir”, entre ricos y pobres. Las grandes demandas que planteó el Caracazo en la escena política nacional, intentaron ser canalizadas con una política por arriba, de “resolver” tales demandas, pasivisando al movimiento de masas, para usar un término gramsciano, aprovechándose de la gran autoridad de Chávez frente al movimiento de masas. Es claro que no sólo bastó esta “autoridad”, sino que actuó en su favor también, el gran boom del ingreso petrolero que le permitió usar a discreción los grandes recursos para sus objetivos políticos. Entre otras cosas, esto es parte de los más importantes “logros” y el legado político que hasta ahora puede exhibir el chavismo.