Acercarse a Eisenstein, como director y como hombre, no sólo implica recuperar los orígenes del cine como creación, sino ahondar en las contradicciones del autoconocimiento, en cuestionarse los límites de la libertad y en analizar las relaciones entre arte, economía y política.
Lunes 26 de junio de 2017
Greenaway ve a Eisenstein como un alter-ego, como un visionario al que retrata como a un niño traspasando sus propios límites y descubriendo su propia sexualidad. Como todo genio, no logra, ni acaso quiere, acabar un proyecto, que está indisolublemente unido a su experiencia vital. El sexo para Eisenstein tuvo una importancia enorme. Visto desde un presente en el que la libertad de preferencias sexuales se presenta como un hecho (excepto en la Rusia de Putin, que se negó a distribuir la película), es difícil colocarse en la distancia histórica de cien años atrás, y ponerse en el lugar de alguien como Eisenstein en una Unión Soviética recién nacida, que aún no se libera del yugo patriarcal tradicional, y que ve al homosexual como un peligro. Quizás todo lo que había intuido en si mismo, y que se dejaba ver en algunas imágenes de sus obras anteriores se desató, libre del yugo de Stalin, cuando visitó Guanajuato.
En los años 80, el director de fotografía Néstor Almendros escribió lo siguiente con respecto a “El Acorazado Potemkin”: “Desde el inicio, en el prólogo del dormitorio de los marineros, vemos un elenco masculino descansando sin camisas en sus hamacas. La cámara se detiene en las ásperas y bien constituidas facciones corporales de los hombres. Es una serie de tomas que anticipan la sensualidad de Robert Mapplethorpe, y en el gran momento, cuando los cañones se levantan al fuego, una especie de ballet visual de múltiples, lentas y pulsantes erecciones puede ser fácilmente discernida.”
Como Murnau en “Tabú” (1931), Eisenstein necesitó la calidez del sur para estimular su cuerpo. Su proyecto era claramente interminable. Hasta que el responsable de su financiación, el magnate Upton Sinclair, le retiró su apoyo, seguramente al enterarse de sus aventuras sexuales (aparte del considerable aumento del presupuesto). Greenaway, durante la presentación de su película, comentó su fascinación por Eisenstein: “En los 120 años de historia del cine solo hay un gran invento, y ese es la teoría del montaje desarrollada por Eisenstein. Por lo demás, en ese tiempo no ha habido casi ningún cambio en el lenguaje cinematográfico, y eso es trágico si se compara con la evolución que la pintura, la literatura o la música han experimentado. ¿El 3D? Eso es una basura, y disculpe mi lenguaje. Y, puesto que el cine se está muriendo si no se ha muerto ya, está bien celebrar a su primer y gran visionario.” Y defiende el carácter político del film, aludiendo a la íntima relación entre el arte y la propaganda: “Cada maldita cosa en nuestra vida es política. Un corte de pelo es político. La montura de unas gafas es política. Todos somos animales políticos. Pero, hablando de la película, creo que es injusto etiquetar a Eisenstein de mero propagandista. La mayor propaganda en favor de la religión católica es la Capilla Sixtina, pero nadie considera a Miguel Ángel un propagandista, ¿verdad? Al final, todo el gran arte es propaganda de la buena vida.”
Eisenstein siempre fue demasiado heterodoxo para la gran industria. Su proyecto para “Que Viva México” no fue el único que quedó inacabado, o simplemente esbozado. La labor creativa que, junto a otros grandes directores rusos, pudo desarrollar durante los primeros años de la revolución soviética, iba limitándose cada vez más a medida que avanzaba implacable el estalinismo, y necesitaba el contacto con otros núcleos creativos fuera de la URSS. Su acercamiento a la industria americana le acarreó la misma amarga experiencia que la de su patria, en la que nunca tuvo límites presupuestarios, pero sí una censura brutal. Por ejemplo, tras filmar “El Acorazado Potemkin”, empezó a pensar un proyecto de trabajo para convertir “El Capital” en una película. Para ello viajó a París para entrevistarse con James Joyce, puesto que imaginaba un guión a medio camino entre el contenido de la obra de Marx con el “Ulises” del escritor irlandés. De ese proyecto solo quedan notas. Valiosísimas notas que muchos años más tarde, fueron aprovechadas por el director Alexander Kluge para realizar su “Noticias de la Antigüedad Ideológica: Marx, Eisenstein, El Capital” (2008), de referencia obligada para todos los que quieran desarrollar y recuperar una cultura visual hoy por hoy casi perdida.
El trabajo de Greenaway abunda en esta vía desde su especial estilo: su incontinencia en la preparación de planos no deja reposar al espectador, cada uno más retorcido e intenso que el anterior, pero sus ideas, imágenes y recursos dan pie a centrarse en algo esencial, un México donde Eisenstein se siente liberado y feliz, y donde su proyecto de película queda en segundo plano, para remarcar que la dualidad entre sexo y muerte es la clave de su reconocimiento personal (la visita al Museo de los Muertos es uno de los mejores momentos de la película).
Juan Argelina
Madrid, 1960. Es doctor en Historia por la Universidad Complutense en la especialidad de arqueología e historia antigua, profesor de secundaria, amante del cine, y colaborador de Izquierda Diario, Contrapunto y otras revistas especializadas.